¿Se acuerda de los venerables ancianos del apartado de pastillas? Pues se conocieron en la sala de espera de su médico de atención primaria. Se veían casi a diario:
—Hombre, Demetrio, ¿qué tal?
—Fastidiado, ya sabes, Aurelio, fastidiado con mi párkinson. ¿Qué tal tú con ese dolor en el pecho?
—Así, así —respondió, a la vez que se giraba en su asiento hacia una anciana que se acababa de sentar a su lado.
—Manuela, ¿y usted qué tal?
—¡Ay, hijo! Ya sabes que mi cadera me mata.
La conversación se extendía hasta que llegaba el turno de alguno de los tres.
—Bueno, pues hasta mañana. ¡Y a mejorarse!
Pero un día se encontraron solo Aurelio y Demetrio.
—Aurelio, ¿qué tal con tu párkinson? Por cierto, ¿dónde está Manuela?
—Pues hoy no ha podido venir… Está mala.
Este chascarrillo a medio camino entre el chiste y la realidad se cuenta en muchos consultorios para ilustrar el abuso que a veces hacemos de nuestra sanidad. Estamos en el cuarto puesto entre los países desarrollados que más visitamos al médico, y producimos un gasto de 1.626 euros de media por persona. Sin embargo, el problema que tienen las medias es que son engañosas porque dan una imagen de igualdad que realmente no existe. ¿Sabía, por ejemplo, que dependiendo de la comunidad autónoma los tiempos para ser atendidos en una urgencia son diferentes? Y uno que creía que romperse la cabeza era lo mismo en todas partes. La media estatal de tarjetas sanitarias asociadas a cada médico de familia en el año 2006 fue de 1.466. Castilla y León es la comunidad con menor ratio (920 tarjetas por médico), mientras que las Islas Baleares la doblan (1.859 tarjetas por médico). A partir de ahí, el mundo de las pruebas y de los especialistas cambia constantemente. Las tasas de los TAC son completamente diferentes en una comunidad que en otra. Hasta las visitas a los especialistas. Otro caso, este en Madrid: «Mi hija tiene un problema de tiroides, tienen que hacerle las pruebas y, luego, depende de que la vea un endocrino para ponerle tratamiento. La cita es para dentro de cinco meses».
¿Son quejas aisladas? Es lo que siempre nos hemos preguntado a la hora de incluir cualquier testimonio en este libro. De nuevo parece que no. Un estudio de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) de 2008 ya lo apuntaba. Para obtener la primera cita con el especialista la espera media es de cincuenta y siete días. No existen grandes diferencias de una especialidad médica a otra; sin embargo, sí existen en los valores obtenidos en cada comunidad autónoma. La situación más grave se da en Canarias, donde los pacientes esperan, de media, ciento setenta y siete días para ser atendidos. A esta región le siguen Cantabria, con cien días de espera, y el País Vasco, con noventa y siete. Cataluña es una de las que tiene una mayor demora quirúrgica, de varios años en algunos casos. En Barcelona, por ejemplo, un usuario apunta que su padre, con un problema de próstata, «tiene que esperar para que le vea el urólogo aproximadamente seis meses. Después le hacen análisis y tenemos otros seis meses de espera hasta que vuelven a verle. Si le tienen que hacer una prueba de flujometría urinaria, otros siete meses».
¡Ay, Cataluña! Lo que le sobra a Cataluña es el bisturí con el que Mas está recortando los servicios sanitarios. Han cerrado la mitad de sus ciento ochenta y seis ambulatorios, eliminado algunos empleos temporales y suprimido ambulancias en algunos pueblos. Incluso hay zonas donde una sola doctora atiende toda la noche a los nueve mil habitantes de sesenta pueblos dispersos en un radio de ochocientos kilómetros. Ocurre en Lleida, en El Pont de Suert.
Abrir un ambulatorio formaba parte, en muchos casos, de la propaganda de poder de una comunidad, como nos señalan desde algunos sindicatos catalanes: «Abrir un centro de salud era un éxito, aunque algunos no funcionen adecuadamente por falta de personal o de recursos. De hecho, nosotros pedíamos su cierre, pero la Generalitat se negaba. Ahora, no solo se cierran esos, sino también los que más se necesitan, por el dinero que se malgastó en los primeros». Porque el despilfarro se ha producido por todas partes.
Llamamos a un amigo médico, especialista en un hospital de Ciudad Real. Nos habla del centro donde estuvo hasta el verano de 2011. «Lo construyeron a treinta kilómetros de otro que ya funcionaba. El caso es que está infrautilizado. Teníamos un escáner para los TAC, que supera el millón de euros. Pues lo teníamos muerto de risa, apenas se utilizaba un 5 por ciento. Cuando tiene que ser un aparato que para amortizarlo tienes que utilizarlo al ciento por ciento, todo el día».
En otros casos quien está por debajo de su rendimiento no es un único aparato de ultrasonidos, sino todo el hospital. Ahora bien, a ver quién es el político que se atreve a asumir el coste electoral de retirar a los ciudadanos de una población un centro sanitario, sobre todo cuando quien lo construyó era del partido contrario…
Luego están los hospitales prometidos durante la precampaña. Por ejemplo, en mayo de 2003, justo antes de las elecciones municipales, el entonces presidente de la junta Manuel Chaves prometió un hospital en Málaga, que prestaría servicio a las localidades de Fuengirola y Mijas. Los dos pueblos de la costa del Sol suman más de ciento veinte mil habitantes, cifra que se dispara en verano. El caso es que en enero de 2012 el hospital sigue sin aparecer y eso que los ayuntamientos regalaban el terreno. Sus alcaldes están hartos de reclamarlo a la junta y los vecinos de recoger firmas para que lo construyan. ¿Qué le dirá José Antonio Griñán, presidente de Andalucía, cuando se cruce en Sevilla con Manuel Chaves, su predecesor en el cargo?
—Manuel, quillo, que no me dejan en paz los alcaldes de la costa del Sol con el dichoso hospital, ¿cómo se te ocurre prometer un hospital y encima que se iba a inaugurar en 2009? ¡Manuel, hombre!
—Pepe, ya sabes cómo son estas cosas. Estás de campaña, que si mitin arriba, mitin abajo, te vas calentando, te envalentonas, y arsa, arsa, venga, venga… ¿Que quieren un hospital? Pues ea, hospital prometido. Se me escapó, Pepe, ¿qué quieres que te diga?
Se le escapó, varias veces, pero bueno, que no vuelva a ocurrir. Si alguien se imagina otra conversación entre ellos dos que lo diga, pero el caso es que el resultado es el mismo: ni rastro de hospital.
En ese caso lo prometió una persona. ¿Pero puede haber promesa de mejora sanitaria hecha por personas distintas y partidos diferentes? Pues sí, la ampliación del hospital de Salnés, en Pontevedra. Se lo han prometido cinco veces. Desde finales del gobierno de Fraga, sobre el 2005, pasando por el PSOE y con vuelta al PP, todos prometieron agrandar el centro. ¿Qué hacen en campaña electoral los partidos? ¿Tienen el mismo discurso para los mítines y luego se hacen fotocopias y se los pasan? ¿Se imagina cómo tiene que ser la redacción del programa electoral?:
—Contreras, a ver, dime, ¿qué cuento hoy? —le diría el candidato a su jefe de campaña.
—Esto y lo otro, y no se le olvide decir que va a ampliar el hospital.
—Ya, Contreras, pero ¿no canta ya mucho esto? Al final, el votante se va a dar cuenta de que se la queremos colar de nuevo.
—Que no, señor candidato. Lo que no puede hacer es no prometer lo que los otros prometen. Además, usted lo dice, lo anuncia y cuando se pongan a aplaudir tape el micro con la mano y diga bajito, para que nadie le oiga: «Retiro lo dicho. Retiro lo dicho», y cruce los dedos debajo del atril. Así no cuenta como promesa. Luego, cuando le pidan cuentas los periodistas diga que, como siempre, se sacaron de contexto sus palabras.
—Qué buena idea, Contreras. Así me quedo con la conciencia más tranquila.
La publicidad cuenta mucho en sanidad. Demasiado. Tanto es así que uno de los mayores problemas que existe es la credibilidad de los datos que nos ofrecen las diferentes comunidades y la forma en la que se recaban. Por ejemplo, los criterios con que se elaboran las listas de espera para intervenciones quirúrgicas no urgentes, ese 40 principales de la sanidad española, donde todos quieren aparecer en el número uno. Lo normal debería ser que contase el tiempo a partir del día en que el especialista prescribiera la intervención. Pues bien, varios abogados expertos en derecho sanitario nos dicen lo siguiente: «Hemos probado que algunas comunidades empiezan a contar los días de espera para la intervención no desde que lo diagnostica el especialista, sino desde el momento en que al paciente le ve el anestesista. En otros casos, desde que se incluye en un registro que controla la consejería. Hay casos en que, cuando se echa el tiempo encima, solicitan una reevaluación del caso y empieza el contador a cero. También si te desvían a un centro privado y el paciente no lo quiere, porque confía más en lo público, vuelve a empezar tu tiempo de espera», señala uno de ellos.
Pero también se han encontrado con casos en que «lo que hacen es comunicar la fecha de operación en periodos de vacaciones o en los que saben que va a ser más difícil localizarte. Si finalmente no lo consiguen, como es de esperar, pasa turno a otra persona». De seguir con ese método llegaremos a las listas de espera reducidas a segundos. Empezarán a contar desde que el médico, con la mano abierta, dice «bisturí», hasta que la enfermera se lo pasa.
La manipulación de las listas es un tema tabú en las consejerías. Se juegan el prestigio ante el resto de las autonomías y no se permite que se pongan en duda. Una doctora de Granada, Socorro Ricoy, lo hizo y denunció la manipulación de las listas de espera. A partir de entonces, «le quitaron sus funciones laborales». Así reza la sentencia de febrero de 2011 que condenó en primera instancia a la junta por «acoso laboral» contra la doctora.