Desordenanzas municipales

Marshalltown, estado de Iowa, Estados Unidos. Los caballos tienen prohibido comer las bocas de incendio. Idaho, un hombre puede ser multado si le regala a su mujer una caja de bombones que pese menos de cincuenta libras (veintitrés kilos). Blythe, California, una ordenanza declara que una persona debe poseer al menos dos vacas para poder llevar botas de cowboy en público. Columbia, Pennsylvania, va contra la ley que un piloto haga cosquillas a una estudiante de prácticas bajo la barbilla con un plumero durante el vuelo. En Denver es ilegal prestar la aspiradora al vecino. En Devon, Connecticut, es ilegal andar hacia atrás tras la puesta del sol. Y en Willbur, Washington, nadie puede montar un caballo feo.

No se lo puede creer, ¿verdad? Qué acostumbrados estamos a decir que lo que pasa en Estados Unidos no pasa en ningún lugar del mundo. Los norteamericanos, gracias a su sistema de estado federal, cuentan con un crisol de normas opuestas y eclécticas, en ocasiones increíbles, pero que, aunque no lo crean, tienen rango de ley.

Seguro que estará pensando que aquí no somos tan esperpénticos. Bueno, todo a su tiempo. Algo parecido pasa aquí con las ordenanzas municipales. En nuestro país, para andar por casa nos regimos por lo que llamamos las hermanas pequeñas de las leyes, esas que todos desconocemos y que están presentes en nuestra vida cotidiana. De muchas no sabemos ni que existen, y las que conocemos a veces nos parecen absurdas. Son las ordenanzas municipales, las que tienen todos y cada uno de los 8.116 ayuntamientos de nuestro país. ¿Para qué sirven? Pues simplemente para garantizar la convivencia cívica.

Por ejemplo, en Ciudad Real se multa a los establecimientos de hostelería que no pongan el nombre del bar, cafetería, etc., impreso en las servilletas de papel. Increíble, ¿no? Le contamos la razón. Lo del invento de las servilletas es para comprobar qué establecimiento no limpia los restos que quedan bajo las mesas de las terrazas. Los funcionarios del ayuntamiento leen el nombre impreso en las servilletas del suelo y ya saben qué bar es el que no limpia, y sanción al canto: 75 euros por cada una de ellas.

Un ciudadano puede incurrir en tantas faltas como lugares visite dentro de nuestro territorio. Porque recuerde que ignorar la ley no exime de su cumplimiento. Así que si va a viajar, más vale que revise qué ordenanzas municipales rigen el sitio al que va a acudir. Por eso le vamos a ofrecer una guía turística, no le vamos a decir los mejores restaurantes ni los hoteles a los que acudir, sino un itinerario de «ordenanzas municipales con encanto», para que no le pillen por sorpresa si acude, por ejemplo, a la playa.

Nuestro recorrido veraniego comienza en Santa Pola, Alicante. Ni se le ocurra poner la toalla a primera hora de la mañana en la arena: reservar sitio está sancionado. Además, si la policía le retira la sombrilla, solo podrá recuperarla si presenta la factura correspondiente. Sí, esa factura de cuando la compró allá por los años ochenta en los ultramarinos del paseo marítimo, que seguro que la tiene guardada bajo llave. Si echa una cabezadita de noche a la orilla del mar, no lo haga cuando están trabajando los operarios de limpieza. Bueno, esto es un poco de sentido común para que no le pillen las máquinas. ¿Quiere pescar? Ni loco lo haga a menos de cien metros de bañistas.

Si después de unos días en Santa Pola se decide a visitar Valencia, no vuelva a picar, no se le ocurra coger sitio en la playa otra vez, ni pinchar la sombrilla en la arena a menos de seis metros de la orilla, pues también es falta administrativa y, por supuesto, tiene sanción. No coma pipas. No, no queremos decir que las recoja como buen ciudadano, queremos decir que no se le ocurra comerlas.

La ciudad de Valencia se rige por más de cien ordenanzas municipales. La autoridad municipal controla que se cumplan; eso cuando lo puede controlar, porque si tenemos en cuenta que hay mil seiscientos policías allí, uno por cada quinientos habitantes, perseguir al infractor es una ardua tarea para la que los agentes no dan abasto. Por eso, cuando unos vecinos denunciaron que en un parque de la ciudad no podían andar más de un metro sin pisar los excrementos de los perros que sus dueños no recogían, allí no apareció nadie para multar a los infractores.

Nuestra ruta continúa por Barcelona, allí las normas de ruido son muy estrictas. Unos turistas muy especiales decidieron ir a la Ciudad Condal a dar un concierto para más de cien mil personas, en julio de 2009, en el Camp Nou. Estaban haciendo sus pruebas de sonido y en el consistorio se les ocurrió la gran idea de que podían sancionarlos porque los vecinos del barrio de Corts no podían soportar el jaleo. Imagínese la supuesta escena:

Estadio Camp Nou, Barcelona. Dos guardias urbanos se plantan en medio del escenario y a voz en grito se acercan al cantante:

—Señor, está excediendo los niveles de ruido y los horarios que permite nuestra ordenanza municipal.

Excuse me?

Afortunadamente, recularon en el último segundo y esta situación jamás se dio. El ayuntamiento estaba estudiando sancionar nada más y nada menos que a los irlandeses U2.

Seguimos nuestro recorrido turístico, ahora en autocaravana. Los ayuntamientos no obedecen la Ley de Seguridad Vial, cada municipio puede legislar como le venga en gana sobre la posibilidad de estacionar o no un coche-casa en su territorio. Así que puede salir de Valencia y aparcar en una gasolinera para dormir y llegar a Almuñécar, en Granada, y que allí le pongan una multa por hacerlo. Puede esgrimir sorpresa y excusarse: «En Valencia lo hemos hecho y no pasaba nada». O también puede emitir una queja incluso al defensor del pueblo. Como la que elevaron unos excursionistas contra el Ayuntamiento de Santander por no permitir el aparcamiento de su coche-casa. El defensor manifestó que, aunque la Dirección General de Tráfico legisla el estacionamiento de autocaravanas como el de cualquier otro vehículo a motor, «no puede realizar actuación alguna porque no tiene competencias sobre las ordenanzas de cada ayuntamiento». Es como si por las calles de un pueblo a las que se debe circular a un máximo de cincuenta kilómetros por hora, según la DGT, el edil de turno dejara hacerlo a cien, porque en su territorio él es el que dicta las normas.

Sigamos nuestro viaje por tierras españolas. Por ejemplo, en autobús. Puede dirigirse hasta Avilés. Eso sí, tenga en cuenta que si está en la parada esperándolo fuera de la marquesina pueden multarle hasta con 90 euros. Porque en Asturias hay que andarse con mucho ojo. Sobre todo «andarse», ya que, también en Avilés, si se queda quieto en la acera y entorpece el paso de otro viandante que tiene que poner un pie en la calzada para pasar por donde usted está, serán otros 90 euros más de su bolsillo los que tendrá que pagar a las arcas municipales. No corra, no salte, no juegue en la calle con su hijo, todo conlleva sanción. No vaya por una calle peatonal con patines más rápido que los peatones, no lleve una bici sin timbre y si tiene que dejar la moto, jamás le ponga un candado atado a algún elemento del mobiliario urbano. Todo esto son otros 90 euros más por cada infracción. Sobre todo, no tenga la maravillosa idea de sacar la basura en los concejos de Mieres y Lena en una bolsa transparente. Eso es casi pecado. Tampoco cante en alto por la calle jamás. Y en Siero no deposite estiércol fuera de los estercoleros. Esta, desde luego, es una norma muy, pero que muy específica.

Le recomendamos que, ya que está en el Principado, recorra sus maravillosos municipios y ciudades. Siga hasta Oviedo. Si después de esta gira veraniega ya no le queda dinero, ni se le ocurra mendigar: está prohibido. Pero sí se puede pedir realizando alguna actuación artística y pasando la gorra. Pero cuidado, no la pase insistentemente, porque de esa manera la multa está asegurada. Como sucede en muchas ciudades, en esta a eso se le llama «mendicidad coactiva». Por cierto, ¿cómo se mide la insistencia?

Continúe por Gijón pero allí no alimente a ningún animal vagabundo. Solo a colonias de gatos. ¿Usted sabe qué es una colonia de gatos? ¿Y qué pasa con las colonias de perros? ¿Estamos hablando de discriminación animal? ¡Gatos del mundo, uníos contra la discriminación!

De Asturias bajamos hasta Ciudad Real. Allí no se convierta en el flautista de Hamelín y haga que le siga, por ejemplo, la colonia de gatos que adoptó en Gijón. Conducir animales en grupo sin autorización le puede costar 75 euros.

Acabamos en Madrid. Supongamos que usted es de allí, llega de sus vacaciones y recoge a su querido perro de la casa del vecino. Llega tarde y cansado y se baja al parque. Después de su vía crucis de posibles multas, por fin ha tenido suerte. En Madrid puede pasear a su perro por un parque sin correa a partir de las 20.00 horas; si lo hace a otras horas, ya sabe, a apoquinar.

Tenemos tanta ignorancia sobre lo que podemos o no podemos hacer respecto a las ordenanzas municipales que al final nos sentimos perdidos. Por ejemplo, ¿cuántas veces ha aparcado su coche tan pegado a la acera que parece que se le van a pinchar las ruedas? Pues eso en muchos lugares es razón para que su vehículo se lo lleve la grúa. Hay que dejarlo suficientemente alejado del bordillo. La razón: para que los operarios de la limpieza puedan hacer su trabajo.

Las ordenanzas y las normas municipales regulan también las actividades comerciales, como por ejemplo la venta ambulante. Y hay sanciones para todos los gustos.

Pedro G. puso en marcha en Valencia lo que él creyó que era un lucrativo negocio: un puesto ambulante de perritos calientes. El consistorio puso el ojo en su actividad comercial y se la vetó. La causa era que el producto que él vendía no es autóctono de la Comunidad Valenciana. Los perritos son alemanes o estadounidenses, no son como la horchata, los buñuelos o las castañas. Es un producto extranjero. Pedro recurrió la sanción y comenzó a «valencianizar» los perritos: decidió comprar las salchichas en una empresa local, los carritos los adquirió en una fábrica del municipio valenciano de Picanya y los panes en un horno de Patraix. A su puesto solo le faltaba un vestido de fallera para hacer honor a la tierra…

¿Ve como era cuestión de profundizar un poco para saber que sí que podemos llegar a ser tan absurdos como los yanquis?