En este capítulo le vamos a pedir que imagine que escucha una banda sonora de Ennio Morricone. Vaya metiéndose en el ambiente propio de un spaguetti-western, pero en vez de irnos al desierto de Tabernas, en Almería, vayámonos a Las Rozas de Valdearroyo, en Cantabria, un precioso pueblo cerca de Reinosa, de poco más de doscientos habitantes, que linda con el embalse del Ebro. A unos pocos kilómetros del Parque Natural de Fuentes Carrionas.
Son las cuatro de la tarde de un caluroso mes de agosto, las temperaturas alcanzan los treinta grados y corre un fuerte viento. Factores ideales para que haya un incendio forestal y que este pueda ser devastador. Pese a las sofocantes temperaturas, el alcalde ha ordenado pleno municipal y nadie saldrá del salón consistorial hasta que las condiciones atmosféricas no cambien. Si quiere, para ir dando ambientillo, puede imaginarse al alguacil clavando un papel en un poste anunciando el pleno mientras se escucha una armónica lejana.
Imagine, los siete concejales del pueblo deberían estar reunidos en la casa consistorial. Sus miradas se cruzan, desconfiadas, como en la escena final de El bueno, el feo y el malo. En sus cinturas no colgarían revólveres, sino extintores. Del recelo se pasa a la alarma: «¡No ha venido!», clama uno de los asistentes. El motivo por el que se hace el pleno a esas horas y con esa temperatura es para tener controlado a José Carlos, el único concejal que hay del PP. Comienza la movilización y suena la campana del pueblo:
—No, ¡otra vez nos falta José Carlos! ¡Maldita sea! ¡Rápido, salid a buscarlo! —grita uno de los tres ediles del colectivo Ciudadanos para el Progreso de Valdearroyo.
—Os lo dijimos —le espeta uno de los tres concejales del Partido Regionalista de Cantabria—. Cómo se os ocurre pactar con él y nombrarle concejal de Medio Ambiente. Todo con tal de no llegar a un acuerdo de gobierno con nosotros.
—No hay tiempo para lamentarse, Johnny (este nombre nos lo hemos inventado para darle más ambiente de western; el resto son reales). Hay que hacer una batida. Tenemos que localizarle antes de que a nuestro pueblo lo devoren las llamas.
—De acuerdo, dirijámonos a aquella loma.
Quizá hemos exagerado un pelín en la dramatización, pero es que, por si no lo sabe, en Las Rozas nombraron en 2011 como concejal de Medio Ambiente y Urbanismo a un pirómano convicto y confeso. En el 2006 condenaron a José Carlos, un hombre que peina canas, a seis meses de cárcel, al pago de una multa de 1.800 euros y a indemnizar al ayuntamiento con 4.713 euros por prender cuatro fuegos en cuatro puntos diferentes del municipio. Ardieron cinco hectáreas de pinos, matorral y robles. De no haber admitido su culpa le podía haber caído lo que le pedía el fiscal: dos años de cárcel y 8.100 euros de multa. ¿Quién mejor que él para ocupar ese cargo?: «Se busca concejal de medio ambiente. Se valorará experiencia incendiaria para la dinamización de montes y conocimientos de sustancias inflamables».
Este episodio nos puede dar una idea de hasta qué punto se toman realmente en serio los políticos locales el tema del medio ambiente.
Quizá de todos los ejemplos de descoordinación de nuestras autonomías, los más sangrantes por absurdos y por el daño que provocan son los que tienen que ver con la naturaleza.