23

El kender, los gullys y la hechicera cabalgaron durante varias horas una vez que hubieron salido del bosque donde se desarrollaba la lucha. Luego, acamparon y la noche transcurrió sin incidentes, pero nuevas sorpresas los aguardaban a la mañana siguiente.

No llevaban ni una hora de camino cuando se toparon con una corriente de agua de considerable anchura, pero escasamente profunda, que les cortó el paso.

Hacía rato que no habían visto señales de los kobolds, por lo que entonces el grupo se separó, y Halmarain y el kender se fueron a investigar la orilla, cada uno acompañado de un gully. Al cabo de unos diez minutos, Tramp encontró una confusa maraña de huellas río abajo y avisó a los demás.

—Mira. Han cruzado por aquí —le indicó a Grod—. Aquí están las marcas de Ondas. Por alguna razón estaba de lado, parece que Beglug les ha dado más de un problema, ¿ves cómo se ha resistido antes de cruzar? Ha dejado las huellas de sus pezuñas por todas partes; y también hay sangre. Seguro que ha mordido a alguno de esos malditos kobolds. ¡Me alegro!

—Tripas de Lava no gustar agua —respondió el aghar.

—Por lo menos no el agua fría— corrigió Tramp. —Recuerda con qué gusto se dio un baño caliente en el laboratorio de Orander. Estoy seguro de que, como viene de un mundo cálido, detesta el frío.

Halmarain y Humf llegaron corriendo y se reunieron con ellos en la orilla.

—Rueda mojarse —se quejó el gully—. Rueda mojarse y no gustar —repitió al igual que las otras veces que habían tenido que vadear una corriente.

—Agua llevarse magia —explicó Grod.

—No seas ridículo —espetó la maga que estaba a punto de cruzar pero que, no obstante, frenó su montura.

Tramp se volvió para ocultar una sonrisa. Estaba claro que la pequeña hechicera prefería morirse antes que aceptar que la rueda de los enanos tenía algún poder; sin embargo, las dudas de los aghars hicieron que retrocediera.

—Yo pasaré primero —terció el kender.

Desmontó, se quitó las botas, se acercó a la orilla y se metió en el agua. Justo delante de él, una gran losa de piedra cubría la mitad del cauce; más allá, el fondo era de cantos rodados.

—Se puede pasar —gritó desde el otro lado.

Humf se apeó y se puso a caminar tras su poni al tiempo que levantaba la rueda atada a la carretilla y la sostenía fuera del arroyo. Lo cruzó entre grandes chapoteos.

La hechicera decidió esperar a que todos estuvieran en la otra orilla antes de azuzar a su montura, pero las dudas fueron las causantes del desastre. El poni que llevaba la carga se detuvo a beber y estaba justo bajando la cabeza cuando una enorme rana saltó entre sus cuartos traseros. Asustado, el caballo relinchó, brincó y se hundió en el barro hasta la grupa.

—¡Arenas movedizas! —chilló Halmarain, mientras señalaba al desgraciado animal.

Tramp, que estaba sentado poniéndose las botas, se levantó a medio calzar, y corrió hacia el riachuelo. Arrancó de las manos de Halmarain las riendas del caballo y tiró de ellas, pero sólo consiguió arrancarle las bridas. Por su parte, Humf y Grod, se metieron en el agua y tiraron de las correas que sujetaban la carga hasta que los dos cayeron y se hundieron hasta los hombros en el lodo.

—Barro muy hondo —dijo Humf mirando al kender de soslayo.

—Sí, barro muy prof… —jadeó Grod antes de que la cabeza le desapareciera bajo la superficie.

Tramp hundió la mano rápidamente y, con la ayuda de la hechicera, sacó al gully de la masa viscosa.

—¡Deprisa! Yo no poder sujetar poni mucho rato —exclamó Humf, que se hundía más lentamente.

—¿Puedes agarrarte? —preguntó Halmarain metiéndose en el agua llevando unas riendas a las que había atado las de su propio poni.

—Estupendo, funcionará si puedes atarlas al bocado. ¿Crees que puedes hacerlo, Humf? —preguntó el kender.

—Bien, necesitar que alguien empujar —balbuceó Humf mientras intentaba mantener la cabeza fuera del limo y con la mano libre palpaba en busca de las riendas.

—Allá van —gritó la hechicera mientras le arrojaba un extremo de las bridas, que cayó justo en la espalda del gully.

Humf se las arregló como pudo y trepó a la grupa del poni al tiempo que murmuraba palabras incomprensibles que quedaron ahogadas por el relincho del aterrorizado animal. El caballo se hundió más todavía y arrastró a Tramp, que sujetaba los tobillos del aghar.

—Yo cogerte —le aseguró Grod, y el kender notó la fuerte presa de las manos del gully en las pantorrillas.

—¡Recórcholis, esto es interesante! —exclamó Tramp mientras levantaba la barbilla del pegajoso barrizal—. No noto que me hundo, aunque debo estar hundiéndome sin remedio. Me pregunto qué habrá en el fondo, estoy seguro de que un montón de cosas interesantes se han hundido aquí. Si las pudiéramos encontrar…

—Me temo que no hay tiempo para tus exploraciones —lo interrumpió la nigromante—. Si no sacamos al caballo y a Humf rápidamente, se ahogarán.

El kender suspiró y decidió que nunca más viajaría en compañía de una maga. Los magos le quitaban el misterio y la gracia a todas las cosas. Pero, como ni el aghar ni el poni parecían demasiado entusiasmados ante la idea de comprobar lo que había en el fondo, decidió que lo mejor era sacarlos de allí.

Humf casi había desaparecido cuando su mano emergió e indicó que ya había atado las riendas.

—¡Halmarain, tira del poni! —gritó Tramp que aferró con más fuerza las piernas del gully.

El kender notó que tiraban de él, cuando oyó el grito de la hechicera y un chapoteo.

Grod lo soltó momentáneamente, sacó a Halmarain del agua y volvió a agarrar a Tramp.

—Dame esas riendas, Grod —pidió la Túnica Roja, que había metido su montura en el agua y estaba atando el extremo de las correas al pomo de su silla de montar.

En aquellos momentos sólo se veía el hocico del poni hundido.

Halmarain salió del cauce y comenzó a arrastrar con todas sus fuerzas su poni. Lentamente, toda una cadena cuyos eslabones eran un animal, un gully, un kender, otro gully y un poni empezó a salir de las arenas movedizas.

Tramp tenía la sensación de que lo estaban despedazando, pero aún así mantuvo la presa. No tardó en percibir la aspereza de la losa de piedra y, al cabo de unos instantes, se arrastraba por encima de las piedras. Se puso de rodillas cuando Grod lo soltó y fue en ayuda de su hermano. Entre los dos tiraron de Humf, que seguía aferrado al pequeño caballo, y pronto estuvieron todos fuera de las arenas movedizas. Tan pronto como el asustado animal pisó terreno firme, trotó rápidamente fuera del riachuelo y los demás se apartaron de sus inquietos cascos.

Mientras el poni se quedaba inmóvil y tembloroso, Humf, sin que nadie se lo dijera, se limpió todo el lodo del cuerpo y la cara. Luego, levantó el rostro empapado de agua, miró directamente a Halmarain y sonrió.

—Hechicera ser aghar ahora. ¿Querer formar parte de clan Aglest?

—Kender también —añadió Grod.

—Cuidado con lo que decís —espetó la maga mientras se quitaba de encima el pegajoso lodo—. Será mejor que os acabéis de asear.

—Yo saber que ella responder eso —repuso Grod, que miró con repugnancia el barro que lo cubría.

—También habrá que limpiar el poni y la carga —añadió la pequeña nigromante—. ¿Dónde están los fardos?

—En barro —replicó Humf—. No poder sacar poni y fardos a la vez.

—¿Has perdido todas nuestras cosas? —preguntó Halmarain, aturdida por la incredulidad.

—Sí, han desaparecido —terció Tramp—, todas. Pero el gully tiene razón. No podíamos salvarlo todo y a todos. Puede que podamos rescatarlas si me atáis una cuerda y yo…

—No, ni hablar. —Halmarain rechazó la idea de plano.

—No. Ahora no limpiar fardos —comentó Grod, como si aquello fuera una ventaja—. Yo también perder magia. —Se palpó la ropa vacía—. Yo perder ardilla muerta.

Si bien la pérdida de Grod fue motivo de alegría, se dieron cuenta de que las cosas de cocinar habían desaparecido junto con el resto de la carga, así que Tramp usó el casco del gully como recipiente para asearse él y limpiar al poni mientras los demás completaban su aseo.

—Por lo menos hace sol y calor —dijo el kender mientras se ponía las botas—. Nuestras ropas casi se han secado. Ya podéis estar agradecidos de que no hayamos tenido que limpiar a Beglug.

—Tendremos que reponer las provisiones que hemos perdido cuando lleguemos a Thelgaard. Espero que la bolsa de Orander siga llena de piezas de acero.

—¡Ah, Thelgaard! —exclamó Tramp—. Seguramente será un lugar interesante.