No lo decimos nosotros; lo dicen ellos mismos, los políticos. El caso es que la buena preparación en la política parece que no sirve. ¿Se acuerda de Manuel Pizarro? Venía de la empresa privada, de dirigir la multinacional Endesa, además de ser académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras. Fue el gran fichaje de Rajoy en las pasadas elecciones de 2008. Seguramente se acordará de él en el debate en televisión, con Pedro Solbes, el entonces ministro de Economía, en el que nos advertía de la crisis que se nos venía encima, en unos tiempos en que decir crisis y no desaceleración económica era antipatriótico. Pues bien, harto de que en el partido no le diesen cancha, abandonó su escaño en el Congreso, y esto es lo que dijo su jefe, Mariano Rajoy: «Él ha hecho un gran esfuerzo que yo nunca le agradeceré lo suficiente. Pero la política es muy dura y las leyes que hay no ayudan nada a que la gente competente esté en política».
Vaya, será por esto por lo que otros políticos, ante la falta de formación, optan por falsear su currículum. Ya que tantos miran a Alemania como modelo a seguir, viene al caso contar la historia de Zu Guttenberg, de treinta y nueve años. Este era el político alemán más valorado, con un 70 por ciento de apoyo de los ciudadanos. Con su impresionante currículum y sus gafitas redondas, peinado hacia atrás, y su cabeza cuadrada, tenía aspecto de taladradora alemana capaz de diseñar un cohete con solo poner la vista en un lápiz y un papel. Pero cometió un error que le costó su fulgurante carrera para sustituir a Angela Merkel, la canciller alemana. ¿Algún caso de corrupción urbanística? ¿Quizá algún acoso sexual? No, copió ochenta páginas de su tesis doctoral en Derecho, que contenía un total de cuatrocientas setenta y cinco. Solo esto fue vergüenza suficiente para dimitir. ¿Cree que eso sucederá alguna vez en este país?
Basta con ir a marzo de 2011 para ver lo desapercibidas que pasan algunas cosas. Entonces se descubrió que Joana Ortega, vicepresidenta de la Generalitat de Cataluña, no era licenciada en psicología, como aseguraba, ya que le faltaban algunas asignaturas para terminar. Ortega pidió disculpas diciendo que había sido un error de transcripción y negando que quisiera atribuirse méritos ajenos. ¿Cómo hace uno para tener un error de transcripción de ese calibre? Por mucho que probemos, no nos sale. Intentamos poner «licenciatura en Derecho» en vez de «cursando estudios de Derecho», pero nada, el error no nos sale y fíjese que lo escribimos con los ojos tapados, con la zurda, de derecha a izquierda. Ni con dos «copitas» para desinhibirnos. Nada… la escritura automática no es lo nuestro. El caso es que, pese a que Joana dijese que fue un error de transcripción, su titulación constaba en diversas biografías publicadas en webs de la Generalitat y de su partido, así como en su propio blog, donde afirmaba, en primera persona, que era licenciada en Psicología. ¡Pero cuántos errores de transcripción durante tantos años! Sin embargo, a diferencia del alemán, ella ahí sigue. Como siempre sucede en nuestro país, queremos ser alemanes para unas cosas pero no para otras.
Joana no ha sido la única. Recientemente, en marzo de 2011, un candidato de IU a la alcaldía de Getafe, en Madrid, dijo que era médico cuando no lo era. Dimitió, pero fue reenganchado en otro ayuntamiento como asesor en materia de empleo.
Aun así, lo más preocupante es lo difícil que es conocer el currículum de nuestros líderes políticos. Por ejemplo, sin salir de Cataluña, la asociación Senti Comú lo intentó y tuvo serias dificultades para conocer el currículum de los miembros del Parlament. De todas formas, su estudio arroja un dato preocupante, común a todos nuestros dirigentes: solo el 28 por ciento ha tenido alguna experiencia en la empresa privada. Es decir, el 70 por ciento no sabe lo que es trabajar en un entorno competitivo y su ascenso a la dirección de la Administración se debe por tanto a su influencia dentro del partido.
Así pues, los partidos políticos se han convertido en empresas donde hacer carrera propia, con muchos puestos a repartir: mil quinientos parlamentarios (europeos, nacionales y autonómicos), más de sesenta y cinco mil concejales, y los consejeros, ministros, etc. Eso por no hablar de las subvenciones que reciben y que generan puestos de trabajo a su alrededor. En 1979, cuando ser político era una idea romántica para cambiar las cosas, se recibieron 9 millones de euros en subvenciones del Estado… en 2011 han sido 131 millones.
Después de los ejemplos expuestos no se empeñe usted en que sus hijos estudien una carrera, que no nos vendan que la formación es lo más importante. Si les da por estudiar una ingeniería, a lo mejor llegan a ser consejeros de cultura, que tiene mucho que ver; si hacen un curso de electricidad, tal vez sean alcaldes de un ayuntamiento; si los libros les dan alergia, no se preocupe que pueden llegar a presidentes… En conclusión, al final, con un poquito de labia y algo de carisma, o si no la tienen da igual, para eso están los asesores, en política sus hijos llegarán lejos. Le proponemos lo siguiente: afílielos a todos los partidos políticos que haya a edad muy temprana, la normal de nuestra clase política que ha despuntado es a los quince años. Que dejen ya de ir a clases extraescolares de inglés (¿para qué?, si ni siquiera el presidente del Gobierno lo sabe). Pasados unos años, por favor, escríbanos a ver cómo le ha ido el experimento. Hace un tiempo conocimos a una ayudante de cámara, sin estudios, que optaba a concejal del ayuntamiento de su pueblo de toda la vida. Su objetivo: conseguir que unas tierras rústicas de su abuelo entraran a formar parte de un plan general de urbanismo para que las recalificaran. Le perdimos la pista, pero sabemos que consiguió el cargo. ¿Quién dijo que gobernar fuera algo vocacional?