Resulta evidente que la victimización generalmente ha sido ejercida sobre los grupos vulnerables considerados inferiores y que, como tales, la sociedad discriminó con hostilidad y violencia.
Si hacemos un rápido recorrido que llegue hasta nuestros días veremos que en ningún momento las mujeres quedaron fuera de esta realidad. Siempre debieron enfrentarse, en cualquier esfera de sus vidas, con condiciones sociales, culturales, económicas y políticas desiguales, creadas por la discriminación de género. Es llamativo que este fenómeno no esté incluido en la Declaración sobre los Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de Delitos y del Abuso del Poder (Séptimo Congreso de las Naciones Unidas sobre la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, Milán, 1985), ya que esta declaración entiende por víctimas a «las personas que individual y colectivamente hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas y mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente, incluida la que proscribe el abuso de poder».
En este definición no está contemplado que el número de mujeres victimizadas por el fenómeno histórico de la violencia es llamativamente mayor que el de hombres. Tampoco hace referencia a la victimización sexual que mayoritariamente es padecida por mujeres. Estadísticas de diversas partes del mundo señalan que el 98% de las personas atacadas son mujeres y que el 92% de los agresores, varones.
Cuando se habla de la víctima se considera el daño ocasionado, resultado de la violencia, sancionando su consecuencia y no a la violencia misma. Sin embargo, esta resulta de factores sociales y culturales mucho más abarcativos y que son los determinantes de la violencia de género. Si sólo se condena el daño visible y comprobable se dejan de lado otras formas de victimización que son objetivamente demostrables, como la victimización emocional, ciertas formas de agresión sexual, la humillación y el aislamiento, cuyos efectos son tan nocivos como las lesiones físicas observables.
Respecto de la noción de victimario, se señala la acción de hacer sufrir y victimizar a otro. Como consecuencia de tomar estas definiciones literalmente se interpreta a la víctima como «totalmente pasiva» y al victimario como «totalmente activo». Los hombres cometen violencia y a las mujeres les ocurre: relación de causalidad que deja de lado los complejos hechos que llevan a la victimización y a los recursos que las personas atacadas suelen desplegar para resistir o evitar la violencia.
Desde la perspectiva de género se suele objetar la noción de víctima por estar asociada a la pasividad y se considera más adecuada la designación de sobreviviente porque señala los elementos de acción y transformación a los que los individuos victimizados suelen apelar. Se señala que la victimización es un proceso como lo es la sobrevivencia.
En la noción de víctima, el sujeto de la acción es el agresor a quien se le atribuye la capacidad de obrar y transformar a través de sus actos a alguien en su víctima. Por el contrario, en la noción de sobreviviente el sujeto de la acción es la mujer, niña o niño que fueron victimizados. La sobrevivencia, por lo tanto, es un proceso activo porque significa alejarse del peligro psíquico que implica la violencia. Es el producto de la interacción entre padecimiento y resistencia, entre desesperanza y necesidad de recuperación.
Esta distinción descentra de la escena a quien comete violencia e incluye a quien fue violentado. Se recuperan los recursos que el sobreviviente empleó para defenderse o desviar las intenciones del agresor y así se evita construir identidades de víctima pasiva «para siempre». No es lo mismo decir «yo soy una mujer golpeada», «yo soy una mujer violada», que decir «yo soy una mujer que fui golpeada», «yo fui violada». Este giro de la expresión designa una acción pasada y desarticula la escena. Implica un hecho, un momento y otro que cometió violencia e involucró en contra de su voluntad a quien la padeció. Implica una acción y un hecho que delimita que uno es el atacante y otro quien fue atacado.
La acepción de sobrevivencia se refiere también a la posibilidad que tienen las personas agredidas de emplear diferentes recursos para enfrentar y sobreponerse a los efectos de la violencia. No obstante, cuando esta es ejercida cotidiana y sistemáticamente —como podemos observar en ciertas formas de violencia que ocurren dentro de una familia— convierte a la persona agredida en un ser pasivo, ya que cada vez se debilitan más sus posibilidades de respuesta. No poder predecir las situaciones violentas y vivir en estado de permanente vigilancia debilita los recursos y los mecanismos defensivos y aumenta la imposibilidad de pedir ayuda.
Hooper (1995: 11), cuando objeta la distinción entre víctima y sobreviviente, lo hace poniendo de relieve que la sobrevivencia debe ser el objetivo mínimo. La victimización es un proceso como lo es el de sobrevivencia y aún pueden coexistir, pero esta distinción puede poner en peligro la realidad de la violencia porque no todas las personas pueden resistir a sus efectos. Existe un alto porcentaje de mujeres que no sobrevive a la violencia sistemática. Algunas de ellas quedan profundamente afectadas o con lesiones invalidantes. Otras se suicidan o son asesinadas. En el vaso de abusos sexuales o maltratos físicos de niños, niñas y jóvenes, los recuerdos de esas situaciones abusivas actúan en forma traumática manifestando sus efectos en diferentes momentos de la vida, aunque también es necesario recalcar que existe un alto porcentaje de suicidios en niñas, niños y adolescentes abusados sexualmente.