Influidas por el imaginario impuesto, las mismas mujeres descreen de sus propias estrategias y también hay otros que no les creen. Esto se pone en evidencia cuando ellas hacen la denuncia y quien las recibe desconfía de lo que narran haciéndoles «creer» que exageran, que provocaron el ataque y/o que deseaban el encuentro violento.
Hooks (1996) menciona el aporte que Elizabeth Janeway (1987) hace en este sentido. Esta última autora describe lo que ella llama el «uso ordenado del poder de descreer». Dice que una de las más significativas formas de poder ejercidas por los grupos oprimidos es el rechazo a la definición que otros pueden hacer de ellos. Descreer consistiría en poner en duda las prescripciones de conductas pensadas como correctas. Si las mismas mujeres quiebran la normatividad asignada, se pondrá en evidencia que no hay una sola manera de entender a las personas y los hechos. No obstante, es dificultoso para ellas desarrollar sentimientos de valoración de sí mismas si no se pone en marcha el poder de rechazar una realidad asignada. El ejercicio de poder que significa descreer, entonces, es un acto de resistencia y fuerza que pone en evidencia las experiencias de las mujeres y reconstruye la idea de que son naturalmente pasivas y sometidas.
Sin embargo, en el imaginario, tal como se presenta en los talleres de trabajo sobre violencia ya mencionados, cuando se indaga sobre la posición de los protagonistas en un hecho de violencia, todo lo que sucede en ese hecho se centra en las acciones a las que recurre el agresor para crear una víctima:
Por el contrario, se omite, salvo muy escasas excepciones, algún tipo de acción que pueden haber desplegado las mujeres atacadas para defenderse o evitar el ataque. Se representa a la mujer agredida sin recursos, sin fuerza, sin poder, sin palabra. Ella es considerada un objeto sobre el cual se pueden ejercer todo tipo de agresiones, siendo el atacante el verdadero sujeto de la situación violenta.
Sin embargo, cuando se entrevista a las mujeres que fueron agredidas la realidad es diferente: aunque ellas mismas duden de las acciones que llevaron a cabo para evitar el ataque, lo cierto es que desplegaron diversas estrategias de defensa y protección (pegar, gritar, rechazar, amenazar, convencer, huir). Reconocer y creer que estas acciones fueron realizadas es un camino fundamental que conduce a la desvictimización, ya que sentirse alguien que resiste es sentir que algo de sí queda preservado. A partir de esto, la supuesta víctima se transforma en una persona que luchó para no dejar de serlo. Y ella debe saberlo.