—¡Anda, mira! Aquí hay una mesa tranquila —resonó entonces la voz estridente del pequeño vampiro.
Anton vio cómo Rüdiger y Viola se sentaba sólo dos mesas más allá de donde estaban ellos.
El pequeño vampiro le hizo un gesto con la cabeza a Anton y se rió irónicamente.
—Te has buscado un sitito realmente bueno para nosotros, Rüdiger —le alabó Viola—. ¡Ahora podremos hablar con tranquilidad! —dijo guiñándole un ojo a Anton como si estuviera conchabado con él y dedicándole a Anna, a la que ni siquiera conocía aún, una condescendiente sonrisa.
—¿Y de qué quieres que hablemos? —preguntó el pequeño vampiro.
Su voz —eso le pareció a Anton— sonó más bien expectante… y no tan enamorada, ni mucho menos, como normalmente.
—De nosotros —susurró Viola.
—¿De nosotros? —exclamó con voz chillona el pequeño vampiro—. ¿No quieres hablar de la película?
—¡Oh, sí, claro! —replicó Viola—. Quiero que hablemos de nosotros… ¡y concretamente de cuándo vamos a aparecer por fin los dos ante las cámaras! —Ella soltó una risita y añadió—: ¿No crees que esta noche estoy extraordinariamente bien de vampiro?
—Psss, sí —gruñó el pequeño vampiro.
—¡¿Cómo dices?! —exclamó Viola—. Me paso una hora entera peinándome para ti… ¿y lo único que dices es «psss, sí»?
Rüdiger no respondió. Anton vio por el rabillo del ojo que había puesto cara de amargura.
—Además —siguió diciendo Viola en tono de reproche—, yo contaba firmemente con que esta noche te trajeras también a tu director… ¡y no sólo a esa chica que hace de tu hermana pequeña en la película de vampiros!
Volvió a sonreírle a Anna.
—Ah, ¿sí? ¿Y por qué? —bufó el pequeño vampiro.
—¿Tan difícil es entenderlo? —dijo Viola con voz de pito—. ¡Hubiera sido la ocasión para que nos conociéramos sin resultar nada forzado! Y tu director hubiera podido ver inmediatamente lo bien que me sienta un traje de vampiro… ¿O es que acaso su próxima película no va a ser de vampiros? —se dio cuenta de repente.
—¡Acabas de decir que querías que habláramos «de nosotros» y no de la película! —se quejó el pequeño vampiro.
—Pero Rüdiger… —dijo Viola intentando reírse—. ¡Pero si tú y tu película de vampiros… es todo lo mismo!
—¡De eso nada! —replicó el pequeño vampiro.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.
—Yo solamente te gusto como actor —declaró el pequeño vampiro.
Viola soltó una risita.
—Bueno, ¿y qué? —dijo ella—. ¡Eso es completamente normal! Y además…, ¡con los actores siempre es así!
—Sí, con los actores quizá sí —contestó Rüdiger con voz de ultratumba—. ¡Pero no con los vampiros!
Con aquellas palabras se puso en pie. Lanzó una sombría mirada a Anton (¡como si Anton pudiera hacer algo en contra de que Viola solamente estuviera interesada en el «actor» Rüdiger von Schlotterstein!). Luego se subió al alféizar de la ventana y desapareció en la oscuridad.
—Rüdiger… —balbució Viola.
—Me voy volando detrás de él —le susurró Anna a Anton—. ¡Hasta mañana, Anton!
Ella se levantó y abandonó la sala por el mismo camino que el pequeño vampiro.