El flujo interno y el niño interior
El orden en el que he presentado los eneatipos ha sido según lo que se conoce como el flujo interno del eneagrama: el movimiento de un punto al otro, indicado por las flechas del Diagrama 5.
El punto que sigue a otro, siguiendo la dirección de las flechas, es una elaboración posterior que es el resultado y la reacción del original. El flujo interno sigue lo que quizá pueda describirse mejor como la lógica del alma, en su evolución de los diferentes tipos de ego, una lógica que puede ser evidente si se leen los tipos en el orden presentado. A continuación se ofrece un breve resumen del desarrollo de los tipos cuando se sigue el flujo interior. Comenzando con la pérdida de contacto del Punto Nueve, vemos cómo cada punto es un intento de resolver la difícil situación del alma de estar separada de sus profundidades y cómo la problemática de cada punto es la consecuencia natural de la solución a la que se llega en el tipo precedente. La solución a la que cada eneatipo llega es inherentemente insatisfactoria, pues esta dificultad no puede resolverse en el nivel de la personalidad y por eso la búsqueda de la solución continúa alrededor del eneagrama de la personalidad en una especie de círculo vicioso.
Vimos al comentar el triángulo interior de qué manera la pérdida de contacto con la Esencia, representada por el Punto Nueve, conduce al temor existencial del Punto Seis. Sin el fundamento interno del Ser, el alma se encuentra insegura y atemorizada, lo que a su vez desarrolla una falsa personalidad —representada por el Punto Tres— para ser capaces de sobrevivir y funcionar. Con nada más que nuestros impulsos y nuestros instintos animales, el mundo es el lugar donde sobrevive el más capacitado, en el Punto Seis; y con el movimiento hacia el Punto Tres, sientes que debes salir adelante con tus propios esfuerzos, construyéndote una sensación del yo y de la vida, y convirtiéndote en realidad en un semidiós.
Cuanto más te crees esta cáscara y vives en la superficie de ti mismo, y cuanto más te identificas con lo que haces y con lo que logras, más apoyas también el olvido de tus profundidades, pues el movimiento del flujo interior nos devuelve al Punto Nueve. Todo lo queda entonces es buscar la comodidad y distraerse, centrándose en asuntos sin importancia y sin trascendencia de forma mecánica y sonámbula.
De modo que en el movimiento de un punto al siguiente a lo largo del triángulo interior, vemos las capas de desarrollo del alma de una estructura de la personalidad. Como hemos visto, los eneatipos que rodean a los que están en el triángulo pueden considerarse como elaboraciones o variaciones de este proceso arquetípico. Empezando con el Punto Uno (lo cual es arbitrario, pues podríamos empezar en cualquier punto del círculo exterior), vemos que en respuesta a la sensación de ser imperfecto, de estar herido o tener defectos, el movimiento natural es hacia el anhelo de un origen perfecto, representado por el Punto Cuatro. Desde otra perspectiva, el intento del Punto Uno de hacerse a sí mismo y a los demás perfectos —que está condenado al fracaso, ya que lo que es incorrecto es la pérdida de la visión de la perfección inherente del alma— conduce al sentimiento trágico de desesperada añoranza del Punto Cuatro. O, aún desde otro punto de vista, la sensación interna de maldad del Punto Uno conduce al Punto Cuatro, al ser abandonado y expulsado lejos del Ser.
En el Punto Cuatro, incapaz de conectar con el manantial interior, el alma se mueve naturalmente hacia fuera, hacia los otros, para buscar esa conexión, representada por el Punto Dos. Volverse dependiente del amor de otro para encontrar la plenitud parece la solución obvia cuando has decidido que el alejamiento de tus profundidades es irremediable. En el Punto Dos, da la impresión de que la solución es apegarse a alguien que personifique lo que deseas, y el amor romántico parece conllevar la promesa de la satisfacción. Pero después de tanto adular a los demás y convertirse en un sufrido halagador en el Punto Dos, el alma ya esta harta de esta clase de humillación, y la satisfacción a través de las relaciones ya no llena el vacío interno.
De modo que el siguiente paso en el flujo interno es hacia el Punto Ocho, optando por el dominio y la venganza a causa de toda la degradación que ha sufrido en el Punto Dos. La atención se centra en ajustar las cuentas y en ser duro en vez de débil. En lugar de rendirse a la voluntad del otro y volverse impotente como en el Punto Dos, estar al mando parece la repuesta. Ya basta de ser una víctima, no importa lo inocente que sea, y ya basta de amor, que al fin y al cabo tampoco resuelve nada. En vez de manipular a los demás para conseguir lo que quieres y esperar que respondan, lo cual nunca hacen correctamente, ya es hora de asumir el control y de arrebatar lo que quieres sin preocuparte por nadie más.
Cuando esta solución no logra procurar la satisfacción deseada, el siguiente movimiento del alma es retirarse, representado por el movimiento hacia el Punto Cinco. Recoger tus canicas y marcharte a casa podría ser el mejor castigo después de todo, y esas canicas además parecen bastante valiosas; por tanto, la atención se traslada a guardarlas a una distancia segura de toda interferencia o demanda. La implicación apasionada con la vida sólo ha dejado el vacío, de modo que observar desde un lugar seguro parece la mejor solución en el Punto Cinco. El conocimiento podría traer la satisfacción, y a su vez conduce a escaparse en las abstracciones y esquemas del Punto Siete. La búsqueda de entretenimientos mentales estimulantes parece mejor que el seco vacío que se había vuelto central en el Punto Cinco. Programar tu trayectoria hacia la plenitud parece, con el movimiento del Punto Siete, más prometedor que permanecer aislado en el Punto Cinco.
La planificación y la programación del Punto Siete conduce a su vez a tener una sensación de cómo podrían ser las cosas, y añadiendo la sensación de que así es como deberían ser, volvemos al Punto Uno. La necesidad de ser positivo del Punto Siete conduce a una especie de militancia para hacer el bien en el Punto Uno, apoyada por la convicción defensiva de la rectitud. A partir del plan idealizado desarrollado en el Punto Siete, viene la crítica de todos aquellos que no se adhieren a él, en el Punto Uno.
El punto que precede al propio en el flujo interno (el que está directamente antes, moviéndose hacia atrás en el flujo interior) se denomina el punto del corazón de cada tipo. Esto es porque es el corazón del siguiente eneatipo, en el sentido de que psicodinámicamente forma una capa más profunda en el alma. Cada tipo puede verse como una respuesta y una reacción dentro del alma hacia su punto del corazón. Enseguida desarrollaremos esta idea en más detalle.
El punto que sigue al propio ha sido llamado por algunos autores que han escrito sobre el eneagrama el punto de estrés. La idea es que en las situaciones de estrés, nos movemos en la dirección de ese punto, adquiriendo sus actitudes, tono emocional y su estilo de comportamiento. Este concepto no formaba parte de las enseñanzas originales de Naranjo, y en mi experiencia no es totalmente preciso. Moverse con las flechas hacia el punto que sigue al propio podría considerarse más correctamente como seguir la línea de menor resistencia de la personalidad. Es una posición defensiva, y por tanto nos aleja aún más de nuestras profundidades internas. Nuestra posición egoica aquí está más reforzada, y por tanto nos volvemos más impermeables a cualquier verdad profunda que se filtre de nuestra alma. Por tanto, en vez de cuestionar nuestra posición, nos atrincheramos más cuando nos desplazamos hacia la mentalidad definida por este punto.
Aunque frecuentemente nos volvemos más defensivos cuando estamos bajo estrés, no siempre ocurre esto. Las situaciones que son extremadamente difíciles pueden quebrar nuestras defensas, acercándonos a nosotros mismos en vez de alejarnos. Para muchos de nosotros, la muerte de un ser querido, un accidente o una enfermedad grave pueden representar giros decisivos en nuestras vidas, a partir de los cuales nos abrimos a algo más profundo en nuestro interior y nos acercamos más a nuestra verdad interna, pues estamos más abiertos y transparentes a ella. Mi experiencia personal, así como la observación de los demás, es que en momentos de tensión y de angustia, tenemos más posibilidades de ir hacia el punto del corazón de nuestro propio tipo que hacia el punto siguiente. La defensa frente a la apertura a la exploración interior parece ser una alternativa, más que el propio estrés o un cierto grado de éste. Por ello, es más exacto referirse a estos puntos como el punto del corazón y el punto defensivo.
Centrándonos en el punto del corazón, ¿qué significa y cuáles son las implicaciones de que éste forme una capa por debajo de nuestro eneatipo? La comprensión desarrollada por Almaas en el Enfoque del Diamante es que las características de nuestro punto del corazón se correlacionan con una de las estructuras más problemáticas de nuestra alma, que él ha denominado el niño del alma. Nuestro niño del alma es parte de nuestra conciencia, cuyo desarrollo detuvimos siendo muy pequeños, y por tanto, no maduró con el resto de nosotros y en consecuencia lo experimentamos como una parte de nosotros que es un niño. No se trata simplemente de una versión de nosotros tal como somos ahora pero más pequeños; es la parte nuestra que no recibió atención, a la que no se le permitió ser totalmente y no fue apoyada. Sus cualidades —que como veremos son las de nuestro punto del corazón— no fueron aceptables por una razón u otra en el entorno de nuestra infancia, y por ello aprendimos a suprimir estos aspectos de nosotros mismos. Nuestra personalidad se desarrolló alrededor de esta parte sellada de nosotros, en gran medida como reacción a ella.
Debido a que sus características no fueron aceptadas, desarrollamos otras —las del punto siguiente si nos movemos en la dirección del flujo interno del eneagrama— que son las de nuestro eneatipo. Las partes nuestras que fueron aceptadas por nuestros padres y apoyadas por el entono maduraron, mientras que el niño del alma quedó atrás, ocultándose cada vez más de nuestra conciencia.
Nos hacemos conscientes de la presencia de nuestro niño del alma cuando nuestra parte adulta sabe que necesitamos hacer algo, y nos descubrimos postergándolo o incluso olvidándolo totalmente. La advertimos cuando necesitamos perder peso o hacer más ejercicio, y en vez de eso nos encontramos comiendo bombones o durmiendo la siesta. Lo vemos cuando tenemos que pagar nuestros impuestos, y acabamos esperando hasta el último momento posible, a pesar de nuestras mejores intenciones. La advertimos, en resumen, cuando nuestras acciones no corresponden con nuestra percepción objetiva de lo que es necesario, y por ello nos sentimos divididos y en desacuerdo con nosotros mismos. Nos descubrimos realizando las cosas que constituyen retos en nuestra vida a pesar de nuestro niño del alma, y gran parte de nuestra energía se invierte en superar la resistencia frente a nuestras aspiraciones como adulto.
Como todos los niños, el niño del alma se mueve por el principio de placer, y sólo quiere hacer cosas que sean divertidas y agradables, para un niño. Debido a esto, los placeres de los adultos, como resolver un problema difícil, asumir una responsabilidad en el trabajo que pone a prueba nuestra fortaleza, clarificar asuntos con un amigo de manera que deban decirse cosas difíciles, etc., no son actividades que parezcan muy interesantes para nuestro niño del alma. De modo que organiza una pataleta en nuestro interior o bien simplemente se niega a moverse, y nuestra parte adulta acaba exasperada y sin saber qué hacer respecto a lo que necesitamos hacer.
Debido a que nuestro niño del alma es una capa más profunda de nuestra estructura de la personalidad, se experimenta como si fuéramos más nosotros mismos. Profundamente estamos más identificados con él que con las capas que se desarrollaron a su alrededor. Esto explica otra situación en la que nos hacemos más conscientes de nuestro niño del alma: cuando hemos logrado algo o cuando obtenemos reconocimiento por algún talento o habilidad. A menudo no nos sentimos orgullosos de lo que hemos hecho y no nos sentimos afectados por el reconocimiento, como si realmente no fuéramos nosotros los que lo hicimos. Cuando esto ocurre, es porque nuestro niño del alma, con el que estamos más profundamente identificados, no estuvo implicado. De modo que los talentos que desarrollamos después de que nuestro niño del alma quedó separado de nuestra conciencia, muy a menudo dan la sensación de no pertenecernos, y nos proporcionan poca satisfacción y realización verdadera.
Nuestro niño del alma se siente más vivo y vital que el resto de nuestra personalidad, pues todavía mantiene el acceso a la esencia. Como todos los niños, este niño interior es una mezcla de tendencias primitivas y animales y estructuras del ego incipiente, así como cualidades puras del Ser. Podría ser más preciso definirlo como una estructura formada en el alma cuyo núcleo interno es la Esencia, con otras estructuras de la personalidad madura superpuestas. De modo que cuando penetramos a través de nuestro niño del alma en nuestra conciencia, inevitablemente contactamos con todas las cualidades esenciales que estaban a nuestro alcance cuando niños: la alegría, la viveza, la curiosidad, la fuerza y el amor de la vida que sentíamos entonces. Una cualidad concreta del Ser emergerá con más fuerza, el Aspecto idealizado de nuestro punto del corazón, y a ello volveremos enseguida.
A pesar de que al principio, cuando conectamos con nuestro niño del alma, tomamos contacto con las cualidades más infantiles y negativas del eneatipo que forma nuestro punto del corazón, si este niño no forma parte de nuestra vida consciente actual, sentimos que nos falta algo. Puesto que el niño del alma se siente como lo que somos realmente, cuando no estamos en contacto con él, podemos ser capaces de hacer todas las cosas que la vida adulta requiere, pero sentimos que nuestro corazón no está en ello. Nuestro corazón se siente desconectado, y nuestro niño del alma se siente como un obstáculo y una barrera. Nuestras vidas parecen monótonas y aburridas, mecánicas y desprovistas de verdadero disfrute y entusiasmo. Si nuestro trabajo sobre nosotros mismos no implica hacernos conscientes de nuestro niño del alma e integrarlo, también se convierte en algo soso y frustrante. Entonces, nuestro niño del alma termina resistiéndose contra nuestros esfuerzos por desarrollarnos y puede llegar a ser el mayor impedimento para nuestro crecimiento. Aunque el niño del alma no se menciona en las enseñanzas espirituales, que yo sepa, sin integrar esta estructura dentro de nuestra conciencia no podemos hablar realmente de verdadera transformación. Sin haberlo traído a la conciencia y haberlo asimilado, permanecemos identificados con el niño y nunca maduramos totalmente.
Por otro lado, experimentar nuestro niño del alma a menudo se experimenta como algo peligroso o amenazador para nuestras partes adultas. En la curiosa forma infantil de pensamiento mágico de nuestras almas, frecuentemente creemos que si nos permitimos hacernos conscientes de nuestro niño del alma, su realidad se volverá repentinamente cierta. Es como si creyéramos que manteniéndolo dentro del armario, desconectado de nuestra conciencia, también evitamos que su realidad informe nuestras vidas. Lo cierto es que es justo al revés: cuanto menos conscientes somos de nuestro niño del alma, más dirige nuestra vida, manifestando todo tipo de comportamientos y motivaciones ocultas que hacen la vida problemática de una u otra manera. En vez de dejarlo de lado o intentar deshacernos de él, nuestro niño del alma, como todos los niños, necesita ser apoyado y aceptado, ser atendido y guiado con amor para que pueda crecer y desarrollarse. Necesita el apoyo que no recibió en la infancia, que ahora sólo nosotros podemos darle de una manera que sea clara para nuestra alma. Esto no significa que lo consintamos o lo malcriemos, sino que estemos presentes para él y de este modo lo integremos en nuestra conciencia adulta. Nuestro niño del alma no crece realmente; pero si se le acepta y se le permite ser, esta estructura interna llega a volverse más fina y más difusa en nuestra conciencia, permitiéndonos el acceso a las cualidades esenciales de su núcleo. Como todas las estructuras del alma, que en definitiva son construcciones mentales, no se trata de que cambie la estructura, sino de que se vuelva más permeable y porosa, de modo que lleguemos a estar más en contacto con la realidad que ha ocultado.
Nuestro niño del alma tiene las cualidades y las características del punto del corazón de nuestro eneatipo, y su núcleo es el Aspecto idealizado de ese punto. Es decir, las cualidades del aspecto idealizado del punto del corazón son aquéllas que no recibieron apoyo cuando éramos niños. Debido a que estas cualidades no fueron permitidas o favorecidas, las suprimimos y desarrollamos nuestro eneatipo en contraposición a ellas. Al desarrollar nuestro eneatipo, intentamos, aunque fuese de un modo inconsciente, encarnar las características del Aspecto idealizado de este eneatipo, a pesar de que las características del aspecto idealizado de nuestro punto del corazón estuviesen más cercanas a nuestro núcleo. Nuestro tipo, por tanto, funciona de manera que suprime nuestro punto del corazón. Las características de nuestro punto del corazón son en realidad las que crucialmente deben traerse a la conciencia, puesto que son las que más nos acercan a nuestra verdad más profunda. Son también las cualidades que más añora nuestra alma. Por lo tanto, para cada tipo, el trabajo que se describe al final de cada uno de los capítulos de los nueve tipos también necesita incluir el trabajo sobre el niño del alma y el punto del corazón. A continuación, describiré brevemente el niño del alma de cada tipo y el proceso de establecer el Aspecto idealizado de nuestro punto del corazón como una estación —un estado que esté continuamente disponible a la conciencia—, y explicaré de qué manera esto transforma el alma.
Cuando al principio tomamos contacto con el niño del alma, es posible que sea a través de experimentar las cualidades negativas del punto del corazón, sobre todo la pasión en su forma más infantil y exagerada. Como el niño del alma es una parte de nosotros que ha estado oculta en la oscuridad del inconsciente, como cualquier cosa viva que sea encerrada durante mucho tiempo, se vuelve algo retorcido. Debido a esto, a menudo no queremos bucear más profundamente en nosotros mismos por miedo a encontrar la negatividad de nuestro niño del alma, que generalmente experimentamos como más verdadera y también más definitiva e invariable. La sensación de ser invariable y no cambiar surge en tanto que hemos cerrado la puerta a esta parte de nosotros, y por ello realmente no ha cambiado y en consecuencia deducimos que nunca lo hará. Cuanto más a la luz de la conciencia se traiga esta parte, más se enderezaran sus torceduras y se transformará su negatividad. Nuevamente, podemos pensar en la parte externa del niño del alma como sus cualidades más oscuras y problemáticas, y cuanto más profundamente penetremos en nuestra conciencia, más esenciales se volverán sus cualidades. Finalmente, en su núcleo, experimentaremos el estado esencial asociado con el punto del corazón de nuestro tipo.
En la exploración que se presenta a continuación, nos moveremos hacia atrás a partir del orden de los tipos que presentamos en los capítulos precedentes, siguiendo el sentido de las flechas hacia el punto del corazón de cada tipo. Empezaremos como hicimos antes, con los eneatipos del triángulo interno.
El punto del corazón del eneatipo Nueve es el Punto Tres, de manera que el niño del alma de un Nueve se muestra al principio como una tendencia a engañar y a mentir para dar a otro la imagen que recibirá aprobación. Como un niño que coge una galleta cuando mamá ha dicho que no lo haga o que para no ir a la escuela se hace el enfermo, el niño del alma de un Nueve declara que no lo hizo y que de verdad tenía una indigestión. Detrás de la pasión de mentir, dentro de cada Nueve hay un espacio joven que desea ser visto, que quiere brillar y quiere ser el centro de atención. Por lo tanto, hay algo de la exhibición de hacer un número y ser aplaudido. Detrás de la tendencia a la abnegación del Nueve se oculta un impulso o incluso un deseo implacable de tener éxito, a menudo bien oculto y apartado de la conciencia. Muchas veces los Nueve tienen miedo de parecer demasiado ambiciosos y de ocupar demasiado espacio, lo que representa la sombra de su niño del alma que les asalta la conciencia. El énfasis en hacer se encuentra bajo la inercia del Nueve, y muchas veces las personas de este eneatipo temen que si comienzan una actividad se verán arrastrados y no podrán parar.
Cuando un Nueve se permite ponerse en contacto con esta estructura interna y con sus cualidades, se experimenta progresivamente como una persona más completa. Las tendencias exhibicionistas se transforman en el reconocimiento sincero de su persona. Se dará cuenta de que en su infancia no se le apoyó para que fuese una persona con plenos derechos, y por ello se volvió acomodaticio y e inconsciente de sí mismo, para recibir aprobación. El proclamarse como una persona valiosa y digna de amor le conducirá a la realización de sí mismo como la personificación del Ser, la Perla Que No Tiene Precio, una presencia radiante y luminosa independiente de las limitaciones de su condicionamiento. Poco a poco, se liberará de cualquier imagen propia o construcción mental que lo defina, y podrá contactar e interactuar con el mundo, liberado del sueño de la personalidad.
El Seis es el punto del corazón del eneatipo Tres, de modo que tras la apariencia de eficacia y compostura de un Tres, se oculta un niño muy asustado. Vergonzoso, tímido, falto de confianza e inseguro; este niño del alma experimenta el mundo como un lugar hostil y malévolo. Los otros parecen amenazadores, a veces hasta el punto de que pueden desarrollar la paranoia de que lo que buscan es hacerle daño, y no importa todo lo que haya conseguido realizar o el éxito externo que haya logrado alcanzar, profundamente aún se experimenta como uno de los débiles en la lucha por la supervivencia. De hecho, todos los esfuerzos por lograr cosas que hace un Tres pueden verse como una reacción de su niño del alma asustado, un intento de superar y combatir esta parte suya. Esto explica por qué ninguna cantidad de éxitos es nunca suficiente para él. Sin digerir e integrar su niño del alma, el miedo interno y la inseguridad no pueden ser resueltos por ningún tipo de estatus o de poder. Desde la perspectiva del niño del alma, la imagen de un Tres es un intento de camuflar esta parte aterrada e inmadura.
Asumir a este niño que experimenta el terreno bajo sus pies como algo que se tambalea inherentemente y que no puede sostenerlo es necesario para el desarrollo de un Tres. Al reconocer cada vez más su miedo y ver cuánta fuerza impulsora hay dentro de su psique, su ansioso niño del alma se sentirá apoyado y más seguro. El propio hecho de admitirlo logrará con el tiempo transformar su miedo en confianza, apoyo y relajación, y el Tres podrá entender que esas mismas cualidades que ya tenía siendo niño no fueron toleradas o apoyadas por su primer entorno. Quizá las circunstancias familiares cuestionaron y finalmente erosionaron su manifestación original de la Voluntad esencial, o puede que la naturalidad con la que conseguía hacer las cosas se convirtiese en un objeto de envidia por parte de padres o hermanos, y esto minó su confianza en sí mismo. Independientemente de la psicodinámica, cuando el niño del alma de un Tres esté integrado en su conciencia, sentirá su terreno interior más seguro y sólido. A través de la sensación de que la Esencia es su verdadero fundamento, su alma se relajará con el apoyo del Ser. Su impulsividad, alimentada por su niño del alma ansioso, se transformará con el tiempo en la calma interior y la falta de esfuerzo de la verdadera Voluntad.
Dentro de cada Seis hay un pequeño holgazán —muy al estilo Nueve— que sólo quiere quedarse debajo de las mantas, sin salir y enfrentarse al mundo, permaneciendo en la comodidad y dedicado a sus entretenimientos. Debido a esto, los Seis a menudo tienen miedo de que si se relajan, se volverán inertes, que nunca más se moverán; y temen descuidar lo que necesitan hacer en sus vidas. Esto se debe, por supuesto, a que oculta en la conciencia se encuentra esta parte joven que no quiere hacer nada excepto deleitarse con placeres y distracciones. Esta indolencia interna es realmente el centro del miedo de un Seis; quizá tiene más miedo de esta tendencia de sí mismo que de cualquier otra cosa, temiendo que si deja de forzarse con su falsa voluntad, perderá toda la voluntad y se hundirá en una ciénaga de pereza. Si no hace esfuerzos, teme que nada ocurra y que su vida sea un desastre.
Cuando un Seis se permite valientemente dejar de esforzarse y simplemente ser, puede al principio experimentar una inmovilidad o falta de deseo de hacer nada. Con el tiempo, la inercia y la indolencia de su niño del alma se transformarán en lo que pretenden imitar: el soporte amoroso del Ser, una sensación de ser sostenido en el abrazo de lo Divino, sabiéndose hecho de amor y siendo uno con toda la existencia. La dulzura y la benevolencia del universo —la dimensión Vivir a la Luz del Día— llegará a forma parte de su sensación del yo, y el temor en su alma remitirá gradualmente cuando se dé cuenta, cada vez más, de su inextricable conexión con el Ser. Al final, la actitud de tener miedo de los demás desaparecerá al reconocer que su naturaleza es la misma que la de todo lo que existe, y de que toda sensación de «yo» y de «otro» es ilusoria. Con el Ser constituyendo su fundamento interior y con la percepción de su continuidad en todas las formas, habrá encontrado la roca sobre la que verdaderamente puede apoyarse.
Dentro de la postura moralista, justiciera y recta de un Uno hay un niño al que le importa un bledo ser bueno o hacer las cosas bien. El sólo quiere jugar, divertirse y recibir todas las cosas maravillosas que la vida tiene para ofrecer: un pequeño Siete. El niño del alma de un Uno quiere probar cada tableta de chocolate y dar un mordisco a todas las galletas de los demás niños. Es un pequeño glotón, que quiere acaparar todas las golosinas apetitosas que están a su alcance, y desea realizar tres actividades diferentes a la vez para poder saltar de una a la otra cuando la vida se vuelve monótona. Su glotonería puede alcanzar niveles hedonistas, en los cuales la cualidad esencial reprimida del Amarillo, o Alegría, se manifiesta de forma distorsionada como una búsqueda complaciente de placeres. Cuando el fanático dirigente religioso es atrapado con las manos en la masa en algún exceso, se trata de su niño del alma sensualista y vividor que se le escapa por las rendijas.
Cuando un Uno avanza a través de sus juicios y su autocrítica, y es capaz de aceptar esta parte juvenil buscadora de placeres, la manifestación distorsionada se transformará poco a poco. Comprenderá que tras sus condenas de pecados e imperfecciones en los demás hay un intento de defenderse contra su propio niño del alma. Se esfuerza tanto por ser bueno, porque tempranamente recibió el mensaje de que su deseo de divertirse y jugar no era aceptable. El disfrute por sí mismo era algo que parecía un tabú, y por tanto la vida se convirtió en un trabajo difícil y una pesada carga que llevar sobre los hombros. Cuanto más penetre en los deseos de su niño del alma, más se pondrá en contacto con el amor y el deleite de la vida que se esconde tras ellos. La alegría de la creación, la obra y la manifestación del Ser, inundará su corazón, y trasladará su atención desde buscar lo erróneo de todas las cosas a descubrir lo maravilloso que es todo.
Dentro del despreocupado y aparentemente magnánimo Siete hay un niño del alma avaro, contenido y aislado: un pequeño Cinco. Se aferra tenazmente a todo lo que tiene, guardándose todos los caramelos y los juguetes para que otros niños no puedan cogerlos y quitárselos. Impulsado por su miedo a la pérdida y una sensación interna de escasez, se siente vacío por dentro y temeroso de que no recibirá más sustento. Contrariamente a la aparente tendencia gregaria, al optimismo y al interés por la vida que se dan en el Siete, este lugar joven de su interior quiere esconderse de la vida y conectar con ella desde lejos. Este niño del alma también puede ser un pequeño «sabelotodo» que confía antes que en nada en su intelecto. Es probable que en la infancia de un Siete, sus tendencias de recluirse, a encerrarse en sí mismo y a estar solo no fuesen permitidas, y que recibiese el mensaje de que necesitaba orientarse más hacia el exterior y ser más animado. También es posible que sus talentos mentales recibiesen más apoyo y fuesen más desarrollados a expensas de un entendimiento más innato e intuitivo, convirtiéndose en un pequeño intelectual que se sentía desconectado de los demás niños. El carácter risueño del Siete se convirtió en una forma de enmascarar y defenderse de su sensación interior de escasez y de aislamiento, de no sentirse parte del grupo o de la familia y de no ser adecuado.
Es muy difícil para un Siete, con su necesidad de ser alegre, optimista y entusiasta, reconocer esta parte joven suya que está apartada, asustada y recluida. Lo más difícil es aceptar la sensación de escasez que impulsa a su niño del alma —el vacío y la aridez interior— cuyo contacto en un principio parece amenazador para un Siete. Cuanto menos juzgue y rechace esta parte, más se transformarán las tendencias de avaricia y aislamiento. En especial, se cuestionará esta sensación suya de ser definitivamente una entidad separada y por ello alguien desconectado del resto de la existencia. Sus rarezas, timidez e intelectualidad se transmutarán en un verdadero conocimiento, en el de la Consciencia del Diamante. Cuando cuestione su sensación de estar irremediablemente separado del Ser y de los demás, y cuando en su desierto broten todas las flores de la Esencia, su alma accederá al conocimiento verdadero de forma directa. Se sentirá parte del Todo, comprendiendo a través de la experiencia que la separación es imposible, y su tendencia a encontrarlo todo bien será real y no reactiva.
Dentro de cada callado, solitario y encerrado en sí mismo Cinco vive un pequeño niño del alma Ocho que sueña con vengarse y devorar innumerables bolas de helado. Este niño del alma disfruta tirándose al suelo y ensuciándose, revolcándose en el barro con otros niños y sumergiéndose lujuriosamente en la vida. Este niño del alma puede aparecer cuando un cinco insulta a los otros conductores en la soledad de su coche, cuando grita al árbitro mirando un partido de fútbol por la tele o cuando califica a todos los políticos de estafadores al escuchar las noticias. Su niño del alma puede ser un poco pendenciero y un poco fanático, convencido de que tiene razón y cerrado a cualquier otra posibilidad. Puede ser defensivo y negar cualquier debilidad percibida, reaccionando con agresividad cuando se le desafía. Puede ser castigador y vengativo, y desear arreglar las cuentas con los que siente que le han tratado mal.
Para un Cinco, reconocer y aceptar estas tendencias puede ser un desafío, pues revelan una relación atrevida y entusiasta con la vida que puede parecer muy amenazadora. Cuando fue niño, esta relación apasionada y efusiva con la vida, por alguna razón, no recibió apoyo. Su vitalidad y su viveza, su fuerza y su coraje —la manifestación del Aspecto Esencial del Rojo— fueron ahogados. Las tendencias vengativas de su niño del alma pueden muy bien ser la respuesta de su alma a este ahogo. Como reacción a la no aceptación de su Rojo, el Cinco se retira y se desconecta de su propia vitalidad. Cuando permita que su niño del alma lujurioso y dinámico surja a la superficie, el Cinco volverá a conectarse poco a poco con su viveza, y progresivamente aumentará su sensación de formar parte de la vida. Al integrar su niño del alma, su conocimiento se vuelve más real y global, pues su corazón y su vientre también se integran en él. Al contactar con el coraje de enfrentar lo desconocido, su vida se vuelve cada vez más una aventura excitante y atractiva en la que se sumerge de forma plena y apasionada.
Dentro del duro y pragmático Ocho, que disfruta poniendo a prueba su resistencia y la de los demás, dominando y controlando la vida y triunfando sobre la adversidad, se oculta un pequeño niño del alma al estilo del Dos, necesitado y pegadizo que se siente solo y desea desesperadamente ser amado y sostenido. El niño del alma de un Ocho quiere arrimarse a los demás, estar lo más cerca posible, y puede ser bastante insistente y exigente al respecto. Debajo de la apariencia de fuerza del Ocho se encuentra este niño del alma que está lleno de todas las emociones que considera débiles: la necesidad de los demás, el temor al rechazo, la inseguridad y una profunda sensación de tristeza y soledad. Debido a la sensación de que estas cualidades de contactar y amar no fueron aceptadas en su infancia, el Ocho reacciona básicamente diciendo «¡A la mierda!» a todo aquel de quien se siente dependiente, y se empeña en demostrar que no necesita nada ni nadie. Bajo un barniz de dureza, escondió lo que sentía en su vulnerable vientre, y en este proceso cerró su sinceridad y su receptividad.
Cuando un Ocho toma contacto con la defensa que hay detrás de su orgullo y con la sensación de rechazo y necesidad que oculta, puede sentirse como si todo su mundo se derrumbase. Ha hecho todo lo posible por no experimentar estos lugares «débiles» de su alma, y a menudo siente que no sobrevivirá si deja que emerjan. Cuando se permite contactar con su debilidad y su dolor, su corazón puede abrirse de nuevo y su alma puede volverse permeable. De nuevo puede ser tocado por las cosas, y al contactar con la realidad a través de una piel cada vez menos gruesa y defensiva, se sentirá gradualmente más y más conectado con la vida. En vez de intentar arrebatarle a la vida lo que necesita, descubrirá que su alma se relaja, se funde y se fusiona con su naturaleza esencial, cuyo dulce néctar llenará su alma en la forma de Oro Fundido. En vez de luchar con la realidad, estará unido a ella; y al rendirse cada vez más a su Ser, encontrará la plenitud y la unión amorosa en vez de la sumisión que había temido.
Detrás de la fachada externa cariñosa, generosa y servicial del Dos se esconde un pequeño niño del alma competitivo, celoso y rencoroso al estilo Cuatro. Los Dos intentan mostrarse dulces y amables, sacrificados y humildes, todo lo cual puede muy bien verse como una reacción a las tendencias más oscuras de su niño del alma. Se trata de un niño pequeño que desea gritar «¡Te odio!» a otro niño pequeño que acaparó la atención del profesor o de mamá, desea tirarle del pelo y decirle lo estúpido y horrible que es también él. Es muy observador en lo que respecta a cuantas galletas coge cada uno, intenta quedarse con lo máximo y lo mejor y reacciona con rencor y veneno si no obtiene lo que quiere. Está lleno de envidia, creyendo que los otros niños tienen lo que a él le falta y que son mejores que él, más guapos y más dignos de amor. Puede ser malicioso y criticón, vengativo e irascible.
Para un Dos, la negatividad y la pequeñez de su niño del alma son a menudo difíciles de reconocer y tolerar. Amenazan su pretensión de generosidad e inocencia, pero sobre todo, lo ponen a él en primer lugar. Esto, de hecho, es algo muy necesario para el desarrollo de un Dos: ponerse en contacto con él mismo como algo central. Cuando un Dos contacta con su niño del alma y no lo rechaza, no lo juzga y no lo aparta, sino que abre su corazón a él, dentro de su conciencia, él mismo llegará a ser lo primordial. Esto resulta un gran tabú para un Dos, que aprendió que poner la atención en sí mismo le privaba de la aprobación de los padres. Descubrirá que al orientarse más y más hacia sí mismo, escuchando y satisfaciendo sus propias necesidades, respondiendo a sus propios impulsos y adoptando sus propias iniciativas, reconocerá sus limites y los hará saber a los demás, volviéndose en realidad más centrado. Verá que esto no representa aquella negatividad que temía, que significaba perder el amor y volverse egoísta, sino una puerta de entrada hacia su conexión personal con el Ser. Dicho de otro modo, cuanto más cuide de sí en vez de los demás, más conectará con la chispa divina de su interior, dándose cuenta de que él es el Punto. En vez de considerar a los demás como el punto central de su existencia, alrededor del cual gira, descubrirá que es uno con el Ser; en su propio universo una estrella.
Debajo de la fachada dramática, intensa y emocional de un Cuatro hay un pequeño niño del alma mandón y agresivo como un Uno, que pretende que todos los demás niños se comporten correctamente: que nadie se pase de la raya, que vistan con pulcritud y que tengan buenos modales. Este niño del alma es un quisquilloso, pulcro y ordenado, crítico con todos aquellos que no sigan sus reglas. Es estricto en lo que respecta a la honestidad y a la corrección, y se enfada cuando los demás niños son malos. Ellos son los niños problemáticos que necesitan enmendarse, y en esto vemos la tendencia del Cuatro a culpar a los demás de sus problemas, así como su impulso defensivo cuando se le señala alguna «imperfección».
Aceptar este pequeño niño del alma justiciero y resentido es difícil para un Cuatro, pues esto le parece el mayor defecto, lo cual le expone a una tremenda autocrítica y odio dirigido a sí mismo. En vez de hacer estallar su agresividad en contra de sí mismo, en la resolución de su sufrimiento interior, es vital que traiga a la conciencia a su niño del alma. Cuanto más lo vea, más reconocerá su tendencia defensiva y su necesidad de estar en lo cierto, y al hacerlo, su alma será capaz poco a poco de renunciar al control. Al comprender su necesidad de controlar a los demás y de obligarlos a que hagan lo que él quiere, saldrá a la luz su dificultad para percibir la perfección de las cosas tal como son, y lo que es más importante, su propia perfección. Al integrar progresivamente a su niño del alma, verá que la pureza, luminosidad y el brillo inherente de su alma no fueron aceptados o reflejados en su infancia. Cuando perdió el contacto con el Aspecto de la Brillantez, que él encarnaba de especial manera, se sintió herido, y como reacción desarrolló un estilo de personalidad basado en la separación, el abandono y el deseo de conectar fuera de sí. Cuanto más integre su niño del alma, más se transformará el pequeño «benefactor» en una sensación resplandeciente de plenitud interior, de perfección y de elegancia. En vez de vivir en función de la envidia o del dolor y anhelando desde lejos el contacto, descubrirá que la plenitud que busca está dentro y que la hierba que crece en su interior es realmente muy brillante.
Estas breves descripciones pretenden señalar hacia dónde debe dirigirse la exploración y la elaboración de la comprensión en lo que respecta al niño del alma. Es importante recordar que las cualidades del punto del corazón son aquellas de las cuales más nos defendemos y generalmente las que más juzgamos. Debido a esto, nuestro niño del alma puede ser una parte de nosotros que no queremos ver ni reconocer. Esto puede haber provocado que la información precedente haya resultado más difícil de comprender que incluso la información del propio tipo. En mi experiencia, hacen falta muchos años de trabajo consagrado para permitirnos percibir realmente —y aún integrar— a nuestro niño del alma. Los principales obstáculos que encontramos son nuestros juicios y nuestra autocrítica de estos aspectos, por lo que hace falta desligarse del superego para poder realizar la exploración interior. Aunque esta parte del trabajo sobre nosotros mismos es una difícil confrontación personal, la compensación es infinita, y nuestro desarrollo como adultos depende realmente de ello.