Escena VI

ARGAN.— ¡Ay, Dios mío, estoy muerto.…! ¡Me has matado, hermano!

BERALDO.— ¿Por qué?

ARGAN.— ¡No puedo más! ¡Ya siento la venganza de la medicina!

BERALDO.— Tú estás loco, y, por muchas razones, no quisiera que te vieran de este modo. Tranquilízate un poco, te lo ruego; vuelve en ti y no te dejes llevar de la imaginación.

ARGAN.— ¡Ya has oído con qué horribles enfermedades me amenaza!

BERALDO.— ¡Qué inocente eres!

ARGAN.— Dice que antes de cuatro días ya no tendré remedio.

BERALDO.— Y ¿qué importa que lo diga? ¿Es un oráculo quién te ha hablado? Cualquiera que te escuche creerá que Purgon tiene en sus manos el hilo de tu vida, y que con un poder sobrenatural te la puede alargar o acortar a su antojo. Recapacita en que tu vida está en ti mismo, y en que las amenazas de Purgon son tan inútiles como sus medicinas. Se te presenta una magnífica coyuntura para librarte de los médicos, y sí has nacido con tan contrario sino que no puedes pasarte sin ellos, te será fácil encontrar otro con el cual corras menos peligro.

ARGAN.— Es que éste, conocía perfectamente mi temperamento y la manera de conducírmelo.

BERALDO.— Habrá que convencerse de que eres un maniático que lo ve todo de un modo extravagante.