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Mi tío Saltatrampas me dijo en una ocasión que, a veces, lo más difícil a la hora de abrir una cerradura o hacer saltar una trampa es saber encontrarla…

—Ser duro encontrar mina neidar —dijo Humf—. Yo cansado —añadió, al tiempo que se dejaba caer en el suelo y levantaba una nube de polvo.

—¡Diantre, eres peor que Halmarain! No va a ser difícil —respondió Tramp—. Simplemente tenemos que dar con el lugar apropiado.

Habían dejado a la hechicera en el campamento y llevaban todo el día buscando. Los enanos estaban tan cansados como los kenders, pero éstos estaban contentos por el mero hecho de estar lejos de los miedos y las quejas de la pequeña maga.

—¡Recórcholis, lo había olvidado! Ya sé lo que debemos hacer —exclamó Tramp, al tiempo que sacaba el collar de los neidars de su macuto.

Lo había hurtado de la bolsa de Halmarain. Era la primera vez que le quitaba algo deliberadamente, pero en aquel momento había pensado que podía necesitarlo. Se había acordado de que los pequeños dibujos de las piezas de metal representaban montañas, por lo que, si se correspondían con el terreno que rodeaba a las minas neidars, bien podrían serviles de guía. Ésa era la razón de que lo hubiera cogido.

Lo que sucedió después fue que, absorto en la exploración, se olvidó del collar.

Entre tanto, y aprovechando que su hermano se había sentado a descansar, Grod anunció su intención de encontrar otro animal muerto con el que practicar la magia aghar y trepó un trecho, montaña arriba. Cruzó un arroyo y luego se dejó caer al pie de un árbol.

—Aquí fresco —le dijo a su hermano.

Los kenders sabían que los gullys no podrían continuar la búsqueda si no descansaban, así que encontraron un lugar en el que acomodarse y se sentaron juntos. Tramp cogió un extremo del collar, Ondas el otro, y empezaron a examinar los dibujos y a compararlos con el paisaje que tenían dejante. Estaban trabajando en silencio, mirando disco tras disco, cuando el kender levantó la vista.

—¡Mira! ¿Ves ese pico doble y la formación rocosa que hay detrás? —exclamó, señalando primero la montaña y, luego, el disco.

—Sí, se corresponde con el dibujo, pero faltan unas montañas que aparecen en la pieza.

Ambos se levantaron y contemplaron el entorno intentando averiguar desde qué ángulo podía haber sido hecho el grabado.

Grod ya había descansado lo suficiente y, cuando los dos kenders se pusieron a dar vueltas, bajó a reunirse con ellos. En las anteriores ocasiones en las que había podido echar una ojeada al collar, siempre había demostrado una curiosidad impropia de un aghar; pero esa vez no le prestó la más mínima atención y se limitó a quedarse junto a su hermano, que permanecía sentado en el suelo.

—Cansado. Cansado y hambre —dijo—. Volver a campamento y dormir.

—Primero comer. Luego, dormir —añadió Humf ordenando las prioridades y poniéndose en pie.

—No. Todavía no. Aún nos quedan unas cuantas horas de sol —repuso Ondas, pero sus dotes de persuasión no pudieron convencer a los gullys.

—Irnos ahora —anunció Humf mientras echaba a andar hacia el este.

—¡Espera, espera! Hemos encontrado el disco —objetó Tramp, pero enseguida lo dejó estar ya que comprendía cómo se sentían. Habían cabalgado toda la noche y llevaban toda la mañana explorando las montañas. Él también estaba fatigado y lamentó que los enanos los abandonaran; no obstante, no se sentía con ánimos de discutir.

—¡Recórcholis! ¡Condenados aghars! —exclamó Ondas—. No podemos dejar que regresen solos, se perderán entre todas esas torrenteras.

El sol se ocultaba tras las cumbres occidentales cuando llegaron al campamento. Allí estaba Halmarain, que no dejaba de discutir con el merchesti para que le llevara un poco de agua con la que acabar de preparar la cena; pero Beglug no le había hecho caso, había derramado el líquido en el suelo y jugueteaba con el barro. Se había embadurnado con él, y aquella pasta empezaba a endurecerse.

—Por lo menos no ha intentado zamparse ningún otro poni —dijo la maga con un suspiro.

—Ni tampoco el estofado —añadió Ondas con alivio. La noche anterior, Tramp había tenido suerte y había conseguido cazar tres conejos. Uno de ellos había servido para calmar el apetito del merchesti, y con los otros dos hicieron un sabroso guiso.

Los gullys estaban a punto de servirse, pero Halmarain golpeó las manos de Humf con la cuchara de madera y rápidamente les sirvió dos raciones en sendas escudillas, antes de que metieran directamente las sucias manos en la olla. Luego, hizo lo mismo con los kenders y todos se sentaron a comer en silencio. Tras un buen descanso, la hechicera se mostró más amable y de mejor humor que por la mañana; no dijo nada cuando Tramp y Ondas le contaron que habían identificado los picos de la montaña con el dibujo de uno de los discos, pero sus ojos se iluminaron.

Incluso los dos kenders estaban demasiado fatigados para hablar durante la comida. Los gullys estaban dando buena cuenta de una segunda ración, pero los demás aún no habían terminado con la primera.

—Dormir ahora —declaró Humf en un tono que no admitía réplica. Cogió su petate y se tumbó en el lugar más llano que encontró.

—Dormir ser bueno —terció Grod imitando a su hermano—. Puerta no marcharse. Enanos tampoco.

—¿Qué dices? ¿Qué puerta? ¿Qué enanos? —exclamó Tramp poniéndose en pie de un salto y dejando a un lado el estofado—. ¿Dónde has visto todo eso?

—¡A mí no me mires! Yo no sé nada —repuso Ondas cuando Halmarain le dirigió una mirada inquisitiva.

—Yo ver desde colina —contestó Grod, que se tumbó y cerró los ojos.

—¿Desde qué colina? —preguntó la hechicera; pero el gully, con la típica obstinación de todos los de su raza, estaba empezando a dormirse. Mientras sus compañeros lo contemplaban con asombro, el largo y grasiento mostacho del aghar se estremeció con el primer ronquido.

—¡Desgraciadas criaturas! —se quejó con resignación Halmarain—. ¿Creéis realmente que han podido ver algo?

—Sí. Humf y Grod no saben mentir —contestó Tramp.

—Es cierto, no tienen suficiente imaginación —convino la maga.

Pero el kender no era de la misma opinión. Para él, los dos enanos habían hecho gala de una gran inventiva y perspicacia. Sin embargo, sabía que decírselo a Halmarain sólo serviría para desencadenar una discusión, y en esos momentos tenía otros problemas. Si Grod decía que había visto a los enanos, era porque así había sido.

—¿Crees que esos enanos son los mismos que nos han estado persiguiendo? —le preguntó—. Puede que no lo sean.

—¡Naturalmente que lo son! —espetó Halmarain—. No pueden ser otros.

—¿Por qué? —preguntó Ondas que, al igual que su hermano, no entendía el razonamiento de la pequeña hechicera.

—Porque les cogimos el collar.

—¡Nosotros no cogimos nada! —protestó Tramp.

—Grod, sí; aunque ellos no lo saben. Para esos neidars, ese collar, con sus dibujos e indicaciones de las entradas a sus ciudades subterráneas, debe de ser un valiosísimo mapa. Nunca creerán que el gully se lo quería regalar a Ondas sólo porque lo encontraba bonito.

—¿Así que nos han seguido para recuperarlo? —terció Ondas—. Eso no explica por qué nos están esperando en nuestro lugar de destino.

—Sí que lo explica —insistió la hechicera—. Tan pronto como lo tuvimos en nuestro poder empezamos a dirigirnos hacia el este, como si hubiéramos tomado esa decisión de acuerdo con las indicaciones que hay en el collar. Seguramente no saben nada de tu captura y la de Beglug por parte de los kobolds. Sus minas están siempre en las montañas, especialmente en las Garnet. Y cuando nosotros salimos de Solanthus, ellos fueron hacia el sur, en dirección a las Garnet.

—¡Ya lo entiendo! Pensaron que nos dirigíamos hacia una de sus minas ocultas en esas montañas —exclamó Ondas con una risita, ya que por fin había lo entendido—. Pero como nosotros seguimos hacia el este…

—Llegaron a la conclusión de que nuestro objetivo era Digondamaar. Probablemente es el único reducto abandonado que hay en nuestra ruta, o por lo menos el más cercano, y como nos están esperando se han apostado a la entrada —concluyó con una sonrisa maliciosa—. Ahora la cuestión es: ¿cómo esquivarlos para entrar?

De repente, Tramp bostezó, presa del cansancio; y Ondas, que encontró irresistible la silenciosa sugerencia de su hermano, lo imitó.

—Debéis de estar agotados —comentó la pequeña hechicera, mostrando por primera vez cierta comprensión—. Será mejor que durmáis unas cuantas horas. Nos pondremos en camino hacia las montañas antes del amanecer. Entonces pensaremos en un plan.

La noche envolvía las colinas y las torrenteras cuando Grod se despertó. Se sentó, se estiró, se rascó, bostezó hasta que se le destaparon los oídos y le crujió la mandíbula. Entonces se preguntó cuánto rato había dormido y por qué se había despertado si todavía era de noche.

Entonces lo supo. Durante los últimos días había dormido a trompicones. Los dos kenders, e incluso su hermano, el sabio jefe del clan Aglest, no habían hecho caso de las advertencias de la hechicera acerca del merchesti, pero él estaba convencido de que se trataba de una criatura diabólica. No había podido evitar que Beglug degollara al poni porque había estado profundamente dormido, pero estaba decidido a evitar que matara a ningún otro. En el fondo, no le importaban los animales y lo mismo le daba montar a caballo que caminar, pero la linda kender sentía una amor especial por los animales y no quería verla llorar otra vez.

Miró el campamento a su alrededor, débilmente iluminado por los rescoldos del fuego, y bruscamente comprendió el motivo por el que se había desvelado: se suponía que la pequeña hechicera estaba de guardia, pero Halmarain dormía profundamente, apoyada contra una losa de piedra, y parecía que murmuraba en sueños. Entretanto, al otro lado del campamento, Tripas de Lava se arrastraba silenciosamente hacia Ondas, con los ojos rojos y brillantes, como solía tenerlos siempre que se disponía a matar.

—¡Maga! —gritó el gully, pero estaba tan aterrorizado por la situación de Ondas que la voz sonó más como un gañido. Se puso en pie y se lanzó contra el merchesti, lo golpeó con la cabeza y ambos salieron rodando por el suelo.

Beglug fue el primero que se recobró y gruñó grave y amenazadoramente mientras mostraba las garras y se aprestaba a saltar sobre el gully, que todavía estaba por tierra.

Grod, consciente del peligro, estaba buscando un modo de escapar cuando, tras él oyó la voz de la hechicera, que canturreaba. El conjuro cayó sobre el merchesti cuando éste se arrojaba encima del gully. El maligno brillo de los ojos de Beglug se desvaneció.

—¡Beglug, vuelve a dormir! —ordenó Halmarain aproximándose a Grod—. ¿Estás herido? —preguntó en el tono más dulce que el aghar le había oído hasta el momento.

—Él no herirme. Él ir a por linda kender —repuso.

—Suerte que te has despertado. De lo contrario no estaría con vida.

—Yo decir «despertar». Tripas de Lava malo. Hacer cosas malas —insistió Grod, que estaba radiante ante la idea de que había salvado a la muchacha kender—. Tener que encontrar mago amigo pronto. Así, Tripas de Lava volver a su Este Sitio y no matar más ponis ni atacar kenders —añadió, con un discurso inusitadamente largo.

La hechicera lo observó con atención, como si intentara leerle el pensamiento.

—Realmente tengo la impresión de que eres más listo de lo que aparentas —comentó, sin que el aghar supiera qué responder.

En ese momento, se puso a llover y Halmarain se olvidó de su observación.

—Despierta a los otros —ordenó mientras se apresuraba a recoger sus cosas—. Debemos salir de esta torrentera. Si cae un aguacero, este lugar podría inundarse y no será seguro.

Tramp no necesitó la ayuda de Grod para levantarse porque las frías gotas de agua lo despejaron de inmediato; pero Ondas, Humf y Beglug todavía luchaban por salir de debajo de las mantas. El merchesti gemía y temblaba.

Halmarain repitió su advertencia acerca de la posible súbita avenida de agua y, al cabo de un instante, todos habían ensillado y cargado con sus enseres sus respectivos ponis. Beglug y Humf seguían quejándose de que los hubieran despertado en plena noche, pero se conformaron con dejarse guiar por Tramp, que se puso en cabeza. Cruzaron un arroyo y remontaron el curso de la corriente. En el momento en que arreció con más fuerza, cabalgaban por una depresión que conducía a las montañas. Siguieron por ella hasta que empezó a llenarse de agua.

—Por allí —le gritó Ondas a su hermano. Se acababa de acordar de una pequeña garganta sin salida que había visto la mañana anterior. No podían someter a sus monturas al miedo a la oscuridad y a los ecos de la mina, así que el sitio parecía el lugar indicado para dejarlos. La entrada era estrecha y el paso podía bloquearse fácilmente cortando los matorrales que abundaban en los alrededores. Talaron unos cuantos y montaron una improvisada cerca.

—Bien, ¿crees que ahora sería el mejor momento para acercarnos al campamento de los enanos? —preguntó Halmarain a Grod—. ¿Recuerdas el camino?

—Estar oscuro —objetó el gully—. Yo no ver.

—Yo sí me acuerdo —dijo Tramp—. Sé dónde estaba cuando vio a los enanos.

—¿Por qué tener que ir ahora? Hacer frío, estar oscuro y mojado —se quejó Grod.

—Por eso mismo. Estarán todos abrigados bajo las mantas y no esperarán que aparezcamos —explicó Halmarain.

—Sí, ellos no creer que nosotros ser tan tontos —masculló el aghar al tiempo que se envolvía en su manta como en una capa, se ponía el petate en la cabeza a modo de impermeable y seguía a Tramp, arrastrando tras de sí los bordes de la manta por el barro. Humf lo imitó, al igual que Beglug, pero no le resultó fácil sujetar el improvisado impermeable y empujar su rueda al mismo tiempo.

—Empiezo a creer que tienen más sentido del que la gente dice —comentó Halmarain tras una hora de caminar bajo la lluvia, empapada hasta los huesos.

—Hechicera aprender —dijo Grod. El tono irritó a la pequeña humana, que apretó las mandíbulas y siguió caminando en silencio tras los kenders.

Tramp sonrió. Halmarain no podría haber usado sus mantas y el petate aunque hubiera querido. Se los habían olvidado con las prisas por abandonar la torrentera. Sin embargo, como estaba convencida de que no tardarían en encontrar al mago, la hechicera no se quejó.