La victimización es un proceso que nos e consuma independientemente de un contexto violento. Las amenazas, las palabras hirientes, la intimidación, la coerción, las armas, son presencias tan violentas como las agresiones físicas, emocionales o sexuales. La victimización es un encadenamiento de momentos, palabras, gestos, silencios, miradas, conductas agresivas expresadas en situaciones de frecuencia e intensidad variables. Pueden darse por única vez o repetirse en forma continua. Pueden tener menor o mayor intensidad, pueden no ser fácilmente perceptibles, tales como las técnicas sutiles de violencia que se leen en las entrelíneas de estas frases:
«Esto lo hago para demostrarte que te quiero».
«Porque me interesás mucho hago estas cosas».
«¿¡Puede ser que tenga que gritarte y zamarrearte para que entiendas lo que yo quiero!?».
«¿De qué te quejás si esto te gusta?».
En los casos de abuso sexual es típica la manipulación del deseo de la víctima como estrategia de poder:
«Esto nos pasa porque a vos te gusta».
«No me vas a hacer creer que no querés que esto ocurra entre nosotros…».
«Es necesario que esto suceda, es la forma de que aprendas lo que te hace sentir mejor».
Todos estos mensajes contradictorios —lo que percibe la víctima y lo que afirma y asegura el ofensor— tienen el gravísimo efecto de distorsionar o desautorizar la percepción de quien es atacada, fracturando sus defensas y sumergiéndola en estado de indefensión y desamparo:
«¡Si yo no te hice nada malo!».
«Te habrá parecido…».
«Si yo te doy todo, ¿de qué te quejás?».
Algunos autores han estudiado esos estados de desvalimiento psíquico y los han denominado «indefensión aprendida», concepto que podemos interrogar desde el género por la asociación implícita entre el estereotipo de pasividad y la feminidad. Sin atenernos estrictamente a este concepto, y con un objetivo meramente descriptivo, podemos tomar una secuencia de hechos observables en las situaciones de violencia que, por ejemplo en una pareja, pueden manifestarse en forma sistemática y crónica. Al comienzo de la relación violenta, la mujer puede pensar que el comportamiento impredecible y contradictorio del marido para con ella es controlable y puede ser evitado. Pero posteriormente, la reiteración y la gravedad de los actos no le permite prever ni impedir los ataques. A consecuencia de la pérdida de control sobre esta secuencia reiterada y en escalada de maltratos, ella cae en estado de indefensión. Pero este estado no debe confundirse con el estereotipo de pasividad femenina asociada al masoquismo —en el que existe una búsqueda, consciente o inconsciente, del sufrimiento—. Pensarlo así conduce a otro estereotipo, que consiste en responsabilizar a las mujeres de su propio sufrimiento. Es decir, «ella tiene la culpa», «ella se la busca».
Este estado de indefensión no se debe tampoco a un proceso de aprendizaje sino a un proceso de desobjetivación que provoca la violencia reiterada. Esto es, el desdibujamiento del sujeto como tal y ciertas perturbaciones del aparato psicomotor y de la capacidad de raciocinio cuyas manifestaciones son sentimientos de extrañamiento y confusión y alteraciones de la percepción. El efecto del traumatismo excesivo sumergirá a la mujer violentada en un estado de desvalimiento psíquico, consecuencia de la impotencia de no poder controlar la situación y un largo proceso de padecimiento. El agresor amenaza y maltrata, pero también pone en juego promesas y recompensas que generan fuertes sentimientos ambivalentes y efectos contradictorios («Lo odio, lo mataría, pero no me puedo separar de él»). Las actitudes del agresor tienen la finalidad de fomentar la dependencia para lograr la sumisión y el control de su víctima. Como consecuencia de estos hechos y sentimientos, estas mujeres viven en esas condiciones de desvalimiento psíquico que pasarán a formar parte de sus modos de existencia cotidiana, llevándolas a profundas vivencias de desamparo.
Tomando en cuenta todo esto, podemos redefinir la victimización como una secuencia de hechos, circunstancias o actos que producen daños, perjuicios, menoscabo y sufrimiento, y frente a los cuales las personas violentadas reaccionarán o no para evitar el ataque o su reiteración, pero también resistiendo, negociando, defendiéndose.
Desde esta perspectiva, podemos también redefinir a la violencia como un conjunto de prácticas físicas, psicológicas y/o sexuales que denominaremos técnicas de violencia. Dispositivos intencionales ejercidos de manera instrumental por el agresor adecuándolos en tiempo y formas diversas para aterrorizar y someter a quien arremete. Estas prácticas instrumentales tienen la finalidad de crear una víctima, intentando despojarla de lo que es como persona y dejarla sin posibilidad de defenderse y/o evitar el ataque. El agresor, mediante estas tácticas intencionales, se garantizará el control de quien transforma en su víctima y el dominio de la situación: «Todo acá va a marchar como yo quiero».