Zaragoza. Junio de 2011. Una treintena de alumnos de sexto de primaria llegan acalorados del recreo. Es la hora de conocimiento del medio. Hoy tienen examen de evaluación.
—Venga, chicos, sentaos… —El profesor comienza a repartir los folios de la prueba boca abajo, sobre los pupitres. El aula se queda en silencio. Los alumnos se disponen a contestar.
«¿Quién fue el primer presidente de la democracia?». Juanito lo tiene claro. Lo ha escuchado mil veces en casa, está seguro. «Fue Adolfo Suárez». Juanito ha aprobado al cien por cien.
Dos días después el profesor llega con los exámenes. Juanito está suspendido. En la pregunta anterior debería haber respondido que Felipe González en 1982. ¿Por qué? Porque según su libro de texto con Suárez no había democracia.
¿Cree que esto es mentira? Pues no, es verdad de la buena. Según el libro de texto de Juanito, «en 1982, el PSOE ganó las elecciones y comenzó la época de la democracia». Así lo interpretó un profesor y por ello suspendió la pregunta a sus alumnos. Desde la editorial aseguraron que no tuvieron ninguna queja formal del manual y que sus contenidos pasan estrictos controles por parte de expertos. Insisten en que es muy complejo sintetizar períodos históricos muy amplios y hacerlos comprensibles para niños de once y doce años. Otra cosa: ¿sabe por qué no hay quejas? Porque la mayoría de los profesores nunca han llegado a ese tema a final de curso, así que, como no lo han dado, pues no hay error.
Lo de no llegar a estudiar nunca el período histórico reciente es un clásico de nuestro sistema educativo. Independientemente del curso en el que se esté y de la comunidad a la que se pertenezca. Preguntamos a la sobrina de uno de nosotros si sabía quién era Adolfo Suárez. Ella respondió que sí, que se lo había escuchado a sus padres. La chica tiene diecisiete años, vive en Valencia y nadie le ha explicado cómo fue, ni quiénes fueron los protagonistas de nuestra transición, porque es en segundo de bachiller cuando se estudia la historia de España. Antes nada de nada, solo historia del mundo… Entonces le preguntamos: «Si has dado historia del mundo, ¿puedes decir quién es Gorbachov?», a lo que respondió que ni idea, que no lo habían dado. Por cierto, su nota media es de 9,3 sobre 10, la número uno de su curso.
A setecientos kilómetros de allí, en Bilbao, la hija de unos amigos, de dieciséis años, no supo responder a una pregunta muy básica: ¿cuál es la ley más importante que tenemos los españoles y que garantiza la igualdad de todos nosotros? Cuando le dijimos que es la Constitución, preguntó si estaba por encima o por debajo del Estatuto del País Vasco.
¡Vaya, lo del Estatuto sí que se lo sabía al dedillo! ¿Sabe por qué? Porque en cada lugar se estudia lo que interesa. ¿Podría decirme cuántos programas educativos hay en nuestro país? A estas alturas dirá que diecinueve, los que corresponden a cada una de las diecisiete autonomías y de las dos ciudades autónomas. Pero ahora les tenemos que decir que no, que son muchos más. Nuestra educación está inmersa en un proceso de divorcio administrativo eterno. Solo en el País Vasco hay tres modelos, en la Comunidad Valenciana seis más, que además se dividen en diecinueve subprogramas distintos, en valenciano, a medias, en castellano, solo una en valenciano, todas en valenciano menos una… Y así en todas las autonomías con lengua propia. ¿Y qué pasa con esto? Que su hijo, si es de un sitio, aprende unas cosas, y si es de otro sitio, aprende otras. Eso, cuando no desaprende.
En noviembre de 2007, Manuel Romero publicó en el periódico El Mundo un excelente trabajo de investigación. El estudio estuvo rodeado de polémica. Lo que hizo fue comparar qué contenidos tenían los libros de texto que iban dirigidos a los alumnos de diferentes autonomías. El artículo no tiene desperdicio:
Un joven de dieciséis años de Bilbao puede concluir sus estudios sin que en sus libros hayan mencionado la Constitución Española, la figura del rey, los símbolos del país al que pertenece o las protestas contra el terrorismo de ETA.
En Barcelona, un joven puede rebuscar en su libro el Siglo de Oro y no hallarlo. O interesarse por los Juegos Olímpicos del 92, el mayor acontecimiento internacional y deportivo celebrado en su ciudad, y solo encontrar que «fueron el punto álgido en la reconstrucción nacional (de Cataluña)». De la lluvia de medallas y del oro que España logró en fútbol en el Camp Nou, ni una palabra. Pero sí un extenso ejercicio para la asignatura de Lengua Catalana con la simulación, por parte del alumno, de la retransmisión radiofónica de la final de la Copa del Mundo entre Brasil y Cataluña.
En otro extremo de España, una chica de Huelva estudiará la Guerra Civil como si se tratara de una invasión de Andalucía por parte de fuerzas de ocupación y, simultáneamente, un niño de La Coruña leerá en su manual de Lengua que en Cáceres el gallego no goza de protección.
Este es nuestro particular puzle educativo. Yo te enseño de lo mío, lo tuyo no me importa, y de lo común, pues ya lo aderezamos al gusto de cada uno. A día de hoy, todas y cada una de las editoriales que publican libros de texto tienen en sus páginas web apartados diferentes para cada autonomía. Está claro que cada alumno deberá estudiar la historia propia de su lugar de nacimiento y residencia, pero ¿qué pasa con las materias comunes, con la historia de España? Eso cuando la palabra España no se cae de las páginas. Nos remitimos otra vez al estudio de Manuel Romero, esta vez comparando un libro de segundo de bachillerato de Historia para un alumno catalán y otro de un territorio diferente:
El editor va eliminando el término con tenacidad hasta convertir el manual en la historia de un país sin denominación. Como el resto de editoriales, sigue las instrucciones de la Generalitat de Cataluña, que marca que la asignatura se denomine Història a secas.
En el interior, la formación de España pasa a llamarse Dels orígens a la modernitat. España en la Europa moderna se convierte en De l’Antic Règim a la revolució liberal. España en el mundo de entreguerras se transforma en De la Restauració a la guerra civil. España durante el franquismo se sustituye por El franquisme, la transició i la democràcia.
Desde la Asociación Nacional de Editores de Libros y Material de Enseñanza (ANELE), su director José Moyano contestó al periodista de El Mundo que una frase que había dicho en su artículo merecía una rectificación, la sentencia era la siguiente: «Las editoriales cambian los libros escolares a gusto de los nacionalistas». El director aclaró que las editoriales se limitan a seguir la legislación elaborada por las comunidades autónomas y que estas deben respetar el 30 por ciento exigido de enseñanzas mínimas del Ministerio de Educación.
Y aquí viene lo bueno. ¿El 30 por ciento de lo que dicte el Ministerio de Educación? ¿El 70 por ciento de lo que dicten las autonomías? En conclusión, que los 13.231 libros de texto que se han publicado en 2011 dirigidos a siete millones de alumnos, los han revisado en última instancia los políticos. Estudiamos lo que ellos nos dejan estudiar. Las competencias están transferidas al completo, las autonomías hacen y deshacen en educación mientras el ministerio y su 30 por ciento de influencia no puede hacer más que quedarse con los brazos cruzados.
—Buenos días, Contreras. —El asesor especializado de la Consejería de Educación entra al despacho con paso ligero.
—Buenos días, jefe.
—Tráigame el libro de segundo de bachiller que ha llegado de la editorial esta mañana.
—¿Lo va a corregir ahora?
—Sí, me siento inspirado.
Unas horas después el asesor le devuelve el libro a Contreras.
—Llévelo a la editorial, ya está para que lo puedan publicar. ¡Mira que les tengo dicho que en los mapas pongan las siete provincias de Euskadi, y siempre se les olvida Navarra!
—Es que el editor es de Pamplona…
No sabemos si así es como se cuaja el embrollo en el que se está convirtiendo nuestra educación. Pero sí que lo que estudian nace del despacho de un político. Ahora se entiende cómo en Aragón, cuando un niño tiene que hacer un trabajo en su libro de geografía, las puede pasar muy canutas:
—Hoy, chicos, quiero que me hagáis el ejercicio de la página 34. Colocar los ríos de Aragón. Sobre todo su nacimiento.
—Pero, señorita, si no aparece en el mapa.
Exacto, hay libros que cuando explican la demarcación geográfica de su comunidad la aíslan del resto de España. Un estudio de varios catedráticos de la Universidad de Zaragoza sobre libros de texto de primaria en Aragón demostró que a veces a nuestros chavales les ofrecemos unos contenidos que nada tienen que ver con la realidad. Entre ellos el experto Enrique García, decano de esa universidad, expone lo siguiente:
Algunos libros incurren en contradicciones ingenuas (…). Una actividad consiste en rellenar un cuadro impreso relativo a los principales ríos de Aragón, de cada uno de los cuales debe anotar el alumno, fijándose en los mapas del propio libro, el nacimiento, la desembocadura y los principales embalses; los mapas presentan Aragón de la forma aislada que se ha indicado y dos de los ríos incluidos en el cuadro son el Ebro y el Mijares, cuyas desembocaduras, evidentemente, no aparecen en los mapas, como tampoco el nacimiento y algunos de los principales embalses del Ebro.
Y esto no es nada. Al juntar varios libros de diferentes editoriales se encontraron lo siguiente:
Se cita entre las producciones primarias aragonesas la remolacha azucarera, cultivo abandonado hace décadas; citan la producción de hierro de las minas de Ojos Negros, cerradas en 1986; se atribuye a los yacimientos del Serrablo las tres cuartas partes de la producción de gas natural español, cuando en realidad fueron abandonados, por agotamiento, en 1990; dice que el ganado ovino suele practicar la trashumancia, que hoy es una práctica residual.
Nuestros jóvenes estudian rodeados de estereotipos, bajo la influencia de los que nos gobiernan. Los libros de texto son un arma fundamental para el desarrollo futuro de sus habitantes, hasta los propios editores claman por un modelo común para acabar con las desigualdades y desequilibrios de las diferentes políticas educativas que conviven en nuestro país.