21

A todos los kenders les entusiasma viajar y mi tío Saltatrampas no era una excepción…

Habían cabalgado hacia el norte, y Tramp notaba la cálida caricia del sol en la mejilla izquierda mientras la derecha se la refrescaba la brisa del atardecer. No tardarían en buscar un lugar para pasar la noche. El kender había desmontado y estaba oteando el terreno para localizar un arroyo en cuya orilla pudieran acampar cuando vio una serpiente que se deslizaba entre la hierba. El reptil se aprestaba a cazar un pajarito que pugnaba por desenterrar una lombriz.

—¡Ah, no. Ni hablar! —exclamó el kender, saltó del poni y se lanzó cuesta arriba, cogió una piedra, la metió en la onda de la jupak y la lanzó. Su puntería no fue tan buena como de costumbre, pero ahuyentó al ofidio.

—¡Tu poni, tu poni! —chilló Halmarain, señalando la pendiente.

El caballo, sin nadie que lo guiara, se había apartado del sendero y caminaba hacia una zona de pasto.

—¡Eh! ¿Adónde crees que vas? —gritó Tramp y salió a toda prisa tras él.

El animal vio al kender y se puso a trotar. Sólo se detuvo para tomar un bocado de hierba y siguió adelante.

—Ven aquí —rió Tramp, que no estaba en absoluto molesto con el equino, que parecía burlarse de él. Al contrario, aquel juego le parecía francamente divertido y estaba encantado de participar.

—¡Deja de una vez de hacer el payaso y atrapa a ese animal! —gritó la hechicera mientras el grupo se aproximaba a una zona en la que el camino quedaba rodeado de rocas y matorrales.

Tramp volvió la cabeza para responder, pero no fue una buena idea. El terreno estaba sembrado de piedras sueltas, así que tropezó y cayó de bruces. Cuando se puso de nuevo en pie, se dio cuenta de que su poni aún estaba más lejos.

—¡No tardaré! Enseguida vuelv… —se interrumpió de golpe. Delante de él había aparecido un goblin que había estado ocultándose tras unos arbustos.

El kender se quedó mirando al humanoide, que durante un momento pareció no menos sorprendido. Tramp fue el primero en recobrarse de la sorpresa.

—¡Hola! ¿Le importaría ayudarme a atrapar mi poni? —preguntó alegremente—. ¿Vive usted por aquí y conoce el terreno? Si es así, podría indicarme dónde no hay piedras con las que pueda tropezar.

—Yo matar kender y comer poni —gruñó el goblin mientras blandía su pica y daba un paso al frente.

—No, no lo creo. Esa idea no me gusta en absoluto —objetó Tramp mientras retrocedía justo en el momento en que un segundo goblin aparecía a sus espaldas. El kender hizo una pausa.

—¿Comer poni? No está mal. Siempre me he preguntado qué sabor puede tener. —No tenía intención de averiguarlo, pero la cuestión era igualmente interesante y lo intrigaba.

También intrigaba a los goblins. Éstos estaban acostumbrados a luchar con sus enemigos y no solían entablar conversaciones antes de matarlos. Intercambiaron una mirada de sorpresa y se encogieron de hombros sin saber exactamente lo que debían responder.

La sorpresa dio tiempo a Tramp para que buscara en su bolsa uno de los anillos de Orander. Se puso el primero que encontró y se miró la punta de los pies. Como todavía era visible dedujo que se había puesto el que permitía dar grandes saltos. Dio un paso atrás que se convirtió en un brinco gigantesco y a punto estuvo de despeñarse por un precipicio cercano.

«¡Caramba!, ha ido de poco. Me parece que no ha sido una buena idea —se dijo a sí mismo mientras se balanceaba al borde del vacío, a veinte metros de altura—. Las magulladuras no me gustan nada».

Los goblins se quedaron atónitos ante la súbita desaparición de su presa, pero un enemigo que huía era algo que sí podían comprender. Aullaron y se lanzaron tras el fugitivo. Uno tropezó con las rocas y se dio de bruces, pero el otro sorteó los obstáculos y persiguió tenazmente al kender.

Tramp escuchó un tumulto en la zona alta de la montaña y vio que aparecían más goblins. Oyó que su hermana gritaba y luego el gemido de Beglug; después, le llegaron los agudos aullidos de los kobolds y vio cómo uno de ellos corría en busca de protección. Durante unos segundos, Tramp se quedó allí, al borde del precipicio, preguntándose qué demonios sucedía. ¡Kobolds y goblins se enfrentaban de nuevo! Observó que un goblin se derrumbaba con una flecha kobold atravesándole el pecho; y que, a un centenar de metros, el goblin que había querido zamparse al poni perseguía denodadamente al animal mientras que el otro se le echaba encima. Entonces volvió a oír la llamada de Ondas.

Tramp se sabía fuera de todo peligro, puesto que llevaba el anillo del mago, y había decidido burlarse de su atacante esquivando sus arremetidas; pero, cuando oyó la voz de su hermana, olvidó toda intención de jugar y fue en su ayuda. Ondas lo necesitaba y él no tenía tiempo que perder, así que sujetó fuertemente la jupak y dio un paso adelante. La energía del salto lo impulsó de tal modo que el extremo afilado de su arma atravesó las tripas del goblin como si fueran mantequilla. Afortunadamente, se agachó antes del impacto, y la lanza del goblin sólo le hizo un pequeño desgarrón en la camisa. Cuando el enemigo se derrumbó, Tramp le arrancó la jupak del torso y miró a su alrededor.

Tenía pensado recuperar primero al poni, pero con Ondas en peligro dudó un instante: ¿alcanzaría a su hermana antes si lo hacía a caballo? Decidió que no, pero tampoco estaba dispuesto a permitir que el goblin devorase a su montura.

Metió la mano en la bolsa con la esperanza de sacar una piedra afilada, pero lo único que sus dedos palparon fueron los cantos rodados que había cogido en el río. Sacó uno y entonces recordó que aún tenía las esferas de cristal que había encontrado en Deepdel, las que se incendiaban cuando se rompían.

«¡Mucho mejor! ¡Vamos muchachitas!», dijo para sus adentros mientras cargaba con ellas su arma. Hizo girar la jupak en el aire, apuntó a la espalda del goblin y las lanzó. Desgraciadamente, no había contado con las irregularidades del terreno y las bolas se estrellaron en los talones del goblin cuando éste trepaba por un montón de troncos caídos. El líquido y la pólvora se esparcieron, y las llamas prendieron en los calzones y en las posaderas del humanoide, que todavía dio algún paso antes de percatarse de que estaba ardiendo. Entonces, se echó al suelo entre aullidos de dolor y rodó sobre sí mismo en un intento de apagar las llamas.

Tan pronto como Tramp vio cómo su enemigo caía se dio la vuelta y se lanzó a la búsqueda de Ondas. Uno de sus saltos gigantes lo llevó por encima del goblin en llamas y el segundo lo hizo chocar contra una de aquellas bestias, que apareció bruscamente en su camino. La fuerza del impacto desequilibró al goblin, cuya cabeza golpeó fuertemente contra una roca con un crujido desagradable, e hizo que el kender cayera pesadamente entre unas matas y quedara momentáneamente atontado.

No tenía ningún hueso roto, pero tardó unos instantes en recuperar el aliento. Cuando se levantó, estaba todavía aturdido y pensó que, pese a que se había tratado de una experiencia nueva e interesante, no tenía ganas de repetirla.

En algún sitio estaba su hermana, y ella no lo habría llamado de no haber estado en un apuro. Dio un paso, tropezó y se encontró dando tumbos sin control. Había olvidado que todavía llevaba el anillo. Estaba claro que lo que necesitaba en aquellos momentos era el otro anillo, el que lo haría invisible.

Se levantó, buscó en su zurrón y se lo puso. De repente, ya no pudo verse los pies. Observó que había dejado la jupak en el suelo mientras buscaba el anillo y que, al cogerla, el arma también desaparecía. Entonces, echó a correr camino arriba.

Al primero a quien encontró fue a Humf, sentado en el suelo, con una mano en la rueda y la otra en el casco.

—Rueda pararse con daño, rueda pararse con daño… —gemía.

Un poco más adelante, Tramp pasó por encima de unos arbustos humeantes. A su alrededor olía a quemado, y no tardó en ver a Halmarain, que sostenía su bastón con ambas manos y lo manejaba como si fuera un arma. Cualquier cosa que tocaba ardía con un fogonazo. De repente, un kobold surgió tras la hechicera.

—¡Cuidado! —la avisó el kender.

La pequeña maga se dio la vuelta con rapidez y golpeó al humanoide, que retrocedió con las ropas en llamas y acto seguido huyó despavorido, dejando tras él un rastro de humo y olor a pellejo chamuscado.

—Tramp, ¿dónde estás? —gritó la nigromante mientras miraba a su alrededor con expresión de incredulidad y mantenía en alto el bastón en previsión de posibles ataques.

—Estoy aquí, pero ¿dónde está mi hermana? —contestó mientras se quitaba el anillo y lo guardaba—. Tampoco veo a Beglug ni a Grod.

—No lo sé. No los he visto desde que los goblins y los kobolds nos atacaron, la maleza es demasiado tupida. Creo que los gullys salieron corriendo.

—Humf, no —respondió, y señaló hacia atrás, donde el aghar todavía estaba sentado, gimoteando—. Pero dime, ¿qué está pasando? ¿Quién lucha contra quién y por qué? ¡Recórcholis, no pensaba que uno pudiera divertirse tanto por estas montañas!

Entonces oyeron unos pasos que se acercaban y Grod apareció corriendo camino abajo. Gruesas lágrimas le corrían por las mejillas y dejaban un rastro de piel sonrosada. Se detuvo y se limpió los mocos en la bocamanga.

—Kobolds… yo… no… coger. ¿Dónde… estar… Humf? —las palabras le salían a trompicones entre los jadeos.

—Está más atrás, en el sendero —contestó el kender— ¿Has visto a Ondas y a Beglug?

—¿Estabas persiguiendo a los kobolds? —preguntó Halmarain con incredulidad.

—Yo ir tras kobolds —repuso el aghar, que ya había recuperado el aliento—. Kobolds atrapar linda kender y Tripas de Lava. Entonces goblins aparecer y kobolds escapar con linda kender y Tripas de Lava. —Las lágrimas volvieron a correrle por las mejillas—. Yo no querer que ellos llevarse a linda kender.

—¿Se han llevado a Ondas? —preguntó Tramp, que acto seguido apartó del camino al gully y salió disparado, sendero arriba.

—¿Adónde vas? —llamó la hechicera.

—¡A buscar a mi hermana!

Corrió tan deprisa como pudo, pero pronto se percató de que ni siquiera la furia le permitiría aguantar aquel ritmo, así que se conformó con un paso ligero. Dejó atrás el promontorio y prosiguió la marcha mientras su mente analizaba las distintas formas de liberar a Ondas.

«Me pondré el anillo invisible —pensó— y… ¡Diantre, me había olvidado de los anillos!». Rebuscó en el zurrón el que le permitía desplazarse a grandes zancadas y como de costumbre se equivocó. Volvió a buscar y esta vez se lo puso en el pulgar sin dejar de correr. Inmediatamente dio un salto descomunal.

—¡Esto funciona! —gritó mientras casi volaba por el aire.

El sendero serpenteaba hacia el este, directamente hacia la cima de la montaña, pero Tramp apenas había dado una docena de brincos cuando se percató de que, nunca mejor dicho, había pasado algo por alto. Yendo tan deprisa había perdido el rastro de los kobolds.

«Seguro que se han desviado en algún punto», se dijo mientras saltaba varios metros por encima de un saliente y descubría el precipicio que se abría a sus pies.