Cuando la tarde se hizo más templada, Halmarain decidió que ya era hora de que se pusieran en marcha de nuevo, y los kenders, que ya habían explorado todo lo que podía explorarse en el pequeño claro, se mostraron tan dispuestos a continuar el viaje como aliviado el miserable poni por tener que cargar con un jinete tan liviano como la maga.
Por su parte, los gullys aún no habían aprendido a manejar sus monturas, pero su habilidad para crear objetos útiles con cualquier cosa que encontraran a mano era notable. Humf había confeccionado con un pedazo de cuerda, según él abandonada por los neidars, una serie de lazos que ató al estribo izquierdo de la nigromante. Con un sentido práctico que no se correspondía con su comportamiento infantil, había ideado una suerte de escalera de cuerda para que Halmarain pudiera subirse a la silla de su montura sin más dificultades y recogerla después.
—Me parece que estos aghars tienen su utilidad después de todo —admitió la aprendiza de Túnica Roja cuando hubo aprendido a subir y a bajar.
Tramp estaba preparado para encabezar la marcha, Halmarain llevaba de las riendas la montura de Beglug y el poni de carga atado a su silla. Ondas cerraba la expedición y guiaba las cabalgaduras de Grod y Humf, que arrastraba la rueda atada a la carretilla que había improvisado Tramp.
El camino que unía Deepdel con Rocaferra serpenteaba a medida que ascendía hacia las zonas más próximas a las montañas. Las grandes extensiones de árboles daban paso a una vegetación compuesta de monte bajo que se prolongaba hacia las cimas.
Habían consultado los mapas de Tramp antes de partir, pero éstos no les habían proporcionado demasiada información.
—Con la de molestias que el cartógrafo se debió de tomar para dibujar todo esto no entiendo que no incluyera ningún detalle de este camino —se quejó la nigromante—. Ni siquiera aparecen indicados Deepdel ni la ruta hacia Rocaferra.
—Sí, pero no por eso deja de ser un mapa espléndido —objetó el kender que lo había doblado y guardado cuidadosamente.
En ese momento, Humf llamó su atención.
—Enanos regresar —le dijo al tiempo que señalaba por encima del hombro.
Tramp se dio la vuelta y vio que el grupo de enanos galopaba camino arriba. Estaba a punto de saludarlos con la mano cuando Halmarain lo agarró de la muñeca y se lo impidió.
—¿Qué les has quitado? —preguntó con los ojos llameantes de rabia.
—¡Nada! Lo sabes bien —protestó—, tú misma nos echaste aquel encantamiento que nos dejó maniatados y nos hiciste prometer que no…
—Sí, pero seguro que lo hice demasiado tarde —interrumpió, mientras miraba el camino a lo lejos—. Cabalgan como si persiguieran a alguien o como si alguien los persiguiera a ellos; sin embargo, no veo a nadie tras su pista. ¡Salgamos de aquí antes de que nos encuentren!
—Hechicera otra vez bronca —murmuró Humf.
—No. Simplemente está cansada —la disculpó Tramp—. Se disculpará cuando esté de mejor humor, pero ya sé a qué os referís.
—¡Ya basta! —gritó la maga—. ¡Vámonos!
—Seguramente han descubierto que se han equivocado de poni y vienen para devolvérnoslo —sugirió Ondas.
—Eso cuéntaselo a otro —atajó Halmarain, que hizo dar media vuelta a su poni y se internó de nuevo en el bosque mientras Beglug y el poni de carga trotaban tras ella.
—Tramp contarles historia —sugirió Grod mientras Ondas seguía a la nigromante—. Él ser bueno contando historias.
La kender no les hizo caso; estaba concentrada en el camino que tenía delante, para proteger la rueda que daba brincos tras Humf. Tramp iba al lado de su hermana.
—Ni siquiera me acerqué a sus equipajes —le dijo con un suspiro—. Confieso que me habría gustado ver lo que contenían, pero no tuve la más mínima oportunidad.
—Ni yo tampoco. No creo que nos estén persiguiendo y me gustaría que dejara de acusarnos sin fundamento —contestó la kender mientras le lanzaba una furiosa mirada a Halmarain, que casi había desaparecido de vista.
—Seguramente quieren devolvernos el poni —añadió Tramp uniéndose así a la tesis de su hermana.
—Pues como Halmarain siga cabalgando tan deprisa, dudo que nos lo puedan devolver. Además, si no avivamos el paso, la perderemos nosotros también.
Tramp tuvo que mostrarse de acuerdo. El sol, que tenían ya a sus espaldas puesto que galopaban hacia el este, no tardaría en ocultarse tras el horizonte. En cuestión de minutos habían salido del camino y se apresuraban por campo abierto, al pie de las colinas. Halmarain espoleaba su montura en un intento de dejar a tras a los neidars lo antes posible. Tramp la siguió durante un buen rato, manteniéndola a la vista hasta que, inesperadamente, la maga cambió de dirección y se dirigió hacia el sur.
—Deprisa, ha desaparecido tras aquella colina —advirtió Ondas.
—Podría esperarnos —se quejó su hermano, que no había visto que los neidars salieran del claro.
Era posible que hubieran seguido el camino ascendente por alguna razón que no tuviera nada que ver con ellos. Tolem podía haber perdido algo importante al poco rato de haberse despedido y volvía por ello. Por lo que Tramp sabía, los neidars no se habían olvidado de nada salvo de un trozo de cuerda, de lo contrario, él u Ondas lo habrían descubierto.
El kender frenó el poni mientras su hermana proseguía la persecución de la hechicera. Estaba seguro de que no los perseguían y decidió que ya era momento de comprobar si las sospechas de Halmarain tenían algún fundamento. Desmontó, ató el poni a unos arbustos altos para que nadie lo viera y se encaramó al montículo más cercano. Oteó el horizonte esperando ver el grupo de enanos galopando sendero arriba, pero habían desaparecido. De repente, aparecieron de nuevo. Salían del bosque y trotaban también hacia el este mientras examinaban el suelo en busca de huellas.
Uno de los neidars descubrió a Tramp, subido en el otero, y dio la alarma. Los demás dejaron de seguir las huellas y se lanzaron a todo galope en pos del kender.
—Hola de nuevo —saludó Tramp cuando estuvieron cerca—. Creía que estabais camino de Deepdel. ¿Habéis vuelto para devolvernos el poni y recuperar el vuestro?
—Kender ladrón —vociferó el cabecilla—. Voy a cobrarme tu cabeza ahora mismo.
—¿Por qué? No entiendo que estéis tan enfadados, al fin y al cabo lo del poni ha sido un descuido vuestro —argumentó el kender que, a pesar de la irritación que le producían las constantes acusaciones de los neidars, estaba decidido a ser razonable.
»Además, no tenemos nada que os pertenezca. Comprobadlo —añadió al tiempo que abría el morral y metía la mano dentro.
Tramp nunca tenía inconveniente en mostrar sus posesiones. Eran objetos bonitos y disfrutaba contando las historias que los acompañaban. Además, nunca se sabía cuándo podía surgir la oportunidad de un buen trueque. Rebuscó en el fondo de la bolsa y sus dedos dieron con algo que no recordaba que tuviera. Lo examinó con curiosidad y se dio cuenta de que era el anillo que había encontrado en el arcón de Orander. Su intención había sido dejarlo allí, pero con todas aquellas prisas por marcharse se había olvidado. Para no perderlo más se lo puso en el dedo y se lo enseñó a los neidars.
—¿Lo veis? Esto no es vuestro, pertenece a un ma… a un amigo mío —dijo, mientras daba un paso al frente para mostrar el anillo.
El movimiento habría debido trasladarlo unos noventa centímetros; en cambio, sintió que el viento le silbaba en los oídos y se encontró quince metros más allá. Miró a su alrededor, asombrado, y se preguntó qué había pasado. A sus espaldas escuchó las imprecaciones de los enanos que seguían rodeando un espacio vacío.
—¡Vaya, esto sí que ha sido interesante! —exclamó.
Uno de los neidars hizo girar a su caballo y vio al kender.
—¿Os preguntáis cómo lo he hecho? —preguntó Tramp.
—¡Allí está! Seguro que ha usado algún asqueroso truco de magia —gritó el enano.
—¡Eso no es cierto! —objetó el kender, pero lo pensó dos veces y decidió que era mejor que no diera demasiadas explicaciones.
El neidar cargó contra él. Tramp todavía estaba dispuesto a mostrar que su morral no contenía nada que hubiera robado a la pandilla de Tolem, pero cuando vio lo que se le echaba encima se dio cuenta de que lo más seguro era que se apartara y dio un paso a un lado que lo depositó otros quince metros más lejos, esta vez en dirección norte.
—El que use este anillo debería llevar sombrero —se dijo en voz alta. El silbido del viento en los oídos le estaba provocando un dolor de cabeza.
El primer neidar estaba galopando todavía en la dirección equivocada cuando otro descubrió el nuevo paradero del kender y se lanzó contra él.
—¡Qué juego tan divertido! —gritó Tramp al tiempo que daba dos pasos y saltaba por encima del grupo de enanos que permanecían en la cima de la colina. Tolem, el cabecilla, lo miraba desconcertado—. ¡Cogedme si podéis! —se burló, mientras daba un salto que lo mandó dando vueltas por el aire.
«Me parece que lo del salto ha sido un error» se dijo, al tiempo que daba cabriolas sin control entre la maleza.
Los enanos se precipitaron contra él desde varias direcciones a la vez, y el kender vio sus rostros enrojecidos por la furia mientras pasaba entre ellos e iba de un lado a otro. Por un momento, en una de sus volteretas, Tramp pareció que quedaba suspendido sobre la cabeza de Tolem, que intentaba apresarlo; pero por algún capricho del anillo, el kender aterrizó en la grupa de la montura del neidar, mirando hacia atrás.
El animal, asustado, retrocedió. Tolem perdió el control y salió despedido junto al kender, que rebotó en el suelo, se elevó y aterrizó treinta metros más allá, al pie de la colina.
Recobró el equilibrio y se sentó, con la cabeza dándole vueltas. Los enanos no lo habían localizado, así que se quedó donde estaba mientras recuperaba el equilibrio y los neidars desenfundaban sus hachas y se ponían a dar vueltas en su búsqueda lanzando todo tipo de imprecaciones.
—¡Encontrad a ese ladrón! —gritó Tolem.
—Ya estamos otra vez con lo de «ladrón» —masculló el kender, que ya estaba harto de tantas acusaciones sin fundamento—. ¡Ya lo sé! ¡Ahora verán!
Con diez pasos mágicos llegó hasta su poni y cogió la jupak. A continuación, calculando cuidadosamente cada paso, se plantó en el centro exacto del grupo de furiosos neidars.
La sorpresa fue tal que los enanos tardaron en reaccionar; pero Tramp estaba preparado. Pinchó a uno de ellos en el trasero. El enano dio un grito, perdió el equilibrio y cayó de su montura.
Los demás blandieron sus armas y se precipitaron contra el kender.
Confiado en su capacidad para esquivarlos, dio dos largas zancadas y se desplazó… apenas dos metros.
—¡Huy, huy, huy! —masculló al tiempo que se refugiaba en unos matojos.
Sus perseguidores se precipitaron contra él con tanta saña que estuvieron a punto de golpearse los unos a los otros con sus armas.
—Ustedes me perdonarán, pero… —dijo mientras se escabullía de arbusto en arbusto y conseguía zafarse de sus perseguidores. Se escondió, recogió una piedra y utilizando la jupak como honda la lanzó más allá de los enanos, que se lanzaron rápidamente en pos de la causa del ruido.
Tramp salió corriendo en la dirección contraria y se encaminó hacia el pequeño claro del bosque, justo donde nadie pensaría que se había ocultado. No obstante, por si decidieran buscarlo por allí, dejó un rastro de huellas en dirección oeste en una orilla embarrada. Luego, volvió hacia el sur, se escondió bajo un gran matorral y se puso a examinar el anillo. Lo agitó y se lo acercó al oído, pero enseguida cayó en la cuenta de que la magia no sonaría como el agua de un cántaro. Se lo puso nuevamente y dio un paso cauteloso sin ningún resultado espectacular. Decepcionado, se lo quitó y lo devolvió a la bolsa.
No quería pensar en que hubiera podido agotar toda la magia. Había sido divertido dar grandes saltos, al igual que saltar en el aire. Además, había cumplido otra misión, había conseguido que los neidars no dieran alcance a Ondas y Halmarain. Sin embargo, el sol se ponía y estaba oscureciendo rápidamente. ¿Cómo encontraría a su hermana y a la pequeña hechicera?
Se sentó entre los arbustos y se puso a pensar en ellas y en sus perseguidores. Los neidars siguieron batiendo el terreno hasta que uno de ellos descubrió las huellas en el barro. Escuchó como discutían entre ellos y como se internaban en el bosque, convencidos de que el kender y los demás habían regresado al claro y al sendero.
Tramp salió de su escondite, encontró su poni y salió en pos de su grupo.
—Por la forma en que blandían sus hachas, estaba claro que sus intenciones no eran amistosas —le dijo a su montura en voz baja—. Por otra parte, estoy cansado de que me llamen «ladrón». No les he robado nada. Ninguno se me acercó lo bastante para que algo de sus bolsillos se cayera en mi bolsa.
Para estar seguro, abrió el morral, metió la mano e identificó todo el contenido por el tacto. Excepto una pequeña piedra que había encontrado en el arroyo, no encontró nada que no tuviera antes de su encuentro con los neidars.
Sacó el guijarro y se lo acercó a los ojos. Era de noche y apenas podía ver algo. Se trataba de un canto rodado que había recogido antes de que la tropa de enanos apareciera. Lo devolvió a la bolsa y, al hacerlo, sus dedos tropezaron con otra lasca. También la sacó del zurrón y, aunque estaba demasiado oscuro para que pudiera distinguir sus características, recordó por el tacto que se trataba del disco de cristal que había recogido del suelo del laboratorio de Orander tras el ataque del merchesti.
«Y éste lo tenía mucho antes de que los neidars aparecieran» se dijo, mientras lo devolvía a la bolsa.
Al cabo de un rato, incapaz de distinguir el camino en la oscuridad, desmontó, cogió al poni de las riendas y siguió a pie en busca de su hermana y sus amigos. Caminó durante horas, pero al final decidió detenerse para pasar la noche. Ya reanudaría la búsqueda a la mañana siguiente. Estaba buscando un lugar donde descansar cuando tropezó con el campamento de sus amigos. Todos se sobresaltaron al verle aparecer en medio de la oscuridad.
—¡Tramp! —exclamó Ondas levantándose de al lado del fuego.
—Él estar muerto. Eso sí que ser buena historia —dijo Grod al tiempo que se incorporaba y agitaba la ardilla muerta ante las narices del kender en un intento de ahuyentar a cualquier espíritu maligno. Entre tanto, Humf sostenía su rueda.
—No estoy muerto, os digo —insistió Tramp mientras entraba en la pequeña depresión que formaba una cueva en la ladera de la colina.
Ondas le ofreció una taza de té y una generosa ración de comida. El kender se puso a dar buena cuenta de ella cuando Halmarain levantó la vista del libro que estaba estudiando.
—Al final conseguiste que esos enanos dejaran de perseguirnos —dijo, como si no hubiera esperado otra cosa del kender.
—Naturalmente que lo conseguí —contestó como si todo hubiera salido conforme a un plan preconcebido—. Estaban realmente furiosos, y no puedo entender el motivo. No dejaban de llamarme «ladrón», pero tú sabes que no les quitamos nada.
—Claro que lo sé —contestó la maga, imitando la voz del kender.
—Entonces, quizá le agradezcas lo que ha hecho con una demostración de magia —propuso Ondas en un tono de firmeza.
—Luego, Tramp contar historia —dijo Grod sonriendo.