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Cuando la mano gigante se apoderó de él y lo arrastró a través del portal hasta otro plano, Tramp se encontró sumido en una penumbra de crepúsculo. Apenas podía respirar en aquella sofocante atmósfera y vio que dos ojos enormes encajados en un rostro bestial lo miraban de hito en hito.

—Hola —dijo débilmente—. Ignoro lo que sabes acera de los kenders, pero te aseguro que somos muy, pero que muy amistosos, y que nos encantan las aventuras de todo tipo y conocer lugares nuevos. ¡Vaya, qué boca tan grande tienes!

La monstruosa criatura abrió unas fauces que podían engullir de sobra a Tramp y lanzó un bramido que enmudeció al kender; luego, lo arrastró de nuevo a la oscuridad por un suelo de piedra y lo dejó caer de espaldas. En la negrura, Saltatrampas notó que un brazo le rozaba al pasarle por encima y tanteaba el terreno en busca de alguna cosa. El monstruo volvió a rugir, como si expresara su frustración y desapareció junto con el viento huracanado.

Entonces, Tramp volvió a percibir el aire fresco de la gran sala. Aguardó unos instantes, comprobó que no estuviera herido ni tuviera ningún hueso roto y se puso en pie.

—Tramp… —llamó la voz de su hermana.

—Estoy aquí —respondió—, aunque no tengo ni idea de dónde puede estar ese «aquí».

Segundos después, una luz brilló en el extremo de un corto bastón que portaba una pequeña figura vestida con una túnica roja. El kender pudo ver de nuevo y comprobó que se hallaban en la misma gran estancia de antes, pero que todos los muebles habían sido desplazados y que el suelo estaba lleno de libros y demás objetos caídos. Parecía como si el monstruo, en su búsqueda, lo hubiera puesto todo patas arriba. La figura del bastón luminoso lo contemplaba fijamente.

—¡Un kender! —dijo, como si escupiera las palabras— ¡Debería haberlo sabido!

A pesar de ser aguda, la voz no pertenecía a ninguna niña, por lo que Tramp pensó que podría tratarse de una enana, aunque si lo era se trataba de una bastante atractiva.

—Hola, me llamo Saltatrampas Fargo —dijo en tono amistoso—. Tú debes de ser Halmarain, la persona a quien se dirigía el mago.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Entrando por la puerta —respondió señalando por donde habían llegado—. A juzgar por el estado en que se encontraba la cerradura, esa puerta no ha sido abierta durante mucho tiempo. Puede que hayáis perdido las llaves. Sí, es fácil perder las llaves, es algo que a la gente le sucede todo el rato.

—¡Fíate de un kender para encontrar una puerta que hasta un par de magos no han sabido hallar! —exclamó la pequeña hechicera. Luego, recogió una banqueta entre el desorden, se sentó y añadió—: ¡Pobre Orander! Espero que siga con vida.

—¿Por qué no debería estarlo? —preguntó el kender, que no entendía nada de lo sucedido—. ¿Adónde ha ido? Hace un momento estaba aquí mismo y ahora ha desaparecido. ¡Qué manera tan interesante de viajar! ¿Crees que nos llevará con él cuando regrese?

—Ojalá hubieras desaparecido tú en su lugar.

—No sé por qué estás tan enfadada. No entiendo nada de lo que ha pasado…

—Déjame en paz. Tengo que pensar —interrumpió la maga.

—Sólo quiero que me expliques por qué la has tomado conmigo —insistió Tramp, mientras caminaba tras ella por encima de los libros tirados por el suelo—. No he hecho nada malo. Sólo pretendía ayudar.

—Y no vas a dejar de incordiarme hasta que te lo explique, ¿verdad?

La hechicera dio media vuelta y se encaró con el kender.

—Escucha, el maestro Orander estaba intentando abrir un portal a otro plano, a otra dimensión…

—¡Ah, me parece que he oído hablar de eso antes! Portal… Sí, me suena.

—No me importa si te suena o no. De lo que se trata es de que mientras sostenía las piedras y los dos manteníamos la vibración que debía enviarlo «al otro lado», tú interrumpiste el proceso y abrimos una puerta a una dimensión desconocida. En estos momentos, puede que Orander se encuentre en peligro, o incluso que haya muerto, ¡y todo por tu culpa!

Entonces, Ondas y los dos enanos abrieron la puerta del todo y entraron en la sala. Humf seguía empujando la rueda.

Los tres se quedaron mirando el desorden, pero la kender fue la primera en reaccionar.

—¿Es esto la magia? —preguntó a la hechicera—. Vaya, pensaba que era otra cosa, algo más agradable. Pero no me explico cómo puedes saber si haces la magia correcta en la oscuridad. ¿Acaso puedes ver sin luz?

—No, no puedo —respondió Halmarain, irritada—. Lo que has visto es la magia equivocada. Equivocada gracias a tu colega aquí presente, claro.

—Eso no es justo —contestó Ondas—, él solo intentaba ayudar. ¡Vuestra canción era un tostón!

—No te enfades, hermana —intervino Tramp—. Estoy seguro de que Halmarain no pretendía ofender. Seguramente se ha asustado de la oscuridad. Igual que nosotros cuando éramos pequeños, ¿te acuerdas?

—¡Ah, pues no tienes de qué asustarte! —repuso Ondas comprensivamente—. Estamos aquí para ayudarte. ¡Empezaremos encendiendo todas las antorchas! —La kender lanzó una mirada a su alrededor—. La verdad es que este sitio es un verdadero caos, ¿cómo se puede encontrar nada en este desorden? Lamento decirlo, pero no pareces una buena ama de casa. Sería estupendo que supieras cocinar porque estoy hambrienta. ¿No te importa si echo una ojeada por aquí? Esto está lleno de cosas interesantes.

La hechicera contempló a Ondas, muda de asombro. Luego, se sentó y se quedó con la mirada perdida en algún punto lejano, mientras los demás se ponían a dar vueltas por la habitación, rebuscando entre el desbarajuste.

Ondas recogió algo del suelo. Humf enderezó una mesa volcada y dio un grito. De algún lugar bajo el tablero surgió un débil quejido. Tramp trepó por unos cuantos libros y se acercó para mirar. Acurrucada en el suelo, una pequeña y monstruosa criatura los contemplaba con ojos aterrorizados. El ser era básicamente humano, aunque tenía una piel verdusca, pico en lugar de nariz y una gran boca llena fuertes dientes.

—¡Qué criatura más rara! ¿Es un animal o un ser mágico? —preguntó Ondas mirando a la hechicera.

—¡Qué animal ni qué historias! Los únicos seres vivos que hay aquí aparte de mí sois vosotros y esos dos enanos.

—¡Espera un momento, me parece que lo he visto antes! —exclamó Tramp.

—Yo no saber —aseguró Humf.

—Quizá maga sacar de la manga —aventuró Grod.

El kender se acercó al ser y se presentó.

—Hola, me llamo Saltatrampas y ellos son Ondas, mi hermana; Humf y Grod.

El monstruo permaneció inmóvil y gimió. Tramp se dio la vuelta y miró por la estancia, intentando averiguar dónde había aparecido el portal. Entonces descubrió por qué la criatura le parecía familiar.

—¡Ya lo tengo! Se parece al monstruo que me agarró y me arrastró al otro lado del portal. —Se acercó al ser—. Sí, tiene la misma cara.

La hechicera, que estaba como en trance, miró al kender, sobresaltada. Entretanto, Tramp había recogido una botella intacta del suelo, en cuyo interior había dos lagartos disecados.

—Bien, ¿qué me dices de eso? —preguntó Halmarain.

—Hay dos y están muertos —contestó el kender—. ¿Cómo los metiste?, el cuello de la botella es muy estrecho.

—No, eso no. Me refiero a esa cosa, a la criatura que te arrastró al otro lado.

—¡Ah, ésa!… Era grande, unas diez, quizá veinte veces mayor —repuso el kender mirando debajo de la mesa—. Mira, está temblando. Seguramente proviene de un lugar más cálido. Escucha… —propuso a la hechicera—, ¿crees que podrías abrir el portal de nuevo? Aquí hace un frío de cuidado.

—Tienes razón —intervino Ondas—. Noté una corriente de aire caliente y estoy segura de que salía del agujero del portal. Si lo que te agarró era mucho más grande, entonces, esto debe de ser su cría.

Ante la idea de la kender, Halmarain se levantó y se acercó a echarle un vistazo a la criatura. Cuando el pequeño ser la vio, se puso a rugir ferozmente y a lanzar zarpazos. La hechicera retrocedió, sorprendida.

—¡Eh, pórtate bien! —ordenó Ondas.

Como reacción, el ser volvió a gemir. Halmarain lo contempló pensativamente desde una prudente distancia.

—Creo que he visto algo parecido antes —dijo, mientras con los ojos buscaba un libro entre el desorden—. Ayúdame a recogerlos —le dijo a Tramp—, me parece que había un dibujo de algo parecido en un libro de magia. Si podemos encontrarlo, también podré averiguar en qué lugar se encuentra Orander. Quizá así podamos ayudarlo.

—Me encantan los libros de magia —declaró Ondas, presta a ayudar—, sobre todo los que tienen muchas ilustraciones.

—Puedes recogerlos, entregármelos y ayudarme a devolverlos a su sitio —propuso Halmarain—. Procura no abrir ninguno, están protegidos por encantamientos y podrías perder una mano. Tú has sido el causante de todo este caos —le dijo a Tramp—, así que podrías colaborar en limpiarlo.

—Ya dije que lo sentía —insistió el kender, que ya se había disculpado y estaba empezando a encontrar irritantes los constantes reproches de la pequeña aprendiza. Sin embargo, quería poder hablar con el mago, pero eso era imposible si no descubrían primero el modo de abrir el portal. Aunque no estaba familiarizado con los libros, le gustaban. Varios de ellos yacían abiertos en el suelo.

—Si están protegidos por encantamientos, ¿cómo es que están aún abiertos? —preguntó Ondas, que siempre había sido rápida a la hora de hallar contradicciones.

—Porque estaban previamente abiertos y nos servían para estudiar. Los que permanecen cerrados son los que estaban en las estanterías. Ahora, por favor, ¡espabilad!

—Mira, no me importa ayudarte, pero no me gusta que me griten, ¿está claro? —se rebeló Ondas—. No se puede decir que hayas sido muy amable. Ni siquiera te has ofrecido a mostrarnos algo de magia simpática.

El rostro de Halmarain se encendió de furia.

—Escúchame, habéis irrumpido aquí sin permiso —estalló—; os habéis cargado un experimento importante y, por último y no menos importante, habéis puesto en peligro la vida de mi maestro. —Hizo una pausa y respiró profundamente—. Pero, claro, sois kenders: supongo que no podéis evitar ser como sois. Así que, por favor; repito, por favor, ayudadme a ordenar todo este desastre y os prometo que os mostraré el poder de la magia.

—¡Bien! Al final tendremos un poco de magia —exclamó Tramp, sin poder contener su entusiasmo.

Entre todos limpiaron una zona y acercaron una mesa a las estanterías. Mientras recogía los rojos tomos, Tramp halló un pequeño objeto y lo recogió. Lo primero que pensó fue que se trataba de un fragmento de la pared, pero se dio cuenta de que era un cristal verdoso, tallado con multitud de inscripciones que formaban espirales, y cuya superficie había sido cuidadosamente cepillada para que no brillara.

—¿Qué, ya nos hemos cansado? —soltó la hechicera mirando al kender, que estaba absorto con su nuevo hallazgo—. Y tú, Humf, ocúpate de vigilar a ese pequeño monstruo o lo que sea.

Entretanto, Tramp se guardó el cristal en el morral para que no se extraviara en aquel desorden. Estaba decidido a enseñárselo a la hechicera cuando tuviera ocasión y ella estuviera de mejor humor.