La identidad dañada

A pesar de las objeciones hechas a la noción de víctima, la distinción entre víctima y sobreviviente no alcanza. Estas nociones circunscriben la identidad de las personas atacadas a los efectos de los actos cometidos por el agresor. En la expresión «es una mujer violada», se refuerza la significación de lo que hizo el atacante —violar— y se desestiman las experiencias de vida previas al ataque, constitutivas de la identidad de la mujer que fue agredida.

La identidad resultará afectada por la gravedad que implica un hecho violento, pero el destino del conflicto creado tendrá dos posibilidades: el hecho violento podrá quedar incluido en un contexto biográfico más abarcativo o quedar atrapado en la identidad asignada de «víctima para siempre».

No obstante, todo ataque al cuerpo es un ataque a la identidad y a la subjetividad. La característica central de la violencia, sobre todo en la violencia sistemática, es que arrasa con la subjetividad, es decir, con aquello que nos constituye como personas. En consecuencia, consideraremos al hecho violento un hecho traumático[8] que deja marcas físicas y un profundo dolor psíquico. Pero ¿qué es lo que hace traumático a un acontecimiento? Varios factores: la acumulación de situaciones penosas, el aumento excesivo de cargas afectivas y la significación conflictiva que cada sujeto le da a ese hecho. Así, el trauma está caracterizado por la intensidad de sus manifestaciones y de sus efectos, por la mayor o menor capacidad del sujeto para responder a él adecuadamente y por los trastornos que provoca en la organización psíquica. En la experiencia clínica hemos observado que una persona traumatizada por haber sido violentada suele presentar básicamente estos tres sentimientos:

  1. Sentimiento de desamparo[9]. Ser amado y protegido es una necesidad originaria de la naturaleza humana. Frente a cualquier situación en la que esa protección no se satisface, sentirse desamparado o desvalido es, por lo tanto, un prototipo para todas las situaciones vividas como traumáticas. Proviene de otro sentimiento previo, el de impotencia. Frente al peligro real de un ataque y la amenaza a la integridad física emerge ese sentimiento de impotencia y la consecuente angustia. Si no se satisface la necesidad de ayuda para poner fin a la tensión interna y al displacer, se genera el sentimiento de desamparo que dará origen a otros que se observan en una entrevista con quien fue violentada: tristeza, miedo, desasosiego. O sea, el aumento de tensión y de angustia provocado por los hechos violentos incrementará la demanda de cuidados y protección que permitan salir de la situación de angustia y displacer.
  2. Vivencia de estar en peligro permanente. Esta vivencia proviene del sentimiento de desvalimiento y está vinculada con la magnitud del peligro, real o imaginario. La consecuencia es, para la mujer violentada, la pérdida de seguridad y confianza y el predominio del deseo de no ser destinataria, nuevamente, de actos violentos. Resultará difícil, entonces, integrar a la vida un hecho para el que no se estaba preparada y que supera la capacidad de tolerancia por lo inesperado o desconocido.
  3. Sentirse diferente de los demás. El recuerdo, la reactualización de la violencia padecida, actúa de modo traumático a manera de aprés-coup, haciendo sentir sus penosos efectos por largo tiempo y en diferentes aspectos de la vida. La mujer violentada suele creer que es la única persona a quien le sucedió el hecho de violencia. Esta creencia suscitará sentimientos de humillación, autodesprecio, desesperanza, aislamiento y silencio.

Estos sentimientos surgen por el dolor y la impotencia de no poder transformar lo que ya pasó dejando su impronta en el cuerpo, los afectos y la vida cotidiana. También expresan la vergüenza que se siente porque un «otro» pasó por el cuerpo (golpeó, abusó, violó) dejando su marca de denigración.

No obstante, para que el hecho traumático quede inscripto en el psiquismo como tal deben darse una serie de factores: las condiciones psicológicas en que se encuentra un sujeto en el momento del o de los acontecimientos violentos, la posibilidad de integrar la experiencia a su personalidad consciente y poder poner en funcionamiento las defensas psíquicas que le permitan sobrellevar ese trauma. En este sentido, cada persona resignificará el hecho traumático de manera diferente. Resignificar consiste en ir desprendiéndose del recuerdo penoso para transformarlo en un recuerdo susceptible de ser pensado y puesto en palabras. Significa, también, desprenderse del padecimiento y del dolor así como del sometimiento a los mandatos del agresor y a las situaciones impuestas por el trauma.

Quien fue violentada podrá quedarse siendo una «víctima para siempre» o intentará poner en marcha recursos psíquicos que le abran opciones más satisfactorias para su vida. Caso contrario, quedará atrapada por los hechos violentos y los trastornos consecuentes que incrementarán el traumatismo. O sea, será necesario poner en marcha el proceso de desprendimiento (Lagache, 1968). Este es un trabajo psíquico cuya finalidad consiste en alcanzar nuevas perspectivas desligando las energías puestas en el hecho traumático y priorizando hechos vitales que aporten significados nuevos a la vida y que ayuden a construir un porvenir. Este proceso, cuyo objetivo consiste en ir disolviendo las tensiones producidas por el trauma para liberarse progresivamente de lo vivido, será beneficioso que pueda hacerse con una ayuda profesional.

Tomando en cuenta todo lo expuesto, designaremos como víctima a la persona que fue atacada y forzada a tomar la posición de víctima. Y mecanismos de sobrevivencia al proceso que implica los diversos momentos de elaboración y rehabilitación que realiza quien fue victimizada.

En general, elaborar un hecho traumático como la violencia significa el trabajo psíquico que tiene que realizar la persona agredida para transformar y reducir el monto de tensión, angustia, malestar, y los trastornos y síntomas concomitantes. La elaboración se ubica entre los límites y las posibilidades de decir, pensar y hacer sobre las consecuencias de la violencia. El fuerte impacto en la subjetividad reformula la vida de las personas agredidas y significa seguir viviendo, sobrevivir «a pesar de», e inscribir ese padecimiento en un contexto más amplio de la propia vida. Mediante el proceso de elaboración, entonces, se irá logrando el desprendimiento de aquello que captura la subjetividad: los hechos, la persona del agresor, sus mandatos, el miedo, la vergüenza, la humillación, el dolor, el odio, los deseos de venganza.