―¡Hay que ver! ―suspiró tía Selma―. Y pensar que nosotros seguimos pudriéndonos en las cavernas, mientras que los rusos envían cohetes al espacio y los americanos pretenden ir a la luna… No obstante, puedes considerarte dichosa. En la campiña egipcia son las dayas[18] quienes desfloran a las vírgenes para los maridos, con un pañuelo enrollado en torno a los dedos. Incluso parece ser que allí a las mujeres se les corta todo. Se pasean con un verdadero desastre entre las piernas. Es por la higiene, sostienen esos paganos. ¿Desde cuándo la suciedad molesta a los chacales? ¡Uf!

Tía Selma echaba chispas, fuera de sí. Por mi parte, traté de imaginar a qué podía parecerse un sexo de mujer amputado de sus relieves. Un estremecimiento de horror me recorrió la espalda, desde la nuca hasta las nalgas.

―Una cosa está clara ―prosiguió mi tía―: hay que cambiar el comportamiento de nuestros hermanos de raza, exactamente como han hecho los tunecinos. ¡Mira a su Bourguiba! Él no se anduvo con chiquitas. ¡Hala, las jóvenes a la calle, y que se emancipen! Juró sacaros de vuestra reclusión y enviaros a los bancos de las escuelas, de dos en dos, de cuatro en cuatro, ¡a centenares! Eso sí que es un hombre. Un hombre de verdad. Además, tiene los ojos azules, y yo adoro el mar.

Luego, tras recuperar el control de sí misma, agregó:

―¿Y qué pasó entonces? Date prisa en contarme el resto porque tengo que hacer la comida. Si no, te va a dar un patatús antes de que den las doce.