Muchas veces le he oído decir a mi compañero de vida y de oficio, Xulio Ricardo Trigo, que construir una novela es algo así como crear un lugar donde sea posible vivir. Verdaderamente, hacerlo implica una extraordinaria osadía y supone todo un reto. Son muchas las cosas que se ponen en juego.
A menudo me pregunto cómo es posible trasladarse a un pasado lejano sin perder el contacto con la realidad, cómo hacer para crear una atmósfera que te envuelva e, incluso, te absorba, y seguir respirando cotidianidad. Estoy segura de que solo con la ayuda de muchas personas, conocidas pero también anónimas, se puede llevar a término un proyecto como este.
Es por eso que, al hacerse realidad el libro que tenéis en vuestras manos, quiero daros las gracias y manifestar mi profundo reconocimiento por vuestra generosa e inestimable aportación.
Durante todo este tiempo de investigación y escritura he sido menos asequible a mi gente, esa que sufre en silencio mi desdoblamiento, el cual, como mínimo, le provoca cierta extrañeza. Gracias por la paciencia especialmente a mis hijos y familia, a mis amigos y compañeros.
Gracias también a aquellos historiadores y estudiosos que han dedicado buena parte de su vida a profundizar en hechos y personajes que han sido decisivos en la novela. Podría mencionar a Teresa Vinyoles, Carme Batlle, Coral Cuadrado, Juanjo Cáceres, Víctor Hurtado, Guillem Morro, Mario del Treppo, Georges Jehel, Philippe Racinet, Miguel Raufast Chico, María del Carmen Arjona Núñez, Roger Benito y muchos más.
También a la conservadora en jefe del Museu Monestir de Pedralbes, Anna Castellano i Tresserra, por su amable colaboración, por abrirme las puertas del monasterio y permitirme estudiarlo a través de su libro. A Rosa Cúbeles y Rafel Rovira, de Tortosa, por su hospitalidad y ayuda en la búsqueda de información. A Francesc Miralies, por dejarme instalar en su estudio de Barcelona y, de esta manera, facilitarme la proximidad a las fuentes. A mi agente, Sandra Bruna, por seguir confiando en mí y darme todo su apoyo. A Joan Bruna, ¡mi lector más fiel! A Ernest Folch, director de Ediciones B, por una apuesta tan valiente, y a Carol París, mi editora, por mostrarse próxima y siempre dispuesta.
Una mención muy especial a todos y cada uno de los libreros y libreras, por la pasión, la energía y la confianza con la que llevan a cabo una tarea encomiable y de los que he recibido un trato exquisito.
Gracias a todos mis lectores y lectoras, a los amigos y conocidos que me han animado en momentos de cansancio y han compartido dudas con palabras de ánimo. Habéis sido brújulas incansables y seguras.
Y a ti, lector, lectora, anónimo. Si no existieras, nada de todo esto habría sido posible. ¡Gracias!
Fin