19

Halmarain insistió en que ni las piezas de acero, ni el cuchillo, ni los guantes ni el collar le pertenecían. Miró acusadoramente a los kenders, pero éstos estaban tan fascinados por los guantes y el collar que le resultó evidente que los veían por primera vez.

—¿Seguro que no habéis sido vosotros los que habéis metido todo eso en mi bolsa?

—Claro que no —aseguró Ondas—. La llevas siempre a la espalda y no te separas de ella un instante. Además, nunca había visto estas cosas. Los guantes son preciosos. Si a ti no te van, me gustaría quedármelos, eso si es que me los regalas, claro.

—Las piezas de acero son todas iguales, naturalmente, pero estoy seguro de que me acordaría del collar si lo hubiera visto con anterioridad, es muy interesante. Fijaos en las inscripciones de estos discos. —Lo cogió antes de que Halmarain pudiera impedírselo—. Me pregunto si tendrán una intención puramente decorativa o significarán algo.

Ondas se acercó y entre los dos los estudiaron detenidamente. Por su parte, la hechicera no salía de su asombro.

—Os aseguro que no he cogido este collar —insistió—. ¡Por el Libro de Gilean, estoy empezando a hablar como un kender!

—Seguro que alguien lo metió en tu bolsa por error. Ya te hemos dicho muchas veces lo descuidada que es la gente con sus cosas —respondió Ondas, que estaba absorta en la contemplación de los discos plateados.

—Sí, siempre se olvidan de dónde dejan sus pertenencias —añadió Tramp.

—Pero ¿cuándo ha llegado hasta mi bolsa? —Para Halmarain seguía siendo un misterio—. No pudo ser cuando abandonamos Deepdel, allí hice de nuevo todo mi equipaje. —Sus ojos se agrandaron de sólo pensarlo—. Sólo pudieron haber sido los neidars o el posadero, pero no creo que fuera él. Esto tiene el aspecto de ser el trabajo de un artesano neidar. ¡Seguro que nos persiguen por el collar!

Los kenders estaban más interesados en las inscripciones que en las divagaciones de la hechicera.

—Necesitamos más luz —dijo Tramp mirando el bastón de Halmarain.

—No —repuso la maga, mirando hacia la entrada de la cueva—. No sé exactamente qué sentí cuando vi al hombre de la capucha, pero fue algo extraño. Creo que por el momento es mejor que no usemos la magia. Creo que podría detectarla y regresar.

—Está bien, entonces yo proporcionaré luz —contestó el kender aceptando la objeción. Se puso en pie y buscó el mechero enano que había llegado hasta su bolsa mientras había estado en Deepdel. Pero el mechero no le serviría de nada si no tenía madera, así que se puso a buscar por la cueva. Unas raíces colgaban del techo. Las tocó, le pareció que estaban secas y decidió que podría hacer una antorcha aceptable con ellas. Dio un tirón con una mano, pero no fue suficiente, así que se guardó el mechero y usó ambas manos; pero la raíz era resistente y no cedió. Tramp se cogió con más fuerza, se balanceó, adelante y atrás, pero tampoco.

—Te ayudaré —dijo Ondas, que de un salto se agarró a su hermano.

El peso de ambos fue suficiente para desencajar la raíz, pero no para romperla. Una lluvia de tierra cayó del techo.

—¡Vaya!

—Pero ¿qué estáis haciendo? —gritó la nigromante mientras se ponía en pie.

—Sólo estaba intentando arrancar esa raíz para hacer una antorcha con ella… —Tramp había empezado a explicarse cuando un chorro de barro cayó por el agujero que acababa de formarse sobre sus cabezas—. Caramba, aquí arriba está todo muy húmedo. Debe de haber un riachuelo por aquí cerca…

Un gemido interrumpió al kender, y todos se dieron la vuelta para ver como el merchesti se ponía rápidamente en pie y se limpiaba el lodo que le había caído en la cara. Antes de que nadie pudiera decir palabra, las sospechas de Tramp quedaron confirmadas y un chorro de agua y tierra cayó de la bóveda.

—Cueva derrumbarse —afirmó Humf muy serio y repentinamente cubierto de fango.

—¡Los ponis! —exclamó Ondas, que se precipitó al fondo de la cueva.

Halmarain agarró a Beglug del brazo y lo sacó al exterior, derribando el arbusto que disimulaba la entrada del refugio, mientras la kender llevaba a los caballos por las riendas fuera de la gruta. Tras ella, los dos gullys se apresuraban a seguirla cuando una avalancha de cieno cayó sobre Grod y lo enterró hasta la cintura.

—¡Grod! —gritó Humf para alertar a los demás.

Ondas dejó las riendas de los ponis y acudió en su ayuda.

—Barro caer encima —jadeó Grod con los ojos brillantes por el pánico.

Humf empujó la rueda fuera de la caverna y agarró a su hermano por el brazo al tiempo que los dos kenders hacían lo mismo con la otra extremidad, pero una nueva oleada de cieno se desplomó sobre ellos y cubrió por completo al enano.

Tramp, Ondas y Humf asieron con fuerza a Grod y con un tirón consiguieron sacarlo a la superficie. Luego, dando grandes y lentas zancadas en el pegajoso barrizal avanzaron hacia la salida mientras arrastraban al gully.

—Yo tener brazos más largos ahora —gimió Grod mientras lo empujaban al exterior.

Tras ellos, la cueva se derrumbó por completo, y un río de lodo cayó por la ladera de la montaña bloqueándoles el camino que tenían pensado seguir.

—¡Kobolds por delante, neidars por detrás y cuevas que se convierten en trampas mortales! —murmuró Halmarain mientras llevaba a su montura por el camino hasta un punto por donde pudieran reemprender la marcha—. Vamos a necesitar mucha suerte para cruzar esas montañas.

Avanzaron un rato casi a ciegas entre la cortina de lluvia; pero, al cabo de media hora, la tormenta cesó con la misma rapidez con la que había descargado, y el sol brilló de nuevo. Tramp y su hermana caminaban en cabeza del grupo, guiando sus monturas por las riendas.

—Seguiremos hacia el norte —dijo con un suspiro de resignación—. Espero que nos detengamos en Rocaferra, porque es un lugar bonito aunque nos pille un poco a trasmano, de todos modos, si vamos a tardar semanas en llegar a nuestro destino, qué más dará un día más o menos. Me refiero a que, entre los rodeos que dimos en aquel laberinto de gargantas y desfiladeros y la de vueltas que hemos dado intentando escapar de los neidars y del jinete encapuchado, sin contar con que seguimos moviéndonos como peonzas, lo más probable es que tengamos a todos nuestros perseguidores hechos un lío.

—Sí, tan liados como nosotros, por lo menos —convino Ondas—. Desde luego, tienes razón en cuanto a lo de que estamos dando vueltas.

Aunque los gullys todavía no habían aprendido a dominar los caballos, ya sabían cómo llevarlos de las riendas. Halmarain caminaba detrás de ellos, conduciendo su propio poni, el de carga y a Beglug. Los dos kenders se turnaban al frente para encontrar e indicar el camino más fácil.

Durante un par de horas viajaron despacio ya que los cascos de los ponis se hundían en el barro, y a cada paso se oían ruidos como de ventosas. Más adelante, el lodo desapareció, y Tramp le quitó las botas al merchesti. Beglug empezó a corretear por los alrededores con un palo en la mano, presto a cazar cualquier criatura que fuera lo bastante imprudente para asomarse.

No obstante, el kender no tardó en hallar una aplicación práctica a los impulsos del pequeño demonio y consiguió cazar con la jupak un par de conejos que la criatura había levantado de sus madrigueras. El tercero que derribó se lo entregó para que lo devorase.

Más adelante, al cruzar un pequeño arroyo, Tramp descubrió un rastro de huellas de botas y ponis.

—¡Eh, mirad! No somos los únicos que viajamos por la zona —exclamó mientras se arrodillaba para estudiarlas junto con Ondas.

Grod se acercó y señaló una huella concreta.

—Poni de hechicera. Quizá poni mágico y encontrar a ella —dijo con aire preocupado.

—¡Caramba, es verdad! —exclamó Ondas evidentemente sorprendida señalando la inconfundible muesca del casco del animal que había quedado dibujada en el lodo—. Es la del poni que los neidars se llevaron por error.

—Sí, ser —afirmó Humf, que acababa de cruzar el riachuelo empujando la rueda. El mágico objeto del clan Aglest, estaba limpio, pero el gully había conseguido mancharse de barro de la cabeza a los pies.

—Yo pensaba que teníamos a los neidars detrás de nosotros —dijo Ondas confundida.

—No lo entiendo —secundó su hermano—. Se supone que el jinete de la capa y los kobolds nos siguen, pero van por delante de nosotros, igual que los enanos, que también nos buscan.

—Quizá la palabra «seguir» tenga por estos lares un sentido diferente —observó Ondas.

—¿Diferente? —preguntó Humf frunciendo el entrecejo, cosa que prestaba a su rostro la apariencia de una uva pasa.

—En Hylo, cuando sigues a alguien te quedas detrás de él —explicó la kender—. En cambio, aquí, somos nosotros los que seguimos a los que nos siguen. Me alegro de que no nos estén dando caza, si lo hicieran nunca los alcanzaríamos.