¡Qué tiempos aquellos en los que ser ministro era ser ministro! Unos tiempos en los que, cuando el interfecto entraba en una sala, solo le faltaba un par de maceros a los lados que anunciasen con voz profunda: «Ha llegado el señor ministro». Unos tiempos, hablamos de unos diez años atrás, en los que el ministerio se encargaba de ahorrarnos gastos actuando como central de compras. Se encargaba de adquirir todo lo necesario para los hospitales, desde aparatos sanitarios hasta bisturís, y luego lo distribuía. Como excepción, en ocasiones se permitía a determinados centros hacer algunas compras. El caso es que, como el volumen de adquisiciones era enorme, el precio por unidad se abarataba. Además, los proveedores se cuidaban mucho de tratar bien al cliente porque, prácticamente, era un monopolio de compra, técnicamente (que se note que nos lo sabemos) se denomina monopsonio.
Pero aquellos tiempos terminaron. En el año 2001 se generalizó el traspaso de las competencias sanitarias a las comunidades autónomas. Desaparecieron entonces las «ofertas tres por dos» del supermercado para un solo cliente. Nos encontramos en una tienda haciendo cola con otros diecinueve clientes más esperando a ser atendidos. Tampoco hay muchos sitios a los que acudir, porque las empresas de tecnología sanitaria son pocas. Una alta funcionaria, que hace un tiempo se encargaba de esa labor en una comunidad autónoma, comentaba lo siguiente: «A mí me ha llegado a venir un laboratorio que me quería vender unas determinadas válvulas cardiacas por cerca de 8.000 euros. Después me he enterado de que, en otro hospital, exactamente la misma válvula, la habían ofrecido por la mitad. Te mosqueabas y llegaba un momento en que tenías que sentarte y decir: “Pero bueno, ¿de qué va esto?”».
No solo eso. Lo normal es que todos los hospitales quieran tener sus propios aparatos y estar a la última, pero como nos señalan algunos compañeros sanitarios, «muchas veces un aparato de imagen tendría que estar funcionando veinticuatro horas para que resultara rentable, y lo tienen parado. En determinadas autonomías no hay una demanda suficiente para su uso, pero se compra sin que se vaya a utilizar lo suficiente». Algo así como comprar un coche para dejar que se muera en el garaje y, muy de vez en cuando, sacarlo a pasear. ¿No sería mejor derivarlo a otro centro? Siguiendo con el símil del coche, ¿no es preferible que un amigo le lleve? Queda para los anales de esta historia el momento en que el consejero de Sanidad del País Vasco, Gabriel Inclán, compró, justo antes de dejar su cargo, 60 millones de mascarillas y 50 millones de pares de guantes por más de… ¡4 millones de euros! Vale que podía haber gripe A, pero es que al ritmo que se utilizaban anualmente tenían para… ¡cuarenta años! El que llevaba el portafirmas debía de ir temblando por los pasillos pensando en un ataque nuclear de Rusia o algo por el estilo. Lo que cuesta creer es que desde que el papel salió del despacho hasta que se descargaron las mascarillas del camión nadie dijera nada.
—Oye, que en la hoja de pedido dice 110 millones, entre guantes y mascarillas…
—¿Y qué? ¿Las vas a pagar tú? ¿No? Pues entonces… Lo ha firmado el consejero, así que tira.
—Hombre, es que 110 millones me parecían muchos.
Así multiplicado por unos diez escalones administrativos, desde el consejero hasta el mozo del almacén. Es que es igual que el chiste de los pitos y las flautas. ¿Se acuerda? Dos paisanos que se encuentran en la calle:
—Hombre, Manuel. ¿Cómo te va? ¿Estuviste en la feria?
—Sí, hombre. Me lo pasé muy bien, pero entre pitos y flautas me gasté 200.000 euros.
—¡Pero bueno! Manuel, te has vuelto loco, ¿en qué se te fue el dinero?
—Pues te lo acabo de decir, niño, 100.000 en pitos y 100.000 en flautas.
Pues ya sabe, cambie pitos por mascarillas y flautas por guantes y en vez de 200.000 euros pongan 4 millones. El resto del chiste no cambia. Pero ojo, un respeto, que es un chiste con categoría. No todos han sido versionados por un boletín oficial de la comunidad.
El caso es que, solo por almacenar tal cantidad de material, se abonaban 9.000 euros mensuales de alquiler. ¡9.000! Al final se acabaron subastando mascarillas y guantes por un total de ¡40.501 euros! Es decir, 3.960.000 euros más baratos. Frente a las críticas, la Administración justificaba su actuación defendiendo que se ahorraban los 9.000 euros mensuales de alquiler…