Capítulo 6

Eneatipo 4: Ego-Melancolía

Los Cuatro son dramáticos, emotivos, románticos, y parecen sufrir más que los otros tipos. A menudo hay algo trágico en ellos que surge de una desesperanza interior de poder llegar a estar alguna vez verdaderamente satisfechos. Es como si estuvieran eternamente llorando por una conexión perdida que han echado de menos desde que están vivos, y su sufrimiento interior parece inconsolable e inmutable. En algunos Cuatro esta melancolía es obvia, mientras que otros parecen muy animados y exultantes. Sin embargo, el entusiasmo con que estos últimos se esfuerzan por parecer ilusionados y optimistas delata la desesperación que se oculta tras esta fachada.

Los Cuatro quieren que se les vea como únicos, originales, estéticos y creativos; y al ser uno de los eneatipos de la imagen —junto con el Tres y el Dos— se muestran de esta manera. Valoran su gusto refinado y su sensibilidad, que normalmente les parece más arraigada y profunda que en los demás. Aunque a menudo dan la impresión de sentirse superiores o endiosados, por dentro se sienten socialmente inseguros, temerosos de no ser amados y aceptados. Tienden a sentirse solos y abandonados, discriminados y no accesibles a los demás. Su principal centro de atención normalmente son las relaciones, que muy a menudo son tensas e incluyen problemas y frustraciones. Anhelan la conexión con los demás, pero las relaciones satisfactorias siempre parecen eludirles. Da la sensación de que los demás tuvieran vidas y relaciones más satisfactorias que ellos, y por ello experimentan mucha envidia. La situación de ellos respecto a la de los demás nunca es justa, y anhelan que las cosas sean diferentes.

El lugar ideal perdido desde donde observar la realidad —la Idea Santa que resulta esencial en este tipo es el Origen Santo—. Según el grado de conciencia, podemos entender esta Idea Santa de diferentes maneras. Si creemos ser nuestros cuerpos y por ello nos identificamos principalmente con nuestra realidad física, el Origen Santo nos dice que toda vida se origina a partir de una fuente común y obedece a las mismas leyes naturales. Respecto a un origen común en el nivel físico, la teoría del Big Bang postula que todo el universo se generó en una gigantesca explosión cósmica, y por ello todo lo que existe tiene su origen en este momento de la creación. Los principios universales que gobiernan toda vida se reflejan en la astrofísica y en la física subatómica, en la biología y en las ciencias que tienen que ver concretamente con los seres humanos: sociología, antropología, psicología, etc. Los fenómenos espaciales en las galaxias lejanas también obedecen a las mismas leyes de la física que nuestro propio sistema solar y nuestro planeta. La vida en la Tierra actualmente se entiende como originada a partir de una chispa común que se prendió en el caldo primordial, de modo que en el nivel físico, toda la naturaleza parece tener un comienzo común. Todos los seres humanos nacen y se desarrollan físicamente de la misma manera, no importa su raza o cultura, y todos están sometidos a las mismas leyes genéticas y biológicas. Aunque nuestras caras y cuerpos son ligeramente diferentes y por tanto únicos, el hipermaleable molde físico es el mismo. Así que, desde la mayoría de los fenómenos físicos universales hasta nuestros propios cuerpos, toda la materia está unida por los mismos principios.

En otro nivel de conciencia, cuando sabemos que somos algo más que una forma física y reconocemos que es nuestra alma la que habita y anima nuestro cuerpo, entendemos el Origen Santo como el hecho de que todos los seres humanos compartimos esta característica. Saber que somos algo más que lo físico, es reconocer el dominio Espiritual como parte de nuestra existencia. Así, el reconocimiento de nuestra alma como nuestra naturaleza nos conduce al Espíritu del cual nuestra alma forma parte. Vemos por tanto, en este nivel de comprensión del Origen Santo, que el Ser es la Fuente de la cual surgen todas las almas. De modo que, aunque cada uno de nosotros es un alma única, todos tenemos como fundamento el dominio de la Naturaleza Verdadera. A este nivel, no sólo se ve al Ser o a la Naturaleza Verdadera como el origen del alma humana sino también como la fuente de toda manifestación. Todo, por tanto, se ve originado a partir del Ser, al cual volverá cuando esa manifestación termine. A este nivel, nos consideramos como entidades separadas cuya naturaleza interior surge de una Fuente común a todo lo que existe.

Más allá de esta comprensión del Origen Santo, existe otra basada en darse cuenta de que toda manifestación no sólo surge del Ser sino que de hecho es parte de Él. En esta etapa de percepción y comprensión, todo lo que existe se experimenta como diferenciaciones del propio Ser, y por ello la forma y la Fuente son indistinguibles. Otra manera de decir esto es que toda manifestación se ve como olas en la superficie de un mar, y nosotros sabemos que somos inseparables de él. Aquí no nos experimentamos como originados a partir del Ser, sino más bien como el propio Ser. No estamos conectados con el Ser, somos el Ser. Somos el Origen. Por tanto, a este nivel, nuestra identificación es con el propio Ser, no con una encarnación o una manifestación separada de Él.

Del mismo modo que nuestra comprensión del Origen Santo va alcanzando niveles más y más inclusivos, nuestra comprensión del Ser se va volviendo progresivamente más profunda. Nuestra experiencia del Ser comienza con la experiencia de la Esencia, nuestra naturaleza interior, y culmina experimentándolo como lo Absoluto, un estado que está más allá de la conceptualización e incluso de la conciencia. Cuando experimentamos todo como el Ser en el nivel de lo Absoluto, encontramos una enorme paradoja que la mente no puede resolver: lo que surge y lo que no surge es indistinguible. Se vuelve imposible hablar sobre un Origen a partir del cual surgen las formas, pues la manifestación y la no manifestación son la misma cosa en este nivel. Percibir las cosas en esta honda dimensión significa estar en contacto con un profundo misterio.

Como ya hemos comentado, las Ideas Santas no son estados de conciencia o experiencias específicas, sino más bien diferentes perspectivas o dimensiones de la compresión derivadas de la experiencia directa. Sin embargo, unos tipos específicos de experiencias dan lugar a estas nueve formas de entender la realidad. Estos tipos de experiencias son los del Aspecto idealizado. Esto puede sonar complicado, pero si lo entendemos en relación con el Punto Cuatro, lo veremos claro. A través de la experiencia, contactamos con la percepción de la realidad representada por el Origen Santo, que surge de estar centrado dentro de uno mismo. Cuando nos sentimos centrados en nosotros mismos, nos sentimos conectados y en contacto con lo que consideramos nuestra fuente. Del mismo modo que nuestro entendimiento del Origen Santo alcanza niveles cada vez más profundos, nuestra sensación de lo que es esta fuente variará a medida que profundicemos en nuestra sensación de lo que es este «yo».

Inicialmente, podemos sentirnos unidos con nosotros mismos si estamos en contacto con nuestros cuerpos, sintiéndonos totalmente «dentro» de ellos, profundamente en contacto con nuestras sensaciones físicas e inmersos en ellas. Esta sensación de contacto con nosotros mismos basada en el cuerpo es lo que impulsa a mucha gente a diferentes actividades físicas, que van desde participar en enérgicos deportes hasta ir a entrenarse a un gimnasio, y muchas personas no «se sienten ellos mismos» si no lo hacen. Además de las razones psicológicas, como la liberación de endorfinas, el ejercicio nos saca de nuestros pensamientos y nos pone más en contacto con nuestra experiencia inmediata, y por ello nos sentimos más en contacto con nosotros mismos. No obstante, este nivel de acceso a nosotros mismos está limitado por el tiempo y por la salud; la enfermedad o la incapacidad física y el inevitable envejecimiento limitan en gran medida esta forma físicamente dependiente de entrar en contacto con nosotros mismos.

Otras personas se sienten en contacto con ellas mismas cuando están experimentando sus emociones. La catarsis emocional puede conducir a una sensación de conexión interior, especialmente en los que tienen dificultades de acceder y/o expresar sus emociones. Tal liberación emocional es muy útil y necesaria en determinadas etapas del trabajo interior, cuando tratamos con la represión y la inhibición emocional, pero una vez hemos tenido acceso a nuestros sentimientos y hemos podido expresarlos fácilmente, la catarsis continua puede ser improductiva. Muchas personas se vuelven adictas al desahogo emocional porque les proporciona un estímulo rápido y les hace sentirse conectados con ellos mismos. Como las emociones son los sentimientos de la personalidad —en el Ser no experimentamos los estados emocionales como normalmente creemos que son—, con el tiempo esta dependencia de la expresión y la descarga emocional sólo sirve para apoyar nuestra identificación con la personalidad. Como las emociones parecen ser la clave para poder contactar con nosotros mismos a este nivel, también las tomamos como algo definitivo y no cuestionamos nuestras reacciones, y así nos mantenemos apegados a ellas. Por otro lado, adentrarnos en nuestras emociones y atravesarlas sin quedarnos en ellas puede conducirnos más allá de la personalidad hasta el dominio del Ser, y esto es parte de la razón por la cual el contacto emocional es necesario para nuestro desarrollo espiritual. Esto también es necesario si vamos a hacer el duro trabajo de digerir totalmente y transformar la personalidad, en lugar de simplemente pasar por encima de ella.

A medida que progresa nuestro desarrollo, sentirnos verdaderamente en contacto con nosotros mismos significa estar en contacto con el Ser. Antes de eso, cuando nos sentimos abrumados por las sensaciones físicas debido al dolor o a la enfermedad, y no podemos ir más allá, no nos sentimos en contacto con nosotros mismos. Cuando nos encontramos dentro de una sacudida emocional, no nos sentimos en contacto con nosotros mismos. Sólo cuando estamos profundamente en el momento y nuestra conciencia está anclada en sus profundidades, sentimos que hemos llegado a nuestro centro. En esta fase, sabemos que somos el Ser.

Esta experiencia de nosotros mismos como el Ser se llama el Punto o el Yo Esencial en el lenguaje del Enfoque del Diamante, y es el Aspecto idealizado del Punto Cuatro. Es el nivel de contacto con nosotros que se ha descrito antes, en el cual sabemos que somos el Ser. En vez de identificarnos con nuestro cuerpo o nuestra personalidad y nuestras emociones o reacciones, sabemos que lo que realmente somos es la Naturaleza Verdadera. Esta experiencia es lo que se conoce en la literatura espiritual como autorrealización, despertar o iluminación, que son diferentes maneras de describir la experiencia de adquirir la conciencia de quienes realmente somos.[45] El estilo de personalidad del eneatipo Cuatro es un intento de reproducir esto; es la copia que hace la personalidad de ello. Volveremos a este tema cuando exploremos la psicodinámica de este tipo.

Para un eneatipo Cuatro, la pérdida de contacto con el Ser en la primera infancia es sinónimo de la pérdida de la percepción y la experimentación de sí mismo como algo inseparable del Ser y proveniente de él. El resultado es una profunda sensación interior de desconexión de lo Divino, que es la creencia o fijación omnipresente en este tipo, y se describe como melancolía en el Diagrama 2. Para experimentarnos desconectados de algo, debemos creer que somos algo independiente que ha perdido su conexión con otra cosa independiente, la aparentemente inevitable identificación con el cuerpo, que es la identificación más profunda que hace un ser humano establecido en la personalidad, conduce a la convicción de nuestra separación esencial en todos los eneatipos. Dicho de otro modo, como cada uno de nuestros cuerpos es distinto de todo lo demás, llegamos a creer que somos en definitiva entidades independientes. Aunque es común a todos los eneatipos, esta creencia es la base sobre la cual fundamentan todas las presuposiciones y características resultantes del eneatipo Cuatro, debido a su particular sensibilidad respecto al Origen Santo.

Como un barco que se ha soltado de su amarre, la experiencia interna de un Cuatro es la de ser alguien separado que ha sido arrancado del Ser y está a la deriva. Existe una intensa sensación interior de desconexión y alejamiento de los demás, pero sobre todo, y lo que es más importante, de las profundidades internas. Esta pérdida de contacto con el Ser es experimentada por el Cuatro como haber sido abandonado, o como si el Ser se hubiera retirado u ocultado. En un principio, el Cuatro siente como si su madre o su familia se hubieran alejado de él, pero la raíz de esto es la pérdida del contacto con el Ser. Lo que queda es una sensación de carencia y de pérdida, que se siente como si le faltase su propia esencia. Existe un gran anhelo de reconexión, de anclarse de nuevo a aquello que se ha perdido.

Esta sensación de abandono y este deseo de restablecer el vínculo con el Ser, aunque inconsciente, es importantísima en la psicología de un Cuatro. Es tan importante que toda la sensación del yo de un Cuatro está construida alrededor de esto, hasta el punto que el anhelo se convierte en algo más relevante que el logro, y las personas o las situaciones que ofrecen constancia y posibilidad de conexión a menudo son despreciadas o rechazas de forma inconsciente. Sin darse cuenta, los Cuatro se adhieren a la experiencia de estar desamparados, perpetuando esta profunda sensación.

Como una de las tendencias de la psicología humana es experimentar a la persona que actúa como madre durante la infancia como una encarnación del Ser, para un Cuatro las inevitables rupturas del contacto con ella se convierten en sinónimos de la desconexión con la fuente, el Ser. Filtrada a través de la sensibilidad del Cuatro, la madre, que es la fuente de la nutrición y la supervivencia en la infancia, se experimenta como separada, alejada o totalmente ausente. Puede desde luego haber ocurrido un abandono real, desatención, renuncia de responsabilidades, no haber proporcionado los cuidados adecuados o un rechazo sutil o evidente por parte de la madre. Tales experiencias no están limitadas a los Cuatro, desde luego, pero debido a su sensibilidad hacia la desconexión de la Fuente, para ellos son centrales y conducen a su predisposición de ver a los demás como alguien que los abandonará inevitablemente.

El principal estado de ánimo interior de los Cuatro es la tristeza y una pesada sensación de carencia, un sentimiento de estar abandonado y un inconsolable e insaciable anhelo, como si estuvieran en perpetuo duelo por la conexión que se perdió. De aquí que Ichazo diera a este tipo el nombre de Ego-Melancolía. Esta sensación de carencia puede experimentarse como una sensación de escasez, de privación, de miseria, de pobreza interior, de quejumbrosa necesidad. Un Cuatro puede no saber ni ser capaz de decir exactamente qué es lo que le falta, pero está convencido definitivamente de que algo ha perdido. En el fondo, hay una profunda desesperación de que nunca volverá a reconectarse o a ser incluido en el amor de Dios. Siempre estará fuera y nunca sabrá cómo entrar. Todos los demás tienen el secreto, pero a él se le ha negado. Le resulta peligroso experimentar el dolor de su pérdida: podría provocarle la desesperación o hacer que se sintiera vulgar. Volveremos a esto más tarde. Por tanto, en el Eneagrama de la Evitaciones, en el Diagrama 10, la desesperación (pérdida) / simple tristeza aparece en el Punto Cuatro.

Acompañando a este sentimiento de privación, está la creencia, consciente o inconsciente, de que es culpa suya que la conexión con el paraíso perdido —comoquiera que se conciba éste— se interrumpiese. Puede sentir que sus propias necesidades y deseos de conexión fueron el problema, o la sensación de deficiencia puede conllevar la creencia de ser malo, insuficiente, inadecuado o de poseer algún defecto fatal, que para algunos Cuatro alcanza el extremo de sentir que hay algo inherentemente malvado o perverso en ellos. Existe una sensación trágica y absoluta de irrevocabilidad, como si fuese irreparable y no pudiera decirse ni hacerse nada para liberarse de esta maldad.

La sensación de pérdida puede experimentarse como una desorientación, una sensación de no saber realmente dónde está o cómo ha llegado hasta allí, una sensación de no estar realmente conectado a nada ni a nadie, pero especialmente la sensación de estar desconectado de sí mismo. Parece como si, en comparación con los demás, viviera en la periferia de la vida, sin ningún sentido de la orientación. Algunos Cuatro parecen perpetuamente ausentes, aturdidos, narcotizados o no totalmente en el presente. Algunos no tienen el sentido físico de la orientación y se pierden, aunque hayan ido muchas veces a un mismo lugar. Algunos tropiezan constantemente con cosas o personas, porque les falta la percepción física del espacio que incluye todos los objetos.

La reconexión, la ansiada reparación de la escasez interior, se busca externamente. Para un Cuatro, es como si todo lo positivo estuviese fuera de él. Este anhelo de llenarse con los demás o con lo que ofrece el mundo exterior no es un deseo pasivo ni tranquilo, es una exigencia, aunque sea expresada de forma tácita. Es como si el Cuatro estuviera diciendo: «Siento que debería tenerlo y por lo tanto debería tenerlo». Aunque la sensación de tener este derecho no se limita a este eneatipo, todos los Cuatro la tienen en relación con algún aspecto de sus vidas. Parece como si creyeran que, a menos que insistan en lo que ellos quieren, no lo recibirán. También, con esta creencia de tener un derecho que reclamar, transmiten la sensación de que como han tenido tantas carencias y han sufrido tanto, el mundo está en deuda con ellos y por ello debe satisfacer sus deseos. En lo más hondo, esta creencia es una manera de no experimentar su insoportable sensación de escasez.

Una vez sus deseos han sido satisfechos, sin embargo, el objeto deseado empieza a perder su atractivo y su interés se desplaza a otra parte. Buscar fuera de sí mismo la satisfacción inherentemente ofrece sólo una gratificación limitada, pues lo único que resolvería la sensación de carencia del Cuatro es la reconexión con sus profundidades. Nada ni nadie puede llenar nunca completamente su deficiencia interior, y por ello, el Cuatro está en un perpetuo estado de insatisfacción. No obstante, para una Cuatro, el problema suele encontrarse en el objeto deseado. No es que «Este anhelo no pueda colmarse externamente y por eso no es extraño que no me sienta satisfecha», sino más bien que «Hay algún error en la persona o la cosa que deseo, o quizá no es eso exactamente lo que yo quiero».

Los Cuatro culpan al objeto de su deseo, encontrando defectos e imperfecciones que justifican su falta de satisfacción, y el objeto es rechazado. O bien, una vez obtenido el objeto deseado, la atención del Cuatro se desplaza a cualquier otro aspecto de su vida que no sea adecuado o a cualquier otra cosa que pueda necesitar. Insatisfecho, disgustado, descontento, nunca nada es suficientemente adecuado para un Cuatro. Lo que tiene o consigue siempre acaba perdiendo su brillo, y su anhelo se desplaza hacia aquello que está fuera de su alcance. Las cosas podrían ser siempre algo diferentes, mejores, más esto o más aquello, y quizá, sólo quizá, él podría por fin estar contento. Pero para un Cuatro la felicidad es efímera, inevitablemente algo la echa a perder, y el deseo de satisfacción empieza de nuevo. Este patrón revela el deseo manifiesto de felicidad, y lo que vemos bajo la superficie es que lo que un Cuatro quiere realmente es mantener su identidad de alguien que desea y no obtiene.

Este encontrar pegas a todo y anhelar perpetuamente, hace que los Cuatros mantengan su mirada centrada en el exterior y de ese modo se protegen de su sensación interna de deficiencia. Si nada los colma, deben seguir buscando la cosa perfecta que les contentará, y así nunca tienen que hacer frente a la verdad de que lo externo no puede proporcionarles la satisfacción que desean. Si se enfrenta a esta verdad, la actitud interior de anhelar y desear tendrá que abandonarse, y deberán sentirse emociones internas muy dolorosas.

El anhelo les conecta con el Amado perdido de la infancia: el Ser que filtran a través de la madre. En los profundos rincones de su alma, abandonar el anhelo significaría soltar a este Amado, y esto significaría estar verdaderamente perdido, a la deriva, y sin esperanza de redención. De modo que la adicción a desear y a anhelar lo que está más allá de su alcance mantiene al Cuatro en contacto con este Amado. También hace que los Cuatro sean románticos incurables, que se encumbran por encima de la vida ordinaria a través del idealismo y la nobleza de su búsqueda, al menos dentro de su propia psique. Así permanecen leales al Amado perdido, y con esta retorcida estrategia intentan mantenerse conectados con el Ser.

Del mismo modo que los Cuatro se sienten abandonados por los demás, también ellos abandonan a los otros a través de esta frustrante, y al mismo tiempo incansable, búsqueda eterna de satisfacción. Con la convicción interna de su inherente maldad, o como mínimo, insuficiencia, anhelan la intimidad y la cercanía de los demás y, sin embargo, les resulta difícil permitírselo. Estar realmente abiertos y vulnerables significaría revelar su sensación interior de carencia o de maldad, y creen que entonces sin duda serían abandonados, repitiendo la intolerable herida inicial. De modo que aunque los Cuatro profesan un ansia por la cercanía, tienden a mantenerse a cierta distancia de los demás. Es mucho más seguro desear desde la distancia y sentir la dulce tristeza de un amor no correspondido que arriesgarse a exponerse de verdad. En consecuencia, para una Cuatro las relaciones son difíciles, una fuente de penosos sentimientos y la inevitable sensación de que el amor les es negado. No obstante, y quizá por eso, las relaciones son el centro de atención principal para los Cuatro, y cuanto más tormentosa sea una relación, más atractiva les resulta. El típico patrón de relación para un Cuatro es sentirse atraído hacia alguien que no está disponible emocionalmente o sino, intensos encuentros, rupturas repentinas, anhelos, reconciliaciones, sólo para repetir el ciclo una y otra vez.

Lo que no tienen les parece a los Cuatro mejor que lo que tienen. Lo que tienen los demás les parece mejor que lo que tienen ellos. Lo que son los demás creen que es mejor que lo que son ellos. A sus ojos, los otros tienen lo que ellos no tienen, ya sean posesiones reales o atributos personales: la hierba siempre crece más verde en la casa del vecino. La pasión, por tanto, es la envidia, como vemos en el Eneagrama de las Pasiones, en el Diagrama 2. La pasión de la envidia recorre toda una gama de matices, desde simplemente querer tener algo que tiene otro hasta un odio malicioso hacia el objeto de deseo. «Si veo a otra rubia, la voy a matar», dijo una vez una amiga mía Cuatro, que tiene el cabello oscuro, para caracterizar el odio de su envidia. En un nivel más sutil, la envidia se manifiesta como un deseo de experimentar internamente algo diferente, algo que parece mejor y más deseable que lo que está sucediendo en el momento.

A través de las formulaciones teóricas, la psicoanalista Melanie Klein, que probablemente también fuera un Cuatro, confiere a la envidia un papel de importancia central en la comprensión de la psicopatología y en el trabajo con los pacientes psicoanalíticos más intratables, aquellos que parecen no sacar ningún provecho de la experiencia. A la manera típica de los Cuatro, su trabajo provocó un cisma en la Sociedad Psicoanalítica Británica, que hasta el momento aún no se ha resuelto; según las palabras de Jay Greenberg y Stephen Mitchell: «En medio del torbellino de las controversias y de las antipatías generadas alrededor de las aportaciones de Klein, hay comprensiblemente poco acuerdo respecto a la naturaleza precisa de sus puntos de vista o de su lugar dentro de la historia de las ideas psicoanalíticas»[46]. Es difícil saber si las descripciones fantasmagóricas que hizo Klein del mundo interior destructivo y vengativo del niño son exactas, o si son las capas sobrepuestas de la conciencia de un adulto con un claro sesgo de tipo Cuatro. Sin importar lo precisas que sean sus percepciones en un sentido genérico dentro del terreno de la psicología del desarrollo, sus ideas nos permiten comprender este eneatipo.

De nuevo, según Greenberg y Mitchell:

Klein sugiere que la envidia primaria y primitiva representa una forma particularmente maligna y desastrosa de agresividad innata. Todas las otras formas de odio en el niño están dirigidas hacia los objetos malos… La envidia, por el contrario, es odio dirigido hacia los objetos buenos. El niño experimenta la bondad y la cualidad nutricia que le proporciona la madre, pero siente que es insuficiente y está resentido por cómo controla la madre esta cuestión. El pecho da leche en cantidades limitadas y después desaparece. En la fantasía del niño, sugiere Klein, se siente que el pecho atesora la leche para su propio provecho… Como consecuencia de la envidia, el niño destruye los objetos buenos, sin que se haga la disociación, y se da el subsiguiente incremento de la ansiedad y el terror persecutorios. La envidia destruye la posibilidad de esperanza.[47]

Volveremos al tema de la esperanza y desesperanza más tarde, pues es especialmente importante para entender la psicología de los Cuatro. Lo que falta en la comprensión de Klein de la envidia del niño es el elemento interpersonal —que el niño, cuya identidad aún está fundida con la de la madre, responde en la manera en que los Cuatro experimentan a la madre de forma odiosa y vengativa—. La experiencia de la infancia de un Cuatro a menudo es la de que su madre no la dejaba destacar u ocupar un lugar de importancia, y que era competitiva y la envidiaba.

Implícita en la envidia, hay un alejamiento o rechazo de lo que los Cuatro tienen o experimentan. Esto tiene su origen en el tipo particular de superego que caracteriza a los Cuatro. Tienen un perverso superego que constantemente los compara con una imagen idealizada de cómo y qué deberían ser, y los atormenta por no dar la talla. Naranjo ha observado que como tipo de imagen, que ocupa la esquina del eneagrama caracterizada por su excesiva preocupación por el aspecto, «los individuos de eneatipo IV se identifican con esa parte de la psique que fracasa en alcanzar la imagen idealizada, y siempre está luchando para lograr lo inalcanzable»[48]. Identificados como están con la parte de ellos mismos que no coincide con la imagen idealizada de cómo y qué deberían ser, están continuamente a merced de los reproches y sarcasmos de su acusador interior. A diferencia del superego de los Uno, la cuestión aquí, como dice Naranjo, es «más estética que ética»[49] en el sentido de que es el aspecto lo que cuenta: el superego de un Cuatro no lo castiga por ser básicamente una mala persona sino por ser de algún modo incorrecto y por tanto no mostrar la imagen ideal. Nada de lo que hacen o sienten parece suficientemente bueno o correcto para su juez interior, que es mordaz, despreciativo, acusador e inevitablemente hipercrítico. El grado de maldad y veneno que los Cuatro pueden dirigir a los demás es mínimo en comparación con lo que guardan para ellos. Este patrón proviene de que se consideran responsables de su sensación de desconexión y por ello se atacan salvajemente. Su agresión por tanto es asumida por sus superegos y dirigida contra ellos mismos. Llevado al extremo, esto puede conducir a un profundo y permanente odio contra ellos mismos que surge de la inalterable convicción de que son un fracaso de persona.

Este brutal rechazo y odio dirigido a sí mismos es parte de lo que contribuye a la tendencia depresiva que caracteriza a los Cuatro. Aunque los Cuatro no son los únicos tipos que experimentan depresión, la inclinación hacia esta dirección es inexorable debido a las fuerzas internas que hay en juego. La cualidad de la depresión característica de los Cuatro es una profunda negrura interior en la cual la vida parece insoportable, y en la cual el yo parece, utilizando los términos de Freud, «pobre y vacío»[50]. Todo —en especial ellos mismos— parece imposible de solucionar. La agresión se dirige hacia ellos mismos.

En la teoría psicoanalítica, existen una serie de factores implicados en la depresión, todos ellos importantes para este eneatipo. El primero es una especie de pérdida o fracaso en la relación con la persona que ejerció de madre en la primera infancia, un período en el cual la sensación del yo se está desarrollando y es frágil al máximo. El segundo es el hipervigilante superego. Volviendo al primer factor, debido a que la madre y el yo no son totalmente diferenciados en la conciencia del niño, la pérdida de la relación con la madre se experimenta tanto como una pérdida de ella como de sí mismo. Margaret Mahler cree que la fase concreta del desarrollo que está implicada en el origen de la depresión es la de acercamiento, desde los quince meses hasta los dos años, en la cual el niño está desarrollando una sensación independiente del yo y de sus capacidades, pero aún necesita la fusión y el contacto con la madre. Según Mahler, se produce un fracaso de la madre respecto a aceptar y a entender los impulsos opuestos del niño durante este período hacia la expansión y la liberación de la madre y las necesidades repentinas de «renovar» el contacto con ella. Cree que esto ocasiona ambivalencia y agresión hacia la madre, pérdida de la autoestima y finalmente depresión. Esto también conduce a una búsqueda permanente de los demás para reforzar la autoestima.

Gertrude Blanck y Rubin Blanck explican la teoría de Freud sobre la depresión así: «La diferencia esencial entre el duelo normal (dolor) y la melancolía (depresión) es que, en el primer caso, el objeto ha sido amado y perdido, y en el segundo, el amor es anulado por la agresión»[51]. El dolor de la pérdida de un objeto no suele implicar autorrecriminaciones y la pérdida del valor de uno mismo. En la depresión, sin embargo:

La pérdida del objeto es equivalente a la pérdida de parte de la autoimagen; la persona deprimida puede identificarse con el objeto perdido en un intento de recuperar lo que ha perdido. En ese caso, sus autocríticas provienen de críticas en un principio dirigidas hacia la persona emocionalmente significativa, ya sea alguien perdido o alguien conectado con la pérdida. La autocrítica es por tanto la expresión de la ira que fue parte de la actitud ambivalente original hacia el objeto cuando estaba presente.[52]

En la depresión, por tanto, la agresión que en un principio se sentía respecto al objeto perdido se dirige hacia uno mismo en la forma del superego. Otros factores implicados en la depresión son el fracaso en vivir de acuerdo con los ideales del ego y una sensación de impotencia y desesperanza sobre algo en particular o la vida en general. Aquí de nuevo vemos las comparaciones del Cuatro frente a imágenes imposibles interiores de cómo debería ser, así como una sensación a menudo simultánea de incapacidad de lograr lo que cree que debería ser capaz de lograr. La actitud de la envidia está implícita en esto: desear lo que uno no tiene y lo que no es. Por esta razón, la simulación, la imitación y la proyección del aspecto deseado, está en el Eneagrama de las Mentiras, en el Diagrama 12. La desesperanza inherente a la depresión no es un abandono de la esperanza sino más bien una sensación de fracaso a la hora de alcanzar o conseguir lo que uno desea. Si realmente abandonas la esperanza de algo, surge una sensación de neutralidad y paz. Cesa la búsqueda y el esfuerzo. Por otro lado, cuando sientes desesperanza por algo, te estás apegando tenazmente a lo que quieres, y sientes desesperación por no tenerlo.

En el fondo de la desesperanza de un Cuatro se encuentra la imposibilidad de alcanzar la imagen interior idealizada de cómo o qué debería ser. Inherente a ello se encuentra la firme convicción de que no es adecuado tal como es y que debería parecerse a este ideal. Esto también está alimentado por la esperanza inconsciente de que si se asemeja a esta imagen interior idealizada, quizá el objeto perdido volverá. No hay un abandono o renuncia de esta imagen de perfección, sino el aferramiento tenaz a ello y la resultante sensación de desesperanza por no alcanzarlo. Como consecuencia se produce un abatimiento que se siente funesto, melancólico y torturador. Esta desesperación sombría y punzante es la que tiñe el estado emocional de un Cuatro.

También implícito en su apego por el ideal de perfección, está el mecanismo de defensa asociado a este tipo por Naranjo, el de la introyección. La introyección se refiere a incorporar algunas cualidades, actitudes o características del objeto amado dentro de la propia psique. En el caso de los Cuatro, lo que incorporan es el ideal del ego y las resultantes exigencias del superego, los castigos y recompensas de los padres, especialmente de la madre. Aunque a primera vista puede parecer increíble que un Cuatro pueda experimentar apego por su perverso e hiriente superego como un mecanismo de defensa, si vemos esto como una forma de evitar la total pérdida interior del objeto y en consecuencia de la sensación del yo, se vuelve más comprensible. Es por esta razón que Blanck y Blanck critican la técnica terapéutica que llaman «el método de la gabardina reversible» para tratar la depresión, en el cual el paciente es animado a exteriorizar su agresividad interna. En la persona deprimida, la economía interna por la cual la agresión se dirige hacia uno mismo es una forma de mantener el contacto con el objeto, y por ello exteriorizar la ira y el odio es equivalente para la psique a perder el objeto amado. También por esta razón, como hemos comentado, aunque los Cuatro pueden sentirse desgraciados y manifestar su anhelo por la felicidad, en realidad están apegados a su sufrimiento, pues a través de él mantienen la conexión con el objeto perdido. Sólo comprendiendo esta dinámica y poniéndose en contacto con el amor subyacente hacia el objeto perdido puede empezar a disolverse este doloroso patrón.

La introyección también se manifiesta de otras maneras en los Cuatro: incorporan partes de aquellos a quienes aman y admiran. Adquieren o imitan su forma de hablar y giros del lenguaje, su manera de vestir, de comer, de pensar y de comportarse; adoptan sus formas de hacer ejercicio —o de no hacerlo— y sus actitudes y modales.

Algunos Cuatro son más depresivos, mientras que otros parecen perpetuamente animados con una especie de euforia maníaca, como se mencionó al comienzo de este capítulo. Otros alternan entre estos dos tipos de comportamiento. En el lado maníaco, los Cuatro se mantienen muy ocupados intentando encontrar cosas que puedan llenarles para evitar la melancolía interna y proporcionarse estímulos emocionales, en la forma de relaciones tempestuosas, dramas interpersonales, diversiones, trabajo, compras, etc. Este tipo de Cuatro parece feliz, pero su vitalidad es forzada, como si tuvieran que parecer positivos, vivaces y enérgicos. Ya sea arriba o abajo o moviéndose entre uno y otro de estos extremos emocionales, lo común para todos los Cuatro es la intensidad emocional. Lo mundano y ordinario se desprecia a favor de la excitación y la exageración emocional. Volveremos a esto más tarde.

Debido a la dinámica interior que hemos explorado, la vergüenza aparece con frecuencia en la psicología de los Cuatro. La vergüenza «se refiere a un amplio espectro de estados afectivos dolorosos —azoramiento, humillación, mortificación y deshonra— que acompañan al sentimiento de ser rechazado, ridiculizado, puesto en evidencia o no respetado por los demás»[53]. Ser, expresarse y descubrirse totalmente es la fuente de la vergüenza de los Cuatro, pues lo que son no coincide con lo que piensan que deberían ser. Esto hace que para ellos sea extremadamente difícil revelar algo que sienten, piensan o creen y que no encaja con su imagen de perfección. Temen que el mundo exterior los humillará, lo cual es una proyección de la vergüenza que experimentan internamente en manos de su superego. Para muchos Cuatro, el temor de ser vistos como inadecuados, incorrectos, defectuosos o imperfectos constituye una preocupación constante en sus relaciones con los demás.

Para evitar esta deshonra y la pérdida del autorrespeto resultante que temen se produzca cuando se muestren a los demás, muchos Cuatro se retiran, volviéndose fríos y distantes, y manteniéndose apartados de los demás. A menudo recriminan su alejamiento a aquellos de los que se aíslan, perpetuando así su sensación de separación. También se vuelven poco comunicativos, explicando poca cosa sobre ellos mismos y presentándose ante los demás como muy sosegados, reservados y contenidos. En pocas palabras, se vuelven controlados, como vemos en el Eneagrama de las Acciones contra uno mismo, en el Diagrama 11. Ponen cuidado en lo que expresan y en cómo se comportan. Cada movimiento es filtrado a través del censor interior, y el resultado son unos modales estudiados, contenidos y a menudo artificiales. La consecuencia suele ser una sensación de formalidad, decoro e incluso esnobismo y afectación, y la impresión de estar siempre en una pose. Como el caballo, el animal asociado a este tipo, dan la imagen de elegancia controlada, de poder reprimido. Obviamente, hay poco lugar para la espontaneidad en su comportamiento y, lo que es más importante, en su vida interior.

A nivel social, el mundo de los protocolos, de los manuales de comportamiento, las reglas de conducta, las formalidades y los modales correctos son la especialidad de la Cuatro. Transmitir un mensaje diplomáticamente sin necesidad de decirlo en voz alta, comunicar de forma indirecta algo que podría ser conflictivo o considerado inadecuado son las habilidades en las que destaca el Cuatro. La cultura japonesa, en la cual los protocolos estrictos gobiernan todos los aspectos de las relaciones, es un ejemplo de esta característica del Cuatro. Para un japonés, traer la vergüenza sobre uno mismo, sobre su familia, clan o país es una de las ofensas más graves, y ha conducido a la ritualización del suicidio como una manera de reparar la deshonra. Incluso la elección de un regalo, el lugar donde se compra y como se envuelve están regidos por estrictos protocolos para la ocasión. Aunque Japón, como el resto del mundo, está adquiriendo cada vez más las tendencias del tipo Tres, acelerando su ritmo de vida y centrando la atención en los logros personales y en el envase antes que en el contenido, su tendencia fundamental es la del Cuatro. El camino espiritual del budismo Zen, con su insistencia en la espontaneidad y en llevar la mente fresca del principiante a cada momento, parece haber surgido como un antídoto frente a la cultura japonesa exageradamente ritualizada y formalizada. Sus formas y prácticas, sin embargo, aún siguen las normas de hace siglos y para muchos son rituales vacíos.

Aunque no es habitual, a veces se encuentran personas de este tipo cuyo comportamiento parece lo opuesto al estilo más típicamente reservado y refinado del Cuatro. Esta clase de Cuatro concede especial importancia a actuar de forma espontánea y sin inhibiciones, aunque se comporten audaz y escandalosamente, o incluso con mala educación e impertinencia, sin respeto por la propiedad, las convenciones o los efectos que produzcan en los demás. En vez de expresar una ausencia de vergüenza, este estilo lo que busca es desafiarla, lo cual simplemente es una defensa para no experimentarla. Y, como en el otro caso más obviamente controlado, no necesariamente está realizando un contacto más directo con la experiencia, aunque parezca lo contrario.

Ya sea el estilo más controlado o el más exhibicionista, este eneatipo y el eneatipo Dos, el Ego Adulación, al que volveremos momentáneamente, son los más sentimentales del eneagrama, lo más hábiles emocionalmente. Esta emocionalidad extrema filtrada a través del control se manifiesta como una disposición para lo dramático, pues en vez de expresar espontáneamente lo que sienten, los Cuatro dramatizan sus emociones. En ellos hay una clara teatralidad, la sensación de que lo que están expresando es en parte real y en parte una representación. Aquí podemos recordar la actitud afectada de Oscar Wilde, o a la gran bailarina Isadora Duncan, que en un estilo típicamente Cuatro murió estrangulada por su foulard cuando éste quedó atrapado en las ruedas de un descapotable. Las Cuatro son grandes actrices; Uma Thurman y Gwyneth Paltrow son ejemplos actuales. En conexión con esta tendencia hacia la teatralidad, está la parte del cuerpo asociada con el Punto Cuatro, los pulmones. Uno recuerda grandes quejidos y lamentos, suspiros, desmayos y lloros, y además los pulmones están asociados con la tristeza en algunas de las medicinas holísticas tradicionales. Lo que se evita, como vemos en el Eneagrama de las Evitaciones, en el Diagrama 10, es la simple tristeza.

Los Cuatro pueden ser venenosos, rencorosos y mordaces con los demás, a menudo expresándose de manera indirecta mediante agudezas, desdenes o ataques disimulados envueltos en una exhibición de amabilidad y educación. Su intención inconsciente generalmente es infligir a los demás la vergüenza que ellos evitan experimentar, así como mantener o establecer la sensación de su propia impecabilidad. En la superficie, tienden a culpar a los demás por sus problemas, y para ellos es muy difícil reconocer su contribución a un conflicto con otra persona, pues para evitar los ataques de su desprecio interior necesitan ver al otro como equivocado.

Como una defensa más para no experimentar la vergüenza que sienten por ellos mismos, los Cuatro adoptan una actitud superior respecto a los demás. El sentir y el sufrir intensamente —más intensamente que los otros desde su punto de vista, lo que quizá sea cierto, ya que su atención está centrada en ello— les confiere una distinción y una nobleza que los eleva por encima de los demás, a los que ven como menos sensibles, menos refinados y menos perceptivos de los matices del alma. Es como si a través de su nostalgia, melancolía y su extrema inversión en sutilezas emocionales, permaneciesen fieles a la Fuente perdida, y aunque no se sientan en contacto con ella, conservan una especie de proximidad. Debido a esto, permanentemente parecen atascados en el lamento y en la congoja por el contacto y el amor que han perdido, y tienden a aferrarse al dolor y a las reacciones emocionales. Por ejemplo, pueden sufrir por un matrimonio o una relación que terminó hace veinte años, incapaces aparentemente de superarlo. A veces parecen estar luchando contra lo insoportable —la rudeza y la insensibilidad del resto de la humanidad— y llevando esta carga con una adusta dignidad, si son del tipo exultante, o con evidentes demostraciones de dolor si son del otro tipo.

A veces, sienten que nadie puede entender verdaderamente la profundidad y la magnitud emocional que experimentan, y por eso, a partir de su desconexión de los demás, extraen la sensación de ser mejores que ellos. Este retirarse se transforma en una actitud de altivez y esnobismo desde donde miran a los demás. Esto puede alcanzar el extremo de percibir a los otros en general, o a personas concretas, como despreciables y como el blanco de sus burlas y ridiculizaciones. Algunos Cuatro simplemente ignoran a aquellos que sienten que no merecen su atención. Tienden a ser elitistas, comportándose como si creyesen ser la créme de la créme, obviamente como una formación de reacción a sentir precisamente lo opuesto en su interior. Esta tendencia puede también ser una manera de reclamar derechos como reacción a la sensación interna de haber sido abandonados o maltratados, de manera que el Cuatro siente que se le debe un trato y unos privilegios especiales. Como dice Naranjo:

Aunque el individuo pueda estar hirviendo de desprecio y odio hacia sí mismo, la actitud hacia el mundo exterior es la de una «prima donna», o al menos la de una persona muy especial. Cuando este reclamo de singularidad se ve frustrado puede complicarse con un papel de víctima de «genio incomprendido». Paralelamente, los individuos también desarrollan rasgos de ingenio, conversación interesante y otros atributos en los cuales la disposición natural hacia la imaginación, el análisis y la profundidad emocional, por ejemplo, se ponen secundariamente al servicio de las necesidades de contacto y del deseo de despertar la admiración.[54]

La sensación interior de desconexión implícita en la pérdida del Origen Santo conduce a un anhelo por aquello que le hace a uno sentirse conectado, por aquello que es original, auténtico, creativo y directo. Por esta razón, los Cuatro se sienten atraídos hacia las artes y otras carreras relacionadas con la estética, ya sea en el lado creativo o en el de la apreciación. El sufrimiento y los artistas han estado perennemente asociados, y parte del apego de un Cuatro hacia sus estados emocionales es debido a esta relación. Los estados emocionales intensos conducen a una sensación particular de conexión con uno mismo, como se comentó al comienzo de este capítulo. Las profundidades de la emoción nos llevan hasta los límites de nuestros huecos, de estos lugares de nuestras almas donde el contacto con la Esencia se perdió. Experimentamos una sensación de profundidad y de sentido; y a partir del sufrimiento, se manifiesta la creatividad. No hay nada como un trágico romance para agitar los jugos de la creatividad, como demuestran las grandes canciones de amor de todas las épocas, que en los sesenta estuvieron representadas por las trágicas canciones de Joni Mitchell y Leonard Cohen, probablemente dos Cuatro.

Las cosas y las personas que son verdaderamente originales y creativas conectan al Cuatro con estas cualidades, y a través de la proximidad participa en ellas. Su valoración de lo refinado y la belleza, sin embargo, puede alcanzar un punto de exquisitez, una exaltación exagerada de tales cosas, llegando a tratarlas como si fueran piedras preciosas. Puede, por ejemplo, tratar una obra de arte o una música con una reverencia que suele reservarse a lo religioso. Pero, como dice Naranjo:

Una inclinación hacia el refinamiento… puede entenderse como el esfuerzo por parte de la persona para compensar una deficiente imagen de sí misma (de manera que una autoimagen fea y un ideal refinado de uno mismo puedan apoyarse mutuamente); además, también revelan el intento por parte de la persona de ser algo distinto de lo que es… La falta de originalidad que suponen tales imitaciones perpetúa a su vez una envidia hacia la originalidad; al igual que los intentos de imitar a personas originales o el deseo de emular la espontaneidad están condenados al fracaso.[55]

La importancia de la originalidad, de la autenticidad y la espontaneidad para los Cuatro nos conduce de nuevo al Aspecto idealizado de este tipo que empezamos a tratar al comienzo de este capítulo. Después de haber explorado los patrones emocionales, de comportamiento y de creencias de un Cuatro, podemos ahora entender totalmente cómo este tipo es una imitación de la cualidad Esencial llamada el Punto en el lenguaje del Enfoque del Diamante. Experimentar el Punto es experimentarnos como no estando determinados en absoluto por nuestras circunstancias o nuestra historia personal, y por tanto siendo libres y liberados. Es reconocer nuestra verdadera identidad: expresiones únicas e individuales de lo Divino, inseparables de ello. Es la experiencia de ser un centro brillante de luz. Intentar parecerse a alguien que es original, creativo, auténtico, espontáneo y especial —adoptando una imagen que encarna las cualidades del Punto— es el intento del Cuatro de reproducir esta experiencia. Aunque resulta imposible, esta autenticidad deseada es la trampa de los Cuatro, como vemos en el Diagrama 9.

La teatralidad y el drama de los Cuatro puede verse como un intento de proporcionar peso a los sentimientos de esta representación del yo o falso yo, así como una imitación de la experiencia del Punto, la de ser una estrella, llena de significado, profundidad y sentido. Un Cuatro contempla esta imagen de sí mismo para que le proporcione una sensación de realidad, y por ello, las emociones que emanan de este concepto de sí son en mayor o menor grado sacrosantas y «reales». Por ello, a menudo están convencidos de la validez de sus reacciones y están a la defensiva hacia los demás, como hemos visto. Desde esta perspectiva, podemos ver que la característica resistencia de los Cuatro respecto a lo que son las cosas, tanto en el interior como en el exterior, es un intento de apuntalar la falsa sensación del yo propia de la personalidad; la representación de uno mismo. Este patrón se originó en una negación para ayudarnos a discriminar entre nosotros mismos y la madre en la temprana infancia, y por ello como adultos apoya la sensación de ser distintos.

La clave para el desarrollo de un Cuatro es la virtud asociada con este punto, la ecuanimidad, como vemos en el Eneagrama de las Virtudes, en el Diagrama 1. La definición de Ichazo de ecuanimidad es la siguiente: «Es el equilibrio. Un ser completo vive en armonía con su ambiente. Sus movimientos son económicos y siempre apropiados para sus circunstancias. No se ve afectado emocionalmente por los estímulos externos, pero responde a ellos exactamente en la medida necesaria». Como hemos comentado, la virtud es tanto lo que se necesita para la evolución espiritual de uno como el producto de ella. Para vivir la vida equilibrada que señala Ichazo, se necesita un equilibrio emocional y mental, así como una imperturbabilidad, y además la aceptación de lo que es y una capacidad de no exaltarse por los acontecimientos externos. Básicamente un Cuatro debe acercarse a la experiencia sin reaccionar a ella, sin aferrarse a ella y sin necesitar que sea correcta, dramática o fuera de lo común. Sólo entonces es posible que responda a la vida con equilibrio.

Esto implica una serie de cosas respecto al proceso interno. En primer lugar, significa asentarse plenamente en sí mismo y en su experiencia y no resistirse a ello. No entrar plenamente en su experiencia es lo que mantiene a los Cuatro en la superficie de ellos mismos, desconectados de algo más profundo. El anhelo de que ocurra algo diferente y la comparación con otros sólo perpetúa esta desconexión, como hemos visto. La ecuanimidad, por tanto, significa que el comportamiento controlado y controlador del Cuatro necesita ser sustituido por una actitud de rendición y apertura hacia lo que está ocurriendo, interna o externamente, en vez de luchar contra ello. Precisa no desear ser diferente o experimentar algo distinto de lo que está ocurriendo en el momento. A su vez, significa no compararse con los demás ni con una imagen interior de cómo debería ser.

Para que este cambio de orientación tenga lugar, los Cuatro deben reconocer cómo se juzgan, censuran y controlan a ellos mismos continuamente para aproximarse a su imagen interior de cómo creen que deberían ser, y además, cómo se avergüenzan a ellos mismos por no lograrlo. Necesitan ver cómo este no permitirse ser quienes son los distancia de la experiencia directa y por tanto perpetúa la sensación de estar desconectados y así es como ellos mismos se abandonan. También necesitan entender de qué manera este patrón les hace sentirse desesperanzados, en lo que respecta a ellos, y abandonar la esperanza de asemejarse a un ideal y aceptarse tal como son. También significa ponerse en contacto con la agresividad y el odio hacia sí mismos que comporta esta resistencia a ser quienes son, y entender y sentir realmente que de este modo se infligen sufrimiento.

Los Cuatro necesitan ver que su resistencia a los estados y emociones negativas sólo los perpetúa. Necesitan entender que el trabajo a través de las reacciones emocionales y las creencias mentales sólo es posible cuando se permiten ser totalmente ellos, porque de otro modo el entendimiento no puede penetrarlos. La verdadera desidentificación, por tanto, que no es un distanciamiento de nuestra experiencia, sólo es posible si nos sumergimos completamente en nuestra experiencia. De forma paradójica, al menos para la mente, cuanto más inmersos estamos en nuestra experiencia, más nos desidentificamos de ella. En términos del proceso, esto significa que un Cuatro necesita no dramatizar lo que está experimentando, así como no distanciarse de ello por la vergüenza. Aceptar la experiencia interna con ecuanimidad implica permitirla pero no dejarse abatir por ella, es decir, experimentarla totalmente.

Cuando un Cuatro sienta plenamente su contenido interior, su conciencia penetrará en él y revelará lo que lo sostiene, lo que a su vez descubrirá las profundidades que se encuentran más allá. Este proceso le conducirá a sentirse cada vez más centrado en sí mismo y menos enfocado hacia el exterior. El esfuerzo hacia lo excepcional, lo excitante y lo extremo gradualmente es reemplazado por la apreciación de la calma y la simplicidad. La necesidad de ser especiales llega a sustituirse por el reconocimiento de su humanidad —lo parecido que es a los demás— lo que con el tiempo llega a ver como extraordinario en sí mismo.

A medida que un Cuatro se va librando de su superego y empieza a desidentificarse de su actitud de envidia y de su reactividad, el estado deficiente de pérdida y carencia que cubría esto empieza a salir a la superficie. En vez de intentar llenar este vacío, como todo lo demás, necesita ser experimentado totalmente. Puede sentirse como si estuviera perdido en un amplio espacio que parece absurdo y vacío, pero si se abre a ello, empieza a cambiar en una presencia que se experimenta espaciosa, libre y pacífica. Al permitir esto cada vez más, empieza a encontrarse y a reconocerse, a experimentar su rostro original antes de nacer, parafraseando un koan Zen. Cuando se desprende de todo, surge una sensación de conexión, de reconocimiento de sí. Poco a poco empieza a experimentarse como una brillante estrella en el firmamento, una estrella verdadera, y no la imitación que antes intentaba ser. Experimenta el equilibrio en su interior, el centro en su interior, y ya no necesita el anhelo por la Fuente de la que se sentía separado: al fin él es la Fuente y lo sabe. Esta experiencia surgirá una y otra vez hasta que su identificación se desplace de la falsa personalidad al verdadero yo, el Punto de la existencia.[56]