Sobre mi dimisión

La elección de Scheel, expresidente federal, como miembro de honor de la Academia de Lengua y Poesía fue sólo para mí la última razón definitiva para separarme de esa Academia de Lengua y Poesía, que en mi opinión nada tiene que ver con la lengua ni con la poesía, y cuyo derecho a existir debe negar evidentemente, con conciencia tranquila, toda persona que piense con sensatez. Durante años me he preguntado por el sentido de esa, así llamada, Academia de Darmstadt, y he tenido que decirme una y otra vez que ese sentido no puede consistir en que la asociación, que en definitiva sólo se fundó por la simple razón de reflejar a sus vanidosos miembros, se reúna dos veces al año para autoinciensarse y allí, tras un viaje caro, de lujo, pagado por el Estado, se dedique a comer y beber manjares y bebidas servidos en buenos hoteles de Darmstadt, a fin de hablar durante una semana escasa de su insípido y soso caldo literario. Si ya un poeta o escritor resulta ridículo y, donde quiera que sea, difícilmente soportable para la sociedad humana, ¡cuánto más ridícula e inaceptable resulta toda una horda de escritores y poetas, y de los que se tienen por tales, amontonados! En el fondo, todos esos galardonados llegados a Darmstadt por cuenta del Estado se reúnen para, después de un año impotente de odio recíproco entre colegas, aburrirse otra semana más en Darmstadt. La cháchara de los escritores en las salas del Hotel Kleindeutschland es sin duda de lo más repulsivo que cabe imaginar. Pero apesta de forma más apestosa todavía si está subvencionada por el Estado. ¡Lo mismo que, en general, todo el vaho actual de las subvenciones apesta al cielo! Los poetas y escritores no deben ser subvencionados, y mucho menos por una Academia subvencionada, sino ser abandonados a sus propias fuerzas.

Ahora bien, la Academia de Lengua y Poesía (¡el nombre más absurdo del mundo!) publica todos los años un Anuario, ¿quizá tenga un sentido? Sin embargo, en ese Anuario cada vez, y una vez y otra, antes ya de ser compuesto, se imprimen polvorientos, así llamados, ensayos que, como queda dicho, nada tienen que ver con la lengua ni la poesía, absolutamente nada con el intelecto, porque proceden del encasquillamiento de las máquinas averiadas de charlatanes sin talento, como diríamos en Austria, de gschaftlhubern (personajillos) descerebrados. ¿Y qué hay, además de esos productos insípidos, en ese Anuario de la Academia? Una larga lista de todas las oscuras distinciones imaginables e inimaginables que esas lombrices intelectuales han «recibido» el año anterior. ¿A quién le interesa eso, salvo a las propias lombrices? Por añadidura, y no debe olvidarse, una hipócrita «Relación de fallecidos», con embarazosas necrologías, como una especie de póquer de la muerte académico, a cual más penosa y estúpida. Lástima que ese Anuario se imprima en un papel tan costoso, que cabe imaginar no resulte adecuado para encender mi estufa de Ohlsdorf. Cada vez que el portero deposita su carga en mi casa, tengo las mayores dificultades.

Sin embargo, se dirá, la Academia de Lengua y Poesía (¡por ese nombre merecería su inventor a posteriori el Premio Büchner!) otorga al fin y al cabo el Premio Büchner, la, así llamada, distinción literaria más codiciada de toda Alemania.

No entiendo por qué esa oscura Academia debe conceder el Premio Büchner, porque para esa concesión nadie necesita una academia. Y mucho menos una Academia de Lengua y Poesía, cuya única característica conceptual y lingüística es su nombre, y nada más. Personalmente, no he vuelto a tomar en serio mi elección para la Academia, desde hace, como suele decirse, exactamente siete altos. Sólo poco a poco cobré conciencia de lo dudoso de esa Academia de Darmstadt, y he comprendido realmente en serio su carácter dudoso al leer que el señor Walter Scheel ha sido elegido miembro de la Academia, por lo que he salido de ella sin vacilar. Si el señor Scheel entra, he pensado, yo puedo salir en seguida.

Deseo a la Academia de Lengua y Poesía, a la que considero de lo más prescindible para Alemania y para todo el resto del mundo, y que sin duda es para los poetas (¡los que lo sean!) y los escritores (¡los que lo sean!) más perjudicial que útil, todo lo mejor con el señor Scheel. La Academia de Darmstadt (¡de Lengua y Poesía!) envía siempre automáticamente, cuando muere uno de sus miembros, una esquela, siempre con el mismo texto (sobre cuyo lenguaje y poesía podría discutirse). Tal vez pueda ver yo un día cómo envía una esquela en la que no recuerde a ninguno de sus dignos miembros, sino a sí misma.