Y en el gran libro, Astinus dejó constancia de la ira de la Reina de la Oscuridad…
—¡Le arrancaré la cabeza! ¡Lo despellejaré vivo y lo freiré en aceite hirviendo! —rugía Takhisis.
La diosa siguió profiriendo amenazas y juramentos tan terribles que hasta Draaddis Vulter se puso a temblar de miedo a pesar de que sólo llegó a entender algunos.
La Reina del Mal estaba tan furiosa que había adoptado su verdadera apariencia de dragón de cinco cabezas, y todas las testas se agitaban y rugían amenazadoramente en el espacio de la negra esfera, de tal modo que aparecían sucesivamente y bramaban terriblemente ante el espanto del mago.
—Ya ha sido malo que no atrapara al kender, pero ¿tenía también que perder a los kobolds? ¡Su incompetencia le costará cara!
Draaddis se mantenía muy quieto y no se atrevía a interrumpir. Sabía que era mejor que su señora se desahogara. Pasaron varias horas antes de que Takhisis recobrara la calma.
—¿Dónde se encuentra? ¿Qué te dice tu rata alada acerca del paradero de Kaldre? —preguntó cuando se hubo tranquilizado.
—Se halla en las montañas, mi reina. El conjuro que usó el goblin era poderoso, y está todavía paralizado, pero no tardará en ir tras los kobolds. La mala suerte ha sido en esta ocasión su peor enemigo, aparte de los goblins, claro. Sin embargo, inculcó a sus tropas la obligación de que nos entreguen al merchesti y a la kender.
—Sí, pero ¿se acordarán de hacerlo?
—Mi mensajero me dice que los kobolds se dirigen hacia el este tan deprisa como se lo permiten sus fuerzas. Según parece, Kaldre les advirtió que no solo serían el objeto de mi furia si fracasaban, sino también de la vuestra, mi señora.
—Puede que así sea por ahora, pero ¿se mantendrán así hasta que lleguen a Pey? —preguntó la diosa con desconfianza.
—Kaldre los previno de que había un mensajero que los observaba continuamente, y mi rata voladora me ha informado de que no dejan de escudriñar el cielo. Si creen que alguien los espía, obedecerán.
—Me has dicho que han capturado a la kender. Eso significa que tienen la piedra que nos hace falta para abrir el portal, pero ¿por qué no apresaron al otro kender?
—Esa parte es confusa. Mi mensajero me ha enviado una imagen en la que se veía al kender corriendo tras un poni justo cuando el resto del grupo se acercaba al lugar de la emboscada.
—¿Está siguiendo a los kobolds ahora? ¿Hay alguna posibilidad de que él y los demás intenten rescatar a la muchacha kender? ¿Podríamos prevenir a los humanoides?
—No tengo manera de comunicarme con ellos, mi reina, pero ¿qué pueden hacer un solo kender y un enano contra una tropa numerosa? Los otros dos que componen el grupo no son más que aghars que no saben ni luchar. Además, Kaldre se está liberando del conjuro para perseguirlos en este mismo instante.
—Me alegraría con tus noticias si no fuera porque te veo dubitativo. ¿Qué me estás ocultando?
—Solo las dificultades que parece que tienen con el merchesti. Cada vez que se acercan a un arroyo, la criatura se pone imposible. Al parecer no le gusta el agua.
—Sí, pero los del grupo no tuvieron esos problemas.
—Es cierto, pero entonces iba montado en un poni y no tenía que mojarse. Ya ha matado a dos kobolds y herido a un par más. Me temo que si Kaldre no lo remedia, esa criatura podría acabar con los humanoides.
Takhisis volvió a ser presa de la ira y las cabezas de los dragones volvieron a rugir terroríficamente. La habitación del hechicero se llenó de gases sulfurosos y el aire se hizo irrespirable. Draaddis se percató de que todo era una ilusión provocada por la furia de la diosa, pero no por ello dejó de notar que se ahogaba.
Mientras, a más de cien metros, en la superficie, el lobo se despertó del sueño medio asfixiado. Se arrastró como pudo fuera de la guarida mientras se preguntaba si debería buscar un nuevo refugio. Luego, cuando hubo recobrado el olfato, salió en busca de una presa.
La cena de aquella noche consistió en carne de goblin herido. Devoró un brazo y una pierna, y enterró el resto del cuerpo como reserva. Cuando regresó a su madriguera se acercó cautelosamente y olfateó el ambiente, pero no detectó ni rastro de la miasma que lo había despertado. Se acurrucó en su lecho de hojas, bostezó y olfateó unas cuantas veces más hasta que consideró que el lugar era seguro. Sólo entonces se durmió.
Tramp se precipitó al vacío; pero, en lugar de estrellarse, cayó sobre unos arbustos que amortiguaron su caída y rodó pendiente abajo. Cuando se puso en pie no se había roto nada, y sólo tenía unas cuantas magulladuras.
Miró el anillo y el borde del precipicio, que estaba a varios metros de distancia por encima de su cabeza, y dio un salto hacia arriba, pero sus pies no se elevaron más de dos palmos del suelo. Lo volvió a intentar con todas sus fuerzas y esa vez consiguió elevarse dos palmos y medio.
—Debo acordarme de hablar con Orander acerca de este anillo —murmuró—, aunque creo que eso ya lo he dicho antes —añadió.
Como no podía usar de la magia para salir del barranco, guardó el anillo y se puso a escalar, pero en la creciente oscuridad le resultaba difícil hallar un punto de apoyo y perdió pie en más de una ocasión. Después de resbalar y rodar más de tres veces hasta el fondo, decidió que era mejor dejarlo y buscó un lugar para descansar. Volvería a intentarlo por la mañana y quizás entonces pudiera hallar un camino para salir de allí.
«Es como si Orander hubiera dispuesto un montón de pequeñas jarras con poderes mágicos y hubiera llenado el anillo con ellas de manera que sólo se pudiera gastar una jarra cada vez», se dijo; y con esos pensamientos se quedó dormido.
Cuando amaneció, Tramp se despertó y se estiró para aliviar la rigidez de los músculos. Buscó el anillo, se lo puso, dio un saltito y… ¡La magia funcionó! Pasó por encima del borde del precipicio, aterrizó sobre una piedra que se bamboleó y cayó despatarrado.
—Te has comportado —le dijo al anillo. Luego, se lo quitó y lo guardó—. No te volveré a necesitar hasta que salga de estas montañas.
Su primera preocupación era encontrar la pista de los kobolds, así que caminó por la ladera de la montaña con el sol en la cara puesto que se había dirigido hacia el este cuando perdió el rastro.
Al cabo de un rato, se internó en una zona cubierta de alta vegetación y entonces escuchó una voz.
—¡Rueda, tú volver!
—¿Humf? ¡Buf! —El segundo grito sonó como una prolongación del primero, como si a la sorpresa se añadiera la falta de aire. La rueda de carro apareció rodando entre la maleza, lo golpeó en el hombro e hizo que diera una voltereta. Los miembros se le enredaron entre los radios, y el kender y la rueda cayeron al suelo. Inmediatamente, los dos gullys aparecieron entre los arbustos.
—¡Caramba, rueda encontrar kender! —gritó Humf en tono triunfal.
—¡Parece mentira! —exclamó Halmarain exasperada, mientras Tramp intentaba zafarse del objeto.
Antes de que hubiera podido ponerse de pie, apareció la pequeña hechicera tras los pasos de los aghars. Tenía el rostro encendido por el enfado y echaba chispas por los ojos. Detuvo a su poni y tras ella aparecieron todas las otras monturas.
—¡Parece mentira! —repitió mientras los dos gullys le sonreían—. No has ido muy lejos —le dijo a Tramp disimulando el alivio que aparecía en su voz por haberlo encontrado.
—Voy a hablar con Orander sobre las propiedades de su anillo —respondió el kender—. Tiene que añadirle un conjuro para que no tire a su portador por los precipicios. —Y en pocas palabras hizo un resumen de los últimos acontecimientos.
—Me alegro de que te hayamos encontrado —admitió Halmarain—. Yo sola no puedo conseguir que estos dos incapaces monten en sus ponis.
—Nosotros necesitar montar deprisa —dijo Grod, que se tiraba de los pelos de pura impaciencia—. Kobolds escapar deprisa, goblins correr deprisa, ponis correr deprisa, sólo hechicera ir despacio.
—Por mucho que me duela, tengo que admitir que tiene razón —reconoció la nigromante.
—¡Diantre, tenemos que darnos prisa! —atajó Tramp—. Yo los ayudaré a que monten, pero me voy a adelantar. Volveré a buscaros cuando haya encontrado a Ondas y a Beglug.
—Pero irás más rápido en poni que a pie —objetó la pequeña maga.
—Entonces me llevaré el mío.
—No, no lo harás. Yo lo recuperé y ahora me pertenece. Si quieres un poni tendrás que cabalgar con nosotros.
—Podría usar el anillo…
—Sí, pero ¿durante cuánto tiempo antes de que pierda sus poderes o te tire por otro precipicio?
Tramp frunció el entrecejo. Se había quedado sin respuestas.
—Además, nos necesitas para rescatar al merchesti y a tu hermana —añadió la hechicera—. Ya sé que quieres encontrar a Ondas pero no más de lo que yo quiero encontrar a Beglug. Ya sabes que si no conseguimos devolverlo al plano de Vesmarg, su progenitor podría aparecer por aquí en cualquier momento…
—No perder más tiempo hablando —interrumpió Grod—. Montar poni ya —añadió su hermano.
Tramp aceptó la situación y ayudó a los gullys. Por su parte, Halmarain accedió a conducir las monturas en una reata, salvo la de Tramp, pues éste se adelantó para localizar el paso más accesible por el que cruzar las montañas.
—¿No sería mejor buscar la pista de los kobolds primero? —preguntó.
—La encontraremos al otro lado, tan pronto como crucemos. Se dirigen hacia el este, a pesar de que han escogido la ruta más difícil.
—Encontrar pista una vez —comentó Grod.
—¿Y encontrasteis alguna señal de…? —El kender se interrumpió ya que no quería expresar sus temores acerca de la suerte de Ondas.
—Sí, y sabemos que tanto tu hermana como el merchesti estaban vivos esta mañana. Cruzaron un arroyo y vimos las huellas que dejó Beglug en su intento de no meterse en el agua. Cerca, Grod encontró unas marcas que asegura que pertenecían a Ondas. Además, encontramos esto prendido en una rama. —Le mostró una pluma azul en cuya base había cosidas dos cintas verdes y otra de cuero.
—Sí, es de Ondas —exclamó Tramp, que reconoció el adorno con el que su hermana solía recogerse el pelo.
—Si Beglug puede pelear y ella dejarnos pistas, quiere decir que están sanos y salvos —concluyó Halmarain—. Se los llevan hacia el este.
—Pues vámonos. Ya haremos planes por el camino —dijo el kender poniéndose en cabeza.
Al cabo de un rato, Tramp encontró un collado entre las montañas y, como no iban tras ningún rastro, apresuró a la hechicera. La mente del kender bullía de planes de rescate.
—Esto es lo que creo que podríamos hacer —propuso—. Cuando les demos alcance, tú, Grod y Humf trepáis a la rama de un árbol que cuelgue sobre ellos y…
—¿Cómo sabes que habrá un árbol? —preguntó la maga—. Además, si los gullys no saben subirse a un poni, ¿cómo esperas que trepen a un árbol?
—Muy bien —replicó el kender, ceñudo—, pues entonces cogeremos un carro y…
—¿Y dónde vamos a encontrar un carro en medio de estas montañas?
—¡Córcholis, nada te parece bien! ¿Quieres rescatarlos o no?
—Claro que quiero. —La hechicera escupía las palabras—. Pero no podemos hacer planes hasta que demos con ellos.
—Quizá Tripas de Lava devorar kobolds —aventuró Grod.
—No. Él no haría algo así —objetó Tramp, olvidando a propósito el incidente con el perro del posadero de Deepdel.
—No puedes saberlo —intervino la nigromante—. Por otra parte, sería una venganza estupenda. Esos humanoides desearían no haberle puesto nunca la mano encima.
—¿Y por qué coger Beglug? Kender ser linda, pero Beglug malo.
—Pues… —La explicación de Tramp quedó suspendida en el aire.
—Yo no lo sé, pero no me gusta —comentó Halmarain con aspecto preocupado.
—Ni a mí —sentenció el kender que no podía evitar sentirse culpable por la captura de Ondas. Era su hermana y estaba profundamente inquieto.
—Hay algo más que la típica maldad kobold en este asunto —advirtió la hechicera—. Eso es lo que más me alarma, y debemos ir con mucho cuidado.
—Sí, hombre con capucha negra —intervino Grod, asintiendo con la cabeza.
—Tienes razón. Me había olvidado por completo de él —dijo Tramp—. ¿Recuerdas si estaba con los kobolds?
—Yo no lo vi —repuso Halmarain, quien a la par que Tramp, lanzó una mirada de curiosidad a los aghars. Los dos hermanos se encogieron de hombros—. Iba con los kobolds cuando pasó frente a la cueva. ¿Alguien sabe si también estaba con ellos en el laberinto de gargantas?
Tramp asintió en silencio.
—Entonces, los goblins con los que luchó bien pudieron seguirlo hasta las montañas. No me extrañaría que lo volviéramos a ver cuando demos alcance a los kobolds.
—¿Quién debe ser?, ¿y cómo sabes a dónde se dirigen? ¿Lo conoces?, ¿sabes dónde vive?
—¿Vivir? No, no creo que esté muy vivo, pero gracias a él creo que ya sé a qué lugar se dirigen los kobolds.
Tramp aguardó la respuesta, pero como ésta no llegó, la impaciencia pudo a su habitual buen humor.
—¿Qué? ¿Vas a decírnoslo, o no?
—No. No estoy segura de estar en lo cierto y si me equivoco es mejor que no lo sepáis —respondió, al tiempo que espoleaba su montura.
Galoparon durante un rato, pero cuando los ponis dieron muestras de cansancio aminoraron la marcha.
—Los hemos hecho galopar demasiado. Deberíamos desmontar y dejar que descansen cuando hayamos cruzado aquel riachuelo —propuso la maga señalando un lugar a unos metros de donde se encontraban.
Tan pronto como estuvieron cerca de la orilla, Tramp vio las huellas en el embarrado suelo.
—Aquí están las de Beglug y Ondas, y los enanos siguen yendo por delante.
—¿Los mismos neidars? —preguntó Halmarain.
—Seguramente, porque aquí veo la marca de la pezuña de tu poni. Creo que el grupo pasó después de los kobolds —dijo el kender mientras estudiaba el terreno con mucha concentración—. ¡Eh, mirad! También está pasando un caracol —añadió.
—¿Está muy lejos? —quiso saber la hechicera.
—No. Le pasarás por encima tan pronto como pongas el pie en la otra orilla, eso si no lo pisas primero.
—Deja de decir tonterías, ¿quieres? —espetó, mientras vadeaba la corriente.
Los gullys desmontaron y siguieron caminando y empujando su rueda. No se habían alejado cuando Grod volvió a toda prisa.
—¡Rueda avisar de que goblins venir! —jadeó.
—¡Qué bien, ahora predice el futuro! —ironizó la nigromante.
—No predecir, sólo caer. Humf darse vuelta para recoger y entonces ver. ¡Goblins venir! —insistió el enano mientras señalaba el collado entre las montañas.
—Eso no significa que vuestra rueda los haya localizado.
—Hechicera no gustar rueda —masculló el aghar mirando con furia a la pequeña aprendiza de Túnica Roja.
—No se lo tengas en cuenta —terció Tramp, poniéndole una mano en el hombro al enano—. Recuerda que ella puede hacer magia, pero que no puede avisarnos cuando alguien se aproxima, como puede hacer vuestra rueda.
—¡Caramba, qué comentario tan amable! Justo lo que necesitaba —protestó Halmarain—. En cualquier caso, si es cierto que se acercan, será mejor que nos ocultemos.
Tramp abrió la boca para objetar, pero la nigromante se anticipó.
—Si dejamos que pasen, podremos proseguir mucho más deprisa.
—Ya lo tengo. Vamos hacia allí —dijo el kender al tiempo que señalaba a su izquierda, donde un bosquecillo proyectaba profundas sombras.
Los demás asintieron. Aquel sitio parecía tan bueno como cualquier otro. Aunque sabían que los goblins podrían seguirles la pista, se metieron todos entre la alta vegetación y fueron hacia los árboles. Tramp se apresuró a coger un puñado de piedras para lanzarlas con la jupak en caso de que tuvieran que defenderse.
De común acuerdo y sin que nadie tuviera que decirlo, se movieron lo más sigilosamente posible para que ningún animal pudiera delatar su presencia. Las hojas caídas por el suelo amortiguaron las pisadas de los ponis. Una vez dentro del bosque, descubrieron un arroyuelo y caminaron por él durante un buen trecho antes de salir de la corriente. Si los goblins los seguían, seguramente acabarían por perder el rastro.
Más adelante encontraron un lugar aceptable para acampar y se sentaron para compartir el frugal almuerzo que Tramp sacó de las alforjas. Y entonces oyeron las voces. No muy lejos, alguien discutía. El kender tardó un instante en darse cuenta de que, por la dirección de donde provenían, no podían ser los goblins. Halmarain se llevó un dedo a los labios para indicar silencio y dijo con los labios: «Enanos».
Tramp se puso en pie y, ocultándose de árbol en árbol, se acercó al lugar del que provenían los sonidos. No tardó en llegar cerca de un claro, donde pastaban unos ponis, y en divisar entre la maleza a los neidars que los habían perseguido. Estaban discutiendo y no se ponían de acuerdo.
El kender retrocedió y regresó a su posición. Halmarain lo recibió con una muda pregunta, y él usó sus manos para indicarle que se trataba del misterioso collar. La maga suspiró cuando comprendió que las voces eran de los neidars.
Todos se agacharon para ocultarse cuando vieron que los goblins se acercaban por la maleza y se dirigían hacia el límite del bosque. Para su sorpresa no les pareció que siguieran sus huellas, sino que caminaban despreocupadamente, sin mirar al suelo. La dirección que llevaban los conduciría directamente hacia el claro donde estaban los neidars, y el ruido de la discusión no permitiría que los enanos advirtieran la presencia de los salvajes humanoides.
Neidars y goblins estaban a punto de enzarzarse en una lucha sin cuartel, y Tramp no quería perdérselo. Pensó en su hermana, que se encontraba en algún lugar hacia el este y supo que no podía demorarse; no obstante, por culpa de las precauciones de Halmarain, estaba aburrido. A pesar de la inquietud que le producía el destino de Ondas, supo que debía esconderse hasta que los goblins hubieran pasado. Si no podía seguir la pista de los kobolds, al menos podría presenciar la batalla que se avecinaba.
Metió la mano en el zurrón y sacó los dos anillos. Se puso el primero y se dio cuenta de que, como de costumbre, no había acertado. Era visible. Se lo quitó, tomó el otro y ya no se vio. «¡Perfecto!», se dijo y se internó por el bosque para tener una buena vista de todo el claro.
Tres enanos estaban sentados en el suelo, mientras otros dos pateaban y gesticulaban en plena discusión. El sexto estaba apoyado contra un tronco, quitándose una bota, de espaldas a sus compañeros y a Tramp. El neidar metió la mano dentro, como si comprobara algo, y se inclinó hacia adelante para volver a ponérsela. La vista de aquel redondo trasero era una diana demasiado irresistible para cualquier kender que llevara una jupak y se respetara a sí mismo, especialmente si además estaba protegido por un conjuro de invisibilidad. Sin pensarlo dos veces, Tramp cargó la honda y lanzó el proyectil.
La piedra golpeó al neidar en plena nalga, y el enano, sobresaltado, lanzó un gritó y cayó al suelo en un vano intento de darse la vuelta. Su bota salió volando y se perdió en la maleza. Cuando el neidar se levantó, Tramp lo reconoció. Acababa de golpear al cabecilla, a Tolem.
El kender se tapó la boca con la mano para silenciar una carcajada. Si una sola pedrada había sido divertido, otras aún lo serían más.
La segunda golpeó a otro neidar en la rodilla y provocó que todos se pusieran en pie y corrieran como locos. El kender tuvo que hacer un esfuerzo para sofocar la risa cuando vio a los hombrecillos yendo de un lado para otro con expresión estupefacta.
Los anillos mágicos podían ser realmente divertidos. ¿Quién sería su próximo objetivo? Se decidió por un neidar chaparro, de oscuras ropas y espesa barba. Lanzó la tercera lasca, pero el enano se apartó en el último instante y Tolem recibió el impacto en el dedo gordo del pie. Como no llevaba puesta la bota, gritó de dolor y empezó a saltar con una pierna mientras se agarraba el dedo herido con las dos manos. Los demás se echaron al suelo en busca de protección.
Tramp busco más piedras en su bolsa, pero los enanos ya no estaban a la vista. Decepcionado, dejó escapar un suspiro. En aquel momento oyó ruidos de pasos entre la vegetación y el crujido de pequeñas ramas que se partían. Llegaban los goblins.
Los humanoides penetraron en el claro sin advertir que seis irritados enanos estaban escondidos tras los árboles y en los arbustos. Los neidars enseguida atribuyeron la agresión a los goblins y se lanzaron contra ellos profiriendo sonoros gritos de guerra.
Tolem, que ya se había calzado las botas, se abalanzó blandiendo su hacha con tan poca precisión que sólo consiguió cortar la punta de la pica de su adversario. Los humanoides fueron cogidos por sorpresa, pero reaccionaron prontamente. Uno de ellos cargó con su lanza con tanta fuerza que traspasó el escudo de metal del neidar. El enano y el goblin se pusieron a dar saltos al mismo tiempo que tiraban de sus armas para desengancharse.
La batalla se estaba desarrollando con furia y rapidez cuando Tramp oyó un ruido y una voz a sus espaldas.
—Rueda encontrar kender. Rueda encontrar kender —repetían los dos gullys mientras empujaban la rueda y miraban a su alrededor, completamente indiferentes a los gritos de la lucha que se desarrollaba un poco más lejos. Ninguno de los dos iba armado, pero eso tampoco habría cambiado las cosas en caso de combate.
El kender suspiró con resignación, dio media vuelta, se alejó del campo de batalla y fue al encuentro de los aghars mientras se quitaba el anillo.
—Creo que es mejor que nos vayamos —les dijo.
—Quizá se maten entre ellos y nos dejen en paz —comentó Halmarain cuando regresaron al campamento, pero no sin haber echado antes una reprimenda a Tramp por su escapada.
El kender se mostró escandalizado por el comentario de la maga.
—Eso no está bien. Al contrario, es un comentario perverso. No puedo culparlos porque nos sigan. Quieren recuperar el collar y no entiendo por qué no deberíamos devolvérselo. No puedo creer que les desees ningún mal.
—Tienes razón —admitió Halmarain—. No quiero que los maten, lo único que deseo es librarme de ellos. Les devolvería el collar si pudiera, pero no creo que pueda hacerlo… Ni siquiera puedo explicártelo, porque no estoy segura de que mis sospechas sean ciertas. Ya sé, pero prefiero que no me lo preguntes. Te lo diré cuando haya reflexionado sobre el asunto.
—Lástima, era una buena pelea —contestó Tramp, que pensaba que ojalá pudiera volver al claro para ver cómo terminaba.