ARGAN.— (A Beraldo). Con tu permiso.
BERALDO.— ¡Cómo…! ¿Qué vas a hacer?
ARGAN.— No es más que un ligero lavado. Cuestión de un instante.
BERALDO.— ¡Vaya una broma! ¿Pero es que no puedes pasar un momento sin lavados y sin medicinas? ¡Deja eso para otra ocasión y estate aquí tranquilo!
ARGAN.— Hasta la noche o hasta mañana, señor Fleurant.
FLEURANT (A Beraldo).— ¿Quién sois vos para oponeros a las prescripciones de la medicina e impedir que el señor tome su ayuda? ¡Es un atrevimiento bastante necio!
BERALDO.— ¡Vaya, señor…! Ya se ve que no estáis acostumbrado a hablar con la gente mirándole a la cara.
FLEURANT.— ¡Eso es burlarse de la medicina y hacerme a mí perder el tiempo! Yo no he venido aquí sino en el cumplimiento de mi deber y portador de una receta en regla; pero ahora mismo voy a notificar al señor Purgon que se me ha impedido cumplir sus órdenes y ejecutar mis funciones. ¡Ya veréis vos, ya veréis…! (Se marcha).
ARGAN.— ¡Hermano, tú tendrás la culpa si me ocurre una desgracia!
BERALDO.— ¿La gran desgracia de no tomar la ayuda recetada por Purgon…? Te vuelvo a repetir otra vez: ¿no habrá manera de curarte de la enfermedad de los médicos y de vivir bajo un continuo chaparrón de recetas?
ARGAN.— Hablas como un hombre que está sano; si estuvieras en mi lugar usarías otro lenguaje. Es muy cómodo perorar contra la medicina cuando se está bueno.
BERALDO.— Pero ¿cuál es tu enfermedad?
ARGAN.— Conseguirás sacarme de mis casillas. ¡Ojalá tuvieras tú lo que yo tengo; ya veríamos si entonces te burlabas como ahora! ¡Ah! Aquí viene el señor Purgon.