25

En la ciudad, Tramp había sugerido que compraran harina de maíz, y en ese momento todos esperaban impacientes a que preparara un pastel, puesto que sabía hacerlo tan bien como su hermana. Eso le permitiría sentirse más cerca de su querida Ondas, a quien echaba de menos tanto como su naturaleza kender se lo permitía.

Habían seguido las huellas de los kobolds en las montañas; pero no habían vuelto a encontrarlas desde que habían salido de la ciudad. No obstante, Tramp estaba convencido de que darían con ellas tarde o temprano, y aquel pensamiento lo reconfortaba.

—Yo prepararé la harina mientras tú me traes una cazuela —le dijo a la hechicera.

—¡Cazuelas! —exclamó ésta llevándose las manos a la cabeza—. He comprado de todo, pero me he olvidado de las cazuelas.

—¡Córcholis, pues yo no puedo cocer la harina en mis manos!

—Naturalmente. Ni yo preparar un té.

Afortunadamente tenían algo de carne seca y pan que habían comprado en la ciudad. Con eso consiguieron aplacar el apetito, pero no el malhumor que les produjo tener que conformarse con una comida fría. Además, tras su encuentro con los dos muchachos, Halmarain no tenía intención de regresar a Thelgaard y argumentó que podrían encontrar con qué cocinar o en Solanthus o en alguna aldea del camino.

La tarde siguiente, Tramp cazó unos conejos y los asaron en el fuego del campamento, pero los dos días posteriores tuvieron que acampar sin poder llevarse nada caliente a la boca. Aquello no contribuyó a poner de buen humor a la hechicera.

El tercer día emprendieron la marcha al amanecer y llegaron a Solanthus poco después del mediodía. Se detuvieron en lo alto de una colina y desde allí contemplaron la ciudad. Desde lo lejos divisaron las fuertes murallas, la vasta extensión de tejados y la fortaleza que se elevaba en el centro.

—No podemos entrar todos —anunció Halmarain, lanzando una mirada acusadora al gully—. No quiero que Grod vaya. Ya tenemos a bastante gente que nos persigue.

—Si Grod no ir, no más piezas de acero —advirtió su hermano.

—Ésa es exactamente la razón por la que no tengo intención de permitir que vaya —replicó adustamente la maga.

—Él no fue responsable de que nos siguiera el encapuchado y los kobolds —le recordó Tramp.

—No me importa. En cualquier caso, tenemos demasiada gente tras nuestros pasos. Iré, compraré unas cazuelas y regresaré. Así, por lo menos, podremos cenar caliente esta noche.

—Yo iré por los cacharros —se ofreció el kender.

—¡Oh, no. Ni hablar! No quiero más problemas con… —Se interrumpió cuando vio la furiosa expresión de Tramp.

—Iremos Humf y yo —insistió el kender, poniendo en su voz todo su enfado contenido.

Por una vez, ni la mirada de la hechicera ni su afilada lengua impresionaron al kender. Su abuelo había viajado hasta Solanthus y le había contado cosas sobre la ciudad en una época en la que la devastación que produjo el Cataclismo era todavía visible. A su antepasado lo habían impresionado las constantes luchas y los intentos de reconstrucción de la ciudad.

Siguieron cabalgando y no tardaron en encontrar un cauce seco que les brindaba un refugio al abrigo de las miradas de otros viajeros. Halmarain y Grod levantaron el campamento, aunque el gully estaba más interesado en encontrar otro animal que reemplazara a su ardilla muerta que en otra cosa. Entre tanto, Humf y Tramp se desembarazaron de sus pertrechos y se encaminaron hacia la puerta sur de Solanthus, el barrio donde vivía la mayor parte de la población enana de la ciudad.

—Los enanos fabrican buenos cazos —dijo Tramp de mala gana ya que deseaba tener la oportunidad de ver la ciudad y sabía que no disponía de tiempo para hacerlo—. Deberíamos mirar en más de una tienda e intentar conseguir el mejor precio. Esta vez, sin la ayuda de tu hermano, la bolsa de Orander no se llenará sola.

—Poder mirar en basureros. Quizás haber cazos —sugirió el gully, pero Tramp hizo caso omiso del comentario.

Desde lo alto de la colina habían visto las torres de la fortaleza que se levantaba en el centro de Solanthus; pero, dado que la ciudad se había extendido por los altozanos circundantes y que algunas calles describían empinadas cuestas, no podían ver el alcázar desde donde estaban.

Al igual que en la mayoría de la ciudades de Krynn, las tabernas y posadas se encontraban cerca de las puertas, lo mismo que los puestos donde se vendía mercancías y pertrechos para los viajeros. Tras haber conocido Lytburg y Thelgaard, Tramp esperaba encontrar algún establo cerca donde pudieran dejar sus monturas. Los enanos raramente montaban a caballo si no debían recorrer grandes distancias, así que hallaron las cuadras de aquel sector en una colina cercana. El enano que los recibió los miró con recelo y les pidió que pagaran por adelantado.

—A él no gustar kenders —comentó Humf cuando hubieron salido.

Los dos se encaminaron hacia la parte sur de la ciudad en busca de una cacharrería.

—Yo también mirar basureros. Quizás encontrar un buen Este Sitio.

Apenas habían dejado atrás dos bocacalles de una empinada calle cuando oyeron tras ellos un griterío.

—¡Ladrones! —gritó alguien.

Tramp y Humf se dieron la vuelta y vieron a dos neidars que corrían colina arriba. De la calle por donde ellos acababan de pasar salieron cuatro enanos más.

—¿Ser enano furioso? —preguntó el aghar.

—¡Recórcholis, sí que lo es! —exclamó el kender, que había reconocido a los neidars a quien Grod había quitado el collar—. Podríamos intentar explicárselo, pero… No, será mejor que no. A juzgar por su expresión, creo que no tienen muchas ganas de hablar.

—Ellos todavía furiosos. Nosotros marchar —repuso Humf dándose la vuelta y echando a correr—. Yo querer ver ciudad, querer ver vertederos, querer encontrar Este Sitio, querer ver neidars.

Tramp lo siguió sin dilación, pero cuando hubieron doblado una esquina se dio media vuelta para mirar. Los neidars los seguían, pero ellos eran más rápidos. Echó a correr de nuevo y se percató de que Humf había desaparecido.

—¡Diantre! ¿Dónde se habrá metido? —exclamó el kender en voz alta, a pesar de que la calle estaba desierta. Se metió por un callejón que había a su derecha, pero no tardó en comprender que se había equivocado. Desembocaba en un patio sin salida y el gully no estaba allí. Tramp se dio la vuelta para escapar, pero ya era demasiado tarde. Los neidars lo habían localizado y en ese momento le bloqueaban el paso.

—¡Hola! ¿Cómo estáis? Bonito día. ¿No creéis que podríamos hablar con calma del asunto? —les sugirió el kender—. No sé por qué buscáis nuestra compañía con tanto ahínco, pero si lo que queréis es que os cuente otra historia…

El cabecilla lo interrumpió cuando se adelantó blandiendo el hacha amenazadoramente, pero Tramp fue mucho más rápido y desvió el golpe con su jupak al tiempo que retrocedía.

—Ya sé por qué estáis tan enfadados, pero debo deciros que nosotros no supimos que teníamos vuestro collar hasta hace sólo unos días. Estaremos encantados de devolvéroslo.

—¡Kender ladrón! ¡Pagarás por haberlo robado! —estalló Tolem sin hacer caso de las disculpas.

El kender siguió retrocediendo hasta que se encontró de espaldas contra la pared.

—Eso no está bien. No hay que interrumpir cuando uno intenta mantener una conversación civilizada, y menos empuñando armas. Nunca se sabe quién puede resultar herido —se lamentó Tramp.

Se movió hacia un lado, pero se encontró frente a otra hacha descomunal. Rápidamente, hizo un quiebro apoyándose en su jupak y se desembarazó de los cuatro neidars que se le habían echado encima; no obstante, los otros dos seguían bloqueándole el paso. Entonces, el kender escuchó un ruido de ruedas que crujían y oyó la voz de Humf.

—Tú no volver —chilló el gully.

Tramp no comprendió lo que el otro pretendía decirle ya que lo que más deseaba sin duda era que los neidars se volvieran por donde habían llegado. Entonces, descubrió una grieta en uno de los muros y se metió por ella sin pensarlo dos veces en un esfuerzo por dejar atrás a sus perseguidores, pero no tardó en descubrir que estaba atrapado. Los seis enanos se le acercaron empuñando las hachas con peligrosa determinación.

—Esto no está nada bien —protestó el kender—. Casi me arrepiento de haberos salvado la vida. Podríais agradecérmelo en lugar de intentar matarme.

Tolem se detuvo bajo el efecto de la sorpresa.

—¿Tú? ¿Salvarnos la vida? ¡Bah!

—¡Sí, yo! —insistió Tramp—. ¿Quién os tiró piedras en el bosque para que dejarais de discutir? ¿Quién hizo que os ocultarais y pudierais ver así a los goblins que os habrían pillado desprevenidos? Os habrían podido matar a todos si no hubiera sido por mí. ¡Deberíais darme las gracias!

—No creo una sola palabra de lo que dices —espetó otro de los neidars, adelantándose.

Entonces, justo por encima del kender se oyó el ruido que hace la madera cuando se estrella y se parte contra una pared, y una lluvia de estiércol cayó sobre los enanos que, en un abrir y cerrar de ojos quedaron enterrados bajo un montón de boñigas. Tramp había quedado completamente a salvo bajo el carro, que se balanceaba por encima del muro.

—¡Tú cogerte y subir! —gritó el gully desde lo alto.

El kender no perdió el tiempo en despedidas y trepó tal como le decían. Su peso hizo que el carro se inclinara, y más detritus cayeron sobre los desgraciados neidars que hacían denodados esfuerzos por librarse de tan pegajoso y maloliente abrazo. Justo en el momento en que Humf intentaba ayudar a su amigo, uno de los neidars, que había conseguido librarse, se agarró a la otra rueda del carro y empezó a trepar, pero con su peso lo único que consiguió fue que todo el carro oscilara más hacia adelante.

Tramp apenas había conseguido asirse, pero el gully lo aferró y tiró de él. En el otro extremo del carro, dos ponis luchaban vanamente por evitar que éste cayera al patio. De un salto, Tramp desenfundó su cuchillo y cortó las correas que ataban a los animales. A sus espaldas y más abajo, se oyó el estrépito del carro al estrellarse y el griterío de los neidars.

—Ponis asustarse de hachas, y carro caer —dijo Humf.

El kender decidió que ya le preguntaría más tarde cómo había conseguido hacer todo aquello. Por el momento todo lo que debían hacer era alejarse de allí, comprar los malditos cazos y dejar la visita de la ciudad para mejor ocasión. Además, tenía que pensar en rescatar a Ondas.

—Seguro que hechicera obligar a lavarme —profetizó el gully mientras se olisqueaba la ropa y arrugaba la nariz.

Tramp intento ayudarlo a quitarse la porquería de encima, pero desistió. Al cabo de un instante, abandonaron el edificio y volvieron a la calle. Veinte minutos más tarde, cargados con sus compras, salieron de Solanthus y enfilaron a todo galope hacia el cauce seco donde los esperaban Halmarain y Grod. Sin embargo, no encontraron a nadie cuando llegaron.

—¿Dónde ir? —preguntó el aghar.

—No lo sé, pero los encontraremos —contestó el kender, molesto por la ausencia de la hechicera.

Afortunadamente, no tardaron en encontrar las huellas de los ponis y las siguieron.

—Te prometo que cuando la encontremos le voy a decir… Pero… Aguarda. ¿Cómo puede ser que estos rastros vayan hacia el sur cuando se supone que los kobolds se dirigen al este? —se preguntó en voz alta el kender.

Cabalgaron por las colinas y los valles siguiendo el rastro de las monturas durante un rato. Tramp iba en cabeza con la vista fija en el suelo cuando un movimiento al frente le llamó la atención. Era Halmarain, que acababa de doblar un recodo y cabalgaba hacia ellos. Cuando la hechicera los vio espoleó su montura. Tras ella, el gully y el resto de ponis también apretaron el paso.

—Ya no necesitar huellas —observó Humf.

—Ya me he dado cuenta, gracias —replicó el kender—. Espera que se acerque y verás lo que pienso decirle por marcharse sin avisar.

Cuando la maga estuvo más cerca, Tramp abrió la boca para decir lo que pensaba, pero ella se le adelantó.

—¡Cuánto me alegro de que me hayáis seguido! Ahora podremos trazar un plan de rescate, porque los he encontrado —anunció.

—Encontrar, ¿a quién? —preguntó el kender que había olvidado de golpe su enfado ya que hallar algo o a alguien era siempre más agradable que discutir.

—A los kobolds que se llevaron a Ondas y a Beglug —contestó la maga como si considerara aquella pregunta una estupidez.

—¡Recórcholis, eso es estupendo! ¿Has visto a mi hermana y al merchesti? ¿Dónde se encuentran?

Halmarain señaló hacia el oeste.

—Vienen…

—Ya sabía yo que pasaba algo raro con esto de seguir a la gente en Krynn —interrumpió el kender—. Todos los que lo hacen acaban yendo delante. Por si no lo sabías, Tolem y los suyos están en Solanthus.

—Olvídalo —respondió la nigromante; pero, antes de que pudiera añadir nada más, Tramp se molestó.

—No tengo intención de olvidarme de mi hermana en absoluto —espetó, volviendo al asunto principal de la discusión.

El rostro de Halmarain enrojeció, pero en el último instante consiguió controlarse.

—No nos vamos a olvidar de ella. Estás en lo cierto en cuanto al asunto de las persecuciones. Lo que no tuvimos en cuenta es que nosotros vamos a caballo y ellos no. Eso significa que hemos ido más deprisa y que los hemos adelantado.

—Entonces, ¿por qué ibas hacia el sur?

—Porque no pensé que los hubiéramos sobrepasado. Estaba buscando sus huellas y creía que tendrían que cruzar las colinas del sur de la ciudad. Cuando no encontré ni rastro, subí a lo alto de un cerro para buscaros y entonces los vi a lo lejos. Vienen en esta dirección.

››Veamos. Tú querías un plan, así que vamos a trazar uno. Los kobolds permanecen en los valles y no quieren que los vean desde la ciudad. Tenemos que apresurarnos porque sólo están a unos cinco kilómetros de distancia.

—Yo sigo opinando que deberíamos trepar a un árbol y… —Tramp insistió en su primera idea, pero la hechicera la descartó inmediatamente.

—Mira a tu alrededor y dime si ves muchos árboles. Los únicos que hay están en las zonas altas de estas estribaciones. Los kobolds no pasarán cerca de ninguno.

—Entonces podríamos desviar el cauce del río, construir una presa y anegar el valle.

—¿Quieres dejar de decir tonterías? No hay un río cerca, no tenemos tiempo de construir una presa y, aunque lo tuviéramos y te hiciéramos caso, ¡correríamos el riesgo de ahogar a todo el mundo, incluida Ondas y el merchesti! —Halmarain se interrumpió, meditó un instante y el rostro se le iluminó—. ¡Eso es lo que necesitamos! ¡Un río! Por las huellas sabemos que, cada vez que se acerca a una corriente de agua, Beglug opone una feroz resistencia.

—Sí. Tripas de Lava no gustar agua —terció Grod.

—Bien, esto es lo que haremos.

Halmarain explicó los pormenores de su plan. A Tramp no le gustó que ella fuera la autora de la mayoría de las propuestas, pero recordó que la idea del agua había sido de él y eso hizo que se sintiera mejor.

Cabalgaron hacia el este en busca del cauce que necesitaban, cruzaron el camino que conducía hacia la puerta sur de Solanthus y un kilómetro más allá encontraron lo que andaban buscando. Un riachuelo, ancho, poco profundo y con una orilla fangosa que se cruzaba en la ruta de los kobolds.

Tramp y Halmarain dejaron los ponis al cuidado de los gullys, treparon a lo alto de una colina por la que los humanoides debían pasar y aguardaron. Cuando estuvieron seguros del camino que aquellas criaturas seguirían, abandonaron el puesto de observación y se deslizaron pendiente abajo para reunirse con los enanos.

Ocultaron los caballos, cortaron cuatro matojos y los arrastraron hasta el lugar que habían escogido y, a continuación, los clavaron a ambos lados del camino por el que iban a pasar los kobolds. La suerte los acompañaba, pues el camino giraba bruscamente tras una peña; los humanoides no verían el cauce hasta que estuvieran prácticamente encima de él.

—Bien. ¿Te acuerdas de lo que debes hacer? —preguntó Halmarain a Grod, mientras Tramp clavaba los arbustos en el blando terreno.

—Correr, correr, correr —respondió el gully con los ojos desorbitados por el miedo. Fue a acurrucarse tras el matorral para ocultarse, pero lo desmochó.

—Ojalá pudiera saber en qué dirección irás —murmuró la hechicera, mientras Tramp ponía el matojo en su sitio otra vez.

Al cabo de unos minutos, todos estaban ocultos en sus respectivos escondites, a ambos lados del sendero.

Tramp, arrodillado en el suelo, aguardó. Al principio, la emoción lo mantuvo distraído, pero no tardó en aburrirse. Se obligó a permanecer quieto y callado; sin embargo, su mente era un torbellino de ideas de ataques, de modo que no tardó en elucubrar alternativas al plan de la maga.

—Halmarain… —llamó, asomándose por encima del matorral.

—¡Agáchate, maldita sea! —le soltó en voz baja la maga.

—Está bien, está bien. Me había olvidado. Sólo es que he pensado que…

—Rueda avisar que kobolds venir —anunció Humf quedamente.

—¿Ya?

—Ya.

Inmediatamente oyeron que una rama se partía, una piedra que rodaba y un montón de imprecaciones en lengua kobold que sonaba cada vez más cerca.

Tramp escudriñó a través del follaje y vio a dos humanoides. Uno de ellos cojeaba y se frotaba el tobillo; el otro contempló el riachuelo, se lo mostró a su compañero y ambos lanzaron un gruñido. El kender estaba a punto de levantarse; pero Grod, que había escuchado atentamente las indicaciones de Halmarain, lo sujetó por el brazo.

—Esperar. Beglug tener que llegar al agua —avisó.

Tramp se agachó y empezó a juguetear con los anillos que tenía en cada mano y a hacer juegos malabares.

—Ahora llegar Beglug. Ahora ser hora de anillos —le dijo el gully alargando la mano.

—¿Sabes lo que debes hacer? —preguntó el kender.

—Yo repetir todo el rato: correr, correr, correr.

Tramp le deslizó un anillo en el dedo y Grod desapareció.

—¡Eh! Eso no es lo previsto. Quien debía convertirse en invisible era yo —protestó el kender, que intentó encontrar al enano, pero sin éxito. Al final se encogió de hombros y se puso el otro anillo.

Se puso en pie y, para su sorpresa se encontró que había ido a parar al otro lado del camino, junto a Halmarain y Humf.

—¡Agáchate! —susurró la hechicera, pero lo mismo habría dado si hubiera chillado, ya que los humanoides estaban demasiado ocupados. Una decena de ellos rodeaba al merchesti y lo sujetaban con cuerdas que le habían atado a la cintura. Todos forcejeaban con él y no tenían tiempo para fijarse ni en el kender ni en otras cosas.

—Espera a que veamos a Ondas. Entonces…

La kender apareció a la vuelta del recodo y Tramp se levantó.

—¡Ondas, hemos venido a rescatarte! —gritó dando un gran salto hacia su hermana.

Aunque los kobolds sólo hablaban en su idioma y eran unas criaturas bastante estúpidas, los que vigilaban a Ondas comprendieron perfectamente el significado del gesto del kender y se detuvieron en seco, mientras que los que pugnaban con el merchesti titubeaban.

—¡Oh, por el amor de Gilean! —exclamó Halmarain, que se puso en pie y con una sola orden hizo que su bastón desprendiera un poderoso resplandor. A continuación, manejándolo como un látigo, arrojó una bola de fuego a los pies de los humanoides que custodiaban al merchesti.

—Tramp, espera a escuchar todo lo que tengo que contarte —gritó Ondas que, a pesar de que estaba maniatada, intentaba liberarse de las cuerdas que la sujetaban por la cintura al igual que a Beglug.

Tramp volvió a saltar y esa vez aterrizó violentamente contra el humanoide que sujetaba la soga. El kobold cayó al suelo, pero Tramp chocó con él de espaldas. Entonces dio otro salto hacia atrás, con el que se llevó por delante a otra de las horribles criaturas; ambos acabaron estrellándose sobre el grupo que seguía forcejeando con el merchesti.

El impacto arrojó al agua al kender, a tres kobolds y al merchesti. Éste último, que ya estaba furioso por tener que vadear el arroyo, montó en cólera tan pronto como sintió el contacto de la helada agua de las montañas sobre la piel. Se puso en pie, agarró a dos humanoides y los estrelló el uno contra el otro, dejándolos inconscientes. El tercero, que se había enredado con la cuerda, intentó escapar, pero recibió un tremendo mordisco en el brazo y se alejó agarrándose el ensangrentado muñón y aullando.

Sus gritos quedaron ahogados por la exclamación de triunfo que surgió de los labios de Ondas y por los gemidos de las criaturas que la custodiaban. La enorme piedra que el invisible Grod blandió pareció materializarse y flotar en el aire antes de abatirse sobre un humanoide. Otro salió huyendo, tropezó con una rama y cayó sin sentido, mientras que Ondas, a pesar de que estaba maniatada, la emprendía a mamporrazos con el humanoide más pequeño.

Inadvertidamente, Tramp dio un paso en dirección a los demás kobolds, y un increíble salto lo llevó por los aires e hizo que cayera entre los siete humanoides restantes. Éstos ya tenían sus armas a punto, pero no esperaban que el kender, que estaba en mitad del arroyo, apareciera entre ellos de aquella forma ni que pudiera tumbar a dos de ellos por la fuerza del porrazo. Ágilmente, Tramp empuñó la jupak y atravesó a un tercero al tiempo que giraba sobre sí mismo.

Los cuatro que quedaban cargaron contra él. Tramp, que siempre había sido de la idea de que una retirada a tiempo equivalía a una victoria, dio un paso atrás y se encontró de repente en la orilla opuesta del riachuelo. Estaba a punto de saltar cuando oyó la voz de la hechicera que le decía que se quedara donde estaba mientras arrojaba otra bola de fuego.

Las llamas prendieron en la ropas de dos humanoides, que no tuvieron más remedio que arrojarse a la corriente para no morir abrasados. Los otros dos se dieron de narices con Beglug, que acababa de salir del agua y seguía de un humor de perros, dispuesto a zamparse a quien se le pusiera delante. El valor de las criaturas se desvaneció cuando contemplaron el panorama, y salieron huyendo a toda prisa.

—¡Kobolds huir! —tronó la voz del invisible Grod.

—¡Tramp! —gritó Ondas mientras corría hacia su hermano.

El kender dio una zancada, pero se pasó unos veinte metros, así que se quitó el anillo y volvió corriendo normalmente.

—Espera a que te cuente todo lo que nos ha pasado —le dijo al tiempo que se abrazaban.

—Guardad vuestras historias para más tarde —interrumpió Halmarain—. Acabo de enviar a Humf por los ponis. Será mejor que nos marchemos cuanto antes. Los kobolds pueden reagruparse y atacarnos.

Tramp se había olvidado de Beglug, pero el merchesti llegó trotando alegremente y se reunió con ellos. Con un gruñido les dio la bienvenida.

—¿Quieres montar? —le preguntó Ondas imitando los gestos de ir a caballo—. A partir de ahora ya no tendrás más kobolds para comer, así que buscaremos alimento para ti.

—¿Tripas de Lava comer kobolds? —preguntó Grod.

Los kenders y la maga miraron a su alrededor, pero no vieron ni rastro del enano. Por su parte, el merchesti gimió lastimeramente.

—Vamos, devuélveme el anillo —ordenó el kender al aire.

Al cabo de unos minutos, todos se encontraban a caballo y en camino.

—¡Vaya, justo a tiempo! —exclamó la hechicera, señalando un punto distante en las colinas.

A lo lejos, la figura de un jinete encapuchado galopaba hacia un grupo formado por seis kobolds, que gesticularon frenéticamente hasta que vieron que Jarume Kaldre detenía su montura.

Tramp y sus compañeros se alejaron antes de que el siniestro caballero los viera partir.