El segundo gran escándalo familiar se debió a tío Slimane. Casado con dos mujeres, era objeto de una doble y ardiente pasión que unía a sus dos esposas en lugar de enfrentarlas a la una contra la otra. Sin embargo, no era ni guapo ni poderoso, y su joyería tan sólo le permitía vivir con desahogo, sin ser abusivamente rico. Era achaparrado, provisto de una cabeza pequeña, con una nariz desproporcionada y cabellos tan crespos que Selma le pedía a veces riendo que le prestase un mechón para restregar sus cazuelas. Pero tío Slimane albergaba un miembro impresionante en sus abolsados pantalones, y las mujeres hablaban de él en la intimidad, con la mirada encendida y una sonrisa en la comisura de los labios. Tía Selma no se privaba del placer de ponderar las cualidades amatorias sin igual de su esposo; por el contrario, describía con detalle sus retozos a Bornia, la simplona, que a su vez los transmitía, edulcorados, a las mujeres frustradas de Imchouk a cambio de una libra de carne o una medida de harina. «La acaricia por todo el cuerpo. Y le lame el sexo: mete la lengua y le cosquillea el botón largo rato antes de introducir su cachiporra. Ensarta a Selma todas las noches, desde la plegaria del crepúsculo hasta la del amanecer. ¡Eso sí que es un hombre! No como esas babosas a las que atiborráis de cuscús de cordero y de suero de leche coronado de mantequilla fresca. ¡Uf!».
Mientras Selma se creyó propietaria exclusiva del miembro de su marido, pues su coesposa Taos no era muy aficionada a la «cosa» ―según se afirmaba―, todo fue viento en popa en su matrimonio. Ahora bien, el día en que supo que tío Slimane visitaba a las hajjalat, se transformó en una tigresa encolerizada. Declarada la guerra, Taos se adhirió a su partido: «¡Nunca más en nuestras camas!», decretaron ambas, llenas de furia y aliadas convencidas. Mi madre no sabía qué decir, se sentía dividida entre las ganas de reír y el temor de que aquella huelga fuera la comidilla del lugar y que los aparceros rieran a sus expensas por la noche en sus casuchas, en la hora en que cabalgan a sus mujeres. En cuanto a tía Selma, no tenía el corazón para risas.
Por lo que respecta al pueblo, este tomó partido por las esposas legítimas de Slimane contra las putas de Imchouk, Farha y sus dos hijas. Sólo los adultos sabían que se había armado la marimorena por culpa de una verga errabunda. Las mujeres ponían mala cara a sus hombres y un viento hostil empezó a soplar, poniendo una barrera a las desconsoladas pollas en su camino a las entrepiernas depiladas.
Selma y Taos mantuvieron su palabra. Tío Slimane se topó con dos puertas cerradas en lugar de una y se resignó a dormir en el patio. Su calvario duró una semana. Vociferó, amenazó a las huelguistas con un doble repudio y acabó por ceder, lloriqueando su arrepentimiento y jurando sobre la tumba de su padre que jamás volvería a hacerlo.
Pero el abismo se había abierto y tía Selma se sentía herida.
―No es a la esposa a quien Slimane ha puesto los cuernos, sino a la amante, a la mujer que le ama y que lo dejó todo por él ―dijo a Bornia, que había venido a cardar la lana unos días después de la esquila.
La simplona le replicó, sarcástica y haciendo gala de una escandalosa familiaridad:
―¡Di más bien que es tu culo el que llora! Lastimada en lo más hondo, tía Selma le tiró a la cabeza un cucharón que le hizo un profundo corte en el caballete de la nariz. Bornia se marchó chillando y haciéndole un corte de mangas.
Selma empezó a hablar de nuevo de Tánger, de su vida muelle, de sus bazares, de sus aseos, trató a Imchouk de albañal para ratas y aumentó la cantidad de sal en sus guisos, privando a Slimane de sus dotes de cocinera además de los de amante. Un día se puso su almalafa, cruzó el patio encaramada en sus tacones de aguja y dio un portazo sin dirigir una sola mirada a Slimane, que lloraba acurrucado bajo el granado. La víspera se había desnudado el pecho y había confesado a mi madre, un tanto teatral pero muy en su papel de gran dama: «¡Aquí es donde me ha hecho daño! ¡Por aquí es por donde sangro!». Creí ver cómo un campo de trigo ardía en pleno mes de mayo.