Estaban sentados uno al lado del otro. Él, con gafas impolutas y traje azul, hojeaba unos papeles. Ella eligió para la ocasión su blusa beis de manga corta. Era un día de calor, dejaba ver ampliamente su cuello y decidió liberar los tres primeros botones de sus ojales. Miraba pensativa mientras él pasaba las hojas rápidamente, igual que pasaron los años desde la primera vez que ambos se vieron. Se saludaron cordialmente. Había otras tres personas más sentadas con nuestra pareja. Pero ella quería encontrar el momento para decirle lo que durante toda la mañana había estado pensando. Así que le deslizó cerca del oído, como si un pañuelo de seda le rozara su oreja, la confidencia de la que se había enterado, por un tercero, esa misma mañana:
—He visto que vas a gastar 25 o 35 millones de euros en septiembre. Viene en el periódico.
—Sí, de momento —respondió él con la desgana propia de su vida en común.
El destino les había unido durante muchos años. Con encuentros y desencuentros. Seguro que al principio se tenían aprecio. Pero, ya se sabe, la rutina hace mella en todas las parejas.
—Menos mal que tenéis dinero. ¡Qué suerte! Nosotros no tenemos ni un puto duro. —Quizá en esas palabras tan directas buscaba una complicidad, a modo de arrebato pasional, para dejar atrás sus pasadas antipatías.
—Ni nosotros tampoco. —Sus palabras cayeron a plomo, como solo lo hace el duro peso de la realidad. El grueso cristal que durante tantos años les separaba, pero que les hacía verse frente a frente, se desmoronó. Los dos estaban igual. Seguramente, durante un breve instante sintieron como si uniesen sus manos y confraternizasen ante el desamparo que deja el dinero cuando, sencillamente, se va… y les deja solos a ella y a él… Continuará.
Ya nos gustaría a usted y a nosotros que esto fuese una novela. Pero los millones que se van a gastar son de verdad y las frases de los interlocutores son textuales. Uno podría pensar que son dos amigos millonarios que hablan en la barra de un bar. Pero no, es la conversación que captaron unos micrófonos abiertos entre Alberto Ruiz-Gallardón, cuando era alcalde de Madrid, y Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, momentos antes de dar una rueda de prensa en el verano de 2011.
El resumen de la conversación podría ser: los millones que no tengo y que voy a gastar, tú (contribuyente) me los vas a pagar. Un buen eslogan que podría valer para la aprobación de cualquier infraestructura en cualquier punto de España. Esta conversación sintetiza el problema que ha existido en nuestro país en la obra pública. Al pan, pan y al vino, vino: «Ni un puto duro». Qué pena que este lenguaje puro y directo nunca aparezca en campaña electoral.
Esto de las infraestructuras se parece a lo de enseñar la casa en las revistas del corazón. Las hojeas y dices: «Qué casa más impresionante tiene este o aquel». Lo normal es que uno se quede con las ganas de hacer la misma reforma. Lo normal. Pero en España, una comunidad de diecinueve vecinos autonómicos que además se miran de reojo, lo normal cada vez es menos normal. Así que si vemos una casa con piano de cola, nosotros queremos uno, aunque no sepamos ni tocarlo, porque ¡y lo bien que queda en el salón! Como desvela la conversación, si no tenemos dinero para comprarlo, no pasa nada: pedimos un crédito. Así que esto es lo que pasa cuando cambiamos el piano por un aeropuerto, una línea de tren…