36

Una segunda bola de fuego atravesó el corredor y penetró en la sala y, nuevamente, neidars, aghars y kenders se refugiaron tras los fragmentos caídos de las mesas de piedra.

—¡Caramba, menudo disparo! ¿Os imagináis lo difícil que debe ser lanzar algo así por un pasillo? —exclamó Tramp que, acto seguido, cargó la honda de su jupak con una roca, y disparó el proyectil. La piedra salió a toda velocidad y se perdió en la oscuridad del corredor.

La reacción, que no tardó en ser oída, fue típicamente humana. Una imprecación cargada de sorpresa e irritación.

—¡Le has dado al hechicero! —dijo Tolem mirando al kender con renovado respeto. Acto seguido, disparó con su arco en la misma dirección y enseguida se escuchó el grito de dolor de un goblin.

—Deben de estar apelotonados. Seguramente le acertaremos a algo si seguimos disparando —dedujo Ondas, lanzando un dardo al mismo tiempo que los cinco neidars disparaban sus arcos.

Los venablos penetraron por el pasillo y se oyeron más gritos. A pesar de que les era imposible saber quién había alcanzado a quién, siguieron tirando con todo lo que tenían y escuchando más exclamaciones de dolor. No obstante no volvieron a oír la voz del hechicero.

—Probablemente ha enviado a sus esbirros por delante —comentó Tolem.

Todos sabían que los hechiceros no usaban armas, sino sus poderes mágicos y, por lo tanto, era razonable pensar que el mago se había refugiado tras sus mercenarios o se había protegido con algún conjuro.

Tras la última andanada no sonaron más aullidos, pero tampoco ruido de pasos ni de nada que se moviera. El silencio parecía tan misterioso y terrorífico como la presencia de aquellos enemigos ocultos por la oscuridad.

—Nosotros buscar Túnica Blanca —dijo Humf—. Él luchar con Túnica Negra.

—No. Dejadlo en paz —respondió uno de los neidars, agarrando del brazo al gully.

—Sí. Es mejor así —terció Tolem—. No tengo mucha idea de magia, pero creo que esa criatura vuestra es una especie de demonio. Si entendí bien la conversación, creo que están intentado devolverla a su mundo, ¿no?

—Eso es lo que pretenden —repuso Ondas—. Eso y rescatar a Orander, el Túnica Roja. Halmarain nos prometió que él nos enseñaría algunos buenos trucos cuando regresara, pero ahora ya no estoy tan segura. Los hechiceros parecen todos tan gruñones como los enanos. ¡Uy!, perdón no pretendía ofender, ahora que ya tenéis vuestro collar…

Tramp apenas prestaba atención a las palabras de su hermana. El silencio y la repentina tranquilidad estaban empezando a aburrirlo. Estaba deseando una buena pelea.

No creía que hubieran acabado con todos los humanoides. Incluso suponiendo que todos los proyectiles que habían lanzado hubieran dado en el blanco, no habían sido suficientes para acabar con los trasgos gigantes y los goblins. Por el silencio que había seguido a la última andanada, estaba claro que sus enemigos o bien se habían retirado o bien habían encontrado refugio.

Mientras Ondas seguía discutiendo con los enanos, el kender se arrastró hasta una de las paredes de la sala y se asomó al corredor para comprobar si había allí algo de interés. Se encontró frente a frente con los porcinos ojos de un goblin que llevaba un gran casco de hierro.

El humanoide lanzó un grito de alarma y retrocedió mientras Tramp se ponía en pie y corría en busca de refugio.

—¡Se están arrastrando por el pasillo y casi han llegado a la entrada! —gritó al tiempo que se refugiaba tras una mesa caída y hacía acopio de pedruscos para su jupak.

—Está bien, vamos a lanzarles una andanada rasante —ordenó Tolem a sus camaradas.

Esta vez, la descarga produjo el deseado coro de gritos y aullidos. Entonces, escucharon una voz que desde atrás profería una serie de órdenes y una veintena de criaturas entraron en tropel en la gran sala.

Ondas y los enanos los esperaban con las armas dispuestas. En ese momento podían ver claramente sus blancos, y cuatro trasgos gigantes cayeron antes de que hubieran podido avanzar cuatro pasos en el iluminado comedor. Los restantes se lanzaron por encima de sus compañeros muertos sobre los enanos y los kenders antes de que éstos tuvieran tiempo de recargar las armas.

Tramp, que estaba en un lado de la sala, cargó su jupak con una piedra grande y mellada y la lanzó con todas sus fuerzas contra la espalda de un goblin que crujió siniestramente. Rápidamente y sin apartar la vista del combate que se desarrollaba ante él, se agachó en busca de otra roca, pero no encontró ninguna cerca y recordó que sólo le quedaban las que tenía en su macuto.

Metió la mano y palpó un anillo. Se lo puso e inmediatamente desapareció.

Tramp se preguntó si debía seguir con el anillo puesto. ¿Por qué no? No sólo se hallaban en inferioridad numérica, sino que también se enfrentaban a un mago.

Se preguntó si le quedarían bolas inflamables y rebuscó en el morral, pero se le presentó un problema. Siendo invisible él y todo lo que tocaba, le resultaba imposible distinguir una esfera de una piedra, así que decidió atacar a sus enemigos con la jupak y encontró una buena presa: un gran trasgo gigante que en ese momento se abalanzaba sobre los gullys. Sin embargo, cambió de objetivo y escogió a un goblin que se acercaba de puntillas y estaba a punto de agredir por la espalda al cabecilla de los neidars, quien, por el momento, mantenía a raya a los humanoides asestando grandes hachazos a diestro y siniestro.

El goblin vio su oportunidad y se acercó con la lanza dispuesta, pero Tramp, que desde su posición no podía asestarle el golpe fatal, lo hizo tropezar metiéndole la jupak entre los pies. El arma de la criatura salió despedida, pasó junto a Tolem, que en ese instante esquivaba a un agresor y atravesó al desprevenido atacante.

Algo empujó a Tramp por detrás. El kender se dio la vuelta y vio que un goblin se había quedado quieto en el sitio, buscando con la mirada algo que había notado pero que no podía ver. Sin dudarlo, Tramp lo atravesó con el extremo acerado de la jupak.

Dos goblins vieron que su compañero caía abatido por un arma invisible y huyeron despavoridos lanzando gritos a su hechicero de que se estaban enfrentando a poderes mágicos.

Tramp hizo caso omiso y fue en pos de su hermana justo a tiempo de verla que retrocedía ante un trasgo descomunal. La enorme criatura levantó su pesada arma, pero en un rápido y ágil movimiento, Ondas se hizo a un lado, trepó encima de una de las mesas y, usando la whippik como una honda, lanzó un pedrusco que alcanzó en pleno rostro al trasgo, que soltó su lanza y se cubrió la cara con ambas manos.

Tramp, para no ser menos, le atizó a otro en la cabeza con tan buena fortuna que le hundió la nariz en el cráneo, fulminándolo en el acto.

—¡Tramp! —exclamó la kender que acababa de ver cómo se desplomaba un trasgo gigante sin que nadie hubiera intervenido aparentemente en ello—. ¿Llevas puesto el anillo? —preguntó, mientras lanzaba rápidas miradas a sus enemigos—. ¿Qué te parece esta pelea, verdad que es divertida? Estaba empezando a pensar que no haríamos nada interesante en este viaje. —Esquivó un venablo que le habían lanzado y, cuando éste rebotó en la pared, lo recogió y lo arrojó a la confusa pelea.

Tres neidars se batían furiosamente contra los goblins que los rodeaban y los obligaban a retirarse; pero, en ese momento, apareció Draaddis Vulter. El hechicero inclinó la cabeza, como si escuchara otros sonidos distintos de los del combate, los ojos le llamearon de furia y pronunció un conjuro. Inmediatamente, una tormenta de hielo se abatió sobre atacantes y defensores por igual, y una lluvia de fragmentos helados los golpeó a todos con extrema violencia y los empujó hacia la puerta del fondo de la sala. El mago pasó al lado de la gélida cortina sin inmutarse.

A pesar de que seguía siendo invisible, Tramp retrocedió junto a los demás, intentando protegerse de los fríos y punzantes meteoros. Los gullys, que habían permanecido atrás de todo, fueron los primeros en escabullirse por el corredor, seguidos por los neidars y los kenders a los que perseguían los humanoides. Los trasgos gigantes tuvieron que agacharse para poder pasar por el bajo dintel.

La tormenta los persiguió por el corredor y fue apagando las antorchas una a una, a medida que avanzaba. Los fugitivos escaparon hacia la luz mientras a sus espaldas la ventisca avanzaba en la oscuridad.

Todos siguieron los pasos de los aghars, así que a Tramp no le sorprendió que desembocaran en pleno laboratorio de Chalmis Rosterig, una estancia llena de estanterías repletas de libros y pergaminos, y mesas cubiertas de extrañas vasijas y matraces con líquidos en ebullición.

En el otro extremo de la gran habitación, Halmarain estaba de pie, sosteniendo la piedra del portal en una mano y el brazo de Beglug en la otra mientras cantaba una salmodia que el kender recordó remotamente. La voz sonaba desafinada, y Tramp sintió el impulso de enseñarle a cantar algo mejor. A su lado estaba Chalmis, que entonaba un encantamiento que parecía afectar a la voz de la hechicera, ya que sonaba más grave y más alta de lo normal.

La tormenta alcanzó la sala, giró sobre sí misma como una cortina y dejó atrapados a gullys, kenders, neidars y humanoides contra la pared de la izquierda.

Tramp vio que el Túnica Blanca pronunciaba sus conjuros justo en el momento en el que Draaddis Vulter entraba en la estancia. Chalmis se inclinó sobre Halmarain y murmuró unas palabras. Sin embargo, entre el tumulto causado por los aullidos de los goblins, los gritos y las amenazas de los enanos y el golpeteo del pedrisco, el kender no pudo captar las palabras del hechicero. Luego, éste se puso en pie, levantó la mano y dijo algo inaudible. De repente, la tormenta se desvaneció y el kender perdió su invisibilidad.

El Túnica Blanca prosiguió con sus cánticos y un resplandor rodeó a la pequeña aprendiza, que seguía sosteniendo la piedra y al merchesti, y enseguida se sumó con su voz desafinada.

Libres de la avalancha de granizo, los humanoides atacaron de nuevo a los enanos y a los kenders y se escuchó de nuevo el entrechocar de las armas. Tramp tuvo que escabullirse de un goblin que intentaba atravesarlo y dejarlo clavado en el muro de piedra. Entre tanto, Ondas repelía la embestida de un descomunal trasgo con su whippik, a la que había atado una bola con pinchos de acero que convertían al arma en una letal cachiporra capaz de mantener a raya a criaturas del doble de su tamaño.

De pie, en el umbral de la puerta, Draaddis Vulter masculló cuando vio que su tormenta se deshacía. Empezó a canturrear otra cosa y los estallidos de la roca al romperse reverberaron por toda la estancia. Justo delante del Túnica Negra, el suelo se alzó y de él surgió una criatura de piedra con seis brazos, cuatro piernas pero sin cabeza. El golem hizo caso omiso de la trifulca que tenía lugar entre los goblins, los neidars y los kenders y se lanzó contra Chalmis Rosterig.

Pero éste ya había entonado su propia salmodia, de modo que hizo que surgiera del suelo una pétrea criatura llena de tentáculos que se enredaron en los pies del golem, el cual se estrelló contra el suelo con un estrépito tan grande que todos los presentes se estremecieron.

Ondas cayó y estuvo a punto de que la atravesara la lanza de un goblin. Humf intentó mantener el equilibrio, pero no pudo, y la rueda se le escapó de las manos, rebotó y golpeó al goblin en la cabeza. La criatura se puso en pie, se quedó mirando a los aghars y meneó la cabeza en un intento de aclarar sus siempre escasas ideas.

Al sentirse objeto de la estúpida mirada del goblin, Humf cogió la rueda, la sujetó como si de un escudo se tratara y retrocedió, al tiempo que Grod recordaba que tenía un hacha colgando del cinto y la desenfundaba. El aghar levantó su arma con tanta violencia que la hoja golpeó la pared de detrás, rebotó y cayó sobre el sorprendido humanoide.

Los gullys decidieron que ya habían luchado bastante. Humf agarró su rueda, Grod su manta y ambos se pusieron a correr alrededor de los seres de piedra que se debatían en una furiosa batalla en mitad de la estancia. Tres tentáculos habían desaparecido junto a unas cuantas piernas y brazos.

Tramp saltó a un lado para esquivar la arremetida de un trasgo gigante que descargó un mazazo que habría acabado con él de haberlo alcanzado. Su movimiento pilló desprevenida a la criatura, y el martillazo dio contra el suelo con tanta violencia que el trasgo quedó medio atontado y con el brazo dolorido por culpa de las vibraciones. Tramp aferró la jupak y le atravesó el pecho de una sola estocada.

A pesar de que se hallaba ocupado en repeler a sus enemigos, Tramp se percató de la presencia de Beglug, a quien Halmarain seguía sujetando. El merchesti parecía que estaba recobrando la conciencia por momentos y cada vez se mostraba más interesado en la pelea que se desarrollaba ante sus ojos. De repente, se lanzó contra los tentáculos del golem de Chalmis y le dio una dentellada. El resto del cimbreante apéndice lo empujó a un lado, y el merchesti le desgajó el cuello a un goblin que intentaba esquivar los hachazos de un neidar. Luego, con los ojos inyectados en sangre, se lanzó contra la kender.

Tramp, que en esos momentos desviaba el golpe de un trasgo mientras esperaba la oportunidad de devolverle el golpe, sonrió con satisfacción cuando se percató del movimiento del merchesti. Si Beglug se ponía del lado de Ondas, sería una buena ayuda. Al menos eso fue lo que pensó hasta que escuchó el grito de su hermana.

—¡Beglug! ¿Qué estás haciendo?

El merchesti le lanzaba furiosos zarpazos con las garras extendidas.

Tramp nunca había rehuido un combate; pero, en aquel momento, estaba más interesado en Ondas que en el bruto que tenía delante. Miró a su alrededor y se percató de que se hallaba peligrosamente cerca de los tentáculos del golem, así que se deslizó bajo uno de ellos y rodó por el suelo alejándose del trasgo. Éste, en un imprudente intento de atrapar al kender, fue a su vez atrapado por los apéndices del mágico ser.

Tramp se puso rápidamente en pie y saltó entre un enano y un goblin en un intento de llegar al lado de Ondas, pero un grupo de goblins recién incorporados a la refriega se lo impidió y los obligaron a todos a retroceder hasta que estuvieron de espaldas a la pared. Los gullys intentaron escapar pero se dieron de narices contra Draaddis Vulter. El Túnica Negra levantó la mano.

Tramp sólo pudo ver durante un instante, al otro lado de la habitación, a su hermana que retrocedía ante los ataques del enloquecido merchesti que, sin duda ninguna, intentaba matarla. Ondas había arrojado su whippik a un lado y la había cambiado por la lanza de un goblin en un intento de mantener alejado al pequeño diablo. Estaba intentando no hacerle daño y protegiéndose, pero no se había dado cuenta de que se estaba acercando peligrosamente a Halmarain, que a su vez estaba tan concentrada en el conjuro que era incapaz de enterarse de nada más.

Tramp estaba demasiado ocupado en ese momento para poder ayudar a su hermana o a la pequeña maga.

—¡Grod, ayuda a Ondas! —gritó.

Pero el gully, que se había dado la vuelta para localizar al kender en medio del tumulto, también había visto algo más. Draaddis Vulter se aprestaba a lanzar un nuevo conjuro sobre Chalmis.

—¡Yo no gustar hielo! —gritó el aghar tirándole la manta. El pesado y húmedo cobertor cayó sobre la cabeza del hechicero y lo hizo tropezar. Vulter intentó mantener el equilibrio y dio unos pasos hacia atrás, acercándose demasiado a Ondas, lo que provocó el enfado de los gullys.

—¡Tú dejar en paz a linda kender! —ordenó Humf, al tiempo que usaba su arma más poderosa. Le arrojó la rueda y el artefacto golpeó al nigromante, que cayó hacia Halmarain.

Justo en ese momento, la hechicera abrió los ojos y vio que Vulter, con una manta liada en la cabeza, se le echaba encima. Su cantinela se transformó en un grito de terror.

Entonces, surgió un resplandor de la piedra del portal y un arco de luz apareció en la estancia. De repente un negro vacío se abrió a sus espaldas y un viento caliente y huracanado sopló por toda la estancia y apagó las luces.