Lo de hacerse la foto, sea la oficial o no, gusta mucho entre nuestros dirigentes. Algunos por figurar y salir en los periódicos han llegado a inaugurar dos veces lo mismo, por eso de la promoción preelectoral o simplemente para cortar la cinta, que eso vende mucho. Hagamos un repaso por los grandes éxitos, el top diez de las inauguraciones más estrambóticas de nuestra historia reciente. Todas ellas semanas antes de elecciones, pues ese es el sentido que tiene el sinsentido que se cuenta a continuación.
Situada en el décimo puesto, tenemos la inauguración del palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Así fue vendido el acto. Allí Ignacio González, consejero de Cultura de Madrid, cortó la cinta. Lo que realmente se estrenó fue el pavimento del patio de armas del edificio, vamos, el enlosado, hablando claro.
En el noveno lugar, el hospital de Oviedo, inaugurado cuatro veces, aunque no está en marcha todavía.
El Cabildo de Canarias se queda en un cómodo octavo puesto. Su iniciativa de que los ciudadanos fueran los que pusieran la piedra ficticia del palacio Multiusos de Gran Canaria no tiene precio, sobre todo sabiendo que es una obra adjudicada, pero con algunos impedimentos legales. Así que este lo podemos catalogar como casi un acto de fe.
El séptimo y el sexto lugar los otorgamos de manera coral a las ciudades de Huelva y Valencia, por inaugurar, respectivamente, un curso de informática y las plantas de una mediana en una carretera. Esos sí que son logros políticos, enhorabuena.
Con un ritmo casi ochentero. En nuestro quinto lugar, y llegando ya a los puestos de honor tenemos a Juan Vicente Herrera, presidente de Castilla y León, por inaugurar la carretera de Ramacastañas. Sí, esto está muy bien, si no fuera porque el proyecto tiene dos décadas de antigüedad.
Se quedan fuera de los primeros puestos, con un disputado cuarto lugar, dos inauguraciones in extremis. Una en el metro de Barcelona y otra en el parque de bomberos de Madrid. La primera tuvo a operarios trabajando durante dos semanas para tapar el agujero del túnel de la línea 9, remozar, recoger escombros, etc., para volverlo a abrir justo en el momento en el que el alcalde Jordi Hereu y el conseller Nadal fueran allí a hacerse la foto. En el segundo caso, se inauguró dos veces el puesto de mando avanzado de los bomberos. Lo mismo le pasó a un supercamión, que, con un año de diferencia entre una y otra, se inauguró dos veces, y encima el vehículo aún seguía sin estar en uso.
El bronce es para una frase: «Me siento como Alejandro I el Inaugurador», de Alejandro Font de Mora, conseller de Educación de la Comunidad Valenciana. Ahí queda.
Vamos con la medalla de plata, que es para la ciudad de Castellón. Allí inaugurar en vacío se ha convertido en la nueva técnica política a patentar. En Villarreal se abrió la biblioteca central… sin libros. El entonces presidente Camps inauguró un hospital en Vall d’Uixó… presentando una maqueta. Y otra vez Camps, pero en esta ocasión con el que era presidente de la Diputación de Castellón, Fabra, mirando al cielo parapetados tras sus gafas de sol, inauguraron el famoso aeropuerto… sin aviones.
Pero la campeona indiscutible de todos los tiempos, por la pompa utilizada, por el gasto invertido, por su empeño en un proyecto carísimo que todavía no ha visto la luz (redoble de tambor…): doña Esperanza Aguirre y su Ciudad de la Justicia (aplausos).
Era el 31 de enero de 2007. La foto: Esperanza poniendo la primera piedra en un terreno de trescientos mil metros cuadrados a las afueras de Madrid, situado al lado del aeropuerto de Barajas, en la zona de Valdebebas. Un complejo que prometía aunar las sedes judiciales madrileñas dentro de edificios construidos por los mejores arquitectos. Casi cinco años después, parado por falta de fondos, solo está medio construido uno de los dieciocho edificios que iban a formar el complejo, el Instituto de Medicina Legal, cerrado y con veinticuatro horas de vigilancia. No puede funcionar porque no se ha construido una planta transformadora con que abastecerlo. Mientras tanto, las veintitrés sedes judiciales alquiladas en la capital siguen generando gastos y aquel acto donde Esperanza enterró la piedra les costó a los madrileños 1.400.000 euros. El vídeo promocional era increíble, tenía que serlo, la verdad, porque se pagaron por él 900.000 euros. Hay largometrajes que cuestan más baratos. Un audiovisual en 3D de una hora de duración, que fue presentado en ferias y congresos de todo el mundo para promocionar el proyecto. Viajes, actos, recepciones… Eso fue solo el principio. Según el ex-consejero de Presidencia, Francisco Granados, este proyecto que no se ha hecho ha costado ya 100 millones de euros. Cien por nada.