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Astinus, el historiador, mojó la pluma en el tintero y las palabras empezaron a dibujarse sobre el pergamino.

En las profundidades de las ruinas de Pey, Draaddis Vulter y su diosa, Takhisis, eran testigos de los acontecimientos que se sucedían en el laboratorio de Orander. Él, por lo menos, suponía que la Reina de la Oscuridad seguía a su lado, observando, ya que a causa de los poderes del disco que descansaba sobre el espejo, no podía ver si el ojo de la esfera negra seguía las evoluciones de los kenders, los enanos y la hechicera. Draaddis tenía suficiente con que Takhisis no pagara su frustración con él, aunque temía que eso pudiera suceder en cualquier momento. A pesar de que la diosa era su mayor fuente de satisfacciones, nunca había dejado de pagar un precio por ello.

La ambición lo había perdido. En su juventud, estudió y trabajó hasta que consiguió superar las pruebas en la Torre de la Alta Hechicería, que resultaron más fáciles de lo que había imaginado; pero la alegría duró poco. Burlonamente, le dijeron que no tenía nada de lo que ufanarse, ya que lo único que las Órdenes necesitaban eran magos de poca monta dispuestos a obedecer, pero sin la capacidad de desafiar a los maestros superiores ni su liderazgo.

Sus éxitos se vieron reducidos a la nada, y se tuvo que contentar con incorporarse al servicio de Grenoten, uno de los nigromantes principales en la Torre de la Alta Hechicería. Allí descubrió que, a pesar de sus estudios, carecía de la memoria suficiente para los grandes encantamientos y pasó dos años limitado a tareas menores y humillantes antes de entregarse a Takhisis. Le prometió su más completa lealtad a cambio de que lo invistiera de la capacidad para memorizar y el talento suficientes para colmar sus ambiciones. Al día siguiente, descubrió que podía recordar los más complejos encantamientos con una rapidez y agilidad desconocidas.

Durante todo un año ocultó sus nuevos poderes a su superior y se dedicó a aprender sin prestar atención a las constantes burlas de su maestro. La certeza de que estaba adquiriendo extraordinarios conocimientos hacía soportables todas las ofensas. Draaddis tenía un plan y cuando estuvo seguro de sus posibilidades lo puso en marcha: usó un conjuro polimórfico y redujo a Grenoten y a sus dos ayudantes al tamaño de un dedo. Luego, tras torturarlos lentamente, los aplastó con el tacón de la bota.

Su venganza fue completa, pero el mago no había contado con los planes de su diosa. Tanto Grenoten como sus acólitos habían estado buscado un portal que permitiera a Takhisis regresar al mundo de Ansalon. La cólera de la Reina de la Oscuridad fue tal que Draaddis pasó dos largos años sometido a tormentos indecibles antes de que la Reina del Mal lo liberara para que continuara las investigaciones de su antiguo maestro.

A pesar de su sabiduría, vio cómo la diosa le hurtaba la gloria que tanto ansiaba y lo encerraba en los subterráneos de Pey. Allí llevaba más de treinta años dedicado a la tarea de hallar un camino de regreso para su dueña, y los únicos momentos en que podía escapar a la tortura era cuando se encontraba trabajando en el laboratorio. Si en alguna ocasión se le ocurría, ya fuera por cansancio o hambre, abandonar aquellas paredes, sentía que unos monstruosos tentáculos se apoderaban de él y le desgarraban la carne.

Naturalmente, todo aquello era una ilusión y sólo sucedía en su mente, pero no por ello era menos terrible. Takhisis le había prometido que el tormento acabaría tan pronto como hallara el ansiado camino, y nadie deseaba más que Draaddis dar con la respuesta.

De repente, la visión del laboratorio de Orander se esfumó y el Túnica Negra se encontró de nuevo en su propia cámara, rodeado de sus siniestros experimentos. Sobre el espejo, el pequeño disco tan sólo mostraba una nubecilla de vapor.

—¡Maldición! —exclamó furioso el hechicero— ¡Ese ladrón se ha metido el disco en el zurrón!

—¡Qué vergüenza de criaturas! —se rio la diosa.

La voz de Takhisis le resonó en los oídos como un canturreo seductor; sin embargo, el poder de su ira al verse burlada hizo que se derramara un frasco lleno de ácido que cayó chisporroteando al suelo. La rata alada se escabulló a toda prisa y se escondió en un rincón.

Draaddis se percató de que se estaba riendo de él, pero se sintió aliviado: por lo menos la diosa no se ensañaba.

—Bien, ya hemos visto bastante acerca del funcionamiento de esas piedras —dijo Takhisis, que no parecía contrariada por no poder seguir atisbando el laboratorio de Orander.

—Sí, pero ¿qué vamos a hacer ahora que el hechicero y las piedras se han esfumado en el Plano de Vasmarg? —preguntó Draaddis, mirando la negra esfera—. A menos que vos podáis viajar hasta allí…

—No, no puedo; pero tampoco es necesario. Está claro que no has visto bien lo sucedido: a Orander se le cayó una de las piedras cuando desapareció. El kender ha cogido el disco mágico, pero su compañera tiene la piedra.

Draaddis se mantuvo imperturbable. Si había asimilado correctamente la información del joven Túnica Roja en cuya mente había penetrado, eran necesarias las dos piedras para que el portal se abriese. Estaba claro que la Reina de la Oscuridad sabía algo que él ignoraba, así que esperó a que se lo revelase.

—No ves las posibilidades, ¿verdad que no?

—Lo confieso, mi reina. Mi pobre inteligencia nunca estará a vuestra altura —repuso cautamente el hechicero.

—La segunda piedra regresará a Krynn, mi leal sirviente. Regresará y traerá con ella a un aliado. Ese estúpido kender nos ha brindado la ocasión que buscábamos. —Sonrió abiertamente y se dio cuenta de que el mago no lo comprendía—. Muerte y destrucción, guerra y pestilencia, y la apertura del portal.

Draaddis permaneció callado, y Takhisis se puso a reír.

—No te esfuerces en comprenderlo. Ya te lo explicaré cuando lo crea oportuno. Por el momento, te diré lo que debes hacer para encontrar al ayudante que te permita dar con el kender. Él te entregará la piedra, al merchesti y a los pequeños ladrones.

—¿También queréis a la pequeña criatura? —preguntó Draaddis, perplejo.

—Ese pequeño monstruo, mi leal siervo, es esencial en mis planes —sonrió Takhisis—. A través de él se realizarán todos mis deseos. Pero eso es algo que sabrás a su debido tiempo. Estoy cansada de explicaciones.

—Realizar tus deseos es mi misión en la vida, mi reina —repuso el hechicero haciendo una reverencia.

—Así es. Pero debemos dar con el kender antes de que el pequeño monstruo descubra que le gustan los kenders tanto como las piedras o la madera.

—¿Es una amenaza para ellos? —inquirió Draaddis a quien el pequeño monstruo le había parecido totalmente inofensivo.

—Un merchesti se traga y digiere cualquier cosa, incluso la piedra del portal. Así que debemos hacernos con ella antes de que el pequeño monstruo devore a sus nuevos amigos y de paso se zampe la piedra.