8

Un acto de misericordia

La atronadora partida de Verden de Este Sitio creó una devastación de ruido y confusión. Pequeños torbellinos de aire aullaron y danzaron por la enorme estancia, arrojando cosas a un lado y a otro, achatando las lumbres de los estofados y levantando una espesa neblina de polvo. Sopapo, Destello y los otros que acababan de entrar, con los traseros cubiertos de ampollas y las ropas chamuscadas, se pusieron en pie y miraron en derredor, desconcertados. Algo muy grande acababa de pasar por encima de ellos, y no conseguían ver nada por culpa del polvo.

A su alrededor, se entremezclaron una serie de voces quejumbrosas:

—¿Qué suceder?

—¿Dónde ir dragón?

—¿Dónde Gran Bulp?

—¿Quién comer mi estofado?

—¡Todo mundo callar! —gritó Sopapo—. Gran Dragón Rojo perseguir nosotros en túnel. ¡Incendiar a nosotros! ¿Dónde Gran Bulp?

—¿Quién?

—Como se llame… el Gran Bulp. ¡Fallo! ¿Dónde Fallo?

—¿A quién importar? —gimoteó una voz—. ¿Dónde mi estofado?

—¿Dónde Sopapo? —inquirió una figura borrosa que acababa de aparecer entre la bruma, apoyándose en un mango de escoba.

—Justo aquí. ¿Qué querer Gandy?

—Sopapo dice Dragón «Rojo». ¿Dónde?

—En túnel grande —repitió el otro—. Gran Dragón Rojo. Dragón de fuego.

—Empezar a haber muchos demasiados dragones por aquí —añadió Destello en tono firme—. Gran Bulp tener que hacer algo.

Les llegaron entonces los rugidos del combate, resonando por el pasillo principal y haciendo estremecer las paredes de Este Sitio.

Sin su jefe a la vista, Gandy decidió encargarse él de dar las instrucciones de emergencia.

—¡Correr como locos! —chilló.

Cegados por la polvareda, los enanos gullys echaron a correr en todas direcciones —chocando entre ellos en su mayoría— y a medida que el polvo empezó a posarse pudieron apreciarse amontonamientos y revoltijos de aghars por todo Este Sitio.

Fuego Garra Candente era enorme, mucho mayor que Verden Brillo de Hoja, y un luchador implacable y astuto. En cuanto se dio cuenta de que su adversaria se encontraba detrás de él, extendió las alas, frenó en seco y le lanzó un trallazo con la inmensa cola. La hembra de dragón giraba en aquel instante para atacar, y la cola la cogió en situación de desequilibrio. El apéndice le golpeó con un ruido sordo el hombro izquierdo por debajo del ala, y la pata del reptil quedó entumecida. El segundo golpe no dio en el blanco, pero la hembra había perdido la ventaja. Se enderezó y vio que Fuego se daba la vuelta, arañando las paredes con las garras mientras giraba para enfrentarse a ella.

Algo tiró de su cresta, y unos pies diminutos patearon violentamente frente a su ojo derecho.

—¡Sal de en medio! —bramó el reptil, sacudiendo la cabeza.

Encaramada en lo alto de su cuello, Lidda se sujetó bien y alargó una mano para tirar hacia arriba del Gran Bulp, y apartarlo del rostro del dragón.

—¡Fallo fuera de camino! —ordenó—. ¡Dragón ocupado!

—Sí, querida —jadeó el enano, que, casi ciego de terror, aceptó la mano que le tendían y trepó a reunirse con ella.

Verden intentó hostigar a Fuego, pero en ese momento el macho se encontraba cara a cara con ella, y el desprecio en su voz era brutal.

—Eres blanda, lagartija verde —se mofó—. ¡Y llevas jinetes! Señores muy apropiados para alguien como tú: ¡enanos gullys! —Con una risita diabólica, abrió la boca y una cegadora llamarada brotó al exterior. Impulsivamente, y por despecho, apuntó arriba, directamente a la cresta de su adversaria y a la pareja de aghars aferrados allí.

Verden se dio cuenta, y el mandato la aguijoneó: los dos enanos no debían resultar heridos. Su deber era protegerlos. Así pues, en el último instante estiró el cuerpo hacia arriba, al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y exponía el pecho a la impetuosa y mortífera llama. «Reorx —pensó—, me alzo contra el Mal. Abandono para siempre las sendas de la maldad».

El fuego dio en el blanco, en forma de rugiente masa de llamas al rojo vivo que aumentaron y se expandieron, hasta llenar el pasillo. La potencia de la llamarada lanzó a Verden hacia atrás, aturdida y desorientada. La hembra fue a estrellarse contra un muro, se tambaleó unos instantes y volvió a erguirse; no sabía cómo, pero aparentemente estaba ilesa. Cuando bajó la mirada comprendió que el escudo de hierro de su pecho había desviado el fuego y proyectado la llamarada hacia atrás. El óvalo seguía estando tan frío como antes, ahora su superficie ya no aparecía oxidada y manchada. Como si todos los siglos transcurridos hubieran quedado volatilizados, la placa de metal relucía entonces, convertida en un poderoso escudo de hierro bruñido.

—¿Qué decir Gran Bulp? —chilló Lidda, aferrada con energía en lo alto de la cresta de la hembra de dragón.

—¿Qu… qué? —tartamudeó él.

—Fallo decir, «sí, querida» —le recordó la enana.

—¿No decir?

—¡Claro que decir! ¿Fallo querer casar?

—¡Ni hablar!

—¡No discutir, Fallo!

—Sí, querida.

—Reorx —musitó Verden, y una nueva comprensión inundó su cerebro. En aquel instante de fuego, había rechazado a la Reina de la Oscuridad que la había castigado, y lo que era más, había aceptado a otro dios, un dios de un color completamente distinto.

Varios metros más allá, Fuego Garra Candente sacudió la cabeza, intentando aclarar su visión, ya que el rebote del fuego casi lo había cegado. El largo cuello de Verden se balanceó, cronometrando sus movimientos, imitándolo, y las grandes ancas se encogieron bajo el cuerpo llenas de energía. Fuego se tambaleó, buscando a ciegas, alzó más la testa, y la hembra de dragón se arrojó sobre él. Agachada y veloz, se lanzó al ataque y, justo mientras la cabeza de su oponente se elevaba, Verden se introdujo bajo ella con colmillos y zarpas buscando su garganta.

Todo finalizó en un instante. Las enormes fauces se cerraron sobre la parte inferior del cuello de Fuego, la zona vulnerable situada exactamente por encima de los hombros, y una afilada zarpa se cerró algo más arriba. Los colmillos taladraron las escamas, las uñas se hundieron en la carne, y el Dragón Verde retorció el cuello estremecido, desgarrándolo por completo. Brotó un surtidor de sangre oscura y palpitante, y Fuego Garra Candente se ahogó en su propio alarido. Corcoveando y debatiéndose, intentó separarse, pero la hembra se aferró a él con ferocidad, sacudiéndolo igual que un perro agita una serpiente, y destrozando así aún más su garganta.

El batir enloquecido de las rojas alas creó violentos vendavales en los confines del corredor. Luego, amainó hasta convertirse en espasmos erráticos, antes de detenerse por completo. Verden se echó hacia atrás y estudió el inmenso cuerpo desplomado en la penumbra de las antiguas arcadas de piedra.

—Reorx —susurró—. Me he apartado de la trayectoria de la lanza. ¿Estoy libre?

El escudo de hierro de su pecho vibró. Son ellos quienes deben decirlo, le indicó algo. Pídeles que tengan misericordia.

Volvió a ser consciente de la presencia de los dos enanos gullys, que seguían aferrados a su cresta, y bajó la cabeza.

—Dejadme libre —dijo.

Durante un momento, Fallo siguió agarrado con desesperación; luego comprendió que todo el alboroto había finalizado.

—Vale —respondió.

Tras soltarse, el enano gateó en dirección al suelo y se puso en pie, mientras intentaba recordar al menos algo de lo que había contemplado. No estaba muy seguro, pero ¡le parecía que acababa de combatir contra un Dragón Rojo y vencido! Empezó a hincharse de orgullo y, cuando llegó por fin junto al reptil muerto, andaba ya dándose aires con una sonrisa de autosuficiencia. Lidda lo siguió, y lo cogió de la mano.

—Eso todo resuelto, pues —anunció—. Nosotros casar enseguida.

—¿Nosotros hacer qué? —Fallo volvió la mirada para observarla, perplejo.

—No importa —repuso ella con energía—. Todo arreglado.

—¡Gran Bulp matar un dragón! —rió entre dientes, señalando el cadáver de Fuego Garra Candente cuyo color rojo perdía intensidad por momentos—. ¡Glorioso Fallo el Supremo, Gran Bulp y… y Atiza-dragones! ¡Tú traer aquí todo mundo para que poder ver dragón que Gran Bulp matar!

Empezó a trepar por el cuerpo, con la intención de colocarse en lo alto y ser admirado, pero Lidda tiró de él hacia atrás.

—¿Gran Bulp dejar que otro dragón marcha?

—¡Yo ya hacer! —le recordó el enano—. Soltar, despachar y… —Volvió los ojos hacia Verden, frunciendo el entrecejo—. Muy mejor dragón desaparecer mientras Gran Bulp mostrar dragón muerto —indicó—. ¡No necesitar aquí! ¡Fuera! ¡Marchar! ¡Regresar luego!

—Fallo no necesitar nunca más dragón —perseveró Lidda—. Fallo gran atiza-dragones. No necesario tener dragón con él.

—No —admitió el enano—. Sólo molestar, «pobablemente».

Lidda contempló a Verden unos instantes, con algo parecido a la auténtica comprensión brillando en su mirada. Enseguida dio un codazo a su compañero en las costillas.

—«Alante», pues —exigió—. Gran Bulp decir: «dragón libre».

—Vale —respondió Fallo—. ¡Dragón libre! ¡No necesitar más nunca dragón! ¡Tú marcha! —Agitó una mano con gesto autoritario—. ¡Fuera!

Los ojos de Verden se abrieron de par en par. En su interior, algo se desprendió y se vio libre de sus cadenas. El mandato estaba roto. ¡Era libre! Libre para hacer lo que quisiera. ¡Libre incluso para matar a esas criaturas miserables si quería! Sin embargo, Lidda le había devuelto su vida. ¡La pequeña enana gully —la más insignificante entre los insignificantes— había llevado a cabo un acto misericordioso!

Verden Brillo de Hoja dio media vuelta. Ascendiendo por el pasadizo, y más allá de otros pasillos interconectados, fuera de la ciudad sepultada de Xak Tsaroth, lejos de El Pozzo, se extendía todo un mundo que ella no había visto nunca en esta vida, y estaba allí fuera, aguardándola.

Algo tintineó a sus pies, y bajó la mirada. El Escudo de Reorx se había desprendido de su pecho. Con suavidad, lo recogió entre las garras y se volvió a medias, mostrándolo a los enanos gullys.

—Guardad esto —indicó el Dragón Verde—. Cuando tengáis hijos, dádselo a ellos.

No volvió a mirar atrás. En cierto modo, la visión del Gran Bulp, de pie, encima de un dragón muerto, luciendo una expresión complacida y arrogante y creyendo realmente que él, en persona, había matado a la gran bestia, era un poco más de lo que Verden Brillo de Hoja realmente estaba dispuesta a soportar.

Pero en su mente, mientras reptaba por el ascendente recodo, un voz silenciosa y férrea susurró:

La lanza vista desde un lado pasa de largo. Pero sigue siendo una lanza, Verden Brillo de Hoja. Un día volverás a ver mi escudo. Un enano gully —el más improbable de los héroes— lo llevará. Llegado ese día verás una señal. Cuando lo hagas, tal vez desees saldar algunas viejas cuentas.

«¿Venganza?», se preguntó el dragón.

Equilibrio, respondió la voz de hierro. Del caos puede surgir el orden. Pero primero debe existir el equilibrio.