Capítulo 7

Eneatipo 2: Ego-Adulación

Los Dos, como sus hermanos los Cuatro, son emotivos y dramáticos, y están preocupados por sus relaciones con los demás. Su necesidad de amor y aprobación es extrema —se sienten dependientes de ello— y para obtenerlo, intentan agradar y actuar de cara al objeto de su afecto, adulándolos y halagándolos excesivamente. De ahí el nombre de este tipo, Ego-Adulación. El valor desproporcionado que colocan en aquellos a quienes admiran y por los que quieren ser amados es su forma más profunda de adulación. Siendo también un tipo de la imagen, los Dos quieren ser vistos como encantadores, generosos, amables, capaces de ser empáticos y, sobre todo, disponibles para los demás. Su imagen, por tanto, es la de que son adorables, y llegarán a extremos exagerados para conseguir convencer a los demás de que realmente los son. Debido a esto, tienen dificultades para negarse a las peticiones de los demás, y superarán sus propios límites y sus restricciones pragmáticas para no decepcionar. Los extremos a los que llegan los Dos para impresionar a los demás respecto a que son personas maravillosas delatan su sensación interna de no merecer amor.

Haciéndose amables y útiles, intentan convertirse en indispensables. En vez de pedir directamente lo que desean —especialmente afecto— lo dan ellos, esperando que los demás les correspondan. Bajo ese dar de los Dos —que pueden ser extremadamente generosos con su tiempo, recursos e incluso sus cuerpos— hay condiciones ocultas. Si los demás no satisfacen su parte en el pacto no expresado, los Dos se convierten en maestros de la culpabilización. Aunque se presentan con una apariencia de falsa humildad, debajo de esa superficie sufren de un orgulloso engreimiento, sintiéndose tan especiales como los Cuatro y con el derecho de recibir un trato especial. Aunque el orgullo condiciona en gran medida el comportamiento de los Dos, es sin embargo compensatorio de su baja autoestima.

Volviendo a la Idea Santa asociada a este tipo, existen dos nombres para ella: Voluntad Santa y Libertad Santa. En el capítulo 4, cuando hablamos de la Idea Santa del Punto Tres, exploramos de qué manera el universo es una presencia viviente consciente en un estado permanente de movimiento, cambio y desarrollo. También vimos que su funcionamiento no es aleatorio; su dinámica sigue leyes y principios orgánicos y naturales. Todo lo que sucede es parte de este desarrollo continuo, como los patrones cambiantes de un tejido interminablemente amplio. Vimos que cada uno de nosotros es una parte de este inmenso tejido, que cada una de nuestras vidas forma un diseño cambiante dentro de él. O, utilizando la analogía que empleamos para describir la Ley Santa, cada uno de nosotros es una gota de agua en un gran océano, siendo nuestros movimientos inseparables de las ondulaciones continuas de ese mar enorme e interminable. La Voluntad Santa lleva un paso más allá esta comprensión de la dinámica del universo, y se centra en la fuerza que hay detrás de sus movimientos, que lleva implícita una direccionalidad y una inteligencia. Dicho de otro modo, existe una voluntad unificada en el funcionamiento del universo.

Todo lo que ocurre es la expresión de la Voluntad Santa, desde el nacimiento de una estrella en un rincón lejano de la Vía Láctea hasta el movimiento de tu mano pasando una página de este libro. En términos teístas, todo lo que ocurre es la Voluntad de Dios. La voluntad de Dios no es algo misterioso o separado de nosotros; se expresa en lo que está ocurriendo ahora mismo y en lo que ocurrirá en el siguiente momento, en cada rincón del universo. Aunque las acciones humanas pueden estar fuera de la sincronía del Ser, desde una perspectiva no dualista, incluso estos acontecimientos son parte de la voluntad de Dios. Todo lo que ocurre, por tanto, es lo que Dios quiere que ocurra.

Cualquier pensamiento que pase por tu mente en respuesta a lo que estoy diciendo, cualquier sentimiento que puedas tener, el impulso de ir a buscar un vaso de agua o de mirar por la ventana son manifestaciones de la Voluntad de Dios a través de ti en este momento. Si todo es parte del Ser, todo lo que acontece en todas partes —incluido dentro de nosotros— debe ser parte de Su revelación, y por tanto está inspirado por Su fuerza y por su inteligencia. Puede que no nos experimentemos como partes indivisibles del Ser, y por ello puede que no percibamos que todo lo que ocurre dentro de nuestra psique y de nuestras vidas son partes de la voluntad del Ser, pero eso no cambia esta verdad fundamental. Lo único que significa es que nuestra percepción está filtrada por la lente separadora de la personalidad, y en consecuencia nuestras visiones son borrosas y no podemos distinguir la realidad claramente.

Quizá argumentes que las guerras y los asesinatos y todas las cosas destructivas que ocurren no pueden ser la Voluntad de Dios, pero si percibes la realidad desde su nivel más fundamental, no puede verse de otro modo: si la naturaleza última de todos y de todas las cosas del universo es el Ser, y todos y todas las cosas están hechos de Él y por tanto son inseparables de Él, es imposible que ocurra algo que no forme parte del impulso del Ser, es decir, parte de la manifestación de la Voluntad de Dios. Los cataclismos y los desastres naturales sólo parecen no formar parte de la Voluntad de Dios si asumimos una actitud subjetiva sobre ellos y decidimos que no son cosas buenas. El comportamiento humano que es dañino, insensible y negativo puede parecernos malo, pero sin embargo emana de almas cuya naturaleza última es el Ser, aunque no estén funcionando en armonía con Él. Por tanto sus acciones, también, sólo pueden ser parte de la Voluntad de Dios. Además, hay una enorme presunción en considerar que un hecho es malo y no debería ocurrir, pues si pudiéramos ver una imagen mayor que abarcase el futuro seríamos capaces de apreciar que el hecho en sí tiene un función beneficiosa a largo plazo, y que a la larga puede tener sentido incluso después de que hallamos muerto. Esa presunción deriva del orgullo de la personalidad, un rasgo clave de este tipo, como veremos.

Al igual que cuando comentamos la Perfección Santa, la Idea Santa del Punto Uno, quiero clarificar que no estoy exculpando o excusando todo el daño y la maldad con que la humanidad trata a sus semejantes, ni estoy diciendo que tal comportamiento no deba evitarse ni castigarse. Cuando nuestra visión está inspirada por la contemplación de la vida sin el velo de la personalidad, dicho de otro modo, cuando vemos las cosas de forma objetiva, vemos que debido a que la mayor parte de la humanidad vive en la superficie de ellos mismos, sin estar en contacto con sus profundidades interiores, tal comportamiento debe contenerse y controlarse. Sin embargo, decir que tales cosas no deberían pasar no tiene sentido, pues son una consecuencia natural del alejamiento de la humanidad de su profundidad. Además, lo que consideramos un comportamiento malo es simplemente un comportamiento que proviene de ignorar cómo son las cosas realmente. En vez de una destructividad que nos aleja de lo Divino, se trata de una expresión de nuestro alejamiento, que no tiene nada que ver con la presencia subyacente a esa dimensión de la existencia. La solución de la destructividad humana no reside en intentar someterla a reglamentaciones o erradicarla sino en conectar con una dimensión dentro de nosotros en la cual tal comportamiento no tiene sentido.

Del mismo modo que hay una inmensa presunción en suponer que lo que está sucediendo externamente no debería estar ocurriendo, también la hay en suponer que lo que estamos experimentando no es lo que se supone que deberíamos estar experimentando: que no deberíamos enfadarnos con nuestra pareja o que no deberíamos ser insensibles con nuestros amigos, por ejemplo, o que deberíamos ser más abiertos e iluminados y no caer en determinados estados emocionales. A partir de este tipo de valoración de nuestra experiencia empezamos a intentar manipularnos a nosotros mismos de manera que nuestra experiencia resulte de otro modo. Esta propensión a estar constantemente haciendo chapuzas con lo que nos está pasando es una de las características de la personalidad. Desde la perspectiva de la Voluntad Santa, todo lo que experimentamos y lo que ocurre en nuestras vidas es lo que debe ocurrir. Como dice Almaas:

Intentas relajarte, intentas aquietar tu mente, intentas sentirte mejor o sentirte peor. Siempre estás interfiriendo, intentando que ocurra algo distinto de lo que está ocurriendo realmente. Sólo puedes hacer esto si crees que tienes un mundo propio independiente y que puedes hacer que en él ocurran las cosas como tú quieres, mientras que en realidad, no depende de ti. Hoy estás vivo no porque tú quieras, sino porque el universo lo quiere. Si hoy experimentas ira, es porque el universo lo ha elegido así. Si experimentas amor, es porque el universo lo ha decidido.

Esta «elección» del universo no es lo mismo que la predestinación. La predestinación implica que hay un plan escrito en alguna parte en donde todo lo que va a ocurrir ya ha sido determinado. Aquí estamos hablando de un universo que es inteligente y creativo, en el cual lo que va a ocurrir en el momento siguiente no puede haber sido planeado porque va a surgir del momento presente, y no de un plan ya trazado en el momento de la creación. De modo que desde esta perspectiva, no existe la predestinación, sino que también hay libre albedrío.[57]

Cuando percibimos la realidad desde esta perspectiva, sabemos que somos partícipes de la Voluntad Santa del Universo. Sabemos que cada una de nuestras vidas es una expresión de la Voluntad de Dios. Cuando estamos alineados con esta realidad, sabemos que estamos siendo movidos en vez de ser los motores. Moverse con la corriente de lo que está ocurriendo tanto dentro como fuera de nosotros es el otro nombre de esta Idea Santa, la Libertad Santa. La Libertad Santa es la comprensión de que sólo somos libres cuando no nos resistimos al flujo de lo que es, cuando no nos resistimos a la Voluntad de Dios. Lo que llamamos libre albedrío es elegir entre estar en armonía con lo que es o resistirnos a ello, y con el tiempo vemos que sólo rindiéndonos a lo que es somos verdaderamente libres.

La Santa Libertad, entonces, es la Santa Voluntad percibida desde nuestra experiencia humana. Santa Libertad significa que tu voluntad personal y la voluntad del universo son inseparables. En vez de intentar imponer lo que quieres o de manipular la realidad para que se adapte a lo que piensas que debería ser, que es el deseo de la personalidad y la característica central del eneatipo Dos, cuando percibes a través de la lente de la Libertad Santa entiendes que la libertad real es ser capaz de rendirse al flujo de lo que está ocurriendo, tanto interna como externamente. Al final, cuanto más percibes la realidad de forma objetiva, más claramente ves que la idea de tener tu propia voluntad personal es una ilusión de la personalidad. Si cada uno de nosotros es una célula en el cuerpo del universo, y este cuerpo se está moviendo y cambiando orgánicamente, sólo tiene sentido que cada uno de nosotros sea parte de este desarrollo y de este impulso —la voluntad— que hay detrás. Nuestro impulso y orientación personal, y la del cuerpo mayor del que formamos parte, sólo pueden ser inseparables, no puede ser de otro modo. La libertad no es una célula que intenta hacer la suya y empujar para que las cosas vayan de la manera que quiere —de nuevo una característica de los Dos— sino el que cada célula sepa que está participando del impulso del Todo y acompañando ese movimiento.

Incluso las expresiones rendirse y acompañar son imprecisas si entendemos completamente la Libertad Santa, pues implican algo separado que renuncia a su voluntad y cede al flujo del universo. Aunque pueda parecer de ese modo bajo los velos de la personalidad, las cosas no son realmente así: la idea de una voluntad separada es una ilusión, pues ninguno de nosotros está inherentemente separado de la unidad del Ser y, por tanto, de la dirección en la que se desarrolla. Como dice Almaas respecto a la Libertad Santa:

El pretender que las cosas funcionen a tu manera es un problema importante de la personalidad, y pensar en rendirse a la voluntad de Dios puede parecer que implica renunciar a la propia voluntad. Sin embargo, si eres sincero y verdadero contigo mismo, y si te quedas con la experiencia sin intentar cambiarla de ningún modo, encuentras que hacer las cosas realmente a tu manera es rendirte a tu verdad interior. Tu manera es seguir el hilo de tu propia experiencia. No es una cuestión de elegir o no elegir; tu manera es algo que te es dado. Es el sendero en el que estás caminando, el paisaje por el que estás viajando. Descubres que es un gran alivio no sentir que el territorio que estás cruzando debería ser diferente de cómo es exactamente para ti.[58]

Dentro de nuestra perspectiva personal, la Voluntad Santa apunta al hecho de que, libres de obstáculos, nuestras almas están sometidas a una atracción gravitacional inherente que las lleva a contactar con nuestras profundidades interiores. Esto es lo mismo que decir que el alma humana anhela conectar de nuevo con los niveles más profundos de la realidad y entenderlos. La necesidad de saber, de tener conocimiento de todo, desde las leyes de la naturaleza hasta el funcionamiento de nuestros cuerpos y hasta nuestro Espíritu más profundo, es un impulso irreprimible dentro de nosotros. La humanidad se ha esforzado desde el comienzo por intentar comprender qué somos y qué es la vida, y siempre ha tenido un concepto de trascendencia, de lo Divino, de lo que llamamos Dios. Dentro de cada uno de nosotros, entonces, existe un impulso de saber lo que realmente somos. Nuestras almas poseen el impulso de conectar con la naturaleza más íntima de lo que somos, de conocerla, de vivirla. Somos portadores de un impulso innato de realizarnos, de vivir completamente nuestro potencial humano, que si se le permite ser nos conduce a los niveles cada vez más profundos de la realidad que hay más allá de lo subjetivo, más allá de la personalidad, más allá del yo separado.

Para alguien que sea un eneatipo Dos, perder el contacto con el Ser en la temprana infancia significa también perder la conciencia de que es parte del permanente fluir del universo. Se crea una sensación de estar desconectado de la realidad y de ser algo que puede separarse de ella, lo cual inicialmente pudo sentir en relación con la madre o la familia y más tarde de forma más global. En vez de experimentarse como una célula del cuerpo mayor del universo cuyo funcionamiento es intrínseco e importante para el funcionamiento del todo, el Dos se siente en la periferia y carente de importancia. Ha perdido la sensación de que tiene un lugar y un propósito en la vida por propio derecho, y por tanto ha perdido la sensación de un impulso y una dirección internos. El desarrollo personal como su potencial humano natural y su fuerza impulsora queda sustituido por una sensación de ser expulsado del universo, de haberse quedado perdido en algún recodo del camino. Ésta es su fijación, su creencia cognitiva fijada acerca de cómo son las cosas. (En el Diagrama 2, vemos que la expresión que da Ichazo para la fijación del eneatipo Dos es adulación. Esto se refiere a una solución del Dos para su sensación de desconexión de la Voluntad de Dios: halagar a los demás).

Ha perdido la percepción de la inteligencia y la dirección que hay detrás de lo que ocurre, y por tanto siente que no puede confiar en que las cosas funcionen de manera correcta, y que debe intervenir para que ocurran del modo que cree que deben ocurrir. No sólo ha perdido una sensación de dirección y de propósito personal sino que también ha perdido la sensación de que el universo lo apoya inherentemente. Desarrolla la convicción de que es una persona independiente, no amada y rechaza por el Ser; y al carecer de la sensación interna de un propósito inherente y de una conexión con la Voluntad cósmica, debe conducir las cosas con sus propias manos y hacer que ocurran. Dicho de otro modo, al faltarle la percepción de ser parte de la Voluntad de Dios, asume esa función y la imita volviéndose voluntarioso. Impone su voluntad individual a la realidad, dentro y fuera, e intenta que se adapte a lo que piensa que debe ser a través de la manipulación. Fundamentalmente intenta crear una sensación de dirección, de impulso, de propósito y de apoyo con la que ha perdido el contacto en el proceso de desconectarse de su naturaleza esencial. Ha perdido la confianza y la percepción de su propia Voluntad esencial, el impulso de su alma, y por ello siente que debe manipular a la realidad y a sí mismo para sobrevivir.

Su sensación interior es de insipidez, de falta de dimensión y de profundidad. De aquí el apodo de este tipo, Ego-Flat(*). Es como si hubiera un techo de vidrio en su interior, un límite que le impide contactar con las profundidades internas. Sin la percepción del apoyo del Ser y convencido de que su alma no tiene un impulso gravitacional inherente hacia este dominio del que se ha alejado, la salvación debe por tanto venir de los otros. Vuelve la mirada hacia ellos buscando esa sensación pedida de fundamento, de soporte, un pilar. La puerta hacia sus profundidades parece basarse en realizar un contacto íntimo con los demás, y en esta crucial suposición podemos ver cómo se superpone la relación temprana con la madre, que abordaremos en breve. Su orientación interna está enfocada externamente hacia los demás, a los que trata de agradar, pues se siente dependiente de ellos para conectar consigo mismo, y sus estados internos suben o bajan en picado dependiendo de la calidad del contacto que establezca con ellos. Su dependencia constituye la orientación psicológica nuclear de los Dos.

(*) Ego-Flat proviene de Ego-Flattery, que significa «Ego-Adulación», pero en este contexto, flat también podría significar «plano», en el sentido de carente de profundidad (N. de la T.).

Esta orientación dependiente se apoya en la desconexión con su proceso interno y con la pérdida de su valoración. Rechaza su mundo interior y su propia experiencia, imitando su sensación inconsciente de haber sido rechazado por el universo. Lo que está experimentando no es lo que se supone que debería estar ocurriendo, y parece mucho menos importante, válido e interesante que lo que algún otro al que valora esté experimentando. No tiene la sensación de que alguna cosa de su interior pueda impulsarlo hacia un lugar que tenga algún significado, en realidad no tiene la sensación de estar siendo impulsado a ninguna parte en absoluto, y por ello debe adherirse al impulso de algún otro. En vez de moverse para realizar su potencial, se ve impelido a conectar con algún otro que sea especial.

Las vicisitudes de sus primeras interacciones con la madre están filtradas por su sensibilidad hacia la Voluntad Santa, y el resultado es la sensación de que no se prestó atención a lo que era realmente y de que sus verdaderas necesidades no fueron satisfechas. Sus necesidades y deseos parecen subordinados a los deseos de la madre, que da y retira su atención nutricia según su propia programación del tiempo, y la inevitablemente falta de completa sensibilidad se traduce en el lenguaje preconceptual del alma como la sensación de que la madre no la ama o rechaza lo que él es. El Dos es agudamente sensible a la falta de respuesta a tono con lo que necesita, y la impresión que lo que queda en su alma es que las necesidades de su madre son más importantes que las suyas. Lo que desarrolla es la sensación de no ser básicamente importante como persona y que sus necesidades son secundarias a las de la madre y más tarde a las de todas las personas significativas de su vida. Su función se convierte en satisfacer las necesidades de ellos, y pierde el contacto con el potencial para su propio desarrollo como persona.

Tanto si la madre de un Dos estuvo realmente más centrada en ella misma que las madres de otros tipos como si no, la huella dejada en el alma de un Dos es que su madre estaba absorbida en sí misma y no estuvo totalmente presente para él, totalmente disponible o totalmente dispuesta a amar. El Dos llega a creer que, como no puede recibir el amor y la atención de la madre, no es inherentemente digno de amor y por ello debe ejercer alguna manipulación para obtenerlo, con lo que su alma se orienta en esa búsqueda. Desde este punto de vista, los rasgos subsiguientes de la personalidad del Dos pueden verse como un esfuerzo para atraer la atención de la madre y como seducciones para ganar su amor en un intento de sanar la herida de su alma. Su objetivo, por tanto, es hacerse digno de ser amado y conseguir el amor.

A menudo, en la historia de un Dos existe la sensación de haber crecido en la sombra de un progenitor idealizado que le impuso su voluntad: un padre que fue el centro de atención y a quien tubo que subordinarse y complacer. Puede haber sido la madre, pero con frecuencia es el padre, y este patrón se repite más tarde cuando el Dos intenta conectarse con una pareja que destaque y tenga prestigio. Muchas veces en la historia de una Dos hay una sensación de haber sido rechazada por la madre y de ser la favorita del padre, pero en muchos casos existe la sensación de ser el hijo más querido de ambos progenitores. Aquí yace una de las paradojas de los Dos: mientras que es común que sean el hijo predilecto de uno o ambos progenitores, sin embargo se sienten rechazados. Esto probablemente se debe a que para el alma del Dos, su valor en la familia parecía provenir del papel que desempeñaba, de la imagen que daba, de las cosas que realizaba, y no de sí mismo.

Cualquiera que sean los detalles de su historia, más que nada lo que desea un Dos es ser amado. La reconexión con el flujo del universo se busca a través de la fusión con el otro. En esto vemos el Aspecto idealizado de este punto, la cualidad de amor que se denomina Oro Fundido en el Enfoque del Diamante. Éste es el tipo de amor que sentimos cuando nos enamoramos de alguien: esa sensación orgásmica de fundirse en una unión estática con nuestro ser amado, de estar envuelto en la dicha de la unidad. Este sentimiento es la base de las leyendas románticas: el éxtasis de la unidad, una completa satisfacción en la que ha desaparecido la separación y uno se siente disuelto en el estanque dorado de la felicidad. No hay límites entre nosotros y nuestros seres amados, ninguna sensación de dónde acabamos nosotros y dónde empiezan los otros. Estamos completamente atrapados en este amor extático, galvanizados y electrizados por él, subyugados por el júbilo de esta sensación de conexión profundamente íntima. Este Aspecto esencial constituye la base de los caminos espirituales y religiosos devocionales en los que el objetivo es abandonar la sensación del yo separado, el ego, para fundirse con lo divino en una arrobada unión.[59]

Este estado de estar enamorado evoca nuestro estado interior de la época en que teníamos aproximadamente un mes hasta los seis u ocho meses, cuando nuestra sensación del yo estaba fundida con nuestra madre, una fase del desarrollo que Margaret Mahler ha llamado simbiosis. Durante este período, la experiencia predominante del niño parece que es ser uno con la madre, y constituye un estado de dulzura, adoración y felicidad que se parece al enamoramiento. En este tiempo, la madre a menudo se siente inseparable del hijo y está embelesada por él. La sensación de ambos es la de estar en una profunda intimidad el uno con el otro, en una fusión que se siente como una unión estática. El Ser y la madre son indistinguibles durante esos primeros meses, y por ello esta primera relación en el alma del Dos se siente inextricablemente ligada a la unión con sus profundidades. La huella de esta relación simbiótica deja al Dos con la convicción de que la unión con el Ser ocurre a través de la unión con otra persona.

La psicoanalista Karen Horney, probablemente una Dos, ha escrito elocuentemente acerca de tres tipos de personalidad que en diferentes momentos ha llamado los que se mueven hacia los demás, contra los demás o alejándose de los demás; o bien, los retraídos, los expansivos y los resignados, que corresponden muy ajustadamente a los eneatipos Dos, Ocho y Cinco respectivamente. Respecto al tipo que se mueve hacia los demás, que corresponde al eneatipo Dos, dice:

El amor erótico atrae a este tipo como la suprema satisfacción. El amor se presenta como un billete para llegar al paraíso, donde termina toda aflicción: ya no hay más soledad, más sentirse perdido, más culpa ni sentirse sin valor; no hay más responsabilidades por el yo; no hay más lucha en un mundo cruel para el cual se siente desesperanzadamente falto de recursos. Por el contrario, el amor parece prometer la protección, el apoyo, el afecto, el estímulo, el consuelo, la comprensión. Le ofrecerá un sentimiento de valor. Dará sentido a su vida. Será la salvación y la redención. Sin duda, para él las personas se dividen en ricos y pobres, no en términos de dinero o de estatus social, sino de estar (o no estar) casado o tener una relación equivalente… Amar, para él, significa perderse, sumergirse en estados más o menos extáticos, fundirse con otro ser, convertirse en un solo cuerpo y alma, y en esta fusión encontrar la unidad que no puede encontrar en sí mismo. Este anhelo de amor está por tanto alimentado por causas profundas y poderosas: su anhelo de rendirse y su anhelo por la unidad.[60]

El despertar del sueño del ego es por tanto buscado por los Dos a través del amor romántico trascendente. Como la Bella Durmiente, la vida del Dos se siente suspendida hasta que sea rescatado por el amor de ese Alguien especial. La riqueza, el poder y el éxito están bien, pero lo que realmente desea —y siente que sin eso no puede estar totalmente vivo— es el amor apasionado. El cuento de hadas del Dos es que si recibe suficiente apoyo siendo amado, podrá ser totalmente lo que es. El amor liberará su alma, y en esto vemos un aspecto de la distorsión que hace la personalidad de la Libertad Santa. Su voluntad se proyecta en los demás, que pueden dar o retirar el apoyo del amor y por tanto su libertad. La verdadera libertad es ser uno mismo: ser plenamente tu yo real, que es lo que está más allá de la personalidad, del yo histórico. Para un Dos, la libertad se pierde al proyectar su voluntad y su apoyo en los demás, en vez de buscarlos dentro de sí. En vez de centrarse en sí mismo, el Dos se centra en los demás, y así se vuelve dependiente de ellos, lo cual dista mucho de ser una liberación verdadera. La libertad que depende de la cualidad de la relación con el otro no es libertad en absoluto, ya que está totalmente condicionada. En algún lugar profundo de su alma, el Dos sabe esto, y a ello probablemente se debe su resentimiento hacia aquellos de los que se siente dependiente, quejándose de que le limitan su libertad. Sentirse limitado por aquellos de los que se siente dependiente, e intentar liberarse de ellos en vez liberarse de su dependencia describe la trampa de la libertad, como vemos en el Diagrama 9.

Los Dos no son globales en su dependencia. Además de evaluar a los otros basándose en el estatus de relación que tienen, como describe Horney, los Dos, al igual que los Cuatro, dividen a las personas en aquellos que consideran superiores y en aquellos que consideran inferiores, la elite y la plebe, los especiales y la chusma. Ésta es su mentira, la falsa evaluación, como vemos en el Diagrama 12. Los especiales son los que ocupan la cima en la cultura, subcultura o grupo social del Dos, y son éstos los que le importan. Puede detectarlos con su radar interior y se siente atraído hacia ellos como una mosca a la miel. Como la arquetípica seguidora fanática de las estrellas musicales, adula a los que considera importantes e intenta seducirlos para que se interesen por ella. Su idealización de los que considera importantes es su máxima forma de adulación, y de ahí el nombre de este tipo, Ego-Adulación, como se mencionó al comienzo de este capítulo. Los que no considera importantes son insignificantes para él.

Algunos Dos no parecen dependientes, y de hecho se esfuerzan por demostrar qué poco les importa el afecto y la opinión de los demás o lo autónomos que son. En vez de ser independientes son contradependientes. En vez de halagar a alguien destacado, procuran ganarse a los demás para que los admiren a ellos. Altivos y convencidos de su importancia personal, estos Dos tienden a tratar a los demás como subordinados o inferiores. Sin embargo, en la vida de un Dos contradependiente habrá alguien de quien se sentirá dependiente, tanto si lo admite conscientemente como si no. Y tanto si es dependiente como contradependiente, el referente es de todas formas el otro.

En consecuencia, su preocupación principal —incluso su obsesión— es la búsqueda del amor romántico, y aquí el énfasis está claramente puesto en la palabra búsqueda. Aunque anhelan que el objeto de su deseo les corresponda, lo que realmente ocurre en la vida un Dos contradice esto: nunca funciona en la manera que él lo prevé, y siempre se siente rechazado en mayor o menor grado. Es difícil, si no imposible, idealizar a alguien y estar obsesionado con esa persona si mantienes una relación cotidiana con ella, y por esta razón los Dos siempre buscan inconscientemente alguien que esté fuera de su alcance. Horney describe y explica el objeto del deseo en el tipo de relaciones obsesivas a las que tienden los Dos, que ella denomina «morbosamente dependientes»:

Las relaciones morbosamente dependientes se inician con la elección desafortunada de una pareja. Para ser más precisos, no deberíamos hablar de elección. La persona retraída en realidad no elige sino que es «hechizada» por determinados tipos. De forma natural, es atraído hacia una persona del mismo sexo o del sexo opuesto que le impresiona por ser alguien más fuerte y superior. Descartando la posibilidad de una pareja saludable, fácilmente puede enamorarse de una persona sin interés por comprometerse, siempre que ésta tenga algún tipo de atractivo debido a su riqueza, posición, reputación o a un don especial; de alguien con un extrovertido carácter narcisista y una flamante seguridad en sí mismo similar a la suya; de alguien del tipo arrogante y vengativo que se atreva a exigir abiertamente sin importarle ser soberbio u ofensivo. Hay varias razones que se combinan para que se sienta tan cautivado por estas personalidades. Se inclina a sobrestimarlos debido a que parecen poseer atributos que no sólo añora amargamente en él sino por cuya carencia además se desprecia. Puede ser una cuestión de independencia, de autosuficiencia, de un convencimiento invencible de superioridad, de mostrar insolentemente una ostentosa arrogancia o agresividad. Sólo estas personas fuertes o superiores, tal como él las ve pueden colmar sus necesidades y tener autoridad para él.[61]

Pueden encontrarse retratos gráficos de este tipo de relaciones morbosamente dependientes en la obra de Somerset Maugham, Servidumbre humana, y en la película sobre la hija de Victor Hugo, La historia de Adele H. En la última, Adele Hugo llegaba a obsesionarse con un hombre con el que apenas había intercambiado dos palabras, y sin que él tuviera conocimiento de ello, lo seguía tenazmente de puerto en puerto. Tales relaciones —o mejor dicho encandilamientos— sólo pueden ser frustrantes, y aunque se declare lo contrario, es la frustración y no la gratificación lo que buscan los Dos inconscientemente. Al igual que los Cuatro, cuando la conquista se ha logrado, el valor del objeto cae en picado, como si dijeran: «Nadie que me ame merece tener una relación conmigo». También se conoce como el síndrome de Groucho Marx: «No sería nunca miembro de ningún club que me admitiera a mí como socio». Parte de lo que se esconde tras este patrón de frustración es que estar en una verdadera intimidad acarrea el riesgo de exponerse a no ser digno del amor y a ser rechazado. Otro aspecto es que ser amado verdaderamente, y permitir entrar al amor, significaría renunciar a la sensación del yo anhelante de ese otro siempre atractivo y esquivo que resulta tan básico para la identidad de un Dos. Además de estas dos explicaciones anteriores, la necesidad interior nunca pueden satisfacerse a través de otra persona, pues lo que falta es el contacto con el Ser, y por ello, el intento de colmar esa necesidad a través de una relación está condenado al fracaso.

Puede dar la impresión de que los Dos nunca se casan ni forman relaciones de compromiso, lo cual no es cierto. Algunos famosos Dos, como Meg Ryan y Alan Alda, parecen, desde fuera, gozar de buenos matrimonios, mientras que otros, como Shirley Maclaine, Melanie Griffith, BarbaraWalters y Liz Taylor han encontrado importantes dificultades en este tema. La cuestión es que tanto si la relación es realmente un simple encandilamiento o un matrimonio duradero, generalmente el Dos siente algún grado de frustración. Incluso hasta de una «pareja saludable», que Horney «descarta» en la cita anterior, el Dos se sentirá siempre algo alejado. El marido de una Dos puede ser distante, o estar preocupado por el trabajo o por otra mujer, o ser simplemente de alguna manera insensible a sus necesidades. Parece que un Dos necesita cierto grado de frustración para que una relación se mantenga como desafío.

El principal foco de atención para un Dos es enamorarse, como hemos visto, y por ello intenta conseguirlo presentándose como una persona encantadora, alguien que merece ser amado. Al ser un tipo de la imagen, intenta mostrarse y actuar de maneras que imiten las cualidades del Oro Fundido, cualidades que Horney describe sin saberlo en la siguiente cita:

La necesidad de satisfacer este anhelo (de amor) es tan apremiante que todo lo que hace está orientado hacia su realización. En este proceso desarrolla determinadas cualidades y actitudes que modelan su carácter. Algunas de ellas podrían definirse como cautivadoras: se vuelve sensible a las necesidades de los demás, dentro del marco de lo que es capaz de entender emocionalmente. Por ejemplo, aunque es probable que pase por alto que una persona desapegada quiera mantenerse alejada, estará alerta a sus necesidades de comprensión, ayuda, aprobación, etc. Intenta de forma automática cubrir las expectativas de los demás, o lo que cree que son sus expectativas, a menudo hasta el extremo de no tener en cuenta sus propios sentimientos. Se comporta de modo «altruista», sacrificado, poco exigente, excepto por lo que respecta a su ilimitado deseo de afecto. Se vuelve complaciente, excesivamente considerado —dentro de los límites posibles para él— elogioso, agradecido y generoso de forma exagerada. No se da cuenta de que en el fondo de su corazón los demás no le importan demasiado y que suele considerarlos hipócritas y egoístas.[62]

Aunque la última frase es algo exagerada para la mayoría de los neuróticos normales de este eneatipo, la imagen del Dos es la de alguien altruista, que da sin límites, que se sacrifica por otro, desinteresado, complaciente, empático, sensible y pendiente de las necesidades de los demás. Se exige a sí mismo ser, o al menos mostrar que es, totalmente compasivo, encantador, considerado, comprensivo e interesado por el sufrimiento de los demás, y pretende, como Bodhisattva, anteponer la salvación de todas las personas del planeta a su propia salvación. Además de esto, debe ser humilde. Naranjo solía caracterizar el «paquete» como «falsa humildad seductora».

Sólo estos atributos amables están permitidos por el superego del Dos, que le exige implacablemente que mantenga esta imagen de santo. El castigo es la culpa, y los Dos son expertos en encontrar culpas en ellos mismos y en los demás. La culpa por no vivir de acuerdo con esta imagen forma parte de la atmósfera emocional del Dos, consciente o inconscientemente. La exigencia interna de satisfacer esta imagen es imposible porque es una imagen, y por lo tanto no su realidad. Por un lado, se sienten culpables de no responder a esta imagen angelical, y por otro lado, se sienten culpables si logran hacer creer a alguien que ellos son así realmente, pues saben que no es verdad.

El superego del Dos también le exige que además de ser un santo sea amado, y si una relación no funciona, es inevitablemente por su culpa. Si se hubiera esforzado más por ser una persona más amable y deseable, continúa la letanía interna, las cosas hubieran funcionado. Los celos y la envidia están estrictamente prohibidos, pero la peor ofensa para un Dos es ser egoísta. Pensar en ella antes que en su pareja, en su familia, en el grupo étnico, etcétera, es el delito capital, y por ello, entre las demandas del superego, figura el sacrificio hasta el punto de martirio. Debido a esto, el simple hecho de establecer límites o decir que no a alguien es casi imposible para un Dos, a no ser que haya realizado un gran trabajo interior. Alberga un secreto orgullo y una sensación de ser especial por sus cualidades entrañables y por lo buena persona que es, pero debido a que el orgullo no encaja en la imagen humilde que intenta dar, esto también queda relegado a los hondos rincones de su conciencia. Enseguida volveremos al tema del orgullo, la pasión de este tipo.

Se manipula a sí mismo para adaptarse a esta imagen de persona sumamente encantadora. Está constantemente componiendo su experiencia interior, comparándola con lo que piensa que debería ser y forzándose a experimentar algo que se parezca a ello. Las partes del cuerpo que se asocian al Dos son las manos y los brazos, como corresponde a alguien que manipula cosas, que toca resortes e intenta hacer lo que quiere que ocurra para imitar a la Voluntad Santa. Internamente, intenta hacer esto principalmente a través de la represión, el mecanismo de defensa de este tipo, por el cual simplemente aparta de la conciencia cualquier cosa que no se adapte a la imagen. Las percepciones críticas y los sentimientos negativos sobre las personas estimadas, los pensamientos e impulsos centrados en sí mismo, así como la necesidad y el sentimiento secreto de ser especial son eliminados de la conciencia. Pero no desaparecen, a pesar de lo mucho que pueda desearlo un Dos; si no surgen en la conciencia, aparecen en sueños, en estados psicosomáticos y en síntomas neuróticos, como ansiedad, insomnio y otros. Aunque hace falta una tremenda energía psíquica para mantener el contenido prohibido fuera de la conciencia, la alternativa es peor: a menudo le provoca una enorme ansiedad tener que mostrar a otros pensamientos y sentimientos que no encajan en su idea de ser una persona encantadora y merecedora de ser amada.

Naranjo inicialmente vio a los Dos como los clásicos histéricos freudianos, pero este término psicológico ha caído en desuso y ha sido sustituido por el de histriónico. La observación de Freud acerca de los histéricos es que su sexualidad está profundamente reprimida debido a conflictos edípicos, y el resultado son síntomas psicosomáticos, que él llamó estados de fuga, y otros estados mentales disociativos. Otros psicólogos posteriores han definido el carácter histérico como una persona que es «histriónicamente exhibicionista, seductora, de labilidad emocional e inclinado a expresar sus fantasías edípicas, aunque temeroso de la sexualidad e inhibido en la acción»[63], una descripción precisa de un Dos.

Los Dos reprimen lo que sienten y se anestesian frente a sus propios impulsos, especialmente los sexuales, y el resultado es una especie de olla a presión psíquica: sus emociones son dramáticas y su sexualidad se trasluce en un comportamiento y una apariencia seductora. Las mujeres Dos tienden a vestirse de una manera provocativa, aunque generalmente no son conscientes de ello. A pesar de su insinuación no verbal, los Dos se sienten incómodos y nerviosos respecto al propio acto sexual. Lloran con facilidad y exageradamente —más a menudo cuando están con los demás que en soledad, a diferencia de los Cuatro— y tienen accesos de genio, enojo e impaciencia cuando las cosas no funcionan como ellos quieren. A pesar de la apariencia de ser muy emocionales, los Dos son histéricos en el sentido de que descargan la emoción sin experimentarla del todo: tienden a ser emocionalmente expresivos, exagerados y efusivos, aunque no están profundamente en contacto con lo que sienten.

Como histéricos, la mayoría de los Dos no son intelectuales, como ha dicho Naranjo, pero existe una categoría de Dos cuyas mentes están muy desarrolladas y coinciden con la descripción de Wilhelm Reich de «grandes cerebros» histéricos. Como dice Elsworth Baker, psiquiatra y terapeuta reichiano, la mujer histérica de este tipo utiliza su mente de forma defensiva, «como un gran falo para defenderse contra todos los hombres»[64]. Mientras que Reich pensaba que tales histéricos eran sólo mujeres, yo he conocido hombres Dos que también utilizan sus mentes de forma defensiva, seduciendo con su intelecto y al mismo tiempo evitando el contacto real.

La necesidad, comentada anteriormente, merece un lugar especial entre las experiencias emocionales no permitidas de un Dos. Ocupado en intuir y satisfacer las necesidades de los demás, consigue matar dos pájaros de un tiro. En primer lugar, encaja con la imagen de ser una especie de cuerno de la abundancia humano, rebosante de ayuda y recursos para los demás; pero lo que es más importante, consigue apartar de su conciencia la punzante sensación interna de necesidad y desamparo. Su dependencia de los demás es difícil de tolerar; se censura a sí mismo por sentirse débil y necesitado. Experimentar sus necesidades, especialmente las de amor y atención, echa por tierra su imagen de altruista en la que confía para obtener el afecto que requiere su supervivencia, y también despierta sus primeras carencias de atención que son para él recuerdos insoportables. Esta es una de las experiencias que más evita, y por ello encontramos la necesidad en el Punto Dos del Eneagrama de la Evitaciones, en el Diagrama 10.

No puede tolerar el sentimiento de privación, pues le conduciría a una peligrosa proximidad con su sensación interna de necesidad. Debido a esto, los Dos tienen un escaso control de sus impulsos y tienden a desarrollar todo tipo de patrones adictivos, como atracones de comida, alcoholismo, consumismo compulsivo y relaciones amorosas obsesivas. En su imitación de la Libertad Santa, los Dos tienen poca tolerancia hacia todo tipo de límites, restricciones, regímenes y cosas por el estilo, prefiriendo renunciar a todo tipo de pragmatismo, sensatez y precaución en pos de alcanzar una vida excitante y maravillosa. Un Dos suele mostrarse falsamente opulento, como comenta Naranjo, aunque su cuenta bancaria esté en números rojos; y le parece que una vida de excesos es la única forma aceptable de vivir. El libertinaje, por tanto, ocupa el lugar de la verdadera libertad en la vida de un Dos y oculta su necesidad subyacente. Éste es otro aspecto de la trampa de la libertad. Como dice Naranjo: «El individuo tierno y afectuoso del eneatipo II puede transformarse en una furia cuando no se le complace y se le hace sentirse amado con mimos, como es propio de un niño consentido»[65]. Tiene dificultades para aplazar las gratificaciones, como esperar a comprar ese precioso vestido o esos elegantes zapatos al mes siguiente, cuando tenga el dinero para pagarlos, o para no comer el chocolate que toma cada noche, ya que está intentando perder peso. Obviamente, por esa tendencia suya a la autocomplacencia, la relación con su cuerpo se ve afectada: los Dos a menudo tienen problemas de peso. Anhelan los placeres, suelen equiparar la comida con el amor y tienen poco aguante frente a la sensación de privación cuando deben limitar lo que comen. Además, esto sería ser demasiado sensatos. Algunos Dos son algo o bastante obesos; algunos —de nuevo como Liz Taylor— sufren exageradas oscilaciones de peso. Para la mayoría, independientemente de si están gordos o no, el tema de la comida y de cualquier otro tipo de consumo es un problema.

La manera en que lo ven los otros —especialmente aquellos a quienes idealiza y admira— le importa más que cualquier otra cosa. Decir que las opiniones de los demás le importan más que las suyas no sería acertado, pues a menudo no tiene una opinión propia debido a lo que llega a depender ésta de la opinión los demás. El valor que se concede a sí mimo es frágil, y se basa en gran medida en si esa otra persona especial le presta atención o no. Citando a Horney:

Un tercer rasgo típico es parte de su dependencia general de los demás. Esta es una tendencia inconsciente de medirse a sí mismo por lo que piensan los otros de él. Su autoestima sube y baja con la aprobación o desaprobación, con el afecto o la falta de afecto de los demás. Por ello, cualquier rechazo es prácticamente una catástrofe para él. Si alguien deja de devolverle una invitación puede ser razonable respecto a ello de forma consciente, pero según la lógica del mundo interior particular en el que vive, el barómetro de su autoestima desciende a cero. Dicho de otro modo, cualquier crítica, rechazo o deserción es un peligro terrible, y puede hacer el esfuerzo más rastrero para volver a ganar la consideración de la persona que le ha amenazado de esa forma. Su ofrecimiento de la otra mejilla no se debe a ningún misterioso impulso «masoquista» sino a que es la única cosa lógica que puede hacer de acuerdo con sus premisas interiores.[66]

Esta necesidad de gustar, de ser deseado y no rechazado hace que para un Dos sea difícil tolerar que los demás estén molestos o enfadados con él, y también le hace reprimir sus propios sentimientos negativos hacia ellos. Los conflictos significan pérdida de amor, y esto sería intolerable. En vez de arriesgarse a sufrir tal pérdida, es comprensivo y flexible, viendo los puntos de vista de la otra persona y perdonándola, al menos en la superficie, aunque interiormente tome nota de la ofensa y no la olvide. Un Dos puede ofrecer la otra mejilla, pero al final habrá que pagar un precio.

Como su autoestima depende de cómo se sienten los demás respecto a él y tiene la creencia básica de que no es digno de ser amado, necesita constantes confirmaciones de que en realidad sí es amado. Debido a esta sensación perpetua de no ser adecuado, precisa el elogio constante. Como un gato, el animal asociado con este tipo, quiere que le acaricien la espalda, y exige muchos mismos y una enorme cantidad de atención. Los Dos son acaparadores de la atención, y a menudo llevan joyas que tintinean o zapatos que hacen ruido, y suspiran sonoramente o lloran en público para atraerla. Harán lo que haga falta para ser vistos, incluso si la atención que obtienen es negativa y les ocasiona una mala reputación. Monica Lewinsky, probablemente una Dos, es un ejemplo actual de este aspecto.

Al igual que un gato, se te subirá encima para conseguir la atención que quiere, aunque te costará que reconozca que su comportamiento está orientado a sí mismo. En vez de pedir directamente la atención y las palmaditas en la espalda, los Dos las dan para poder también recibirlas a cambio. El credo de un Dos podría ser el precepto de Jesús «Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti». Los Dos prodigan su atención, amor y adulación sobre aquellos por los que desean ser amados, con la esperanza de que aquello que se da será devuelto de la misma manera. No hay nada altruista en lo que da un Dos. Esto se vuelve muy obvio si tu no cumples tu parte del acuerdo tácito: intentará hacerte sentir culpable y te acusará de aprovecharte de su generosidad y de utilizarla, y te atacará con su veneno y odio.

Como la típica madre judía, te colmarán con todo tipo de zalamerías y atenciones tanto si las deseas como si no. Pero esto va ligado a la obligación de corresponder y a la culpa asociada en caso contrario, que podría expresarse como «Con todo lo que yo he hecho por ti, y tú nunca me llamas ni te acuerdas de mí, y yo aquí sacrificándome con toda mi alma. Pero no te preocupes, ya me las arreglaré…», acompañado de un profundo suspiro y limpiándose las lágrimas. O, como dice el chiste: ¿Cuántas abuelas judías (puedes sustituirlas por Dos) se necesitan para cambiar una bombilla? «Ninguna… Me quedaré a oscuras». Desde luego, no hace falta ser judío para ser generoso con la intención de recibir o para sentirse una víctima mártir; en todas las razas y grupos religiosos hay ejemplos de este comportamiento.

Los Dos, por tanto, manipulan al dar para obtener lo que quieren. Te alimentan, te alaban, te complacen, te adulan, y como solía decir Naranjo, en contraste con los Seis, que te besan los pies, los Dos —utilizando una frase vulgar pero acertada— te lamen el culo. La mayor manipulación, sin embargo, es ayudar. Te ayudarán en lo que necesites —tanto si eres consciente de tu necesidad como si no— ya se trate de ayuda financiera, de hacer algo por ti, de escuchar tus preocupaciones, de intervenir como casamenteros, de dar consejos, elogiarte, apoyarte, etc. De esta manera intentan hacerse los indispensables para cualquiera que necesiten, volviéndose también ellos necesarios.

La sexualidad es también la moneda de intercambio con la que negocian los Dos, ofreciendo favores sexuales a cambio de amor. Con frecuencia equiparan su merecimiento de amor y su atractivo con el número de conquistas sexuales que han hecho, y las mujeres Dos a menudo «coleccionan machos famosos», utilizando una expresión de los sesenta. El sexo es utilizado por los Dos para colmar su necesidad de atención más que para disfrutar como una expresión del afecto. Como comentamos antes, aunque a menudo los Dos proyectan una imagen muy sexual, raramente se relajan y se abren sexualmente, aunque las apariencias engañen.

Dar para recibir es inherentemente una forma frustrante de funcionar, pues las verdaderas necesidades del Dos se desconocen internamente y por tanto no pueden expresarse ni ser gratificadas desde el exterior. Como utilizan su imagen y representan un papel para atraer amor y admiración, los Dos raramente se siente amados por lo que son. Utilizar la sexualidad como una manera de hacer contactos y de ser aceptado es inevitablemente insatisfactorio. Hemos discutido la frustración implícita en la búsqueda de amor de un Dos, y es obvio que esta frustración y este estado permanente de insatisfacción están fuertemente asociados a la vida y la psique de un Dos. El origen de ello es apartarse de sí mismo y volverse dependiente de los demás para establecer la conexión, con el inherente fracaso de su desarrollo personal. Por esta razón, en el Eneagrama de las Acciones contra uno mismo, en el Diagrama 11, que describe la relación de cada tipo con su alma, la autofrustración aparece en el Punto Dos.

Los Dos no sólo se frustran a ellos mismos sino que también pueden ser profundamente frustrantes para otros. Mientras se quejan amargamente de lo desgraciados / frustrados / consternados que están —y los Dos se quejan mucho— cualquier intento por tu parte para ofrecerle una solución generalmente se encontrará con una razón por la cual tu sugerencia no funcionaría. Eric Berne, al fundador del análisis transaccional, llama a este tipo de interacción «el juego» de «Podrías… Sí, pero…»[67]. Berne define como juego una interacción social repetitiva en la cual el resultado es previsible y responde a un motivo distinto del que se expresa explícitamente. El objetivo aquí es demostrar que ninguna sugerencia funcionará, y como una sutil identificación proyectiva, este juego hace que el otro se sienta inútil, impotente y frustrado, igual que se siente el Dos internamente. Si un Dos no encuentra peros a algo, por ejemplo oponiéndose a algo, perdería la sensación de quién es. Por tanto, para un Dos, es necesario cierto grado de negatividad, de resistencia, de descontento para poder mantener su sensación del yo.

La pasión del eneatipo Dos es el orgullo, como se ha mencionado antes, y como vemos en el Eneagrama de las pasiones del Diagrama 2. No es una autoestima real ni una sensación interna de valía, sino lo que Horney llama «el orgullo neurótico». No se basa en capacidades ni logros reales, sino en una sensación inflada del yo que es compensatoria del sentimiento de no ser digno de amor ni valioso de por sí. Los Dos creen que son especiales, en cuanto a estar dotados de gracia, talento, amor, generosidad, etc., pero también creen ser especialmente complicados, neuróticos, turbulentos, víctimas de abusos… Por tanto, su orgulloso envanecimiento se debe tanto a sus cualidades positivas como a las negativas. Son excepcionales, diferentes de las personas corrientes. Tienen más capacidad. Pueden hacer más, lograr más, sentir más profundamente, cuidar más, y así sucesivamente. La otra cara es su creencia de que son seres humanos especialmente malos, más desastrosos, más despreciables, más miserables y más indignos que los demás. Están hinchados con su importancia personal y a menudo se comportan como si fueran de la realeza y los demás tuvieran que rendirles admiración y elogios. Su orgullo se basa en su autoimagen engreída interior, no en quienes son.

Están orgullosos cuando son indispensables a esos otros prestigiosos, están orgullosos cuando son deseados sexualmente; están orgullosos cuando alguien que valoran les concede una atención especial; están orgullosos cuando dan a los demás en sus maneras sobrehumanas y se comportan como verdaderas Santa Teresas. Cuando su autosacrificio no es reconocido o se da por sentado, y cuando no se les concede el trato especial que sienten que merecen, o cuando no son el centro de atención, los Dos se sienten profundamente heridos y humillados.

El orgullo de un Dos no siempre es visible. Esto se debe a que hay dos tipos de Dos: los que manifiestan su orgullo abiertamente de manera grandiosa, exhibicionista, pomposa y presuntuosa; y los más retraídos, que se muestran más humildes, pero con un orgullo sin embargo que está a flor de piel.

La virtud asociada al Punto Dos es la humildad, como vemos en el Eneagrama de las virtudes en el Diagrama 1. Ichazo define la humildad como la «aceptación de los límites del cuerpo, de sus capacidades. El intelecto posee creencias sobre sus poderes que no son reales. El cuerpo sabe con precisión lo que puede y lo que no puede hacer. La humildad en un sentido amplio es el conocimiento de la verdadera situación humana en la escala cósmica». Por tanto, la clave en el proceso de trabajo de un Dos es llegar a una sensación objetiva de sí mismo.

Para un Dos desarrollar la humildad significa antes que nada asentarse en sí mismo. En vez de orientarse hacia fuera —intentando agradar, reaccionando ante los demás y respondiendo a ellos— precisa volver su atención hacia el interior. Como los Dos parecen tan exigentes y tan centrados en ellos mismos, puede sonar irónico que lo que realmente necesitan hacer es orientarse hacia ellos mismos y dedicarse la atención que anhelan que les presten los demás, pero ésta es la única manera en que podrán lograr verdaderamente el contacto que ansían. Centrar su atención en ellos conlleva entrar en contacto con lo que está realmente pasando en su interior bajo el bullicio de las emociones histéricas y de los excitantes acontecimientos y crisis de su vida. En consecuencia, deben reducir su frenesí de actividades y emociones y sentir profundamente su interior, poniéndose en contacto con lo que está experimentando realmente. Aunque las emociones de un Dos pueden ser muy dramáticas, no las siente profundamente, y para experimentarlas del todo necesita desarrollar un sentido auténtico del yo. Al mismo tiempo, sentir de verdad su cuerpo y apreciar sus límites es enormemente importante para que un Dos desarrolle una sensación real de dónde se acaba y dónde empieza su autoimagen inflada.

Al centrarse en sí mismo, verá que constantemente se está comparando con su autoimagen idealizada de persona amorosa y generosa, despreciándose cuando no da la talla o engrandeciéndose orgullosamente cuando lo consigue. Necesitará reconocer su orgullo y su sensación de ser especial, algo que no es fácil para un Dos. Entrará en contacto con la manera en que su superego rechaza continuamente su manera de ser, tanto internamente como externamente, si no se amolda a la gran imagen que le exige alcanzar. Necesita ver cómo cambia su autovaloración dependiendo de si se siente amado o rechazado por esa persona significativa de su vida, y que fundamentalmente siente muy poco amor y aceptación hacia sí mismo. Se dará cuenta de que es muy sensible al rechazo de los demás porque éste apoya su propio autorrechazo. Y necesita entender psicodinámicamente cómo su manera de relacionarse consigo mismo se debe al condicionamiento de su primera infancia. Se dará cuenta de que esta dinámica interna le hace oponerse a la realidad, y que este comportamiento obstinado en vez de cambiarlo o liberarlo le está causando un sufrimiento terrible. Parte de la clave para decidir protegerse de su superego y empezar a aceptarse a sí mismo se encuentra en experimentar directamente lo dolorosa e hiriente que resulta esta dinámica.

Cuanto más escape del control de su superego y se abra a su realidad interior, más se dará cuenta de que es un ser humano y que ni sus capacidades ni sus límites determinan su valor o la falta del mismo. Será capaz de aceptar lo que verdaderamente puede y no puede hacer, lo que experimenta realmente y lo que le gustaría experimentar, y dejará de sentirse una persona infrahumana que tiene que compensarlo actuando en formas sobrehumanas. Necesita entender que es digno de amor simplemente por lo que es, no por lo que puede hacer por los demás. Esto le conducirá a una sensación honesta de lo que verdaderamente desea y lo que no desea hacer por los otros, en vez de sentirse obligado y movido por la culpa si no está disponible para todo el mundo. También le conducirá a conocer y aceptar que sus límites son físicos, energéticos, psicológicos, y a respetarlos, aprendiendo a sentirse cómodo cuando tenga que decir no a los demás.

Este proceso también conlleva ver que su falta de límites internos, que él ha llamado libertad, es simplemente libertinaje, y de hecho le está aprisionando. Necesita darse cuente de lo esclavo que es de sus deseos, de sus gustos y aversiones, de lo difícil que le resulta negarse a satisfacerlos, aunque la satisfacción suponga un riesgo financiero, físico o emocional. Necesita comprender que ser realista respecto al dinero que tiene, el estado de saciedad de su estómago o a si realmente necesita un nuevo traje, no hace la vida gris, aburrida y privada de romanticismo, sino que en realidad le proporciona un fundamento sobre el que poder hacer cosas que sean realmente liberadoras y significativas en su vida.

Humildad significa cuidar de sí mismo y prestarse atención de manera pragmática. Y esto, en vez de convertirle en un ser egoísta, como a menudo teme, le hará encontrarse cada vez más y más centrado. Cuanto más asentada en sí mismo esté, más podrá aceptar su realidad interna, rendirse a ella y fluir con ella, y más libre será de su yo antiguo y de su dependencia de los demás. Cuanto más se abra a sí mismo, más aceptará a los otros y será más capaz de recibir y dar de verdad el amor que tan desesperadamente deseaba. Será capaz de relajarse, rindiéndose de verdad a lo que es, y con ello, llegará a ser uno con su naturaleza más profunda. Sabrá que constituye la unidad con el Ser, que es una gota de dulce miel, fundida en una unión extática con lo Divino.