El presente relato constituye ante todo una historia de alma y de carne. Versa sobre un amor que llama a las cosas por su nombre, a menudo con crudeza, y al que no turba moral alguna, excepto la que al corazón le es propia. A través de estas líneas donde se mezclan semen y plegaria, he intentado derruir los tabiques que en nuestros días separan lo celestial de lo terrenal, el cuerpo del alma, la mística del erotismo.
Sólo la literatura posee una eficacia de «arma letal». Por consiguiente, he recurrido a ella. A una literatura libre, cruda y alborozada. Con la ambición de devolver a las mujeres de mi sangre la palabra confiscada por sus padres, hermanos y esposos. En homenaje a la antigua civilización de los árabes, donde el deseo se plasmaba hasta en la arquitectura, donde el amor se hallaba liberado del pecado, donde gozar y dar placer constituía un deber para el creyente.
Levanto este relato, como se levanta una copa, a la salud de las mujeres árabes, para quienes recuperar la palabra confiscada en relación con el cuerpo equivale a curar a medias a sus hombres.