Escena VIII

ANTONIA.— Están con un notario y les he oído hablar de testamento. Vuestra madrastra no se duerme; seguramente ha urdido alguna maquinación contra vuestros dineros y ha complicado en ella a vuestro padre.

ANGÉLICA.— Que disponga de todos sus bienes como quiera, con tal que no disponga de mi corazón. Ya has visto las violencias que le amenazan; no me abandones, en este trance, por Dios te lo pido.

ANTONIA.— ¿Abandonaros yo? Antes la muerte. Vuestra madrastra me ha honrado haciéndome su confidente e interesándome en sus manejos; pero yo, que no le tengo el menor apego, trabajaré por cuenta vuestra. Dejadme hacer a mí, que he de recurrir a todo por serviros; y, para poder hacerlo con más eficacia, cambiaré de puntería, ocultando el interés que tengo por vos y fingiendo ponerme de parte de vuestro padre y de vuestra madrastra.

ANGÉLICA.— Procura poner al corriente a Cleonte del matrimonia que han acordado.

ANTONIA.— No tengo más persona de quién echar mano que del viejo usurero Polichinela, mi pretendiente; me bastarán cuatro palabras tiernas, que emplearé a gusto para serviros. Hoy, ya es tarde; pero mañana, muy temprano, le mandaré llamar y se volverá loco de…

BELISA.— ¡Antonia!

ANTONIA.— Me llaman. Buenas noches, y confiad en mí.

(La decoración cambia, representando ahora una calle).

FIN DEL PRIMER ACTO