Escena XI

ANTONIA (Dentro).— ¡Vaya, vaya, que no estoy para bromas! ¡Para serviros…! (Entra).

ARGAN.— ¿Qué era eso?

ANTONIA.— Vuestro médico, señor, que quería a todo trance tomarme el pulso…

ARGAN.— ¡Pero es posible, a los noventa años!

BERALDO.— Y ahora, querido hermano, puesto que el señor Purgon se ha enemistado contigo, ¿quieres que hablemos de la colocación de tu hija?

ARGAN.— No. Estoy decidido a meterla en un convento por haberse opuesto a mi voluntad. Veo claramente que hay unos amoríos de por medio, y ella no lo sabe, pero he tenido conocimiento de cierta entrevista secreta…

BERALDO.— ¿Y qué? Aunque haya de su parte una inclinación, esto no es un crimen ni una ofensa para vos, puesto que no la conduce sino al honesto fin del matrimonio.

ARGAN.— He resuelto que sea religiosa.

BERALDO.— ¿Deseas complacer a alguien?

ARGAN.— Ya sé por dónde vas. Como le tienes ojeriza, crees que es mi mujer…

BERALDO.— Sí. Y puesto que es mejor hablar a cara descubierta, te confieso que es a tu mujer a quien aludo. Tan intolerable como tu obstinación en las enfermedades es la obcecación que padeces por ella, hasta el extremo de no ver los lazos que te tiende.

ANTONIA.— ¡No habléis así de la señora! Es una mujer de la que nadie puede decir nada: franca, amante de su esposo…

ARGAN.— Pregúntale si es o no cariñosa.

ANTONIA.— Cierto.

ARGAN.— Y el interés que se toma por mi padecimiento.

ANTONIA.— ¡Seguro!

ARGAN.— Y los cuidados y trabajos que soporta por mí.

ANTONIA.— Es la verdad… (A Beraldo). ¿Queréis que os convenza y os haga ver ahora mismo como la señora quiere al señor? (A Argan). ¿Queréis, señor, que lo desengañemos, dejándole con tres palmos de narices?

ARGAN.— ¿Cómo?

ANTONIA.— La señora volverá dentro de un instante, tumbaos ahí, haciéndoos el muerto, y veréis su desolación cuando yo le dé la noticia.

ARGAN.— Muy bien pensado.

ANTONIA.— Pero no vayáis a prolongar mucho tiempo su desesperación, porque podría costarle la vida.

ARGAN.— Déjame amí.

ANTONIA (A Beraldo).— Escondeos en ese rincón.

ARGAN.— ¿Habrá algún peligro en hacerse el muerto?

ANTONIA.— Ninguno… Tumbaos ahí. (Bajo). Ya veréis cómo le vamos a dar en la cabeza a vuestro hermano… ¡Ya está ahí la señora! ¡Hacedlo bien…!