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Astinus escribió en su gran volumen…

El pie de Draaddis Vulter resbaló cuando el mago se dio la vuelta. Había caminado hacia el sur a lo largo de la embarrada orilla del riachuelo esperando encontrar los cuerpos de los kenders y el merchesti ahogados cuando percibió que le llegaba un mensaje que provenía del nordeste.

Eso lo sorprendió, ya que hacía horas que se había olvidado por completo de su mensajero, la rata alada. Como la había descuidado y no había insistido en sus instrucciones, la pequeña criatura se había visto arrastrada por el viento y se había refugiado de la tormenta en un saliente a sotavento.

En esos momentos, mientras veía a lo lejos a los goblins de Draaddis, la rata se sentía desamparada. Los humanoides, al igual que ella, intentaban refugiarse del aguacero. De repente, su sobresalto alcanzó la mente del hechicero. Le transmitió la imagen de dos kenders que se acercaban por un camino cercano hasta llegar a penas a medio metro de su refugio. Los seguían a poca distancia dos gullys, el merchesti y, más atrás un enano aún más pequeño. Hasta que la rata no le envió una visión nítida del rostro de Halmarain, el hechicero no se dio cuenta de que la pequeña aprendiza formaba parte de la expedición y de que probablemente la dirigía.

Hizo memoria y revisó sus anteriores conclusiones. Estaba claro que se había equivocado. La ayudante de Orander no se había quedado en el laboratorio, sino que había viajado disfrazada, y él la había confundido con un joven neidar sin pensarlo dos veces. Aquello había sido un error grave, y a la Reina de la Oscuridad no le gustaría, por mucho que ella tampoco lo hubiera descubierto.

La aprendiza de Túnica Roja había conducido a su grupo a través del extremo occidental de las montañas Khalkist en dirección a las minas de los enanos, y sólo podía haber una razón para ello. ¡Estaban buscando a Chalmis Rosterig!

Draaddis abrió la boca para pronunciar un conjuro de teletransportación, pero se percató de que lo había olvidado. Releerlo y memorizarlo le tomaría menos tiempo que caminar la distancia bajo la lluvia, así que sacó su libro, encontró un lugar no demasiado embarrado, estiró de su capucha para proteger el volumen y la luz mágica que acababa de conjurar y leyó con mucha atención. Tenía que llegar a Digondamaar antes de que la maga y los kenders encontraran al Túnica Blanca.

Amigos, a pesar de lo mucho que disfruto narrando esta historia, hay que reconocer que es larga y que mi garganta está cada vez más seca… Gracias, posadero; así está mucho mejor. Debo reconocer que servís una excelente cerveza.

Veamos, ¿dónde estaba? Habían salido de Solanthus… ¿Ya lo he explicado? ¿Y el episodio de la estampida de Waris? Me gusta esa parte. ¿No querríais escucharla de nuevo?

Ahora me acuerdo, había espantado a los ponis de los neidars y estaban ante la entrada secreta de Digondamaar.

—Vuelven dos neidars —advirtió Ondas, que los vigilaba desde la antesala—. Tres de ellos ya han capturado sus monturas y van por el resto.

Un tremendo relámpago iluminó la montaña y, durante una fracción de segundo, la luz penetró a través de las zonas más delgadas de la cortina de piedra.

—¿Qué es eso? —preguntó Tramp, que había estado rebuscando en la penumbra una forma de abrir la puerta secreta y había creído ver en la breve claridad una roca en la que no había reparado anteriormente. Palpó para dar con ella. Sin embargo, no pudo conseguirlo en la oscuridad.

—¡Vaya! Ese rayo acaba de asustar a los ponis —exclamó la kender—. Uno de ellos ha tirado a su jinete y el resto galopa montaña abajo.

—¿Alguno de los neidars mira hacia aquí? —preguntó Halmarain.

—No. Están demasiado ocupados patinando y cayéndose.

La hechicera alzó su bastón, dijo unas palabras, le dio la vuelta y de su extremo salió una esfera de luz que flotó hasta quedar suspendida sobre la cabeza de Tramp.

—Tú te jactas de que sabes abrir cualquier cierre y encontrar todas las trampas. Pues bien, veamos si eres capaz de dar con ésta —le retó la hechicera.

—¡Eh, eso no es justo! Nadie puede ver en la oscuridad. Escucha, Ondas, ¿no fue Abrepaso Vealnorte el que tenía un cristal mágico que le permitía…?

—Vas a intentar abrir esta puerta, ¿o no? —lo interrumpió Halmarain.

—Claro. Me había olvidado —repuso el kender, que reanudó la búsqueda.

Ondas se asomó al exterior.

—Atención, los neidars han recuperado a los ponis y están trepando, camino de regreso.

La hechicera murmuró otras palabras, y la bola de luz desapareció dentro del bastón.

—Tendremos que esperar a que salga el sol. Debemos estarnos muy quietos —dijo, al tiempo que lanzaba un encantamiento sobre Beglug que lo dejó inmediatamente dormido.

Los dos gullys se sentaron contra la pared y se pusieron cómodos.

La espera fue más difícil para los kenders, que no tardaron ni un minuto en aburrirse. Tramp oyó ruidos que podían ser de Ondas y comprendió que su hermana estaba rebuscando en el morral para tener algo con lo que entretenerse. Aquello le pareció una buena idea, así que se dispuso a hacer lo mismo con sus cosas. Sacó lo que le pareció que era una de las piedras y empezó a lanzársela de una mano a la otra hasta que escuchó el ruido de los neidars que regresaban al campamento.

—Alguien ha cortado las riendas de los caballos —dijo uno—. Seguro que hay kobolds o goblins merodeando por aquí.

Los neidars hablaban en su lengua, y el kender no pudo entender nada más.

—Voy a confeccionar una antorcha e iré a dar un vistazo —dijo otro—. ¡Ay! ¡Como pinchan estos pinchos!

El enano se interrumpió porque su grito había sobresaltado a Tramp, y éste había dejado caer al suelo lo que pensaba que era un canto rodado pero que resultó ser una de las bolas inflamables de Deepdel. Cuando la esfera se estrelló en suelo de la antesala y se incendió entre las piernas de Ondas, ésta dio un grito y saltó hacia atrás.

—¡Maldita sea, sois de lo más estúpido que…! —les espetó Halmarain, que enseguida interrumpió su imprecación. Si los neidars no habían oído a la kender, seguramente la habrían oído a ella.

—No somos ningunos estúpidos. Deja de quejarte y pon en práctica tu magia —protestó Ondas, que ya estaba en pie y con la whippik dispuesta a repeler cualquier ataque de los enanos.

Humf y Grod se despertaron y, cuando vieron la actitud belicosa de sus compañeros, se acurrucaron en el fondo de la cámara.

—Halmarain, no te olvides de que se supone que sabes hacer magia. ¿Por qué no pones en práctica de una vez tus conocimientos? Nos gustaría ver lo que sabes hacer —comentó la kender sarcásticamente.

—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó la hechicera—. No quiero matar a nadie. ¿Qué os parece si les remiendo la ropa y les friego los platos?

Aunque los neidars no habían visto la explosión de fuego, sí habían oído el grito de Ondas y el altercado subsiguiente. Desde el interior de la antesala, Tramp oyó el entrechocar de las armas y vio la claridad de las antorchas que se aproximaban.

Ya que habían delatado su posición, Halmarain conjuró otra bola de luz y la mandó afuera para que iluminara a los neidars pero los dejara a ellos en sombras.

Cuando Tolem se acercó a la abertura, Tramp le lanzó una piedra de verdad que había recogido del suelo para no equivocarse. El proyectil alcanzó al neidar en plena armadura, y la fuerza del impacto lo lanzó hacia atrás, contra sus camaradas.

—Lo siento. No pretendía hacerte daño —gritó el kender—. Simplemente, calmaos y os lo podremos explicar todo. Veréis que no hay motivos para que estéis enfadados. Espero que os hayáis dado cuenta de que no he intentado matar a nadie.

—Ése ha sido tu último error —rugió Tolem, que se lanzó hacia el interior de la antesala blandiendo su hacha como si su intención fuera partir en dos a Tramp.

—Debéis aprender a escuchar —repuso Tramp haciéndose a un lado y esquivando el ataque.

El neidar no vio las piedras del suelo, tropezó y estuvo a punto de darse de bruces, recuperó el equilibrio, giró sobre sí y quedó frente a Ondas.

—Tú no hacer daño a linda kender —gritó Humf. El gully se había refugiado en un rincón; pero, cuando vio que el hacha estaba presta para caer sobre su amiga, recobró el valor, agarró la rueda y se la arrojó al neidar.

El centro de la rueda se enganchó en uno de los grandes cuernos del casco de Tolem y se puso a girar a toda velocidad. El peso del artefacto desequilibró al neidar y lo precipitó contra sus compañeros que justo en aquel instante penetraban por la abertura. Cuatro de ellos salieron rodando en un lío informe.

—¡Él hacer buen tiovivo! —exclamó Grod, a medio camino entre el miedo y el entusiasmo.

—Magia aghar ser más grande que neidar —añadió Humf mientras ayudaba a Tramp a levantarse.

Pero Ondas se arrodilló en el suelo. No tenía tanta paciencia como su hermano y había decidido que era inútil intentar explicarles a los neidars la desaparición del collar. Encajó su whippik en una hendidura, recogió una piedra y utilizó la honda como una improvisada catapulta.

El pedrusco dio en el hombro de uno de los enanos que se había desembarazado del lío de brazos y piernas en que se habían convertidos sus camaradas y lo mandó contra el último de los atacantes. De repente, los restantes desviaron su atención de la antecámara y la dirigieron a algún punto del exterior.

El arma de Ondas no había sido pensada para que la utilizara de aquel modo, por lo que el siguiente proyectil pasó volando por encima de las cabezas de los neidars, salió afuera y golpeó contra algo con un ruido sordo. El grito y la maldición que se oyeron a continuación fueron claramente humanoides.

—Me parece que hay alguien más ahí fuera —dijo Tramp, poniéndose de puntillas en un intento de descubrir de quién se trataba.

—¡Goblins! —respondió uno de los neidars que, súbitamente, había olvidado su furia contra los kenders ante la aparición de aquel nuevo enemigo.

—¿Cuántos? —preguntó Tolem, que se había desenganchado la rueda de la cornamenta del casco y estaba a punto de lanzarse contra Tramp. Estaba muy molesto por tener que desviar el objeto de sus iras.

—Parece que son un grupo. Los acompañan algunos trasgos gigantes, pero no puedo precisar cuántos.

—¿Goblins y trasgos gigantes? ¡Caramba cuánta gente nueva vamos a conocer de repente! —exclamó el kender—. Si nos unimos, podríamos con todos —propuso a Tolem.

—Ni hablar… —respondió el mayor de los neidars, pero su jefe lo interrumpió, demostrando quién era el jefe allí.

—Nuestro asunto con los kenders puede aplazarse. Será mejor que nos enfrentemos juntos a nuestro enemigo común —ordenó y miró a su alrededor—. Uno de vosotros es mago. ¿Podría iluminar el exterior para que sepamos contra cuántos tenemos que combatir?

Halmarain suspiró por el fastidio de que la hubieran descubierto y se adelantó hasta la entrada. Allí lanzó una esfera de luz y vio a nueve trasgos gigantes y veinte goblins que se acercaban.

—Nunca podréis con todos ellos —dijo a Tolem—. Explícanos cómo podemos entrar en Digondamaar. Es nuestra única esperanza.

Los humanoides empezaron a deslizarse por la abertura, pero los neidars, que tenían los arcos y la flechas preparados, apuntaron cuidadosamente. Tolem acabó con uno de un flechazo en el cuello, otro goblin murió con un dardo clavado en un ojo, mientras su compañero, herido en una pierna, y los demás se retiraban. Cuando estuvieron fuera del alcance de los proyectiles, detuvieron su carrera y se pusieron a discutir la estrategia adecuada.

—Tú cogiste el mapa —bramó Tolem tras ahuyentar los humanoides y mirando fieramente a Tramp.

—Si te refieres al conjunto de discos de metal, el que lo cogió fue uno de los aghars —terció la Halmarain—. Pero la verdad es que no sabía de qué se trataba. Solo quería regalarle algo bonito a esta joven kender.

—¿Y no lo habéis estudiado y memorizado? —preguntó el neidar.

—Si lo hubiésemos hecho sabríamos cómo entrar, ¿no te parece?

—Nosotros no necesitar collar —intervino Grod—. Enano conducir. Este Sitio enano estar tras puerta.

—Podríamos haber usado los discos —dijo Tramp, que se resistía a reconocer que no había podido desentrañar el secreto. Metió la mano en su macuto, sacó el collar y se lo entregó al enano—; pero, la verdad es que con tanto ir y venir, con tantas persecuciones y demás no hemos tenido ocasión. Ahora me imagino que lo querréis, así que no tendré ocasión de examinarlo como es debido.

Halmarain llevó la bola de luz de nuevo a la antesala para ayudar al neidar a que encontrase la forma de entrar.

—Naturalmente que lo quiero —gruñó Tolem, guardándoselo—. Pero lo mejor es que nos demos prisa. Esos monstruos pueden derribar la delgada cortina de piedra de un solo golpe.

—Por lo menos tienes luz suficiente para ver lo que haces —dijo Tramp, que observaba atentamente cómo el enano manoseaba los discos en busca del que contenía el secreto de la entrada a Digondamaar—. Claro que, si yo también la hubiera tenido, estoy seguro de que lo habría descubierto.

Estaba muy decepcionado puesto que ya de niño había demostrado sus aptitudes para descubrir las trampas y los cerrojos, de ahí su nombre. Le parecía totalmente injusto que en aquel viaje apenas hubiera tenido oportunidades para demostrar sus habilidades.

Pero el tiempo se les estaba acabando y, cuando Tolem encontró el disco, los goblins y los trasgos gigantes ya se acercaban nuevamente a la entrada sin miedo a recibir un nutrido ataque de los enanos dado que, debido a la estrechez del acceso, sólo podían asomarse dos neidars a la vez.

Halmarain disminuyó la intensidad de la luz aunque sabía que los humanoides la habían visto brillar a través de las zonas más delgadas de la pared de roca. Los trasgos gigantes y los goblins golpearon el muro; pero, incapaces de encontrar las zonas más débiles en la oscuridad, no consiguieron derribarlo.

Los enanos usaron sus arcos. De dos en dos, salieron al exterior para disparar y retirarse a continuación, y dar paso a los que ya tenían las flechas preparadas.

Entre tanto, el kender se agitaba nerviosamente, esperando una ocasión para unirse a la lucha; y Halmarain, que sujetaba al merchesti de la mano, se mantenía alejada todo lo que podía de la abertura. No tenía nada que decirles a los aghars puesto que estaban más dispuestos a huir que a luchar.

Fuera, los atacantes seguían golpeando el muro. De repente, se oyó como si una piedra rechinara y la hechicera se dio la vuelta, estupefacta. Una puerta acababa de abrirse en la pared de roca, pero no donde señalaban las grietas, sino más allá.

—¡¿Quién invade mis dominios?! —tronó una voz.

El terrible sonido había emanado de una figura apenas más alta que el enano más grande. Estaba rodeada de luz y ésta delataba a una persona de tez sonrosada, en buena parte debido a la irritación que se podía leer en sus brillantes y azules ojos. Tenía los cabellos y la barba muy blancos y largos, y llevaba ambos recogidos en sendas trenzas que le caían hasta las rodillas. Vestía una gastada y sucia túnica bordada de extraños símbolos rúnicos y sólo tardó un instante en comprender que los que se amontonaban en la antesala estaban siendo atacados por una banda de humanoides.

—¡Adentro! —ordenó, al tiempo que señalaba la puerta y murmuraba un conjuro.

A Tramp le pareció como si una corriente de aire lo arrastrara y se miró los pies, que parecían moverse al margen de su voluntad. Delante de él, Halmarain, los gullys y Beglug se desplazaban a idéntica velocidad. El kender no podía detenerse, pero sí podía mirar hacia atrás. Allí, Ondas y los neidars los seguían de cerca. Los seis enanos se contemplaban las botas con los ojos desorbitados.