Tramp sonrió al mago tan pronto como se internó en los pasillos de Digondaaar.
—Hola. Me llamo Saltatrampas Fargo —dijo ofreciéndole la mano, aunque se desplazaba demasiado deprisa para que el otro pudiera estrechársela—. Le agradezco que nos haya salvado de los goblins, pero ¿realmente es necesario que vayamos tan deprisa? Me habría gustado echarle una ojeada a esa puerta suya tan interesante.
Tuvo que volver la cabeza para ver al hechicero y al resto de sus compañeros. Cuando estuvieron todos dentro, la piedra rechinó de nuevo, y la puerta se cerró con un golpe sordo y contundente.
Los pies de Tramp se detuvieron, y estuvo a punto de caer. Delante de él, Halmarain y los gullys trastabillaron, y Beglug se balanceó sobre las pezuñas y cayó contra una pared, arañándose una mano. El merchesti gimió y se lamió la herida.
El kender se dio cuenta de que podía ver a sus compañeros gracias a la luz que desprendía el mago, que parecía envuelto en una claridad que lo iluminaba todo. Pasó junto a los enanos, que intercambiaban miradas de asombro al tiempo que contemplaban lo que los rodeaba y a su mágico y reluciente anfitrión. Tramp pensó que el hechicero era sin duda más interesante que el suelo, el techo y las paredes, que aparecían tan lisos y regulares como si un cuchillo hubiera cortado la roca sin esfuerzo. En neidar, el nombre del lugar significaba «Salones Dorados»; sin embargo, no había ni rastro de oro.
Chalmis Rosterig pasó junto a Ondas, pero la kender dio un paso al frente y, al igual que Tramp, le tendió la mano.
—Hola. Me llamo Ondas Fargo y estoy encantada de conocerte —dijo mientras le tomaba la mano para que él no pudiera evitarla—. ¿Son todos los magos igual de bajitos? —preguntó, indiferente a la ceñuda expresión que apareció en el rostro de Chalmis—. Si se trata de un requisito indispensable para practicar magia, me encantaría convertirme en maga y estudiar los libros de conjuros para poder hacer cosas divertidas. ¿Sabes hacer fuegos artificiales?
—¡Kenders! —exclamó el nigromante—. ¡Lo que me faltaba!
—¡Oh, sí! Podemos ser verdaderamente útiles si se nos da una oportunidad —repuso Tramp mientras él y Ondas se ponían a caminar cada uno al lado de Chalmis—. Intentamos ayudar a Orander, pero desapareció por un portal hacia otro plano, y no pudimos hacer mucho por él. Pero, si lo puedes rescatar… Aunque nunca se sabe. Quizá le haya gustado tanto el sitio a dónde ha ido a parar que no quiera volver. Sí, eso sería una pena ya que Halmarain nos ha prometido que Orander nos hará unos cuantos trucos de magia cuando regrese. ¿Tiene poderes ese colgante que llevas al cuello? —preguntó al tiempo que intentaba tocar la joya que el hechicero llevaba colgando del cuello.
Chalmis apartó de un manotazo el gesto del kender al tiempo que se daba la vuelta y miraba de soslayo.
—Seguidme —gritó a los enanos—, de lo contrario os quedaréis a oscuras. No creo que os gusten las criaturas que reptan por las paredes cuando no hay luz por aquí.
Mientras los enanos se apresuraban, Halmarain tomó a Beglug del brazo y se lo llevó por el corredor por delante del Túnica Blanca. Grod y Humf, que seguía empujando su rueda, trotaron tras la pequeña aprendiza y el merchesti. Tras ellos, podían oír el débil sonido de golpes con los que los humanoides intentaban derribar la puerta secreta.
Siguieron adelante y, tan pronto como se fueron aproximando a una sala y vieron la primera antorcha, la luz que desprendía el hechicero se fue desvaneciendo.
—Caramba esto es más como yo lo esperaba —comentó Tramp mirando a su alrededor. En la oscilante claridad pudo ver lo que parecían ser doradas inscripciones en las paredes. Aunque sus conocimientos de metalurgia eran casi nulos, tuvo la certeza de que el más fino oro había sido usado para rellenar los símbolos grabados en la roca. No eran más que dibujos sencillos, pero estaban llenos de detalles. Se había usado oro de distintos colores y, bajo la luz de la antorchas, las vetas verdes, rojas y amarillas coloreaban los bocetos.
La sala había sido pensada para que sirviera de comedor, pues tenía más de cincuenta mesas con sus correspondientes bancos, todos ellos de piedra y perfectamente alineados. Algunas encimeras estaban rotas o aparecían caídas; pero, en su mayoría, se conservaban intactas.
Cuando estuvieron todos reunidos en aquella enorme estancia, Chalmis los miró detenidamente, aunque sus ojos se posaron con especial interés en Beglug.
—¿Para qué habéis venido acompañados por esas malignas criaturas y habéis interrumpido mi soledad? —tronó el hechicero señalando con el dedo el pasadizo por el que habían llegado. Se refería a los goblins.
Los aghars, que todavía se envolvían con sus mantas, ante el tono del mago, decidieron que lo más seguro sería refugiarse tras el kender. Beglug gruñó malévolamente y le lanzó un zarpazo al hechicero, pero éste se limitó a murmurar unas palabras, y el merchesti se quedó petrificado.
—¡Responded a mi pregunta! —bramó Chalmis.
Su orden provocó un alud de respuestas, disculpas, comentarios de todo pelo y más preguntas.
Todos parecían señalar a Tramp. Halmarain trababa de resumir los acontecimientos, empezando con el experimento de Orander, fracasado a causa de la interrupción del kender; y los neidars, que todavía no habían aceptado que un vulgar gully hubiese podido meterles la mano en el bolsillo, seguían culpando al kender de la desaparición de su Mapa de las Secretas Tradiciones.
En medio de ese barullo, Tramp intentaba explicar que no había robado nada, que la interrupción del experimento de Orander había sido involuntaria y que realmente tenía mucho interés en que el mago pudiera regresar porque así podría comentar con él los problemas que había tenido con sus anillos mágicos.
Por su parte, Ondas insistía en su buena disposición para el estudio de la magia y preguntaba a Chalmis si realmente era capaz de hacer fuegos artificiales, porque, en serio, tenía muchas ganas de ver una demostración. Y los gullys, una vez perdido el respeto a la nueva situación, se dedicaban a interrumpir a todo el mundo, aunque Tramp les había dicho una y mil veces que eso era de mala educación.
—¡¡Ya basta!! —chilló Rosterig con toda la fuerza de los pulmones.
—¡Caramba, cómo grita usted! —exclamó el kender—. ¿No podría enseñarme a hacerlo igual? Eso sí que sería divertido. Me deslizaría silenciosamente por detrás de la gente y… Aunque, la verdad, no creo que lo hiciera muy a menudo.
—Como no te calles te convertiré en rana. Eso hará que guardes silencio —amenazó el Túnica Blanca.
—¿En serio, lo haría? —preguntó Ondas en tono desafiante—. Halmarain dijo lo mismo, pero no fue capaz.
—Yo no. Pero, el maestro Chalmis, sí —advirtió la pequeña aprendiza—. Así que será mejor que cuidéis vuestros modales.
—A ver. De uno en uno —ordenó el mago—. El que haya cogido el mapa de los enanos, que lo devuelva.
—¡Ellos ya tener! —intervino Grod.
—Bien, problema resuelto. No quiero oír hablar más de él —dijo el hechicero a los neidars y dirigió su atención a Beglug—. ¿Qué es esta historia acerca de Orander y el plano de Vesmarg? Ya sabes, Túnica Roja, que no tengo por qué tratar con los que no pertenecen a mi Orden.
Halmarain respondió con una humildad desconocida para todos menos para Chalmis.
—Soy muy consciente de ello, maestro, pero estamos en un grave apuro y necesitamos vuestra ayuda. Os la rogamos, no sólo por nosotros y Orander, sino por todo el mundo. Este asunto podría afectar a todo Krynn.
La pequeña aprendiza repitió de nuevo toda la historia, esta vez haciendo hincapié en el peligro que representaba que la madre de Beglug pudiera encontrar el camino hacia este mundo o que éste pudiera crecer y desarrollarse, en lugar de culpar al kender por haber interrumpido a Orander. Dejó muy claro que su mayor interés era salvar a su maestro; luego, levantó unos ojos implorantes y añadió, explicando el episodio con el caballero no muerto y encapuchado: —Además, me temo que hay otros que saben del Beglug y de la piedra que lleva la muchacha kender.
Chalmis Rosterig escuchó ceñuda y atentamente. Las últimas palabras de la pequeña aprendiza parecieron causarle una honda impresión.
Halmarain continuó y relató la captura de Ondas y Beglug.
—Puesto que los kobolds se cuidaron de no hacerle daño y se dirigieron hacia estos parajes tan rápidamente como pudieron, sospecho que tenían órdenes de conducir a sus prisioneros hasta Pey —concluyó.
—Sí, hasta Draaddis Vulter —confirmó Chalmis, visiblemente enfadado—. Se me ocurrió cuando mencionaste al no muerto. Ojalá pudiera pensar que la Reina de la Oscuridad no está detrás de esto, pero me temo que sería demasiado pedir.
—No tenía ni idea de todo eso —protestó Tramp—. No nos lo explicaste, y no está bien. El viaje habría resultado mucho más entretenido si hubiéramos sabido que Takhisis nos perseguía. ¿Crees que puede presentarse aquí? La verdad, no me importaría nada ver un dragón.
—¿Por qué pensáis que he luchado tanto para llegar hasta aquí? —preguntó Halmarain enfrentándose con el kender—. ¿Opinas que me quejaba y protestaba sin motivo o simplemente por diversión?
—Sí, por diversión —afirmó rotundamente Grod.
—Eso, por diversión —lo apoyó su hermano.
—¡Oh, ya basta. Callaos! —les espetó la hechicera, dándose la vuelta para mirar a los aghars. Luego, miró de nuevo a Chalmis—. He traído conmigo los libros de Orander, entre ellos el de Alchviem. Puedo abrirlo y leerlo; pero no puedo hacer que los conjuros funcionen.
—Linda kender traer olla para cocinar —terció Grod.
—No obstante, todavía tenemos una de la piedras del portal —comentó el Túnica Blanca, estirándose los descomunales bigotes— si Orander todavía tiene la suya, es posible que tengamos una oportunidad. Será mejor que lo comprobemos antes de que Takhisis y sus servidores nos interrumpan.
—¿Ahora comer? —pregunto Grod.
Rosterig le lanzó una mirada ceñuda al aghar y al resto del grupo. A continuación, señaló otra puerta.
—La cocina está por ahí. Llevaos a los gullys y dejadnos en paz —indicó. Se volvió hacia Halmarain—. Lleva al merchesti a mi laboratorio y trae tus libros. Sígueme —ordenó.
—¿Linda kender preparar más pastel de maíz? —preguntó Grod mientras seguía los pasos de Ondas. Tras ellos, los neidars los seguían de mala gana, pero el comentario del gully captó su atención.
—He oído que las muchachas kender preparan el mejor pastel de maíz de todo Krynn —dijo uno de ellos, con evidente interés.
—Sí y además mi hermana es famosa por los suyos —añadió Tramp que, puesto que los neidars habían recuperado su preciado mapa, no veía razón para no mostrarse amistoso.
En las cocinas encontraron una olla con agua caliente y, mientras Ondas se aseguraba de que no era alguna extraña poción, los enanos encontraron los ingredientes que ella necesitaba. En cuestión de minutos, el caldero hervía con el maíz, y todos se acercaban con la boca hecha agua.
Entonces, escucharon una sorda vibración que procedía de la otra sala, y los gullys demostraron rápidamente su fino oído musical tapándose las orejas.
—Ya vuelven a cantar —dijo Tramp—. Y si hay algo que un mago no sabe hacer es eso. Será mejor que vaya y les enseñe que…
Ya se dirigía hacia la puerta cuando Tolem lo agarró del brazo.
—¡Tú te quedas aquí. Si he entendido bien a la pequeña hechicera, todo este lío empezó por culpa tuya, porque te empeñaste en ayudar!
Otros dos neidars bloquearon la salida mientras un tercero acudía en ayuda de Tolem.
—Todavía no estoy seguro de que no fueras tú el que nos robó el mapa —gruñó el cabecilla—. Quédate donde podamos verte.
—Sólo quería ver algo de magia —protestó el kender.
—Será mejor que no veas lo que hacen. Inmiscuirse en los asuntos de los hechiceros no reporta nada bueno.
—Creo que te equivocas —intervino Ondas, que golpeaba la cuchara de madera contra el caldero para desprender la pegajosa mezcla—. Desafinan muchísimo…
De repente, el canto de los hechiceros quedó ahogado por un estallido que resonó a través de los corredores y que fue seguido del ruido que hace una piedra al partirse y por los gritos y los rugidos de los goblins y los trasgos gigantes.
—Ya han entrado —dijo Tolem al tiempo que cogía su hacha.
—¿Cómo es posible? ¡Si el hechicero selló la puerta! —preguntó uno de sus camaradas mientras salían los seis de la cocina.
Ondas sacó la olla del fuego y tomó la whippik que había dejado apoyada contra un taburete.
—No sabía que lo había hecho —dijo con un suspiro—. Siempre me pierdo los mejores números de magia.
En ese momento, los neidars, los kenders y los aghars habían corrido por el pasillo y llegaban al comedor donde hacía un rato se habían separado de los dos hechiceros y Beglug.
—Si Chalmis realmente selló la puerta, no entiendo cómo los goblins han podido entrar —comentó Tramp.
—¡Cuidado! —gritó uno de los enanos echándose al suelo justo a tiempo para esquivar una bola de fuego que provenía del pasillo de acceso.
—No creo que hayan sido los humanoides los que han forzado la entrada —advirtió Tolem—. Esto es obra de otro mago. Y me temo que se acerca.
—¡Bueno, por fin veremos un poco de magia de verdad! —exclamó Ondas con los ojos brillantes de emoción.
—Sí. Puede que sea lo último que veas en esta vida —añadió Tolem, sombrío.