BERALDO.— ¡Hola, hermano! ¿Cómo te va?
ARGAN.— ¡Muy Mal!
BERALDO.— ¿Cómo es eso?
ARGAN.— Tengo una debilidad y un decaimiento increíbles.
BERALDO.— ¡Vaya por Dios!
ARGAN.— ¡Ni para hablar tengo fuerzas!
BERALDO.— Venía a proponerte un gran partido para mi sobrina Angélica.
ARGAN.— (Exaltado y levantándose del sillón). ¡No me hables de esa bribona…! ¡Es una pícara, impertinente y desvergonzada, a la que encerraré en un convento antes de cuarenta y ocho horas!
BERALDO.— ¡Esto va bien! Veo que recuperas las fuerzas y que mi vista te da ánimos. Ya hablaremos de eso luego. Ahora vamos a distraernos; eso te quitará el enojo y dispondrá tu ánimo para lo que hemos de tratar después. Me he tropezado con una comparsa de gitanos disfrazados de moros que bailan y cantan, y persuadido de que vas a divertirte, lo que vale tanto como una receta de Purgon, la he hecho venir… ¡Vamos!
FIN DEL SEGUNDO ACTO