ANGÉLICA (Mirándola lánguidamente y en tono confidencial).— ¡Antonia!
ANTONIA.— ¿Qué?
ANGÉLICA.— Mírame.
ANTONIA.— Ya os miro. ¿Qué hay?
ANGÉLICA.— ¡Antonia!
ANTONIA.— ¿Qué hay con tanto Antonia?
ANGÉLICA.— Mírame.
ANTONIA.— Ya os miro. ¿Qué hay?
ANGÉLICA.— ¿No adivinas de lo que quiero hablarte?
ANTONIA.— Me figuro que será de vuestro pretendiente; hace seis días que no habláis de otra cosa.
ANGÉLICA.— Pues si lo sabes, ¿por qué no te apresuras a hablarme de él y me ahorras la vergüenza de ser yo quien te saque la conversación?
ANTONIA.— Si no me dais tiempo.
ANGÉLICA.— Es verdad. Te confieso que no me cansaría de hablar de él, y aprovecho todas las ocasiones para abrirte mi corazón. Dime, ¿repruebas tú mi enamoramiento?
ANTONIA.— No. En absoluto.
ANGÉLICA.— ¿Hago mal abandonándome a tan deliciosas emociones?
ANTONIA.— ¿Quién dice eso?
ANGÉLICA.— ¿Tú crees que yo debiera mostrarme insensible a las ternuras de su pasión?
ANTONIA.— De ningún modo.
ANGÉLICA.— ¿Y no te parece a ti, como a mí, que algo de providencial, algo… dispuesto así por el destino, en la forma imprevista de conocernos?
ANTONIA.— Sí.
ANGÉLICA.— Y el hecho de tomar mi defensa sin conocerme, ¿no es digno de un caballero?
ANTONIA.— Sí.
ANGÉLICA.— De un hombre generoso.
ANTONIA.— Conformes.
ANGÉLICA.— ¿Y la gallardía con que lo hizo?
ANTONIA.— Es cierto.
ANGÉLICA.— ¿Y es o no un buen mozo?
ANTONIA.— Sí que lo es.
ANGÉLICA.— Arrogante.
ANTONIA.— Sin duda.
ANGÉLICA.— Que en sus palabras, como en sus actos, tiene una distinción.
ANTONIA.— Seguramente.
ANGÉLICA.— Y ¿puede oírse lenguaje más apasionado que el suyo?
ANTONIA.— Es verdad.
ANGÉLICA.— ¿Y hay nada más enojoso que este recluimiento en que me tienen, privada de corresponder a los impulsos de esta mutua pasión, que el cielo nos inspira?
ANTONIA.— Tenéis razón.
ANGÉLICA.— Pero ¿tú crees, Antonia, que me quiere tanto como dice?
ANTONIA.— ¡Cualquiera sabe! En cuestión de amores hay que andar siempre con cautela, porque el fingimiento semeja mucho a la verdad. Yo he visto algunos farsantes que lo remedan a maravilla.
ANGÉLICA.— ¿Qué estás diciendo, Antonia? Hablando como él habla, ¿sería posible que mintiera?
ANTONIA.— De todos modos, bien pronto podréis salir de dudas. En la carta de ayer os dice que está decidido a pedir vuestra mano; éste es el camino; ésa es la prueba más palpable de la veracidad de sus palabras.
ANGÉLICA.— Si me ha engañado, no volveré a creer jamás en ningún hombre.
ANTONIA.— Ya vuelve vuestro padre.