En medio de la oscuridad, Tramp escuchó un rugido que recordó de inmediato. También sonó el grito de una voz asustada, y un vendaval barrió la estancia. Notó el contacto de una garra enorme y dio rápidamente un paso hacia atrás. La gigantesca zarpa pasó de largo, y un trasgo gigante empezó a aullar de terror. El kender se aplastó contra la pared mientras sonaban dos alaridos más.
Beglug profirió un sonido gorjeante y alegre y, acto seguido, reinó el silencio y todo lo que se pudo escuchar fue el gemido del viento. Luego, también éste cesó y al cabo de unos instante una débil claridad que surgía de los bastones de los hechiceros iluminó la habitación. La luz más débil brotaba de la vara de Halmarain, que yacía boca abajo y apenas se atrevía a levantar la cabeza.
La segunda pertenecía a Chalmis y la tercera a un Túnica Roja que había desaparecido hacía varias semanas y que tenía un aspecto demacrado y cansado.
Tramp reconoció a Orander y se percató de su delicado estado, así que, como buen kender, se apresuró a procurarle un asiento y le acercó un taburete.
—Tú eres Orander. Te hemos estado buscando. Bueno, no exactamente a ti, sino a un mago que nos ayudara a rescatarte porque Halmarain nos había prometido que nos harías una buena demostración de magia si la ayudábamos. La verdad es que, aunque ella me eche la culpa de todo, yo…
—¡Maestro Orander! —interrumpió Halmarain, que contemplaba al Túnica Roja con lágrimas en los ojos desde el suelo—. ¡Estáis vivo! Gracias a los dioses. Casi había perdido toda esperanza.
—La medida del tiempo no debe de ser igual por allí —le dijo Chalmis al recién llegado, haciendo caso omiso de los comentarios de los demás.
—Si lo hubiera sido no habría sobrevivido —declaró Orander que acababa de darse cuenta de que su ausencia de Krynn había durado semanas—. Puesto que tenía en mi poder una de las piedras he podido seguir los pasos de Halmarain, aunque supongo que las distancias tampoco eran las mismas. La verdad es que todo este tiempo me ha seguido un merchesti adulto, aunque no sé con qué propósito. Pero ¿qué te ocurre? —preguntó, mirando a su aprendiza.
La joven se estaba retorciendo, como si quisiera aliviar un calambre o algo parecido.
—No es nada. Ahora que ya estáis aquí, todo va bien. Supongo que algo o alguien me golpeó en la oscuridad. ¡Claro, seguro que fue Draaddis Vulter! Se precipitaba hacia mi cuando se hizo la oscuridad y se abrió el portal.
—Pues entonces eso significa que ahora se encuentra en el plano de Vesmarg —comentó Tramp, mirando a su alrededor.
El Túnica Negra había desaparecido junto con los golems, y los goblins y los trasgos gigantes emprendían una precipitada huida perseguidos por los neidars. Los dos gullys miraron a los hechiceros, que conversaban animadamente, y se acercaron a Ondas.
—¿Comer ahora? —preguntó Grod como si la lucha con los humanoides, el enfrentamiento entre los hechiceros y la apertura del portal no hubiesen sido más que una molesta interrupción de otros asuntos más importantes.
Halmarain se separó de sus colegas a regañadientes y aseguró a los aghars que enseguida prepararían algo de comer.
Cuando Ondas y la pequeña aprendiza estaban a punto de servir el pastel de maíz, aparecieron los seis neidars. Tenían las armas manchadas de sangre y aseguraron que habían expulsado a todos los goblins y acabado, por lo menos, con los más pequeños.
Al día siguiente, los hechiceros se pasaron toda la mañana debatiendo sobre las piedras del portal, mientras los enanos se dedicaban a explorar las cavernas de Digondamaar y los kenders inspeccionaban y manoseaban todo lo que encontraban a su paso sin que nadie, ni siquiera ellos mismos, se diera cuenta de que el peso de sus macutos aumentaba alarmantemente.
—Túnicas Rojas «traspotarse» a su Este Sitio —les informó Grod, que aunque no había acertado con la palabra sí había entendido que los hechiceros regresarían por métodos mágicos—. ¿Nosotros poder buscar ahora un buen Este Sitio para nosotros? ¿Vosotros ayudar? —preguntó.
—Se lo prometimos —le recordó Ondas a su hermano—. Estoy convencida de que les encantará Solanthus. Además, yo no he llegado a conocerla.
Finalmente aburridos por no tener más cosas por las que interesarse, los kenders, acompañados de los gullys, partieron al atardecer y fueron en busca de los ponis.
—El maestro Orander y el maestro Chalmis son unos hechiceros muy simpáticos —comentó Ondas mientras sacaba de su morral el anillo que había cogido del arcón de Orander. El mago se había mostrado tan agradecido por su colaboración que les había regalado los anillos. Su debilidad le había impedido reforzar el conjuro, pero Chalmis lo había hecho por él.
—El maestro Chalmis también ha aumentado los poderes del mío —dijo Tramp, al tiempo que sacaba el suyo, muy ufano. Para su sorpresa, junto con el aro apareció el Mapa de las Secretas Tradiciones.
—¡Caramba, pensé que se lo habíamos devuelto a los neidars! —exclamó realmente sorprendida.
—Bonita cosa ser para bonita kender —terció Grod, que intentó acariciar la larga y rubia trenza de la muchacha.
—Grod, ya te hemos dicho que no hay que coger las cosas que no nos pertenecen —lo reprendió Tramp, que enseguida añadió—: ¡Pero tenerlo es fantástico! ¡Recórcholis, pensad en la cantidad de sitios que podremos descubrir y en todos los enanos que conoceremos y que, de otro modo, nunca nos visitarían! Los enanos son estupendos haciendo objetos interesantes, aunque algunos sean tan antipáticos como Halmarain. ¡Estoy convencido de que después de haber pasado tanto tiempo viviendo bajo tierra, estarán encantados de ver gente nueva!
—Sí. Eso sería divertido —dijo Ondas—. Además, así podremos devolverles el collar la próxima vez que nos los encontremos. Ya sabéis cómo se ponen esos neidars cuando les quitan algo.
—Saltatrampas ladrón muerto —dijo Humf y su hermano asintió.
—Sí, eso ser buena historia. ¿Kender contar?
Ondas le lanzó una mirada de complicidad a su hermano y éste empezó a hablar:
—Mi pobre tío Saltatrampas… no creo que hubiera peleado con aquel desconocido si hubiera sabido que se trataba de un golem de piedra…
Astinus de Palanthas se permitió una sonrisa mientras escribía…
Bajo las ruinas de Pey, a gran profundidad, una tela de seda negra finamente bordada cubría la oscura esfera. En sus dominios, Takhisis rugía de furia porque se había percatado del tránsito de Draaddis Vulter hacia el plano de Vesmarg. De esa manera había perdido a uno de sus más fieles sirvientes y, envuelta como estaba por el manto de raso, carecía de poderes para asomarse al mundo de Krynn.
En la superficie, un lobo despertó y se desperezó. Esa noche había dormido bien y ningún sueño extraño había perturbado su reposo. La verdad era que no tenía ni idea de qué podía haberle causado tan tremendas pesadillas, pero llegó a la conclusión de que había sido por algo que había comido.
Y así termina la historia de mi tío Saltatrampas Fargo.