Emprendedores que no emprenden

Si algo está más que demostrado en la historia es que los países con pocos emprendedores son los que menos crecen. Pues bien, parece que esto tan sencillo no entra en la cabeza de nuestra burocracia local-autonómica-estatal. Hace años montamos una empresa y, pese a que tenía unos ingresos aceptables, eran tales los costes fijos administrativos y las preocupaciones que no compensaba el beneficio que iba dando. Así que, como le sucede a más de la mitad de las empresas que nacen en este país… cerramos antes de los cinco años.

Recordamos una entrevista a Juan Velarde Suárez en una revista económica, en la que se quejaba de lo difícil que es crear una empresa en España. Lo dice Juan, que no es un don nadie. ¿Que quién es Juan? Pues un canario que es el español que ha llegado a lo más alto en la administración de Estados Unidos: Secretario de Estado Adjunto para las Relaciones Comerciales de Estados Unidos y Europa del Departamento de Comercio de la Administración de Obama.

Lo que piensa Juan lo corroboran muchos empresarios, como Mikael Ohlsson. No, no es un novelista sueco de moda, seguro que en su casa tienen metido algo de nombre imposible que proviene de su empresa. Es el presidente de Ikea. En una entrevista lo decía claro: «Hay pocos países donde se tarde tanto en proyectar y abrir una tienda como en España. En parte, es culpa de una legislación obsoleta. No podemos abrir más centros en España por culpa de las trabas burocráticas de las comunidades autónomas, que nos retrasan de media unos cinco años haciendo papeles». ¡Ay, Mikael! Deja la República Independiente de tu casa y únete a nuestra Monarquía Autonómica Dependiente.

Para que entienda usted esta tela de araña empresarial-autonómica le vamos a invitar a unas cañas con unos amiguetes, pequeños empresarios que están hasta el gorro de que no les dejen emprender. De algunos no le diremos sus apellidos, pues prefieren no ser identificados, porque, según ellos, solo faltaba que les pusieran más zancadillas burocráticas por quejarse.

El primero en llegar es Enrique, siempre puntual. Es propietario de tres ópticas en Madrid.

—¿Qué pasa, Enrique?

—¡Uf, no me hables!

—¿Qué tal te va?

—Pues mira, aquí se funciona al estilo de porteros de discoteca.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué te ha pasado?

—Pues que quiero montar más tiendas, pero en este país dependes de que a un tío le caigas bien para que te deje pasar. Hasta que un funcionario ponga un maldito sello para que todo esté legal, nada. ¿Sabes lo que ha hecho el Ayuntamiento de Madrid? Delega su trabajo a empresas privadas para que agilicen las licencias de apertura de locales. ¡Si hasta varias sentencias judiciales le han dicho que es ilegal! ¡Aquí en esta ciudad va tan lenta la cosa que tengo las tres ópticas formalmente ilegales a efectos municipales!

—¿Cuánto te tarda más o menos la licencia?

—¡Más de un año, casi dos! ¿Tú crees que después de gastarme un dineral en la reforma puedo tener el local cerrado? ¿O pagar un año de alquiler sin poder atender a clientes? —Enrique, acalorado, se gira hacia el camarero—. Curro, ponme una caña bien fresquita.

Enrique está cabreado y con razón. Él no sabe que Madrid es una de las ciudades en la que más se tarda en conseguir una licencia dentro del país más tardón. Así es, en España la media para obtenerla son doscientos treinta y tres días, el doble que en el resto de Europa.

—Hola, ¿cómo vais? —Acaba de llegar Andrés. A él le salió muy mal su aventura empresarial cuando decidió hacerse electricista autónomo.

—Bien, aquí contando que no se ha dignado a pasar todavía un técnico del ayuntamiento por mis tiendas. ¿Tú cómo vas con los morosos? —le pregunta Enrique.

—Pues como no me pagan, yo no he pagado a Hacienda, así que me han embargado. ¡Increíble! Encima leo en el periódico que los ayuntamientos y comunidades autónomas arrastraban en 2011 unos 50.000 millones de euros en impagos… Encima el Tribunal de Cuentas urge a los gobiernos locales a pagar en treinta días y no lo hacen, ¡pero a ellos nadie les dice nada! Y yo harto de emitir facturas que no he cobrado y de que tenga que adelantar el IVA, de que como me quede sin trabajo no tengo derecho a paro…, como los asalariados por cuenta ajena.

A nuestro amigo Andrés le ha pasado como al del chiste, ese que se encuentra una lámpara maravillosa, la frota y sale el genio y le dice: «¿Qué es lo que quieres, mi amo?»; el hombre medita y le contesta: «No quiero caer nunca enfermo». El genio lo mira y rápidamente le dice: «Eso está hecho, a partir de ahora yo te hago autónomo». ¿Sabe cuánto cobra de media mensual un autónomo que enferma? Trescientos euros.

—¿Por qué no demandas a los que no te pagan? —le inquirimos a Andrés.

—¡Claro! Muy fácil, ¿con qué dinero? Paga el régimen de autónomos, al gestor para que te lleve las cuentas, y paga al abogado, al procurador, y si ganas, ¿quién te garantiza que vayas a cobrar? Se declara insolvente y punto. Curro, una cañita para mí también.

—Bueno, no te quejes, yo tengo el hotel cerrado a cal y canto en invierno y tengo que seguir pagando tasa de recogida de basuras. —Quien lo dice es Santi, director de hotel en Palma de Mallorca, que acaba de escuchar a Andrés mientras se acercaba a la barra. Tiene cuarenta años y dos hijos y le está dando vueltas a la idea de irse a Miami a comenzar de nuevo.

Ana María Méndez, que tiene una tienda de informática en Barcelona, se une a nosotros. La tenacidad de esta pequeña comerciante es mayor que la de cualquier multinacional. Ella fue quien ganó a la SGAE en el pleito contra el canon. Pero más tenaz es la burocracia.

—Hola, chicos, ¿qué os contáis?

—Aquí, hablando de lo mal que está la cosa. ¿Tú qué tal?

—Ni me hables. Parece mentira que yo pueda vender mejor al extranjero que aquí en España. Nosotros queríamos abrir una tienda por Internet, pero abandonamos la idea. Si lo quieres hacer ciento por ciento legal, la Ley de Sociedad de la Información dice que tengo que formalizar el contrato en la lengua de aquellas comunidades en las que pretenda realizar las ventas. Así que tengo que estudiar qué normativa y legislación hay en cada una de ellas y después traducirlas a la lengua cooficial. Un proveedor mío de Francia tenía dinero suficiente para abrir aquí oficinas y nave para logística, después de un año de gestiones al final desechó la idea. Se hartó de las trabas administrativas.

Mientras siguen hablando de sus cosas llega a nuestra mente un recuerdo del último viaje que hicimos a Estados Unidos. Conocimos a una ama de casa española que solo rellenando dos papeles y pagando 12 dólares ya había creado una microempresa de importación de libros. «Aquí es tremendamente fácil», decía. En Estados Unidos solo pagas por lo que eres capaz de ingresar. Eso explica, entre otras muchas razones, cómo una multinacional como McDonalds empezó con un puesto de perritos calientes. Allí dos días, aquí quince pasos y una media de cuarenta y siete días. Es tal la cosa que nuestra burocracia empieza a ser mítica y estudiada en el extranjero. Pregúntenle a Vivek Wadhwa, el director de Investigación del Centro de Emprendedores de la Universidad de Duke, que en el diario The Whashington Post definía España como «el valle de la muerte del espíritu emprendedor».

—El gran problema es que en España no hay unidad de mercado. Cada autonomía es un mundo y hay tantas normas diferentes… —Acaba de llegar Julián, que tiene varios supermercados de pequeño tamaño.

—Julián, ¿cómo va lo de la contratación del chico nuevo?

—¡Ahí sigue el gestor, liado, porque con más de cuarenta y tres modelos de contratos distintos, ya me contarás!

Julián se pide una sin alcohol, pues tiene la tensión por las nubes. Tampoco acaba de solucionar otro problema: poner un lavabo en un centro de despiece de carne.

—¿Cómo se come esto de que para un caso como este la normativa del Ayuntamiento de Madrid sea diferente a la de la Comunidad de Madrid? ¿Qué hago si es para un local en la capital? Una y otra deben cumplirse. ¿Cuál cojo, para que no me pongan multa?

El caso es que todo está segmentado en normativas autonómicas y locales. Coja cualquier área, la que quiera, y verá. Por ejemplo, el transporte de mercancías por carreteras depende de cada dirección general de Transportes autonómica, que aplica unos permisos diferentes unos de otros. Además, cada una te puede sancionar de una forma diferente a otra. Es más, si lleva determinadas mercancías de una comunidad a otra y tiene que atravesar una tercera debe comunicarlo a las tres, generalmente con quince días de antelación. ¿Las etiquetas del producto? También. Además de estar escritas en castellano, también deben ir en cada lengua autonómica donde se venda.

—No hay otra, si vendes a toda España, pones todas las lenguas cooficiales y te quitas de problemas. Al final la etiqueta del envase parece una biblia de tantas letras que tiene. —Julián no entiende nada.

El corrillo cada vez se hace más grande. Francisco es licenciado en Económicas, su espíritu emprendedor está por los suelos. Su pequeña empresa está en las últimas y espera sacar las primeras oposiciones de lo que sea. Por cierto, ¿sabía que muchos de los bedeles del Congreso son arquitectos y abogados?

—Hemos retrocedido a diecinueve mercados de una media de dos millones de consumidores, en vez de uno potencial de cuarenta y cuatro millones de clientes. Eso no es digerible para la mayoría de nuestras empresas, que son en un 90 por ciento pequeñas y medianas. De hecho, si estudias el ranking de las mayores empresas del mundo, en su mayoría sus mercados nacionales son grandes. Hacemos todo lo contrario. Si lo normal es unificar criterios, aquí se dividen.

Lo que acaba de mencionar Francisco afecta en todo. En clientes, normativas y hasta en trabajadores. ¿Puede creer que los convenios colectivos de los empleados son diferentes en cada comunidad? Piense, por ejemplo, en una empresa que quiere crecer y se abre camino en varias autonomías. Firma el convenio nacional del sector y se olvida del tema. Eso ya no es así. Ahora, aunque la labor del trabajador sea exactamente la misma, las condiciones de trabajo y salariales serán diferentes en un sitio y en otro. Así, aunque el convenio nacional diga que hay que descansar dos horas por cada seis horas trabajadas, si el autonómico dice que es una hora por cada cuatro, el que tiene preferencia es este último. Imagínese las tensiones laborales que esto puede acarrear en una empresa implantada en diferentes autonomías: «Que si menganito que está en Murcia cobra más, que si fulanito que está en Gijón hace menos horas».

—Mirad lo mío: es de absoluta vergüenza. —Quien habla es Joan Lluís Liste, propietario de la guardería La Granota—. En Barcelona —continúa Joan Lluís— se tarda una media de tres años en abrir una. En 2009, el ayuntamiento me dice que me va a cerrar porque me faltaba una adecuación ambiental. No es grave porque lo resuelvo sin llegar a cerrar ni un solo día mi negocio, pero el daño a la imagen de mi negocio, ya estaba hecho. De trescientas matriculaciones bajaron a cincuenta. Así que lo que hago es que empiezo a denunciar a todas las guarderías que están ilegales, que no cumplen la normativa.

—Eso, eso, tú haciendo amigos.

—Bueno, pues por escrito me reconocen que no tienen todos los permisos, pero que no las piensan cerrar. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Unos sí y otros no? Hasta el concejal de Educación, Ardeny, dijo que había unas doscientas guarderías en situación de alegalidad. Entonces, ¿por qué no las cierra? Es decir, además de los problemas que habéis comentado, la burocracia está tan enmarañada que hace que toda esa normativa que hay que cumplir no sirva para nada.

En fin, todas estas trabas administrativas tienen un coste. Francisco, el licenciado en económicas, pide paso de nuevo en nuestra charla.

—El problema de todo esto es que para los políticos las normativas son un entretenimiento. Es decir, dan contenido a sus puestos creando normas, pero para el resto tiene un coste económico. En 2011 un estudio de una consultora, encargado por el Gobierno asturiano, dijo que las empresas del Principado podrían ahorrar unos 95 millones de euros en costes si se simplificara toda la maraña de trámites que están obligadas a hacer ante las distintas administraciones. ¿Sabéis cuántos trámites detectaron que podían eliminarse? ¡Nada más y nada menos que ciento sesenta y seis!

Para acabar nuestra charla señalamos lo siguiente: el Banco Mundial, en su informe «Doing Business», coloca a España en el puesto ciento treinta y tres de ciento ochenta y tres países en el índice de facilidad para empezar un negocio. Sepa que vamos justo después de Kenia, Cabo Verde o Nicaragua. Ya lo decía Homer Simpson, el personaje de los dibujos animados: «Hijos, lo intentasteis al máximo y fracasasteis. La lección es no intentarlo nunca».