Retomemos la idea de que en los entes públicos se puede poner en plantilla a quien se quiera, sin pasar por una oposición, con el sueldo que les apetezca. Vayamos a un caso típico de para qué sirve una empresa pública. Por ejemplo, un presidente de partido, pongamos el del PP de Alicante, un tal Ripoll. Después de ocho años cobrando cerca de 100.000 euros como presidente de la Diputación de Alicante, le relegan a concejal. No, eso es poco para alguien así. Imaginemos la situación.
—Contreras, ¡Contreeeeeeeeeeeeras!
La voz tronaba por los pasillos de la sede del partido.
—Dígame, jefe.
—A ver, ¿dónde colocamos a Ripoll? A él le gusta Puertos de Alicante o Feria de Alicante. ¿En cuál hay un sitio? Bueno, y si no hay, se le hace.
—Espere, un segundo, déjeme ver. El puerto puede estar bien.
—Pues venga, al puerto, no se hable más. —… Y ahí sigue el tal Ripoll como director del puerto, cobrando unos 4.000 euros netos.
¿Recuerda algún político que haya dimitido? Casi es preguntarle por apariciones marianas. Recuerde que en España no se dimite, a uno le «dimiten», pero con condiciones, obviamente. Seguramente se acuerdan del incendio de Guadalajara de 2005, en el que murieron once personas. Fue sonada la dimisión de la consejera de Medio Ambiente, Rosario Arévalo, por su mala gestión de la catástrofe. Se vendió como un acto de integridad política. Tan sonado fue ese gesto encomiable como silenciosa fue su contratación por una empresa pública, Enusa. De ahí, la enviaron a dirigir otra empresa pública, Teconma, dedicada a la ingeniería ambiental, que quebró en noviembre de 2011.
El paradigma de hasta dónde se puede llegar en la empresa pública siempre que se haya pasado por el pesebre político quizá sea el de Javier de Paz. Su proyección queda fielmente retratada en El Maquiavelo de León de José García Abad, publicado por La Esfera de los Libros. Recordamos cuando era secretario de las Juventudes Socialistas, allá por el referéndum de la OTAN, en marzo de 1986. ¿Le suena la historia? En un principio el PSOE decía: «OTAN no, bases fuera», para luego pasar a «OTAN, de entrada sí». Javier no se opuso desde las Juventudes Socialistas a ese cambio de parecer. Y he aquí que, al poco tiempo, fue nombrado presidente de Mercasa, empresa pública de los mercados de abastos. Después le hicieron presidente del Observatorio de la Distribución Comercial del Ministerio de Comercio, después miembro del Consejo Económico y Social y de su Comisión, etc. Como ven las empresas públicas son tantas que hay infinitas posibilidades de colocación. Seguimos con sus cargos: consejero de túnel del Cadí (2004-2006)… ¡Anda! ¿De qué le suena lo del túnel del Cadí? Pero… si era uno de los puestos que tenía la mujer de Montilla. ¡Qué coincidencia!
Finalmente, su amistad con Zapatero le empuja como consejero de Telefónica y otras filiales, y su mujer, que es funcionaria, pasa a ser asistente de Sonsoles, la esposa de Zapatero. Según el libro de Chema Abad, Javier se lleva al año 700.000 euros. Su amistad con el ex-presidente no se disimula. Tanto que en ocasiones le iba a recoger en su coche de lujo con chófer de empresa a la salida del Congreso de los Diputados. Bien, usted puede decirnos que puede ser un tío muy competente. Quizá. Pero si repasamos su currículum, figura que tiene estudios de Derecho. Bien, ¿sabe qué eufemismo esconde eso? Que ni siquiera acabó el primer año de carrera.
¿Más ejemplos? Una empresa pública, Cofides, pagó 238.000 euros a un trabajador al que se le reconocieron de forma arbitraria quince años de antigüedad cuando solo había estado trabajando en ella doce meses. Así lo asegura un informe de 2011, de la Intervención General del Estado.
¿Seguimos? Seguimos. Más casos: a la alcaldesa de Osuna, en Sevilla, le preguntaron si su puesto en Sevilla Activa, una empresa pública de la que cobraba unos 78.000 euros anuales, no le quitaba mucho tiempo de sus obligaciones en el consistorio. Su respuesta: «No tengo un horario físico en la sociedad, solo el que estimo oportuno. Cuando es necesario se reúne el consejo de administración para cuestiones concretas y es entonces cuando tengo que asistir, pero el tiempo es mínimo». Qué dura es la vida del servidor público.