¿Ha visto la película de Will Smith Soy leyenda, basada en la novela de Richard Matheson? Es un remake de otra protagonizada por Charlton Heston. Ambas están basadas en la novela homónima. Trata del último superviviente de una pandemia mundial que ha convertido a la humanidad en vampiros que solo salen por la noche. Por el día, todas las calles y edificios están abandonados en medio de una soledad que sobrecoge. ¡Qué sensación! Solo, rodeado de la inmensidad de bloques de cemento. ¿Le gustaría vivir algo parecido? En España puede hacerlo. Basta con que se acerque a alguno de los siguientes sitios: el aeropuerto de Castellón, el de Ciudad Real, quizá el de Lleida, o el de Huesca…
Las extensas salas están vacías. ¡Es un escenario tan cinematográfico! Están diseñadas para manejar dos millones y medio de pasajeros al año, pero no hay nadie más que nosotros. Oímos un leve ruido y nos volvemos. El subconsciente, contaminado con tanta película, nos pide marcharnos: creemos que algún político nos ha hecho una encerrona. Nos espabilamos, aquí no aparece nadie. En todo caso, un limpiador del suelo que no para de sacar brillo. Por no aparecer, no aparecen ni los aviones. ¿Pero no quedamos en que esto era un aeropuerto, y además internacional?
Se trata, concretamente, del de Ciudad Real. Tiene una de las pistas más largas de Europa, cuatro mil metros en los que puede aterrizar el Airbus A380, el mayor avión del mundo. Aquí se han gastado 370 millones de euros solo en la construcción. A estos se suman los 477 millones pagados por los terrenos donde se construyó y donde iba a erigirse una gran zona logística. Es de los aeródromos más cuidados que hemos visto. Está completamente impoluto… de no usarlo. Casi lo podían haber dejado todo envuelto con un lazo. El caso es que, con solo tres añitos de vida, cerró en octubre de 2011.
Efectivamente, el subconsciente tenía razón: es una encerrona del despilfarro autonómico. Los vuelos desaparecidos los hacía Vueling, la filial de Iberia. Pero ya agotó los 2,6 millones de euros de subvención que recibía por volar hasta este aeropuerto, y se marchó. Como lo oye: pagaban a aviones por aterrizar aquí. Todo con el fin de darle una falsa actividad a un aeropuerto y traer visitantes que no llegaban, apenas unos treinta mil al año. Una práctica que, como veremos, es más habitual de lo que pudiéramos pensar.