Las administraciones autonómicas no están obligadas a hacer un seguimiento de la situación de un menor si este se traslada con su expediente a otra comunidad autónoma. Es decir, si una familia que reside en Galicia se va a vivir a Baleares, toda su escolarización depende de las islas, Galicia se lava las manos porque pasa a formar parte del alumnado de Mallorca, por ejemplo. Sin embargo, tampoco el Ministerio de Educación sabe a ciencia cierta, cuando un menor es trasladado, si realmente está escolarizado. Es lo que les pasó a unos pequeños que vivían en el asentamiento marginal de la Cañada Real Galiana en Madrid. Hace tiempo fuimos a hacer un reportaje allí sobre los pequeños sin escolarizar. Enseguida los localizamos, eran varios, jugaban entre la chatarra. La madre de dos de ellos, de ocho y diez años, una mujer que rondaba la treintena, nos dijo que se había trasladado desde Andalucía hacía seis meses. Cuando le preguntamos por qué sus pequeños no iban a la escuela, ella contestó con una tranquilidad abrumadora: «Yo los saqué de Jaén y les dije que me los traía a Madrid a un colegio de la zona. Me dieron sus papeles y aquí nadie me pidió nada. Ahora no me viene bien llevarlos al colegio, prefiero que me ayuden aquí».
Así es. Ni el colegio de Jaén se preocupó por saber si los había inscrito en el nuevo colegio, ni la Comunidad de Madrid tuvo nunca los datos ni los expedientes de estos menores. Tal vez se habría solucionado con una maniobra de sofisticación extrema: marcar los nueve dígitos de otra comunidad autónoma y descolgar el teléfono: «Oye, que fulanito y fulanita van a ser escolarizados allí en Madrid; estos son sus datos». Si se sospecha del entorno familiar, pues se habla con Servicios Sociales: «Oye, al loro, que si a mitad de septiembre no los han metido en un cole, huele mal». ¡Ah!, se nos olvidaba: Educación y Servicios Sociales de una misma comunidad tampoco están muy conectados que digamos. Aquí otra vez, querido amigo, tenemos el lastre de siempre. Las comunidades autónomas no se comunican entre ellas nunca. Somos como los vecinos que no se hablan jamás, y en este caso lo que se juegan con esta descoordinación es el futuro de unos niños.
Aunque ojalá no tenga que trasladarlos nunca, porque imagínese, entre las diferencias de programas educativos que hay y que en determinados lugares, como en Cataluña, parece que el español no existe como lengua vehicular, sus hijos pueden caer en un inevitable fracaso escolar simplemente por el cambio al que puede someterlos. Si no lo cree, pregúnteselo a cualquier hijo de funcionario del Estado que se ve obligado a trasladarse varias veces en su vida profesional. Nosotros lo hicimos, hablamos con Gonzalo P.: «Yo soy hijo de un guardia civil, con cinco cartillas de escolaridad debido a los traslados de mi padre, fracaso escolar consiguiente a tanto cambio y tanto mal colegio. Al final me formé en el colegio de Valdemoro, y de él obtuve una plataforma donde, solo con esfuerzo y un poco de suerte, conseguí aprobar las necesarias oposiciones. Dudo mucho que en los pueblos en que vivíamos hubiera podido obtener un empleo con posibilidades, y sobre todo el ambiente necesario para seguir estudiando y progresar, y eso les ha pasado a muchos amigos míos. Y a eso hay que sumarle que en cada sitio tienes un programa de estudios y temarios diferentes, el lío es tremebundo».