7.000 millones de euros. Esa es la deuda que tiene el Ayuntamiento de Madrid. Supone casi el 25 por ciento de la deuda total de todos los municipios españoles. La más alta de España, muy por encima de los 1.300 millones de euros de Málaga, los 1.298 millones de Reus o los 1.100 de Barcelona.
Quizá algunos coincidan en que al anterior alcalde, y ahora ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, siempre le ha gustado mover la ciudad como uno mueve los muebles de su casa. Si usted cambia un jarrón de sitio hasta desgastar el suelo no le cuesta nada. Pero desplazar un monumento de piedra como el de Colón, en Madrid, de diecisiete metros de altura, salió por cerca de 4 millones de euros. El descubridor de América hizo el viaje más corto, pero el más caro de su historia. Lo movieron unos cincuenta metros para pasar de un lado de la plaza que lleva su nombre al centro de ella, alegando que «así se veía mejor». El alcalde no solo movió «el jarrón», sino que lo puso en medio. Ahora, los atascos que se ven en esa plaza son mayores que cuando Colón estaba a un lado. Tampoco nos atrevemos a decirlo en alto no sea que nos señalen por la calle y nos repitan tenebrosamente la frase de Fabra: «No has entendido nadaaaaaaaa».
Tanto mover los muebles de sitio que al final los edificios históricos viejos se acaban rompiendo. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Madrid se gastó cerca de 4 millones en remodelar la plaza de Santa Bárbara. En esa obra se hizo escombros el último templete que quedaba en la capital.
Dan ganas de decirle a alcaldes como este: «¡Niño! Estate quietecito con el Exin Castillos». Eso por no hablar de las Olimpiadas. Deseamos que se las den, aunque sea por aburrimiento y ya no las disfrute como alcalde. La baza de la candidatura es que tiene cerca del 80 por ciento de las infraestructuras deportivas construidas. Pero ¿realmente se utilizan ahora? Algunas sí, otras no. Por ejemplo, el Estadio Olímpico, con un presupuesto de unos 160 millones de euros, estimado como siempre en este país cuando se habla de números, acaba de retomar su remodelación y el centro acuático es un esqueleto de hormigón a medio construir. Mientras, los ciento cincuenta mil vecinos del centro de Madrid llevan desde 2008 sin el polideportivo de La Cebada. El alcalde lo tiró para construir uno nuevo, pero se quedó sin dinero y ahora hay un solar. Total, ni lo uno, ni lo otro.
A las improvisaciones se suma el empecinamiento de algunos ayuntamientos en hacer obras para las que no están autorizados. Nuevamente, el paradigma es Madrid, por algo es el más endeudado. ¿El lugar? El paseo del Prado-Recoletos, donde se encuentran las pinacotecas más importantes de España: Prado, Thyssen-Bornemisza y Reina Sofía. La calle es un Bien de Interés Cultural, es decir, su reforma requiere el permiso de la Comunidad de Madrid. A esta no le convence el plan del ayuntamiento, así que le propone una alternativa, pero a Gallardón no le gustaba la que le ofrecían. De manera que este decidió tirar del viejo truco de dividir las obras en pequeños tramos para esquivar la autorización de la comunidad. Pero hay zonas que ni troceándolas las podía tocar sin el permiso de Esperanza Aguirre. Total, que desde 1994, fecha en la que el ayuntamiento se planteó seriamente su remodelación —entonces con otros responsables—, hasta hoy, con doña Ana Botella a la cabeza, la calle más o menos sigue igual por las disputas entre unos y otros, y eso que son del mismo signo político. Alguien sobrado de sentido común comentó que nuestros problemas se resumen en algo muy simple: muchas administraciones y poca administración.