Aire, tierra y… mar

Sería injusto no incluir en este capítulo algo fresco, con sabor a mar. En España tenemos de todo. La siguiente historia, al igual que la del tranvía mallorquín, tiene que ver con vender la piel antes de cazar el oso.

Hace cerca de un año que se inauguró en el puerto de Vigo, en el área de Bouzas, un enorme bloque de hormigón de veinte mil metros cuadrados de suelo y tres pisos, con capacidad para estacionar cuatro mil coches. El edificio tiene los materiales más modernos, y a la sazón ha costado 23 millones de euros. Su mantenimiento sobrepasa los 100.000 euros al año. Cerca también hay unos cuarenta almacenes que se abrieron en 2008 y cuyo coste fue de más de 3 millones de euros. Si estos están desiertos, el primer edificio corre la misma suerte.

La infraestructura estaba ideada para dar cobertura logística a una línea marítima de alta frecuencia con Francia, que sigue sin arrancar. De todas formas, los políticos ya estaban avisados. Citroën, el fabricante de vehículos que más utiliza el puerto, no se interesó por el proyecto porque decía que le restaba operatividad. Aun así se hizo…

… Y aun así se puede decir que tuvieron suerte en terminarlo, a diferencia del tranvía mallorquín. Porque no se pueden figurar lo complicado que es abordar un proyecto en un puerto. Las tres administraciones, central, autonómica y local, están involucradas en aspectos diversos como la titularidad, la gestión, la fiscalidad, el medio ambiente y la ordenación de los puertos. Lo leemos en estudios sesudamente técnicos, como los que nos hemos encontrado en algunos boletines de geógrafos: «La descoordinación entre las diferentes administraciones y organizaciones que tienen competencias (…) es una deficiencia destacable; se superponen y hasta interfieren a veces las competencias entre las mismas». Hasta los hombres de ciencia se están cansando de tanto reino de taifas.