Lo quemé porque era mío

El incendio empezó en Riba de Saelices, Guadalajara, el 16 de julio de 2005, sábado. Como dijo un miembro de un retén que participó en la extinción forestal: «Fin de semana, mal día para tener una emergencia». De hecho, no se localizó a los responsables que tenían que haber autorizado el refuerzo de medios. El fuego se apagó el miércoles 20 de julio. En el transcurso de esos días murieron once miembros de los equipos de extinción y se arrasaron trece mil hectáreas de bosque, dos mil quinientas del Parque Natural del Alto Tajo, al norte de Guadalajara, «una de las mayores catástrofes naturales de la historia de nuestro país», según la juez instructora. Hubo veintinueve imputados entre funcionarios y cargos políticos de la Junta de Castilla-La Mancha, pero en noviembre de 2011 solo continuaban inculpados, y a la espera de juicio, los tres excursionistas que hicieron la barbacoa que provocó el fuego.

La desgracia fue que este fuego ocurrió justo en una zona fronteriza entre Castilla-La Mancha y Castilla y León. Uno de los focos estaba a tan solo ocho kilómetros de Soria. Allí los retenes esperaban preparados para prestar su ayuda, pero nadie se la pidió. La competencia era solo de los equipos manchegos. ¿Sabe de dónde venían los medios de extinción? Pues de todos los sitios de Castilla-La Mancha, hasta de Albacete, que estaba a trescientos sesenta kilómetros. De todos, menos de los puntos más cercanos al fuego. Porque estos eran de otra comunidad autónoma. Cuál sería la gravedad del asunto que hubo bomberos de Madrid y retenes de Castilla y León que llegaron voluntariamente, como particulares, para apagar el fuego. Los retenes de Soria nos insistían a los periodistas allí desplazados que no dijésemos que habían acudido motu proprio, por temor a que les pudiesen reprender. El caso es que el domingo por la tarde, cuando ya habían muerto los once miembros del retén, con toda España pendiente del incendio a través de los medios de comunicación, la entonces consejera Rosario Arévalo activó el nivel 2 de emergencia. Eso significaba que se solicitaba ayuda a los medios del gobierno para intervenir.

¡El nivel 2! ¡Pedir ayuda al Estado! Algo poco común. Un veterano piloto contra incendios lo corroboraba: «Pedir refuerzos a otra comunidad parece que cuesta, pero llamar al Estado está casi vetado. Es como si el político de turno creyese que su competencia fuese menoscabada al pedir ayuda exterior de las Brigadas contra los Incendios Forestales del Ministerio de Medio Ambiente (BRIF) o de la Unidad Militar de Emergencias (UME)».

Lo único que quedó claro del incendio es que la descoordinación entre las autonomías fue clamorosa. Un miembro de un retén nos lo contaba así: «Yo veía el humo del incendio durante todo el fin de semana. Estábamos con los brazos cruzados, y cuando por fin el lunes nos mandaron a actuar se extinguió en dos días».

El fuego tiene dos problemas: quema y no entiende de fronteras administrativas. Lo que ocurre es que en nuestro Estado autonómico no sabemos cuál es el peor de los dos. El absurdo llega hasta extremos insospechados. Alejandro Suárez es uno de los más experimentados pilotos de helicópteros contra incendios que hay en España. Si habla aquí sin ocultar su nombre es porque ya ha encontrado trabajo en el extranjero:

Siempre recordaré el día en el que estaba apagando un fuego en la provincia de Ourense, en el parque del Xurés, rozando ya la frontera con Portugal. Extinguimos la zona asignada sin mayor contratiempo. Mientras refrescaba con agua el perímetro del mismo, vi saltar un conato de incendio frente a mi posición. Informé de inmediato a la central de incendios: «¿Central?, aquí Xurés 21», no me acuerdo bien si era ese mi indicativo. Les alerté: «Me dispongo a extinguir de forma inmediata un conato incipiente que tengo en mi zona. Se encuentra al oeste del río que cruza la zona del incendio recién sofocado». No recibí contestación, así que insistí: «Central, ¿recibido?». «Sí, estamos enterados. Negativo a sus intenciones». Yo seguí insistiendo: «Le confirmo que estamos a escasos metros del conato y con una descarga de agua lo podemos liquidar. En caso contrario, se podría desbocar de forma incontrolada». Y me contestaron otra vez: «Negativo». ¿Sabes por qué era? Porque el incendio que tenía frente a mis narices estaba en la parte portuguesa de la frontera.

El fuego se descontroló, pasando finalmente a España; claro que para entonces un helicóptero ya no era suficiente para extinguirlo. No fue la única vez. Alejandro estaba destinado en la base de Lozoyuela, al norte de Madrid. Desde su base vio un pequeño conato de incendio que se había escapado de un basurero justo en el límite autonómico con Guadalajara. «Estábamos pegados al fuego, a unos diez kilómetros. Avisé del conato en la zona de Uceda en Guadalajara, y otra vez negativo. Porque, cómo no, tenían que acudir los de Castilla-La Mancha. El medio más próximo de extinción de esa comunidad autónoma estaba a más del doble que nosotros. Así que estuvimos con los brazos cruzados esperando a que el fuego se hiciese más grande y cruzase a Torremocha del Jarama, a nuestra comunidad, para salir a extinguirlo».

Los pilotos de emergencias son uno de los sectores que más sufren el caos competencial que existe entre las autonomías.

Hay diecisiete protocolos de actuación en extinción de incendios, uno por cada comunidad. Imagínese lo que supone para un piloto que trabaja en una comunidad tener que acudir a otra porque le han pedido como refuerzo. «De repente, te encuentras que, por ejemplo, los procedimientos operacionales se hacen de forma diferente. Los desconoces porque es una autonomía que no es la tuya. Es un absoluto caos. No nos estrellamos más en el aire de puro milagro». Quien lo dice es un piloto que cada verano va rotando de base en base. Pocos quieren dar su nombre, por temor a que no les llamen para el próximo verano.

Los helipuertos han ido adoptando formas, señalizaciones y balizamientos al capricho o dictado de la autoridad autonómica e incluso local del municipio de turno. Como dicen algunos pilotos: «¿Te imaginas que el diseño de las señales de tráfico y los límites de velocidad en carretera vayan cambiando según se cruzan distintas comunidades? A nosotros nos pasa constantemente».

Esta es una de las razones por las que la media de accidentes mortales de estos pilotos es de ocho al año. Ejercen una de las profesiones más peligrosas en España. Tenemos el fatal honor de tener la tasa de siniestralidad más alta de Europa.

La extinción de incendios entre comunidades se ha convertido en algo tan absurdo que, como nos comenta uno de estos pilotos, a veces ni siquiera entienden a la central: «En cinco comunidades se habla con preferencia su lengua autonómica. Por eso no es raro escuchar por radio: “¡Por favor, si quiere que tire el agua donde me indica, hágalo en un idioma que entendamos los dos!”». Porque recuerde que en 2006 para trabajar en un retén de Galicia era indispensable saber gallego, lo que se valoraba casi más que la experiencia laboral. Llegados a este punto, ¿no habría sido mejor acreditar experiencia en elaboración de queimadas?