Eneatipo 6: Ego-Cobardía
Los de este eneatipo se caracterizan por el miedo. Aunque el miedo puede presentarse en cualquier eneatipo, en este caso es el factor central que los caracteriza. Los Seis dudan de sus percepciones, se cuestionan y vacilan una vez han decidido, son suspicaces, carecen de seguridad y confianza, y la mayor parte de su energía la gastan en enfrentar su ansiedad. Son los paranoicos del eneagrama, convencidos, de forma consciente o inconsciente, de que los demás van a atacarlos, a destruirlos, o bien que representan una amenaza. Aunque la dinámica interna subyacente es la misma, existen dos tipos de Seis: los que son abiertamente miedosos y los contrafóbicos, que intentan demostrar que no tienen miedo. Mientras que algunos Seis pueden ser fóbicos en algunas áreas de su vida y contrafóbicos en otras, generalmente hay un estilo predominante que se manifiesta en su forma de ser.
En los Seis fóbicos, el miedo y la inseguridad son obvios. Tienden a actuar con sigilo, a ser obsequiosos con las figuras de autoridad y con los que consideran más poderosos, les cuesta tomar decisiones y ser decididos en sus acciones, piden a los demás que les aconsejen y orienten y pueden ser ciegamente leales a una doctrina, causa o un líder. Siempre hay un estilo vacilante en sus acciones —un pie delante y otro detrás— y también en la forma en que hablan. Los Seis contrafóbicos, por el contrario, enmascaran su miedo intentando comportarse como si lo tuvieran superado, o bien se demuestran a ellos mismos y a los demás que en realidad no son inseguros. Asumen riesgos y son temerarios, buscando situaciones que representen un reto, y ponen a prueba su valor para demostrar su fuerza y confianza.
Los Seis han perdido el contacto con la visión concreta de la realidad —la Idea Santa— que les aliviaría de su miedo y de sus dudas. Esta visión concreta de la realidad para la cual el eneatipo Seis es más sensible tiene dos nombres, debido a su doble significado. El primero es la Fuerza Santa. La Fuerza Santa es la percepción de que la naturaleza de nuestra alma es la Esencia. Es el reconocimiento de que no somos nuestro cuerpo o nuestros pensamientos o nuestras emociones, sino una presencia o un Ser que tiene muchas cualidades y dimensiones, en las que uno puede adentrarse cada vez más profundamente. Esta presencia puede considerarse como el fundamento del alma, y por tanto le da fuerza y al mismo tiempo es su fuerza.
Sin el reconocimiento de la Esencia como la naturaleza interior de lo que somos como humanos, nos experimentamos como si nos faltara la base, y nos sentimos débiles y desvalidos. Nos mantenemos identificados con nuestros cuerpos y nuestros instintos, y nos sentimos esencialmente como animales sin pelo con unos grandes cerebros como única protección. El cuerpo está sometido a las enfermedades y a la muerte, y si consideramos que somos nuestro cuerpo, realmente nos encontramos en una situación muy precaria. Sin reconocer al Ser, nuestras vidas son efímeras y fugaces, y carecemos del sentido de perdurabilidad. Cuanto más estemos en contacto con el Ser y lo percibamos desde la perspectiva del Fuerza Santa, más sabremos que nuestra naturaleza es indestructible e imperecedera, inmune a las vicisitudes del cuerpo. Aunque podemos experimentar el sufrimiento físico, si estamos enraizados en el reconocimiento de nuestras profundidades, incluso eso puede ser soportable. La percepción de nuestra naturaleza esencial nos puede dar la fortaleza para resistir lo que de otro modo sería insoportable.
Cuanto más percibimos nuestra naturaleza esencial, más sabemos que en definitiva somos la encarnación y la expresión de lo Divino. Aunque esto es verdad para todo lo que se manifiesta en el mundo, sólo los humanos tenemos la capacidad de reconocer nuestra naturaleza profunda. Esto nos coloca en un lugar único en la creación y es otro aspecto de nuestra fuerza y por tanto otro matiz de lo que significa la Fuerza Santa.
El efecto que este reconocimiento tiene sobre nosotros es lo que representa la segunda Idea Santa de este punto. El reconocimiento de que nuestra naturaleza interior es Esencia nos da fe. El uso de la palabra «fe» en este contexto necesita explicarse un poco si queremos entender de verdad esta Idea Santa, pues el sentido que se le asigna difiere del que solemos darle. Normalmente, fe significa que creemos que algo es probablemente cierto aunque no lo hayamos experimentado de forma directa y no tengamos una prueba real de su existencia. Nuestra fe, por tanto, es intelectual o intuitiva más que experimental. También utilizamos la palabra fe en el sentido de ser creyentes, de ser fieles a Dios —lo que consideramos nuestro deber— o a otra persona. En este caso, como Idea Santa, fe significa que sabemos que nuestra naturaleza interna es la Esencia por nuestro contacto directo con ella y por la integración del alma a través de ese contacto. La fe no es el resultado de creer que esto es verdad a través de la experiencia de otro o de una doctrina religiosa o espiritual.
El conocimiento experimental da lugar a una certeza incuestionable de que la Esencia es nuestra naturaleza, tanto si nos sentimos en contacto con estas profundidades como si no lo estamos en un determinado momento. Simplemente sabemos, de una manera que no puede negarse, —visceralmente, podríamos decir— que nuestra naturaleza interior es el Ser. En el momento en que percibimos de forma incuestionable que somos Esencia, nuestras almas han sufrido una transformación radical. La manera en que nos percibimos a nosotros mismos y al mundo es radicalmente diferente de cómo era antes de este cambio de la conciencia. Ya no somos creyentes ni buscadores sino que hemos llegados a identificarnos con el Ser como lo que somos. Ésta es una forma particular de concebir la iluminación desde la perspectiva del Punto Seis. La visión iluminada de la realidad sobre la que se centran la Fuerza Santa y la Fe Santa es que la naturaleza de nuestras almas —lo que somos— es el Ser. Cuando nos experimentamos de forma objetiva, sin los velos de la personalidad, sabemos que esto es cierto.
Mucha gente se embarca en el trabajo espiritual y recorre con dificultades durante mucho tiempo el Camino sin sentir que se haya producido un cambio fundamental. Para que ocurra la verdadera transformación, lo que significa un cambio en el centro de gravedad de nuestra alma desde la personalidad a la Esencia, necesitamos saber que somos Esencia más allá de toda duda. Toda la fe que tengamos en cualquier maestro espiritual o en cualquier enseñanza no es suficiente para cambiar de forma radical la sensación de quiénes somos, ni tampoco son suficientes todos nuestros conceptos mentales sobre lo que parece la realidad objetiva para cambiar nuestra orientación. Nuestra alma se transforma sólo a través de la experiencia directa.
Tampoco basta experimentar directamente a otro como Esencia o ni siquiera a todo el universo como la encarnación del Ser para que se produzca un cambio fundamental en nuestro sentido de lo que somos. Debemos experimentar directamente que nuestra propia alma es Esencia para que podamos integrar de verdad la Fe Santa. Como dice Almaas:
Aquí establecemos la distinción entre una experiencia de la Esencia que no se percibe como tú, que se siente como algo extraño o algo impuesto sobre ti o inducido o transmitido por otro, y la experiencia de la Esencia como tu propia realidad interior. Hay una enorme diferencia. Muchas personas experimentan su Esencia y creen que sólo está experimentando a su maestro espiritual o que han sido hipnotizadas, y esto implica la falta de reconocimiento de la Esencia como su naturaleza.[25]
Si está presente, este conocimiento directo de la Esencia nos sirve como un fundamento sólido para el alma. Si está ausente, que es la situación que existe cuando los Seis están identificados con la personalidad, la carencia de este fundamento crea todo tipo de inseguridades y miedos. Conjuntamente con la pérdida de contacto con la Esencia en la primera infancia, los Seis perdieron el conocimiento de que ésta existe como su naturaleza interior y que es lo que les sustenta. Esta pérdida de contacto y de conocimiento de la Esencia puede parecer la misma cosa, pero no lo es: puedes experimentarte a ti mismo como desconectado de la dimensión profunda y sin embargo tener la certeza de que existe. Aunque en el presente no tengas la experiencia de la Esencia, aún recuerdas y sabes que has tenido esta experiencia en el pasado. Sin esta Idea Santa, el conocimiento ha desaparecido. Estas experiencias dan la sensación de que nunca hubieran ocurrido o como si te las hubieras inventado. Te experimentas a ti mismo y al mundo como vacíos de Esencia y por tanto vacíos de todo lo que hace que la humanidad sea capaz de elevarse sobre el egocentrismo, y sobre las preocupaciones acerca de la supervivencia, para convertirse en seres amorosos, altruistas, generosos y nobles. La humanidad, incluido tú mismo, se experimenta sin estos impulsos y valores superiores, y por tanto la ves funcionando por motivos puramente instintivos y similares a los de los animales. Llevándolo al extremo, el mundo parece una selva darwiniana, en la cual todos luchan simplemente por sobrevivir, y en la cual el más fuerte triunfa sobre el más débil y lo destruye. El amor y la ayuda son efímeros, y la vida es básicamente una cuestión de supervivencia.
Esto, por tanto, es una interpretación de la inevitable falta de un apoyo total en la infancia debida a nuestra sensibilidad hacia las Ideas Santa de Fuerza Santa y Fe Santa. El alma de un Seis parece cubierta y congelada en una alarma reactiva ante sus primeras necesidades físicas no satisfechas, ante el abuso o ante un ambiente de peligro físico. Este estado de aprensiva prevención, en anticipación al siguiente trauma, para el cual el Seis no se siente en absoluto preparado, impregna todo. El entorno se percibe como algo en lo que no se puede confiar o bien como algo imprevisible, y los padres del pequeño Seis son vistos a través de esta lente inestable. El Seis puede haber tenido un padre alcohólico cuyo comportamiento parecía cambiar aparentemente sin razón alguna; o un progenitor sometido a imprevisibles accesos de ira, desencadenados a menudo por algo insignificante. Uno de los dos padres puede haber presentado exageradas fluctuaciones del estado de ánimo o quizá haber mostrado grandes variaciones en la forma en que le proporcionaba cuidados al niño. El progenitor que haya desempeñado el papel más importante en el cuidado quizá se sentía inseguro sobre cómo sostener el cuerpo del pequeño o cómo satisfacer sus necesidades, o simplemente puede haber tenido una personalidad tímida. Uno de los padres puede haberse comportado como una severa figura autoritaria, exigiendo absoluta obediencia e intimidando permanentemente al pequeño Seis. No importa cual haya sido la realidad de los padres, éstos fueron los factores que destacaban y que quedaron impresos debido a la sensibilidad del Seis hacia la Santa Fe y la Santa Fuerza. La «interpretación» realizada por la conciencia del niño que se estaba desarrollando fue que uno o ambos progenitores, o bien el ambiente en general, no podían satisfacer de forma constante sus necesidades, lo cual es sentido por un niño pequeño, totalmente dependiente, como una amenaza para la vida. El alma, entonces, se queda fijada alrededor de la ansiedad por la supervivencia y del miedo a la muerte física. La incapacidad e imposibilidad de satisfacer sus necesidades, junto con la percepción de los demás como no fiables, queda impresa y forma el núcleo de la sensación del yo de este eneatipo.
Esta realidad percibida, que se solidifica en los primeros años de la infancia, conforma el alma de un Seis y crece transformándose en una visión del mundo que Almaas describe como cínica. Sin la Santa Fe, existe de hecho un tipo de fe, pero es la convicción de que el universo está básicamente desprovisto de amor y de la capacidad de proporcionar sustento, y que los seres humanos son en definitiva egoístas y vanidosos, y les importan muy poco las consecuencias que sus acciones puedan tener sobre los demás. Es un mundo donde sólo gana el más fuerte, y tanto si el Seis se crece intentando demostrar que él es uno de los fuertes de la lucha, como si se considera abiertamente como uno de los débiles, éste es el aspecto que la realidad tiene para él. A pesar de sus fluctuaciones entre la esperanza y la duda, este cinismo —la creencia de que la conducta humana es inherentemente egoísta y basada en el interés personal—, de forma consciente o inconsciente, llega a asentarse firmemente en su alma. En un mundo semejante, poco puede uno confiar en la naturaleza humana, exceptuando la «confianza» que puedan darte los demás siempre que satisfagas sus deseos.
Sin la percepción de un fundamento propio —la Esencia— tampoco puede confiarse en la propia naturaleza, y de este modo, el Seis no encuentra nada en que apoyarse e inevitablemente se siente incapaz en la lucha de la vida.
Contando sólo con su ingenio como arma de supervivencia en un mundo amenazante y sin percibir, y mucho menos contactar, en su interior nada que pueda proporcionarle un sustento real, esta sensación interna de insuficiencia es el único resultado posible. La sensación de no tener lo que se necesita en la escaramuza por la vida —el desamparo ante otros que son imprevisibles e indignos de confianza— es el estado deficiente del Seis, y como se ha comentado antes, forma el núcleo de la sensación del yo. Uno se siente, ya sea consciente o inconscientemente, como alguien en peligro de no sobrevivir: el más pequeño de la camada, el débil, el que no está bien preparado, el indefenso, el inepto, el enfermizo, el enclenque. Los demás parecen más fuertes, poderosos, resistentes, inteligentes, ingeniosos, habilidosos, capaces y definitivamente más seguros de ellos mismos.
Esta percepción cínica del mundo y la sensación de inadecuación del yo en relación con él forman la actitud fijada —la fijación— del eneatipo Seis, representada como Cobardía en el Diagrama 2. A partir de esto, como veremos, surgen todos los patrones cognitivos, emocionales y de comportamiento característicos de este tipo.
Si nos centramos en lo que hemos visto acerca de cómo la orientación del Seis hacia la realidad se construye alrededor de la alarma reactiva y de la ansiedad por la supervivencia, podemos ver qué es lo que se vuelve preponderante en el nivel del instinto físico puro, en la parte animal del alma humana. Este nivel, que forma el fundamento de la personalidad en todos los eneatipos, como vimos en el capítulo 1, es la preocupación concreta de los Seis. Al centrarse en esto, se oscurece lo que se encuentra detrás de ello —si se concibe la conciencia de forma topográfica—, que es el dominio del Ser. A partir de esta base de instintos animales surge no sólo la orientación vanidosa y egoísta que el Seis percibe en los demás como amenazante, sino también el impulso del Seis por sobrevivir a esta amenaza. El nivel instintivo, en consecuencia, se convierte tanto en el enemigo como en el salvador, y dentro de esta contradicción yace el núcleo del conflicto y la incertidumbre que forman la base del paisaje del Seis.
Es un círculo vicioso: los sentimientos internos, los impulsos y las percepciones que podrían ser constructivos, y proporcionar un sustento, son cuestionados e invalidados, ya que podrían surgir de la parte peligrosa del interior: lo instintivo y lo animal. Por tanto, la sombra de la duda bloquea todo impulso, haciendo de ello algo que cuestionar, en vez de algo sobre lo que basar la acción. Mientras que los Seis a menudo actúan de forma impulsiva y reactiva, a causa del miedo, cualquier contenido espontáneo del interior es sometido a la sospecha, desechado por la mente y privado de vida.
El resultado de todo este comportamiento —que en el fondo persigue la autoprotección— es que irónicamente el Seis queda desconectado de la base que puede sustentarle. Es una forma de autocastración, que psicológicamente significa volverse impotente o privarse de la vitalidad. Esta autocastración psicológica, que se manifiesta en todos los rasgos autodespreciativos de la personalidad, también sabotea el contacto del Seis con la dimensión espiritual. La invalidación de la experiencia interna y la inhibición del impulso socava la capacidad del Seis de dar credibilidad a su propio proceso, que es la única manera en que puede profundizar y finalmente reconectar con la dimensión espiritual subyacente. Vemos que esta autoinhibición aparece en el Punto Seis del Eneagrama de las Acciones contra uno mismo, en el Diagrama 11, y refleja de qué manera al cortar los impulsos sabotea el desarrollo de su alma.
Este debilitamiento interno del Ser es la base del complejo de castración, definido por Freud, que se encuentra típicamente en este tipo: el temor generalmente inconsciente al daño físico o a la pérdida de poder en manos de una figura autoritaria. Según la interpretación psicológica, si la ansiedad de la castración es extrema, se manifestará como una sobreestimación narcisista del pene en ambos sexos. La parte del cuerpo asociada con el Punto Seis es, naturalmente, los genitales, y a menudo se tiene la sensación de que los Seis alternan entre defender y mostrar sus genitales a través de sus acciones. Aquí vemos un desplazamiento físico obvio de la sensibilidad psíquica.
Aunque es un fenómeno universal, lo que el Enfoque del Diamante define como el hueco genital es particularmente importante aquí y puede decirse que es una especialidad del Punto Seis. El hueco o agujero genital es la sensación de una ausencia en donde sabemos que deberían estar los genitales. Es una de las primeras formas en que las personas suelen experimentar, en un nivel físico, su falta de contacto con la Esencia. Quedarse en la sensación de hueco nos conducirá a una experiencia de amplitud, como si uno estuviera en el espacio intergaláctico. Este espacio es la base a partir de la cual surgen todos los Aspectos de la Esencia. Esta comprensión proporciona otro nivel de significado a la castración, ya que sin el contacto con la dimensión espiritual, nos experimentamos realmente como si no tuviéramos genitales.[26]
Sin percibir el fundamento del Ser y rechazando al mismo tiempo el primitivo mundo instintivo, a pesar de estar enraizado en él, el mundo se percibe como un lugar incierto que carece de un verdadero fundamento. Las cosas son inherentemente inestables o inseguras. Bajo la lente del cinismo, no es posible confiar en los demás ni contar con ellos. Aunque exteriormente pueden perecer amables, amorosos y dispuestos a darnos su apoyo, los Seis esperan suspicazmente que les caiga otra y se descubra el verdadero estado de las cosas. La incertidumbre más insidiosa, sin embargo, es interna. Como dentro no hay mucho en lo que confiar, un Seis vive —en mayor o menor grado, según su nivel de fijación— no solamente en un estado de incertidumbre, sino también con la dificultad de tener seguridad acerca de cualquier cosa. Esto incluye lo que siente, quiere, experimenta o piensa. La duda lo impregna todo, manifestándose en vacilación, indecisión, titubeo, indefinición, irresolución, dilema o escepticismo. Como no están seguros acerca de dónde se encuentran ni de lo que sienten, la toma de decisiones puede convertirse en algo obsesivo y causar una gran tensión ante el miedo de realizar la elección incorrecta. Titubean —a veces expresándolo en tartamudeos— y se bloquean, de manera que resulta difícil que la acción fluya sin el impedimento de esta autoduda.
Inevitablemente, resulta muy difícil para los Seis realizar acciones de manera decisiva e inequívoca. Cuando llegan a una conclusión y actúan de acuerdo con ella, vuelven a cuestionar su decisión y a preocuparse de haber elegido mal y precipitadamente. Su movimiento —ya sea física o sólo metafóricamente— es por tanto espasmódico, como el animal asociado a este punto, el conejo.
El permanente estado afectivo interno, la pasión del eneatipo Seis, es el miedo, como vemos en el Eneagrama de las Pasiones en el Diagrama 2. En el lenguaje psicológico, el miedo se define como una respuesta consciente a un peligro externo real, mientras que la ansiedad se define como una respuesta a un peligro cuyo origen es interno o inconsciente. Para la mayoría de los Seis, los dos estados parecen sinónimos, ya que las amenazas internas se experimentan como externas, a través del mecanismo de defensa de la proyección, que comentaremos brevemente. El miedo y la ansiedad, que el Seis experimenta como un ambiente emocional permanente, son anticipados por aquello que podría ocurrir interna o externamente. De hecho, los Seis raramente tienen miedo en las situaciones reales que les asustan, y por tanto su miedo se basa claramente en la imaginación.
De nuevo Freud resulta interesante en este caso para comprender la naturaleza de la ansiedad de este eneatipo. El hecho de que muchas de las teorías de Freud sean tan aplicables a la psicología de los Seis puede deberse a que él mismo fuese uno de ellos.[27] La última teoría de Freud sobre la ansiedad diferenciaba dos tipos: el primero, que llamó ansiedad automática, surge de lo que él llamaba situaciones traumáticas, en las cuales la psique es inundada por una estimulación excesiva que no puede abordar y que experimenta como abrumadora. Este tipo de ansiedad surge principalmente en la primera infancia, antes de que la estructura del ego haya empezado a cristalizar. En la siguiente cita, Charles Brenner, psicoanalista y exdirector de la American Psychoanalytic Association, nos explica, parafraseando a Freud, este tipo de ansiedad:
Un niño pequeño depende de su madre, no sólo para satisfacer la mayoría de sus necesidades más básicas, sino también para las gratificaciones instintivas, que al menos en los tres primeros meses de vida los niños experimentan principalmente en relación con las satisfacciones corporales. Así, por ejemplo, cuando un niño es amamantado, no sólo se sacia su hambre. También experimenta de forma simultánea el placer instintivo asociado con la estimulación oral, así como el placer de ser sostenido en brazos, arropado y tratado con cariño. Hasta una cierta edad, un niño no puede lograr estos placeres, es decir, estas gratificaciones instintivas, por sí mismo. Necesita que su madre lo haga. Si cuando la madre está ausente el niño experimenta una necesidad instintiva que sólo puede satisfacer ella, se desarrolla una situación traumática para el niño en el sentido que Freud usa esta palabra. El ego del niño no está suficientemente desarrollado para posponer la gratificación, conteniendo los deseos impulsivos a la espera de que puedan satisfacerse y, por el contrario, la psique del niño se ve abrumada por la afluencia de un estímulo. Como no puede manejar ni liberarse adecuadamente de este estímulo, desarrolla ansiedad.[28]
El segundo tipo de ansiedad, más aplicable a los adultos, es la ansiedad de alarma, que tratamos brevemente en el capítulo 1 al comentar el Punto Seis. En este caso, la ansiedad surge anticipándose a una situación traumática más que como resultado de ella e inicia la movilización de las funciones defensivas de la personalidad para que la situación no llegue a ser traumática. El peligro externo objetivo desencadenará esta ansiedad anticipada y provocará que llevemos a cabo acciones defensivas, mientras que las situaciones de los conflictos psíquicos que se experimenten como peligrosas provocarán maniobras defensivas del ego para evitar el impulso o la sensación que amenaza con presentarse en la conciencia. Usando el ejemplo anterior, la ansiedad de alarma surgiría en una etapa posterior, cuando el niño teme que la madre pueda abandonarle, porque asociaría su marcha con un posible trauma como el descrito anteriormente.
Freud también definió una serie de situaciones peligrosas para la estructura del ego en el desarrollo del niño, todas ellas relativas a determinadas fases de este desarrollo, y todas, como veremos, especialmente aplicables a la psicología del Seis. La primera situación peligrosa es la pérdida de la figura materna que proporciona cuidados al niño y es objeto de su amor. Más tarde, el peligro se convierte en el temor de perder su amor, seguido después del temor a la castración. Por último, el miedo en el período de latencia —entre los seis y los doce años de edad— es el del castigo a cargo de una figura paterna internalizada, el superego. La ansiedad asociada con cada uno de estos peligros en las fases específicas puede persistir, y de hecho lo hace, en las fases posteriores. Esto incluye la edad adulta, en la cual los miedos y preocupaciones aparentemente adultos son una falsificación de estas ansiedades primitivas enterradas profundamente en el inconsciente. Para los Seis, cualquiera de estas situaciones peligrosas parece actual, aunque sólo en el inconsciente. La cualidad del miedo y de la ansiedad en un Seis puede variar desde un estado progresivo de agitación interna y preocupación al puro terror, según el grado de neurosis, pero sea cual el alcance de esta identificación con la personalidad, el miedo estará siempre presente.
La pasión del miedo está irresolublemente ligada al mecanismo de defensa de la proyección del Seis mencionado antes. Se define como «un proceso mental a través del cual un impulso o una idea personalmente inaceptable es atribuido al mundo externo. Como consecuencia de este proceso defensivo, los intereses y deseos personales son percibidos como si pertenecieran a los otros. O una experiencia mental propia puede ser tomada erróneamente por la realidad unánimemente aceptada»[29]. Debido a esta defensa, con frecuencia es difícil que un Seis discierna entre lo que está pasando objetivamente a los demás y lo que su propia conciencia está experimentando que le sucede a los demás.
Muy a menudo, los sentimientos e impulsos hostiles y agresivos son proyectados por el Seis, y a su vez alimentan su miedo de un mundo malévolo. La crítica, los juicios y el rechazo, aunque menos agresivos abiertamente, son unas de las proyecciones destructivas preferidas por los Seis. El «razonamiento» inconsciente del alma para proyectar la agresividad es que en una etapa temprana fue experimentada como amenazante, y por tanto, tenerla dentro de uno significa tener dentro algo peligroso. Por consiguiente, la manera en que el Seis se deshace de esta amenaza interna es rechazarla a través de una proyección. Además, experimentarse a sí mismo como agresivo significaría cuestionar la identidad nucleica del Seis como ser débil y temeroso; y aunque esta sensación del yo es dolorosa, no obstante es familiar, y por tanto, irónicamente, un territorio seguro. Los sentimientos de amor y atracción sexual no permitidos, tales como la homosexualidad o la atracción por alguien comprometido, inalcanzable o que no muestre interés, a menudo sufren una transformación a través del proceso de proyección. Así, el objeto de amor parece odioso y cruel, da la sensación de que atormenta y desprecia al Seis, y este se siente entonces conscientemente odiado y siente miedo del objeto deseado de forma inconsciente, defendiéndose así con éxito de sus intolerables deseos. Otra variante típica de este mecanismo en los Seis es el sometimiento al poder y a la autoridad de otra persona idealizada, para la cual el Seis es totalmente leal y devoto, y que entonces puede percibirse como alguien malévolo, hostigador y castrador. Exploraremos este tipo de proyección más detalladamente cuando nos centremos en la relación del Seis con la autoridad, un tema especialmente complicado para este eneatipo.
La defensa de la proyección, por tanto, protege al Seis de sentimientos, pensamientos e impulsos interiores inaceptables que amenazan con volverse conscientes, así como de la ansiedad que acompañaría su emergencia en la conciencia. Esta ansiedad se transforma en miedo a través de la proyección, un miedo hacia otra persona o hacia el mundo en general. Los impulsos inaceptables del ello (lo verdaderamente inconsciente) —los instintos y otros impulsos inconscientes— son experimentados fuera de sí mismo, lo cual apoya y refuerza la distorsión cognitiva fundamental del Seis que produjo la pérdida de contacto con la Idea Santa: que el mundo es un lugar peligroso lleno de animales egoístas mal disfrazados. La proyección, por tanto, es básica para conformar la experiencia de los otros y del mundo del Seis. La sensación interna de no tener un terreno sólido y estable sobre el que apoyarse, que tiene su origen en la pérdida de la Fuerza Santa y la Fe Santa, conduce, como hemos visto, a una arraigada sensación interna de incertidumbre e inseguridad. A través de la proyección, esto se desplaza a los demás y al mundo en general, que entonces se ven como indignos de confianza. El mundo para un Seis es aterrador y precario, tanto a causa de sus proyecciones como por las impresiones de su temprana infancia. Es imposible determinar dónde empiezan unas y terminan las otras.
A su vez, las proyecciones nos conducen al tema de la paranoia, muy importante en la psicología de este eneatipo. La paranoia, según la define el diccionario Webster, es «una tendencia por parte de un individuo o de un grupo hacia una suspicacia o una desconfianza hacia los demás excesivas e irracionales basadas no en una realidad objetiva sino en una necesidad de defender el ego frente a los impulsos inconscientes, que utiliza la proyección como mecanismo de defensa y que a menudo crea una megalomanía compensatoria»[30]. En su extremo, la paranoia es una forma de psicosis en la que crees que alguien en particular, un grupo o el mundo entero, te persigue, te ha escogido para hacerte daño, te ha calumniado o incluso intenta envenenarte. Aunque los neuróticos Seis normales pueden a veces tener esos sentimientos, es más apropiado hablar de una actitud paranoide cuando se describe a los Seis que no están en el extremo disfuncional de la escala de la salud mental. Esta actitud paranoide consiste en una hipervigilancia y una hipersensibilidad ante nimiedades y ataques, en suspicacia y en una sensación general de desconfianza. Almaas se refiere a la cualidad paranoide de los Seis como «suspicacia defensiva».
La actitud paranoide del Seis no sólo le conduce a sentirse como una víctima, perseguido e intimidado, sino que también le lleva a tratar a los demás de esta forma para utilizarlos como chivos expiatorios. Los Seis pueden ver a personas o a grupos de personas como fuentes de sus problemas, en particular de su sensación de debilidad e impotencia. Esto es claro en las dos culturas asociadas con el Punto Seis, Alemania y Sudáfrica. El surgimiento del nazismo en Alemania puede considerarse como la respuesta de un país debilitado y derrotado tras las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, que se expresó privando del poder e intentando destruir a aquellos que parecían más prósperos y poderosos, simbolizados por la inteligencia judía. En Sudáfrica, la minoría blanca consiguió su fuerza al relegar oficialmente a los negros y a los mestizos a un estatus inferior, en el que teóricamente eran iguales a pesar de estar separados, pero que en la realidad no tenían ningún poder político en su propio país.
Implícita en la paranoia, existe una actitud de duda, que en sí misma es el efecto del miedo de la mente. Cuando domina la paranoia, el Seis se cuestiona todo bajo la lente de la duda. Este cuestionar no constituye un examen abierto, una verdadera indecisión, ni un sopesar cuidadosamente los hechos de una situación, sino una visión parcial. Existe un escepticismo, una predisposición a la incredulidad, a la sospecha. Este prejuicio, desde luego, se basa en el punto de vista cínico de que el mundo es un lugar peligroso lleno de personas egoístas que tan pronto te apoyarán como te abandonarán, y de que éste es el aspecto fundamental de la realidad. David Shapiro, en su descripción del tipo paranoide, que define bien el extremo del eneatipo Seis, describe este pensamiento suspicaz sosegado:
Una persona suspicaz es alguien que tiene una idea preconcebida. Mira al mundo con una expectativa fija y preocupada, lo sondea repetidas veces, sólo para confirmar sus temores. No se le podrá persuadir de que abandone su sospecha o su plan de acción basado en ella. Por el contrario, no prestará ninguna atención a los argumentos racionales excepto para encontrar en ellos algún aspecto o característica que realmente confirme su visión original. Cualquiera que intente influir o persuadir en una persona suspicaz no sólo fracasará, sino que también, a menos que sea suficientemente sensible como para abandonar sus esfuerzos a tiempo, se convertirá en objeto de la idea suspicaz original.[31]
Como apunta Shapiro, las personas paranoides sondean implacablemente toda la información disponible para confirmar lo que sospechan, afirmando, e incluso creyendo, que simplemente intentan llegar a la verdad de la situación. Son muy observadores, pero con la idea subyacente de encontrar una pista que confirme sus sospechas. Lo que observan, por lo tanto, es interpretado erróneamente para que encaje en la imagen que ya tienen acerca de cómo son las cosas. Por ejemplo, un Seis que está convencido de que no le gustas, a pesar de que le asegures lo contrario, estará hiperalerta a cualquier acción de tu parte que pueda interpretarse como un rechazo e indudablemente, con el tiempo, encontrará una confirmación a sus temores. Por debajo de este estado de alerta extrema, está su deseo de sentirse seguro para poder relajarse y abandonar su vigilancia aunque sea momentáneamente.
Aunque las dinámicas internas son las mismas, como se mencionó al comienzo de este capítulo, existen dos estilos de comportamiento de los Seis muy diferentes. Un Seis puede manifestar estos dos estilos de comportamiento en ciertos momentos y en determinadas situaciones de la vida, moviéndose hacia detrás y hacia adelante entre ambos. Sin embargo, uno de los dos estilos suele ser dominante en su personalidad. El primero es el tipo fóbico: un Seis que siente su miedo de forma aguda y se queda paralizado por él, como un ciervo sorprendido por los focos de un coche. Este Seis es tímido, indeciso, vacilante, sumiso, inseguro y trata constantemente de mantenerse a salvo y lejos del peligro. Diane Keaton, probablemente un Seis, a menudo representa papeles que ilustran esta cara insegura e indecisa del Seis, mientras que su amigo Woody Allen transforma en comedia, en sus películas, el aspecto neurótico y paranoide de este tipo. Los Seis fóbicos parecen y actúan asustados, sus almas están congeladas por el miedo.
El segundo tipo es el contrafóbico: un Seis que intenta actuar como si no tuviese miedo. Este tipo de Seis busca activamente situaciones arriesgadas para demostrar que no está asustado o que no es débil. Es la persona temeraria que camina por una cuerda floja situada entre dos rascacielos o que coloca su cabeza en la boca de un león, que escala un pico imposible o persigue a un criminal violento, envaneciéndose y tomando decisiones en un abrir y cerrar de ojos que pueden implicar especular con grandes sumas de dinero, volar en un avión experimental en una peligrosa misión de guerra o saltar esquiando sobre un precipicio. Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger ejemplifican en sus películas la versión culturista del Seis contrafóbico, mientras que Harrison Ford, Willem Dafoe y Clint Eastwood a menudo encarnan a los aventureros y héroes que se enfrentan y escapan a duras penas de apuradas y peligrosas situaciones. Linda Hamilton, en sus papeles de Terminator, es la versión femenina. Los Seis contrafóbicos pueden ser megalomaníacos, obsesionados con parecer heroicos, magníficos y omnipotentes: los Napoleones y los Hitlers del mundo. A pesar de todos los intentos de un Seis contrafóbico de demostrar que no tiene miedo —o quizás a causa de ello— su obsesión con el miedo destaca como su impulso motivador. El superego de estas variedades de Seis tiene una característica ligera mente diferente. En ambos casos es autoritario —imperioso y despótico— y exige una total conformidad. Refuerza el sentimiento básico sobre sí mismo de ser deficiente y de no tener en absoluto lo que hace falta en el juego de la vida. En los Seis fóbicos, el dominante y tirano crítico interior le reprende por ser tan miedoso, tan débil y por no tener determinación. En los Seis contrafóbicos, su superego se proyecta en los demás, a quienes experimenta como juzgadores y críticos, destructivos y amenazantes. Su superego le exige que sea duro y fuerte y, como al Seis fóbico, lo castiga por su miedo. La relación del Seis con su superego, como veremos, refleja su relación con las figuras de autoridad.
Respecto a las figuras de autoridad, estos dos estilos se comportan de forma diferente en lo superficial, y sin embargo, sus comportamientos provienen en lo más profundo del mismo lugar. Ambos son hipersensibles ante los que tienen poder, rango, autoridad o influencia y ante quienes no lo tienen, ante el jefe y el empleado, en otras palabras. Al tener una deficiente sensación interior de fuerza, poder y orientación, los Seis proyectan la autoridad fuera de ellos mismos. Debido a su inseguridad y a la falta de una base interna, por un lado ven la autoridad que les falta en el exterior en la forma de un individuo, una organización o un sistema de creencias. El tipo fóbico es devoto, cumplidor y servil respecto a cualquiera o cualquier cosa que considere una autoridad externa. Son adoradores y seguidores devotos de figuras idealizadas. El estereotipo del adulador servil y del criado fiel y obsequioso, para los cuales sería impensable y aterrador salirse de sus papeles, son ejemplos de este tipo de Seis. Quieren que la autoridad externa les proporcione la certidumbre y la decisión que a ellos les falta; quieren que alguien les diga lo que tienen que hacer y lo que es correcto e incorrecto; quieren un credo, una causa o una religión en la que puedan creer incondicional y fielmente; quieren un pilar que les dé una sensación de fuerza y solidez y que infunda a sus vidas un significado, la sensación de que viven para algo mayor y más importante que uno mismo; quieren algo o alguien a quien puedan seguir devota y sumisamente. En resumen, un Seis contrafóbico quiere a alguien o algo que le proporcione seguridad, y esto es tanto lo que le atrae como lo que le causa dolor, como vemos el Eneagrama de las Trampas, en el Diagrama 9.
Por otro lado, esta idealización pone al Seis en una posición de subordinación y sumisión, al haber entregado todo su juicio, guía y poder interior a esta autoridad, y a la vez la siente como una castración. En realidad, se ha castrado a sí mimo, pero de nuevo, por el mecanismo de defensa de la proyección, le parece que es una víctima perseguida por la autoridad. Por lo tanto, como con todo lo demás, incluso la relación de un Seis fóbico con la autoridad es ambivalente.
Esto nos lleva a la relación del Seis contrafóbico con la autoridad. El tipo contrafóbico es rebelde, desafiante y obsesionado con mantenerse independiente, hasta el punto de no reconocer ni aceptar la autoridad externa. Aquí vemos el arquetipo del rebelde sin causa, que se resiste a la autoridad para protegerse de una posible castración destructiva real o imaginada. Si avanzamos un poco más en esta escala, un Seis contrafóbico puede llegar a retratarse a sí mismo como la autoridad, queriendo que los demás lo sigan y lo idealicen, como comentamos en los ejemplos de Adolf Hitler y Napoleón Bonaparte. Líderes venerados como Jim Jones son un ejemplo de este extremo contrafóbico. Esto es un intento del Seis de reclamar su autoridad interna demostrándose a sí mismo que la posee porque ostenta un gran poder e influencia sobre los demás. Intenta encontrar la seguridad —su trampa, como vimos antes— a través de ser venerado, temido y seguido por sus leales devotos.
El Seis fóbico necesita seguir ciegamente algo o alguien que percibe mayor que él mismo y a quien puede subordinarse, y la necesidad del Seis contrafóbico de rebelarse contra la autoridad o convertirse en ella refleja la palabra idealización del Punto Seis del Eneagrama de las Mentiras, en el Diagrama 12. En todas estas relaciones con la autoridad, vemos la proyección de las cualidades de verdadera fuerza de un Seis —la Esencia— sobre tal figura. Necesita que algo, o alguien, sea ensalzado y visto como ideal, fuerte y poderoso; y otro tiene que ser inferior, temeroso y fiel a este ideal. Esta es la relación objetal de un Seis, sin que importe con que lado se identifique.
Tanto las relaciones del fóbico como las del contrafóbico con la autoridad están representadas por la Alemania Nazi. Hitler, el paranoide contrafóbico que exigía total lealtad y obediencia; la recibió de una cultura que muchos perciben como históricamente buscadora de líderes fuertes a los que seguir a ciegas. Ursula Hegi explica el comportamiento alemán de la era Nazi en su novela Las Piedras del Río:
Sólo unas cuantas personas en Burgdorf habían leído Mein Kampf, y muchos pensaban que todo este discurso sobre la Rassenreinheit —la pureza de la raza— era absurdo e imposible de aplicar. Sin embargo, el largo entrenamiento de obediencia a los mayores, a los gobiernos y a la iglesia hacían difícil —incluso para los que consideraban deshonrosos los puntos de vista Nazis— manifestar sus recelos. Y por eso se quedaron callados, cediendo ante cada nuevo ultraje mientras esperaban que desapareciesen los Nazis y sus ideas; pero con cada sumisión renunciaban más a ellos mismos, debilitando la estructura de la comunidad mientras crecía el poder del los Nazis.[32]
Incluso el tipo fóbico del Seis, tan conformista y respetuoso superficialmente, posee una oculta tendencia disidente que puede ser sutil o evidente. Puede manifestarse como una agresividad pasiva, por ejemplo, diciendo que va a hacer algo y luego no haciéndolo. También puede adquirir la forma de pedir consejo a todo el mundo sobre algo, y después rechazar todas las opiniones rebelándose por ser «coaccionado» por los demás. No es fácil para el Seis hacer frente a esta tendencia. Incluso un Seis rebelde evita a toda costa experimentarse a sí mismo como alguien que es desleal o que abandona lo que percibe como su deber. Puede pertenecer a una banda de delincuentes o estar implicado en actividades que el resto de la sociedad estime como delitos, pero se considerará fiel a sus camaradas. En lo profundo, como los Seis no pueden estar siempre completamente de acuerdo con aquéllos que consideran figuras de autoridad —no pueden ser totalmente fieles— se sienten infractores y delincuentes, y creen que esto es un defecto de ellos. Su devoción sustituye su carencia subyacente de una auténtica fe, como expresó de forma elocuente el teólogo cristiano de mediados del siglo XX Remhold Niebuhr: «La ortodoxia fanática nunca se basa en la fe sino en la duda. Cuando no estamos seguros estamos doblemente seguros»[33]. Existe una vergüenza profunda por no estar totalmente en conformidad con quienquiera o lo que quiera que consideremos una autoridad, y por tanto, los Seis evitan esta sensación interior como si fuese la peste. La sensación de ser diferente, de estar fuera de la norma, de ser desleal o de no cumplir con el deber es casi insoportable para un Seis. Por esta razón, la disidencia/infracción aparece en el Punto Seis del Eneagrama de las Evitaciones, del Diagrama 10, pues éstas son las experiencias que más desea evitar un Seis.
El gran maestro espiritual Jiddu Krishnamurti, que probablemente era un Seis, centró su trabajo y desarrolló toda su enseñanza espiritual alrededor de la relación con la autoridad. Enseñó acerca del rechazo a todas las autoridades externas y a cualquier práctica definida, incluida la meditación formal. Educado para convertirse en un mesías para el mundo por la teósofa Annie Besant durante los primeros años del siglo XX, abandonó este papel, renunciando a ser proclamado una figura que pudieran seguir unos discípulos. Su declaración de disolución de la orden de la cual él debía ser la cabeza decía que «la verdad es una tierra sin caminos y no puedes encontrarla a través de ningún tipo de senda, mediante ninguna religión ni ninguna secta. La verdad, al no tener límites, al no ser condicionada ni alcanzable por ningún camino, no puede ser organizada; tampoco debería formarse ninguna organización que condujera o coaccionase a las personas a seguir un camino particular»[34].
En ningún sitio es más obvia la cualidad idealizada de la Esencia de los Seis —el Aspecto idealizado de este eneatipo— que en la relación de un Seis con la autoridad. Para un Seis, la cualidad del Ser que parece faltarles y que buscan como respuesta a sus problemas es la que se caracteriza como estabilidad, solidez, certeza, definición, concreción, perseverancia, resolución, determinación, fortaleza y sustentación. Éste es el Aspecto esencial que se denomina Blanco o Voluntad en el Enfoque del Diamante. Es uno de los lataif, los centros sutiles descritos en el sufismo, que son puertas al mundo esencial. Los lataif también incluyen el Aspecto Rojo o Fuerza, que comentaremos cuando exploremos el eneatipo Ocho; el Aspecto Amarillo o Dicha, que abordaremos cuanto comentemos el eneatipo Siete; el Aspecto Verde o Compasión, y el Aspecto Negro o Poder.
La experiencia de la Voluntad es el sentimiento de la presencia del Ser como un apoyo interior estable e inmutable. Puede experimentarse como si estuviésemos sobre una montaña inmensa e inamovible o como si fuésemos ella misma, y cuando la experimentamos, sabemos que nuestra naturaleza esencial está siempre presente y es de por sí inquebrantable. Como la personalidad es una estructura mental, cuando estamos identificados con ella nuestra alma no tiene ningún fundamento ni ninguna base. A diferencia del Ser, la personalidad necesita ser apuntalada y reforzada constantemente; necesitamos que los demás nos den apoyo emocional y aprobación para mantener nuestra sensación de quienes somos. El Ser, por el contrario, es lo que está presente cuando estamos totalmente relajados y dejamos de intentar que las cosas ocurran, y cuando abandonamos todas nuestras creencias y posturas. La presencia de la Voluntad nos da una sensación de confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad de perseverar en cualquier empresa que iniciemos. Fundamentalmente, es nuestra capacidad de perseverar en el descubrimiento de nuestras verdades profundas, de viajar por nuestro territorio interior con resolución y de descubrir de una forma directa quiénes y qué somos realmente.[35]
En el caso del Seis fóbico, la autoridad externa parece ser la encarnación de la Voluntad, mientras que un Seis contrafóbico intenta él mismo convertirse en ella. La devoción, fidelidad, dedicación, fiabilidad y constancia del Seis fóbico siempre se relacionan con otro que parece su ancla, su soporte y su base: la encarnación de la Voluntad, en resumen. El heroísmo y la intrepidez del Seis contrafóbico son intentos de actuar como si él fuese la manifestación de la Voluntad. En cualquiera de los casos, la personalidad se configura de tal forma que imita las características de la Voluntad verdadera.
La confianza y la seguridad de la Voluntad son las principales características que la personalidad Seis intenta reproducir y encarnar, pero esta solución requiere una tensión mental, emocional y física para ser mantenida. Para poder contactar y encarnar estas cualidades plenamente de una forma real, de manera que el alma pueda relajarse y desplegarse del todo con una sensación de seguridad, un Seis debe realizar contactos prolongados con sus profundidades interiores. Para ello, necesita la virtud asociada con este punto, el valor, como vemos en el Eneagrama de las Virtudes del Diagrama 1. Cuanto más se enfrenta a su realidad interior sin ser apartado por el miedo y sin dudar de su experiencia, más valor desarrolla. El valor es realmente lo que necesita para poder hacer frente a los recuerdos y a las partes de sí mismo que siente como aterradoras y amenazadoras, y a la vez, a medida que haga esto, su valor aumentará. Los Seis confunden el valor con los actos externos de valentía, mientras que la manifestación más profunda del valor es ser capaz de enfrentar y cuestionar los conceptos fundamentales de yo y otro grabados en la textura del alma.
Ichazo define la virtud del valor como «el reconocimiento de la responsabilidad individual de nuestra propia existencia. En la posición del valor, el cuerpo se mueve naturalmente para preservar la vida». En contra de la tendencia del Seis a buscar la seguridad fuera de sí mismo en la forma de una persona, de una causa o de un credo al que pueda entregarse —o si es el contrafóbico, utilizando su energía en rebelarse contra alguien o convirtiéndose él mismo en alguien a quien otros puedan seguir y apoyar—, lo que necesita es cambiar de dirección para buscar en primer lugar la confianza dentro de sí mismo. Para que ocurra en él una verdadera transformación, es preciso que suelte todo aquello a lo que se agarra para sentir seguridad, y que esté dispuesto a mirarse con valentía tal como es. A continuación se exponen algunas claves importantes que el Seis necesita tener en cuenta en su viaje interior.
En la liza espiritual y psicológica, enfrentarse a sí mismo significará reconocer e intentar entender sus necesidades de tragarse las enseñanzas a las que se ha adherido sin cuestionarlas y de adaptarse irreflexivamente a ellas. Descubrirá que esta tendencia se basa más en la duda que en la certeza: su propia duda de poseer algo más que una personalidad. A pesar de esta tremenda lealtad y dedicación a su maestro o a su enseñanza, en realidad no cree que su naturaleza sea Esencia. Siente que el contacto más cercano que puede lograr con la Naturaleza Verdadera es la proximidad con aquéllos que parecen encarnarla. Basándose en su propia experiencia, no tiene una fe verdadera en el mundo esencial, como comentamos en relación con las Ideas Santas, sino que debido al miedo sigue con una fe ciega lo que otro dice. El valor, por tanto, significa antes que nada enfrentar con decisión esta realidad sobre sí mismo. Al hacer esto, enseguida tomará contacto con lo poco que conoce con certeza acerca de sí y de los demás, y con su tendencia mental hacia la sospecha y la duda. Verá que esta predisposición está muy arraigada y cargada de miedo, y que surge de esa sensación de ser pequeño, débil e indefenso. Incluso si es un contrafóbico que ha hecho grandes hazañas para demostrar lo fuerte que es y que carece de miedo, si es realmente honesto, verá que se ha estado defendiendo de esta aterradora capa más profunda.
Entrará en contacto con su falta de fe en sus propias percepciones, con su duda y su desconfianza de sí mismo. Aquí necesitará explorar qué acontecimientos de su infancia contribuyeron a esta falta de confianza. Puede encontrar una figura parental autoritaria e invalidadora o bien una figura insegura y carente de confianza. Puede que le hayan dicho muchas veces que no sabe nada y que no era posible fiarse de él. Puede descubrir que las situaciones aterradoras que tuvo que enfrentar en su primera infancia eran tan temibles para él que no podía confiar en sus percepciones. Para algunos Seis, la dependencia en su primera infancia de personas a quienes temían, pero que sin embargo necesitaban, les creó una gran ambivalencia y dudas interiores, una incertidumbre sobre lo que era verdaderamente la realidad.
A medida que explore esto, es seguro que surgirá su miedo. Necesitará ponerse en contacto con esta sensación del yo y del otro que origina este terror: su visión de sí mismo como débil, el peor de la camada, incapacitado e indefenso ante un mundo amenazador poblado de otras personas brutales y malvadas. Necesitará experimentar y entender cómo se instauró esta manera de juzgar las cosas y comprender por qué se siente tan incapaz. Puede descubrir, si es del tipo fóbico, que en su historia no era bueno que manifestase su fuerza y que fue necesario que se mostrase sumiso y maleable. O, si es un contrafóbico, que tuvo que ser mucho más fuerte de lo que en realidad se sentía y que en su situación no estaba bien que expresase el miedo. En cualquiera de los casos, es improbable que su miedo fuese realmente atendido en su primera infancia, y para transformarlo de verdad, se dará cuenta de que ahora es él quien tiene que aceptarlo y cuestionar su razón, preguntándose si realmente necesita tener tanto miedo.
Tendrá que hacer frente a sus impulsos, a su agresividad y a su fuerza, y descubrir si son partes que realmente hay que temer en uno mismo y en los demás. Al entrar en contacto con esto, accederá a su capacidad para ser fuerte y a no encogerse frente al peligro, y a la vez hará surgir su miedo de perder a alguien en el exterior con quien puede relacionarse de forma servil, rebelde o como una autoridad. En resumen, se enfrentará a su soledad a medida que vaya permitiendo que se disuelvan estas relaciones objetales interiores y empiece a experimentar su alma sin estos velos. Su miedo de los demás lo ha mantenido en una relación con ellos, aunque sólo fuera en su propia mente, y tanto si estas relaciones eran problemáticas y ambivalentes como si no, le han impedido que se enfrentase totalmente a sí mismo. Su superego intentará evitar que llegue a este nivel de indagación, amenazándole con la pérdida de toda su seguridad.
Entrar en contacto con su miedo e investigarlo le llevará hasta su núcleo: el miedo de no ser más que un cascarón sin una realidad más profunda para él. Esto le conducirá hasta su falta de contacto con su naturaleza esencial, y verá que este miedo forma un anillo alrededor de los lugares de su alma donde esta falta de contacto se siente como un hueco o una brecha. Enfrentarse al vacío de estos agujeros requerirá todo el coraje que sea capaz de reunir, y finalmente verá que lo más aterrador no es el vacío, sino la prevención —el miedo en sí— sobre lo que pueda o no pueda haber allí. Llegará un momento en que será capaz de adentrarse valerosamente en estos lugares vacíos del alma y encontrará que en lugar de los abismos mortales y devoradores que había temido, al permitir totalmente el vacío, se convierte en espaciosidad. Al experimentar esto, su alma empezará a relajarse y verá que en realidad no había nada en su interior a lo que temer, lo cual era la raíz de su miedo.
Al descender repetidamente a su mundo interior, a partir de la espaciosidad surgirán toda una variedad de cualidades de su Naturaleza Verdadera. Cuanto más valor tenga para hacer estas incursiones interiores, más contactará con la base que lo sustenta, que a su vez le dará una sensación de seguridad y confianza en sí mismo. Poco a poco, recuperará sus profundidades y encontrará el fundamento en su interior. En vez de ser un creyente o un seguidor, conocerá directamente la Esencia, y a través de este contacto experimental consigo mismo, sabrá que él es del todo inquebrantable e indestructible. En vez de ser uno de los fieles, sabrá que la Esencia es su fuerza y verá que eso es algo que no necesita preservar ni proteger, ni temer que pueda perderse. Su fe, al final, será auténtica.