—¡Pues sí que son sensibles esos dos! —dijo Viola riéndose despreocupada después de haberse sentado en el sitio de Anna—. Pero, ya se sabe, los actores son así. —Y en tono confidencial preguntó—: Seguro que hoy han tenido un día de rodaje muy agotador, ¿no?
—Sí —dijo distraído Anton.
Hubiera deseado ir a por su capa de vampiro y seguir a Anna y al pequeño vampiro…
—Eso suele suceder cuando la película ya está casi terminada —dijo Viola jactándose de sus conocimientos en la materia—. Todos están entonces nerviosísimos.
Anton no contestó nada.
—¿Bailamos? —preguntó Viola.
—¡No, ahora me toca a mí! —repuso Henning, que había aparecido por sorpresa detrás de Viola.
Aburrida, miró hacia el equipo de música, con el que ahora estaba Ole.
—¿Y tu tocadiscos? —observó incisiva—. ¿No habían dicho los de la parroquia que nadie excepto tú debía tocarlo?
—Sí —dijo Henning riéndose irónicamente—, pero ellos hablaban de una fiesta normal. En una fiesta de vampiros se le puede dejar también a otro alguna vez.
—¡Fiesta de vampiros! —exclamó despectiva Viola mirando hacia la ventana—. ¡No tenéis ni idea!…
Y con una sonrisa condescendiente se fue pavoneándose a la pista de baile.
Anton se acercó a la ventana y miró fuera. Espesas nubes ocultaban la luna. «Espero que Anna sea capaz de volver volando a pesar de su mano mala»…, pensó Anton.
De repente sintió que alguien le tocaba la manga por detrás.
—¿Anna? —dijo sorprendido.
Pero sólo era Viola.
—Le he dejado plantado —le informó—. Ese Henning saca de quicio a cualquiera.
—¡No sólo Henning! —dijo Anton suspirando.
—¡Y ahora vamos a bailar nosotros! —exigió Viola.
Pero en ese momento el señor Fliegenschneider gritó:
—¡Se acabó la fiesta!
—Muy típico —protesto Viola—. Siempre se termina todo cuando mejor está la cosa.
—¿Terminarse? —preguntó Anton pensando en la noche del día siguiente—. ¡No, qué va! ¡Qué se va a terminar!
Y ante la mirada atónita de Viola se encaminó hacia la puerta.
A la mañana siguiente, en el autobús, todos estaban de acuerdo en que el viaje con la clase había sido bastante aceptable a pesar de todo.
—Nunca nos hubiéramos imaginado que era usted tan simpático —le dijo Maja al señor Fliegenschneider.
Él tosió tímidamente y dijo: —Lo mismo podría decir yo de vosotros.
La madre de Anton ya estaba esperando cuando llegó el autobús.
—¿Qué tal? —preguntó con curiosidad—. ¿Os lo habéis pasado bien en el viaje?
—La última noche ha sido súper —le contó Ole—. ¡Hemos tenido una fiesta de vampiros!
—¿Una fiesta de vampiros? —repitió ella…, no muy entusiasmada que digamos—. ¡Seguro que fue idea de Anton!
—¿Cómo se te ocurre pensar eso? —replicó Anton, y Ole aseguró: —Fue idea de Viola.
—¿Lo ves? —dijo Anton riéndose burlón—. ¡De cuando en cuando también hay otros que tienen buenas ideas!
Y satisfecho se montó en el coche.